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Sociedad

17 noviembre, 2021

«Vine a buscar algo a 14.000 kilómetros de casa y lo encontré dentro de mí»

Nicole Berstein es argentina, pero desde hace 8 años vive en Australia, adonde viajó en busca de cumplir su sueño: estudiar para hacer del mundo un lugar mejor. ¿Te gustaría conocer su inspiradora historia?


Argentina en Australia: Nicole se lanzó a una aventura de autodescubrimiento que la llevó a encontrar su misión en la vida.

Texto y fotos: Nicole Berstein

Soy mujer de dos mundos. Nací en Argentina y vivo en Australia desde hace 8 años y medio, aunque en ningún momento estuve totalmente segura de mudarme y echar raíces acá. Desde el día uno, no tengo certezas. Voy apoyando un pie adelante y luego el otro. Y así se va hilvanando el caminar de mi vida, que hoy vengo a compartir. 

De adolescente decía que quería trabajar en las Naciones Unidas para cambiar el mundo. Quería hacer algo grande para mejorar el estado en el que encontré este lugar. Esa era mi definición de «cambiar el mundo». 

Fue en diciembre 2012 que, mientras vivía en Argentina, me vi estancada, sintiendo una mezcla de aburrimiento y curiosidad. Esos sentimientos, de angostura y optimismo simultáneo me impulsaron a viajar a Australia para explorar nuevos horizontes y estudiar una maestría en inglés en algo que me ayudara a estar un paso más cerca de mis objetivos como activista, en pos lograr de un mundo mejor. 

Encontré una maestría en Prácticas de Desarrollo, que es básicamente el estudio y análisis crítico de problemáticas contemporáneas tales como el cambio climático, la desigualdad de género, la gentrificación, las injusticias sociales, las políticas públicas y todo lo que está en relación con lo que las Naciones Unidas declara como los Objetivos Sustentables del Milenio.  

Apliqué a una beca en Argentina, confiando en que una joven curiosa con un estudio de grado sería una candidata suficientemente buena para ganar la beca. No consideraba la posibilidad de que no me fuera otorgada. Siempre pensé que el estudio era un derecho. 

Un paseo por la tierra de los canguros, donde aprendió que nada era tan fácil como pensaba, pero que siempre valía la pena intentarlo.

Nuevos horizontes

Llegué a Australia en febrero de 2013, lista para conquistar mis deseos. El entusiasmo y el optimismo predominaban sobre el miedo y la falta de certezas. Pero un día recibí un mail que tenía en el asunto dos palabras que me descolocaron: Unsuccessful application. «Seguramente no quiere decir lo que estoy pensando», me dije. Pero sí: no me habían dado la beca. ¿Y ahora qué? Se volvió evidente que el camino no sería sencillo.  

Cada uno imagina y diseña su vida como quiere. En el mejor de los casos, uno hace lo mejor que puede con las circunstancias que le son dadas y, sin entorpecer el camino del resto, cambia lo que no le sirve. Para mí, ir a la  universidad a embeberme de conocimiento era un fuerte y pulsante deseo que no podía ignorar. 

Caminar por la universidad era una de mis experiencias favoritas. Siempre había un recoveco nuevo por descubrir. Las paredes, el pasto, las bibliotecas, las estaciones para recargar la botella de agua y y todo lo que uno siente en esos lugares, que le hablan a una parte de uno de forma más sutil, una experiencia que casi no se puede describir y es difícil de poner en palabras. 

Así me acerqué a la universidad para empezar el proceso de admisión, como cualquier hijo de vecino. Tuve entrevistas con la dirección de la carrera, con la parte administrativa y también realicé tour por el lugar. Al terminar mi entrevista de admisión, Majella, la mujer que conducía la universidad, me preguntó cómo pagaría los estudios. Le pregunté cuánto costarían. Cuando me dijo la cifra, me di cuenta de que necesitaría una beca para poder hacerlo. Del shock empecé a buscar información en internet sobre el fenómeno clasista de acceso a la educación. ¿Quizá había elegido la universidad más cara de Australia y podría saciar mi hambre de estudio en otra institución? No, la educación, especialmente la internacional, es el tercer jugador más importante en la economía del país. Entendí que, además de ser mi anhelo más grande era, también, un gran negocio. 

