Sophia - Despliega el Alma

POR Virginia Gawel - Columnistas

2 septiembre, 2022

Ancestros: el proceso de emerger del árbol familiar

¿Cómo reconocer la huella de quienes nos precedieron en nuestra genealogía? ¿Y cómo celebrar a esos ancestros que, con retazos de una historia pasada, nos dieron el material para construir una que nos sea propia?


Foto: Marcos Paulo Prado (Unsplash). 

Nuestros ancestros no terminan al irse: somos un rompecabezas hecho de las piezas que ellos dejaron. Somos lo que hacemos con esa materia prima, más lo que ponemos de nuestra parte, desde nuestro propio espíritu (único, singular). Te comparto algo personal: hace poco, otra vez mi abuela cumplió 21 años. Hace 91 años que cumple 21. Nació mamá y, a los 6 meses, se tuvo que ir. Nos dejó a sus descendientes cuerdas de guitarra recorriendo el sistema nervioso, oídos como gargantas —sedientos de poemas y canciones— y un tesón pasional que a veces nos vuelve tercos y extremos. En verdad, hizo como que se fue, pero ya descubrimos que canta a través de nuestras cuerdas vocales y aprovecha este mismo teclado para decirles, viva de risa: “¡Aquí estoy!”.

No importa qué cualidades tuvieron los que vinieron antes que nosotros: de la crueldad de tu tatarabuelo pudiste haber amasado compasión, pendulando hacia el otro extremo. Un gen perezoso y postergador pudo haber evolucionado hacia un temperamento calmo, pero activo. Y hay talentos que se disiparon entre las grietas del tiempo, siendo tu tarea reavivarlos con tu llama y hacerlos presentes.

Desde esta mirada, ningún ancestro es exactamente despreciable: somos quienes pueden transformar lo que fueron, en nosotros. Hacer de su error, nuestro acierto. Tampoco ningún ancestro nos da dignidad por herencia: la dignidad la sellamos cada día con lo que hacemos, no viene con el apellido. De nosotros depende, entonces, volvernos hábiles cosecheros para extraer buena fruta del árbol genealógico que nos haya tocado.

Lo familiar en lo transpersonal 

Dado que existe un Inconsciente Colectivo, como lo planteaban el doctor Carl Jung y su contemporáneo, el Dr. Roberto Assagioli (ambos psiquiatras, el primero suizo y el segundo italiano), este estaría constituido por muchas capas, como las de un repollo o, más glamorosamente, como los pétalos de una rosa en relación a su centro, el Inconsciente Personal.

En esa organización, la capa de pétalos más cercana al centro incidiría directamente en el núcleo, abriéndole con mayor o menor porosidad la emisión de su perfume (su expresión autogestada). Esa capa fue llamada en los últimos años Inconsciente Colectivo Familiar o Inconsciente Transgeneracional, particularmente después de los estudios de la psiquiatra Dra. Anne Anceline Schützenberger, autora del magnífico libro «Ay, mis ancestros!».

«De la crueldad de tu tatarabuelo pudiste haber amasado compasión, pendulando hacia el otro extremo. Un gen perezoso y postergador pudo haber evolucionado hacia un temperamento calmo, pero activo. Y hay talentos que se disiparon entre las grietas del tiempo, siendo tu tarea reavivarlos con tu llama y hacerlos presentes».

Muchas personas son, en relación al Inconsciente Colectivo Familiar, como un canario muy amarillo que se le diera de comer alimento con anilinas (cosa que el humano suele hacer); así, a medida que ese canario fuese comiendo las semillas iría tiñéndose poco a poco de un artificial plumaje color turquesa intenso. Bello también, pero lejano a su naturaleza. Pertenecer a ese criadero implicaría que todos los canarios tuviesen colores artificiales, y, por supuesto, sintieran la gran jaula de canarios como su verdadera casa.

Foto: Rodolfo Clix (Pexels). 

El desafío de diferenciarnos de nuestros ancestros

Nuestra condición en relación a lo que absorbemos mientras crecemos puede ser la misma. Pero en la historia hay algún canario voluntarioso que no quiere ese destino de jaula ni esas plumas ajenas. De pronto, estará atento a cómo autoliberarse y volar hacia el bosque. Tal vez sea el primero en su familia que logra semejante hazaña de libertad! ¿Qué le pasaría? Por momentos probablemente sentiría que fue un error esa emancipación: al volar chocaría torpemente entre las ramas, aún ignorante del ejercicio de su don. Y, mientras tanto, debería aprender qué semillas son comestibles y cuáles nunca ingerir.

Entonces, a medida que se alimentara de lo que aprendiera que es sano, le sucedería este fenómeno: su llamativo color turquesa empezaría a desteñirse, al nacerle nuevas plumas de su originario color. En ese tiempo de diferenciación se verá deslucido, opaco: ya no más turquesa, pero aún no amarillo. Y ahí será puesta a prueba la valentía del canario en su proceso: su coraje para atravesar el tiempo en que se vea falto de gracia. Ese será su precio hasta que, luego de ese proceso, sus nuevas plumas del color originario vuelvan a hacerlo ver como un manojo de sol, iluminando de rama en rama.

