El maestro Luis Szarán es compositor, investigador musical y director de orquesta. Nació en Paraguay y recorrió el mundo con sus conciertos, pero hace diez años decidió crear Sonidos de la Tierra, un proyecto para sacar a los chicos de la miseria y la falta de posibilidades, a través de la música. Por María Eugenia Sidoti. Fotos: gentileza Sonidos de la Tierra.
El Bebi” tiene 19 años y toca un violonchelo fabricado con una lata de aceite usada, maderas desechadas y unas clavijas que llaman la atención: unos viejos martillos para golpear la carne de las milanesas y un objeto de los que se usan para darles forma a los ñoquis, que, a pesar de su nueva función, mantienen su antigua fisonomía de utensilios de cocina. Y aunque a primera vista todo pareciera ser parte de un juego, no lo es. Se trata de un violonchelo de verdad hecho con materiales reciclados, con el que Juan Manuel Chávez –tal su nombre real– pudo dejar su dura realidad en una villa de las afueras de Asunción del Paraguay, para ejecutar piezas de música clásica en una orquesta. Entonces, a pedido del público, interpreta el preludio de Cello Suite No. 1, de Johann Sebastian Bach. ¿Cómo evitar la emoción, el escalofrío sobre la piel, al escucharlo tocar su instrumento de lata con semejante pasión?
La historia de “El Bebi” es parte de un video documental que circula por Internet y que ya lleva miles de visitas en YouTube. De ese modo, muchos usuarios conocieron la existencia de Sonidos de la Tierra y se conmovieron frente a este proyec- to de transformación e integración social y comunitaria que saca a los chicos y jóvenes paraguayos de la pobreza, a través de la música.
“Para mí, la música es la sonrisa del alma. Y ser músico me permite entrar en el alma de las personas”, dice el maestro Luis Szarán, su creador. Un hombre, un músico, un filántropo; un ser que creyó fervientemente en esta idea. “Hacer arte para otros es un disparador social, y cuando los demás ven lo que hacemos, enseguida sienten la inquietud de involucrarse. La meta principal no es formar buenos músicos, sino buenos ciudadanos. Por eso, digo que nosotros no regalamos el pescado: les damos a nuestros alumnos la caña de pescar y la técnica para sacar buenos peces”, explica Szarán.
El emprendimiento ya formó musicalmente a más de 14.000 niños y jóvenes de escasos recursos a través de becas de estudio y talleres espe- ciales gratuitos. Y muchos de ellos recorrieron su país –y también el mundo– a través de festivales y giras orquestales. Más de medio millón de personas, además, disfrutaron de sus repertorios, que incluyen música clásica, folclórica y popular. Pero
Sonidos de la Tierra no solo dio a luz a esos increíbles músicos, sino también a compositores, arregladores musicales, cantantes y artesanos que reparan y construyen instrumentos musicales fabricados con todo tipo de materiales, incluso a partir de objetos rescatados de la basura, como botellas de agua, monedas, pedazos de cubiertos, tachos y candados.
La gran lección del maestro
Cuando habla, se nota que el maestro Luis Szarán todavía lleva a flor de piel ese instante mágico en que su vida cambió para siempre. Fue cuando tenía 8 años y una maestra lo llevó junto a sus compañeros de clase a escuchar un concierto de guitarra. “Me senté en la primera fila y me volví loco: me di cuenta de que ese era mi mundo. No sé cómo pasó, pero recuerdo la alegría de volver corriendo tro Luis Szarán todavía lleva a flor de a casa, abrazar a mi mamá y decirle: ‘¡Ya sé lo que quiero ser en la vida!’, para después contarle que iba a ser músico”. Pero su madre, lejos de impulsarlo, le dijo que estaba loco. “Así que comencé a vivir mi pasión clandestinamente, y mis hermanas y mis amigos se confabularon para ayudarme a estudiar composición musical con un vecino”, cuenta. Es que “Luisito”, como le decían, era el menor de ocho hermanos y no había dinero suficiente para pagarle los estudios: su madre, ama de casa, y su padre, empleado temporario en plantaciones de arroz, no disponían de las grandes sumas que implicaban las clases y la compra de instrumentos.