Las universidades, aunque privadas, son espacios públicos. En los años siguientes pasé largas horas en la biblioteca  de la Universidad de Queensland imaginando que un día sería alumna matriculada y podría, no solo leer los libros en  la  biblioteca, sino también logearme en las computadoras, consultar la sección «para alumnos» y alquilar libros por 30 días.

Un paseo por el bosque, puro asombro, para encontrar un rumbo verdadero y cumplir los más profundos anhelos.

Recalculando

El «no» de la beca despertó preguntas acerca de cuánto verdaderamente quería la maestría, para qué, y si valían la pena la angustia y el trabajo necesarios para conseguirla. Independientemente de lo que decidiera, me dije, era el momento de mejorar el inglés, conocer la cultura y estar atenta a nuevas rondas de becas, hasta ver si el futuro guardaba mejor fortuna para mí

Mientras continuaba con mi incierto caminar, empecé a aplicar a trabajos en organizaciones alineadas con mi misión: hacer un aporte para mejorar el mundo en el que vivimos. Fui recibiendo una negativa tras otra y, si lo que quería era quedarme en Australia, ya era momento de empezar a trabajar. ¿Cuál sería un trabajo no-calificado para el que pudiera ofrecerme y, a su vez, hacer con gusto?, me preguntaba. ¡Niños! Cuidaré niños, me respondí. Intenté por todos lados  conseguir un trabajo como babysitter, pero no aparecía. Decidí abrir las oportunidades y diseñé un currículum en formato de menú para llevar a los restaurantes de la zona, a ver si tenía más suerte en esa industria. A quien me vuelva a decir que «Australia es un país lleno de oportunidades», le pediré que se explique mejor. A las oportunidades hay que buscárselas y no están en Australia ni en la Argentina, están dentro de uno mismo. Eso me quedó claro después de la experiencia de esos años. 

Unos días más tarde empecé a trabajar en un restaurante. Había algo de este trabajo inimaginado que hasta me divertía. Nunca me había preguntado qué dice un mozo cuando se acerca a la mesa. Después de mi primer día, llegué a mi casa feliz y llena de optimismo por aprender la jerga y las costumbres de ese nuevo mundo. Mi abuelo decía que el diccionario es el mejor amigo del hombre. Abuelo, yo le agregaría que, en la era de la tecnología, otro mejor amigo del hombre es YouTube: miré horas de videos y tutoriales sobre cómo hacer este trabajo de la mejor manera posible. Los modales australianos, los cubiertos, los nombres de las bebidas, las marcas locales y todo lo que YouTube tenía para ofrecerme sobre el tema. 

Un día, en el restaurante, dos mujeres de Perú me interrogaban como si quisieran saber algo sobre mí, pero sin revelar qué. Después de un tiempo de conversación, me preguntaron si me interesaba reemplazar a una de ellas en un trabajo cuidando niños. ¡Bingo! Durante los siguientes 4 años, pasé días y noches con la familia que dio comienzo a un nuevo episodio en mi aventura australiana. 

Iba y venía a su casa en bicicleta. A veces cantando, otras escuchando música. ¡Un trabajo en el que poner mi corazón! ¡Gracias! Al buscarlos en el jardín, llevarlos a natación y música, poco a poco fui conociendo a otras familias que me pedían que también les cuidara a sus hijos, y de pronto estaba en el ruedo trabajando consistentemente. Todo el día dando vueltas por el barrio con mi bicicleta, yendo de casa en casa, llenándome del amor y la energía de los niñitos que cuidaba. Ellos fueron mis mejores maestros de inglés: pacientemente me fueron guiando a través de las vicisitudes del lenguaje, de la manera que solo alguien sin prejuicios podría hacer. 