Diferenciarte de tu Inconsciente Familiar puede ser así. Y esa osadía de querer recuperar la naturaleza de la propia estirpe suele inspirar a otras personas de la familia a que se atrevan a ir más allá de lo que se les inculcó, se les inoculó, se les traspasó desde la infancia para pertenecer. Tu tarea será pertenecer a ese árbol, mas sin dejar de pertenecerte a ti mismo (actitud indispensable para cumplir con tu destino).

Somos una de las frutas de nuestro árbol genealógico. Le pertenecemos. Pero, a la vez, para que la fruta sea nutricia necesita madurar por su cuenta, cumpliendo su destino individual (sabiendo que otras frutas del mismo árbol pueden pasmarse: quedar a mitad de camino, sin aroma, sin sabor).

Cuando se empieza a ser uno mismo se puede poner en valor la trabajosa gesta de ir autoliberándose. Y en ese proceso también se puede capitalizar inclusive el fuego de la antorcha que sostuvieron ancestros que quizás ni siquiera conocemos: reconocer que también gracias a ellos llegamos a querer ser quienes somos.

Y me permito fundar esta palabra: autoancestrazgo. La defino como la potestad de ser uno mismo su propio ancestro, pues con lo que haga de mí hoy, -que será el pasado de mi futuro-, estoy construyendo mi identidad del mañana, de la cual soy plenamente responsable. Soy ancestra de mí misma: heredaré en el futuro el legado que hoy me deje con lo que haga de mí.

Benditos sean nuestros ancestros: los más errados, los más acertados, los más lejanos y cercanos. Benditos si bendecimos nuestra vida por propia decisión. Aquí me animo a convidarles algo que escribí alguna vez, mirándome al espejo, en esos momentos en que la mente está abierta y ve. ¡Que le acompañe a quien lo necesite!

◊◊◊◊◊◊◊◊◊

MIS ANCESTROS

Como lava volcánica que cae
y, enfriándose, esculpe sus estatuas,
así mi identidad hoy cristaliza
la lava seminal de mis ancestros.

¿Qué rostros bocetaron mis facciones
con gestos precursores de los míos?
¿Qué manos entrenaron la destreza
de mis manos enérgicas y suaves
tejiendo mimbre, escribiendo alfabetos,
pulsando teclas en los clavicordios?

¿Quién lloró su llanto inacabado
para que yo llorara lo inconcluso?
¿Qué genéticos puntos suspensivos
retomo al afirmar mis convicciones?

Vuestro río de rasgos y pigmentos,
de tendencias, de imposibilidades,
de legados visibles e invisibles
circula en mis sanguíneas actitudes.

Miro el espejo y miro en mi mirada
las miradas de quienes nunca he visto,
encastrando en vital rompecabezas
genealógicas piezas reencarnadas:
me alimenta la boca de mi abuela,
camino con las piernas de mi madre,
las cejas de mi padre se preocupan
ciñéndose en los pliegues de mi frente,
el tesón de lejanos bisabuelos
se empecina en mis propias tozudeces,
y veo en mi sonrisa giocondina
la de ajados retratos familiares.

¿Quién de ustedes, con enamoramiento,
azuzó los fuegos pasionales,
para que, cópula tras cópula, gestaran
al crío que encarnara mi alma huraña?

Ancestros que trenzaran un rosario
enhebrado con óvulos y espermas,
¿quién de ustedes temió lo que yo temo,
y quién pulió la daga del coraje?
¿Qué antepasado ignoto y legendario
resolvió la mitad del acertijo,
y transmitió insistentes inquietudes
para que yo asumiera lo faltante?
¿Qué memorias ajenas se me evocan
cuando recuerdo lo que no he aprendido?
Hoy me toca a mí: yo los prolongo,
les recibo la antorcha y continúo
a partir de mi posta sus caminos,
haciendo mío su perenne fuego.
Soy ancestra del futuro. En mi diana
impactan las saetas que lanzaron
con sus arcos pioneros e inexpertos,
tan inexpertos como el mío propio.

Heredo las heridas y el talento,
tratando de no herir desde mi herida,
para que el mal defina sus enmiendas
y no se perpetúe en mi progenie.

Gracias por tanto yerro y tanto acierto,
y por testamentarme la materia
que mi esencia nohumana precisara
para esta ocasión de nacimiento.

Benditos los que alearon sus metales
para que yo forjara mi Herramienta.

* Publicado en el libro de Virginia Gawel “El fin del autoodio”, de Editorial El Ateneo, 2021.

◊◊◊◊◊◊◊◊◊

¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?

Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses

No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.

Comentarios ()