Sophia - Despliega el Alma

Hijos

30 enero, 2010

«Yo a mi vieja no la entiendo»


Dos mujeres de distintas generaciones se juntan y charlan un largo rato. Tratan de ponerse de acuerdo y no lo logran. En sus palabras se adivinan dos paradigmas de mujer que marcan distintas épocas. ¿Cuál es el ideal femenino de una y otra? ¿Cómo es la mujer que se viene? Por Isabel Martínez de Campos. Fotos: A. Richard Allen.

Yo a mi hija no la entiendo. Está siempre pendiente de lo que le pasa a ella, nunca piensa en el marido. Al revés, le exige: que se comunique, que la entienda, que la ayude con los chicos… Yo soy muy defensora del hombre. Estoy convencida de que al varón hay que atenderlo mucho más. En mi matrimonio siempre estuvo primero mi marido, siempre le di un lugar de enorme importancia. Por ejemplo, le preparaba un copetín y a mis hijos no los dejaba ni tocar ni una papa frita. Hay que cuidarlo, porque afuera hay mil mujeres que se lo pueden levantar, dice Clara, de 65 años, madre de cuatro hijos.

Pobre vieja, vivió toda su vida por y para papá, nunca tuvo vida propia –explica Ana, de 27 años, hija de Clara–. No hay que estar ciento por ciento disponible. Obviamente, la mujer juega un papel más fuerte en la casa, y a veces, está bueno esperarlo con una rica comida y tener la casa limpia, pero yo no estoy a disposición de él, estamos los dos a disposición de los dos. Los dos trabajamos y mi realización personal me importa. Cuando digo estas cosas, mamá me mira horrorizada, porque cree que la única manera de tener un matrimonio largo y duradero es priorizando al marido. Ella opina que hay que cuidar la vocación, vocación de esposa y de familia, y que no hay que tentar al diablo.

Clara y Ana hicieron estas confesiones hace apenas unos días. Su voz podría ser la voz de muchas mujeres argentinas de una u otra generación, pero en este simple diálogo, hay mucho más que un intercambio de opiniones: en sus palabras se adivinan dos paradigmas distintos de mujer que quedan claramente reflejados en un estudio de la socióloga norteamericana Arlie Hochschild. Ella analizó en profundidad los libros de autoayuda para mujeres publicados entre 1970 y 1990 en los Estados Unidos, para conocer cuáles eran los ideales a los que aspiraban las mujeres en cada época. No eligió este tipo de libros por casualidad, sino porque en los últimos años se convirtieron en consejeros más importantes que los curas, padres, tíos o acompañantes espirituales.

Para poder explicar con claridad las conclusiones a las que llega, Hochschild cita dos textos que hicieron furor en dos momentos distintos: La mujer total, de los años setenta, y El complejo de Cenicienta, de los noventa. La socióloga compara dos escenas, una de cada libro, a las que llama “momentos magnificados” o “momentos de epifanía”, de revelación, en los que una actitud se pone de manifiesto. En estas escenas se puede ver qué es lo que realmente deseaba una y otra mujer.

Lo primero que aclara Arlie Hochschild al transcribir las escenas es que las dos mujeres parten de bases diametralmente opuestas. Para una, la realización personal pasa por la familia y los hijos; para la otra, lo importante es no depender de los demás y ser fiel a una misma, al propio sentir. La filosofía de esta última es “si yo estoy bien, todo el resto va estar bien”. “Por eso –dice la socióloga– no tiene sentido que las mujeres de una y otra generación discutan, porque nunca llegarán a un acuerdo”. ¿Llamativo, no? El problema, según Hochschild, es que nos cuesta definirnos como mujeres.

1. Escena de la mujer total (años setenta)

Si tu esposo vuelve a casa a las 6, date un baño a las 5. Al prepararte para tu encuentro de las 6, recuéstate y elimina las tensiones del día. Piensa en ese hombre especial que está volviendo a casa para verte… En vez de hacer que tu esposo juegue a las escondidas cuando vuelve a casa cansado, recíbelo en la puerta. Haz de la llegada al hogar un momento feliz. Abrir la puerta envuelta en una nube de maquillaje y colonia es un gran dador de confianza. No sólo puedes responder a sus avances, sino que tendrás ganas de hacerlo. .. A modo de experimento, me puse un baby doll rosa y botas blancas después de mi baño de burbujas. Debo admitir que me veía tonta y me sentía así también. Cuando le abrí la puerta esa noche a Carlos, no estaba preparada para su reacción. Mi esposo, tranquilo, reservado y poco excitable, me miró una vez, dejó caer su maletín en la entrada y comenzó a perseguirme alrededor de la mesa. Para el momento en que me atrapó, estábamos exhaustos y sin aliento, con ese sentimiento de viejo romance… Nuestras pequeñas hijas estaban contra la pared, riendo por nuestra corrida. Todos tuvimos una fantástica cena y Carlos se olvidó de mencionar los problemas del día.