El mate, ese compañero infaltable para recorrer los lugares emblemáticos de la bella ciudad de Sidney.

Sueños cumplidos

Un día, mirando mi cuenta bancaria me di cuenta de que, si seguía con ese ritmo de trabajo, podría pagarme el master. Me senté a hablar con las familias, quienes sabían de mi gran deseo de ir a la universidad, y les pregunté si a pesar de ser el mío un trabajo casual, podrían garantizarme que necesitarían mis servicios durante los próximos 12 meses. Me dijeron que sí. También me di cuenta de que la mayor expensa en Australia es la renta y que necesitaría  encontrar una manera de reducirla, sin perder mi independencia. Durante los días en que estaba interrogándome sobre cómo conseguir esta combinación de vivir en un lugar espacioso y cuidar mi independencia, pero reducir el costo de la renta, agarré uno de mis viejos diarios y encontré que había escrito: “Sueño con encontrar una casa de dos pisos y ofrecer alojamiento a estudiantes extranjeros y crear así un lugar donde se sientan seguros y acompañados, como me gustaría sentirme ahora mismo”. 

Encontré una casa de dos pisos, imprimí mi aplicación y fui a la inmobiliaria a presentarme en persona para contar lo que planeaba hacer con la casa: subalquilarla a estudiantes internacionales y crear un espacio de respeto y confort. En mayo de 2015 me aprobaron la aplicación y en junio me mudé. El master comenzaría en febrero. Me di un mes para amoblar la casa y conseguir los primeros inquilinos. 

En Australia hay un sistema de reciclaje de muebles y una página en internet donde se venden cosas online, pero también tiene una sección ‘freebiescon cosas que la gente no quiere y regala. En dos semanas amoblé toda la casa con camas, escritorios, mesas de luz, sofá, espejos, decoración y todo lo que consideré necesario para crear un lugar cómodo y armonioso para recibir a los estudiantes (cómo conseguí cada cosa amerita un libro aparte). 

Luego de dos semanas, recibí a la primera estudiante y a los pocos días a la segunda. Durante dos años alojé a 27 estudiantes de diversos países, con historias de vida fascinantes. Mientras tanto, pude reducir mi renta a un mínimo y en febrero de 2016 me matriculé en el Master de Prácticas de Desarrollo en la Universidad de Queensland. Dos años más tarde, me gradué con un promedio de 6 sobre 7 y escribí una tesis de maestría que titulé Cuestionando la victimización y opresión de mujeres en países en vías de desarrollo

Actualmente, trabajo en una organización que se llama Multicultural Australia, que ayuda a las personas que ingresan a este país como refugiados o con visas humanitarias. El programa del que soy parte es el de jóvenes de entre 15 y 24 años. Me dedico a ayudarlos en su proceso de adaptación en Australia y a conquistar sus deseos más inmediatos, pero también los más profundos, como hice aquella vez con los míos. Y aprendí que el mundo verdaderamente se cambia en cada interacción, a cada momento, cada día. 

Este camino me enseñó sobre la paciencia y la persistencia. Pero el aprendizaje más valioso fue que, paradójicamente, eso que vine a buscar tan lejos, a 14.000 kilómetros de mi casa, lo encontré dentro de mí. Y así aprendí a cultivar una íntima relación con esa parte que es intrínseca a todos nosotros, que nos sostiene cuando sentimos que tambaleamos; que nos muestra el horizonte cuando estamos preocupados por lo inmediato; esa parte donde viven nuestros anhelos más profundos; esa parte que es sabia, pero por sobre todo, intrépida, audaz y llena de valentía.

Y el sueño se hizo realidad: en 2018 se graduó del master en Prácticas de Desarrollo de la Universidad de Queensland.

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