Lo que dice la escena

El momento de epifanía de la protagonista es pensado, planeado. Se siente apreciada, y sorprendida de que su puesta en escena haya funcionado. Cuando planeó esperar a su marido, no buscaba ni la realización personal ni una comunicación íntima o reveladora con él, sino que deseaba complacerlo. Ella sintió placer al ver el placer de él.

Como contrapartida, este momento refleja, para Hochschild, la ansiedad de la mujer, que teme que si no complace a su marido, se verá “despedida” del matrimonio.

El peor momento de este paradigma se produce cuando las mujeres desafían la autoridad de su esposo. Así lo dice el relato: “Mientras servía el puré, mi marido me anunció que al día siguiente saldríamos con unos compañeros de trabajo. Sin malicia repliqué: ‘Uy, no, no podemos’, y comencé a contarle los planes que yo había hecho. Una mirada de piedra se asomó en la cara de mi Carlos. Me preparé para recibir la respuesta. Con un tono de hielo, con obvio control, me preguntó: ‘¿Por qué tienes que desafiar cada decisión que tomo?’”.

Este paradigma se basa en el siguiente acuerdo: el hombre obtiene el poder, la mujer obtiene un hogar estable.

2. Escena del el complejo de cenicienta (años noventa)

Decidí ir a esquiar sola –cuenta una mujer de Chicago, de 40 años, buena profesional, que vive y ama a su marido, pero además tiene una relación afectiva con un compañero de trabajo–. Subí a un ómnibus a media tarde y mientras me acercaba a las montañas comenzó a nevar. Recuerdo que estaba sentada sola en el ómnibus, mirando por la ventana las luces de los pueblitos que pasaban. Me sentí tan bien, tan segura sabiendo que podía ser yo misma y hacer lo que yo quería (y también ser amada) que comencé a llorar.

Lo que dice la escena

En el momento de epifanía, esta mujer está sola. La “actuación” no ocurre entre ella y su esposo, sino entre su deseo de estar comprometida y su deseo de ser independiente. Se da en su interior, cuando observa sus sentimientos. El personaje de El complejo de Cenicienta nos dice que “dejemos de actuar”, que valoremos la honestidad y la autenticidad, y esto es parte de lo que nos hace sentir “modernas”. Ella busca ser honesta. Pero ¿con quién? ¿Con su esposo? ¿Con su amante? ¿Con sus hijos? ¿Con alguna amiga íntima? ¿Con un grupo de mujeres? No. Descubrimos una carrera sin gente y la idea de esfuerzo, de superación. Su esfuerzo es privado e interno, contra su dependencia de otros.

Su peor momento se produce cuando, más que emoción por su autosuficiencia, aparece el dolor. Así lo describe el libro: “Me encuentro sola, acostada en el tercer piso de mi casa, con una terrible gripe, tratando de no contagiar al resto de mi familia. La habitación parece grande y fría, y a medida que pasan las horas, también parece extrañamente inhóspita. Comienzo a acordarme de mí misma cuando no era más que una niña, pequeña, vulnerable, indefensa. Cuando cae la noche, me siento totalmente desgraciada, no tan enferma de gripe como de ansiedad. ‘¿Qué estoy haciendo aquí, tan solitaria, tan desarraigada, tan… flotando?’, me pregunto a mí misma. Qué extraño sentirme tan perturbada, separada de la familia, de mi vida tan ocupada y demandante… desconectada. Más que aire, energía y vida en sí misma, lo que quiero es estar a salvo, abrigada y que alguien me cuide”.

Su temor es sentir el deseo de “estar a salvo, abrigada y cuidada”. Según Hochschild, ésta es la “fuerza principal que no les permite avanzar a las mujeres hoy en día”. Esta mujer se escapa de su deseo de que la cuiden y busca desarrollar una capacidad para soportar la soledad emocional: ser autosuficiente. Este paradigma de mujer no necesita mucho y lo poco que necesita puede conseguirlo sola. Así, un yo sin necesidades se relaciona con un tú sin necesidades, y se establece un paradigma de precaución entre dos personas.

En este paradigma, no hay acuerdo entre dos personas, sino que el acuerdo es entre la mujer y su sentir, sus sentimientos.

Si las mujeres del pasado entregaban todo a su familia, y las que vinieron después reaccionaron a tanta dependencia, ¿qué buscamos ahora? Ésa es la pregunta que se hace Hochschild.

Una nueva búsqueda

La mujer de los setenta y la de los noventa tienen ideas distintas de lo que es bueno para ellas: la primera busca acumular capital doméstico e invertir en casa; la segunda busca invertir en sí misma como prioridad. Sin embargo, pareciera que ninguna de las dos logra la satisfacción plena: la de los años setenta, porque piensa sólo en el otro y ni un ápice en ella misma; la de los noventa, porque reacciona al modelo anterior, se aísla, teme relacionarse y depender.

“La cultura busca continuamente un modelo apto para los tiempos que se viven, y cuando le parece que ese modelo funciona, endurece los roles, los vuelve estáticos, preestablecidos. Cuando los roles se endurecen, la cultura empieza a buscar otro modelo, que luego también se va a endurecer y llevará a un paradigma nuevo. El primer esquema conyugal se volvió estéril, rígido. La mujer entraba en un personaje, no era ella misma, no contenía tanto amor para dar, porque no era tan consciente ni libre; en el segundo caso, el de la mujer actual, ella se repliega sobre sí misma, se cierra y se encuentra con la nada. Se pierde el sentido porque no entra en relación con el otro”, explica la filósofa Paola del Bosco.

Si la mujer de los setenta sólo pensaba en complacer a su marido y a su familia, y la de los noventa sólo pensaba en complacerse a ella misma, ¿hacia dónde vamos? ¿Cuál sería la nueva opción? “Quizás el desafío sea no atarse a paradigmas”, dice Susana Balan, psicóloga y experta en vínculos. Según ella, la salida es no atarse a los papeles inamovibles, sino elegir desde la estructura de cada una qué es lo mejor. La nueva mujer va a buscar ser “aquella que se mira a sí misma y también al otro, la que busca llegar a acuerdos desde la integración”.

Lo importante es hacer las cosas porque nos sentimos bien haciéndolas y no porque los mensajes que nos envían la sociedad y la cultura nos dicen que tenemos que hacerlas: “Si una mujer le prepara una comida a su marido, lo bueno es que no lo haga de manera obligada, porque ése es el rol que le toca, sino porque quiere. No es una sometida por esperarlo con una comida rica, sino que se trata de un acto de amor voluntario –explica Paola del Bosco–. Lo mismo para el marido: le regala flores a su mujer porque la quiere, no porque ‘los maridos tienen que llegar a la casa con flores’ o ‘porque es un pollerudo’”.

El ideal que se viene, entonces, es la mujer satisfecha en lo personal, laboral y familiar; la mujer que se abre al otro con minúscula y con mayúscula. En este nuevo esquema, según la filósofa, el amor no es algo que nos sucede, es algo que decidimos, que nos conecta con el otro y con lo trascendental. La maternidad y la conyugalidad no tienen que ser roles establecidos, sino actitudes libres y responsables. Cuando se pone el acento sobre el amor como necesidad fundamental del ser humano, para recibir y para dar, uno levanta la mirada a lo trascendente y allí descubre lo divino.

Pero ¿estamos cerca de ese ideal? Paola del Bosco cree que no. Ella piensa que en este momento hay una búsqueda de algo así de sustancioso, pero que la gente no sabe dónde buscarlo: “Es una búsqueda personal auténtica; no te llevan como a una tropa. Pero el camino hacia lo trascendente ha sido bombardeado, atacado. Hay una necesidad de cambio, hay momentos de soledad en los que una dice ‘aquí debería existir alguien más’; una necesita una fuerza superior, pero no creo que hoy la cultura ayude a que la pueda descubrir. Algunas lo logran y otras siguen buscando”.

El desafío de la mujer es ir hacia su dimensión espiritual para encontrar, desde esa óptica, el justo equilibrio para entregarse a los demás sin traicionarse a sí misma.

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