Pero el tiempo pasó e hizo de las suyas: Luis se las ingenió para formarse y convertirse en un músico reconocido en el mundo entero por su trabajo como investigador musical, compositor y director de orquesta. Y aunque tiene más de sesenta obras de su autoría, entre música de cámara y obras sinfónicas, todavía recuerda aquellos comienzos con picardía y con la humildad de haber crecido en el seno de una familia modesta de la ciudad de Encarnación. Sin duda, aquellos primeros pasos llenos de valentía y esfuerzo marcaron para siempre su destino y, a través de él, el de tantos otros.
Es que Sonidos de la Tierra es mucho más que un proyecto. Es, en definitiva, un sueño hecho realidad: el de saber que se puede cambiar el mundo con solo desearlo y trabajar por eso. “¿Por qué decidí crear Sonidos de la Tierra? Porque había hecho una carrera, había viajado por el mundo, había ganado dinero… Entonces, me dije que era momento de mirar hacia atrás y devolver todo lo que había recibido: una educación y la ayuda de mucha gente que había creído en mí. Así fue como decidí que debía convertirme en el puente entre los que tenían y los que no”, confiesa el maestro.
Entonces, salió a pedir apoyo y dinero por todas partes, a entidades privadas y organismos públicos, con la meta de que los chicos de su país dejaran de consumir drogas, alcohol, o salieran a robar. “La idea principal fue darles una hoja de ruta para que, en vez de romper vidrieras, hicieran temblar los cristales de los teatros y de los templos”, reflexiona. Fue así como Szarán recorrió el país entero, charlando con la gente de las comunidades perdidas en el interior de Paraguay, con los religiosos, con los docentes, con los políticos… “No me creían que quisiera impulsar un proyecto ‘por amor al arte’. Las familias más carenciadas desconfiaban y no quería mandar a sus hijos a las clases, porque pensaban que era una de esas manipulaciones de la política a las que estaban tan acostumbrados en tiempos de elecciones. Pero yo iba por los pueblos, gritando: ‘¡Es música, es gratis!’ y finalmente me dejaron entrar en sus corazones”, rememora.
Al final, fueron tantos los chicos que se acercaron que enseguida surgió un problema: la falta de instrumentos. Había apenas cinco violines para que practicaran los cincuenta alumnos de sus clases. Pensando en opciones económicas para construir violines, violonchelos, guitarras y flautas, se les ocurrió la idea de buscar elementos en la basura y reciclarlos. “Primero me reí. ¿Cómo íbamos a usar un violín hecho a partir de una lata? Pero enseguida me di cuenta de que la cosa podía ir en serio: funcionaban y hacían posible que los chicos pudieran tomar sus primeras lecciones de interpretación con dignidad”, recuerda Szarán.
El inmenso vertedero de Asunción, ubicado en la localidad de Cateura, les dio los elementos necesarios: basura descartada
y maloliente que limpiaron y ensamblaron hasta hacerla brillar sobre los escenarios. “No estaba previsto originalmente, pero fue esperanzador. Y motivó un lazo conmovedor con el público”, destaca el maestro.
Melodías desde el alma
“Cuando hay música, la historia cambia”, es el eslogan de Sonidos de la Tierra. El proyecto acaba de celebrar su década de vida de una manera muy particular: cientos de jóvenes músicos, en su mayoría de origen muy humilde, ofrecieron al aire libre un gran concierto con versiones remozadas de los temas de Los Rolling Stones. Una mezcla de música clásica y de rock & roll que acercó, a su vez, a una multitud de adolescentes y adultos para ver el show. El público terminó aplaudiendo de pie y rompiendo en llanto al final, cuando los músicos alzaron sus instrumentos hacia el cielo, en señal de que lo habían logrado y de que, en definitiva, había un destino mejor para ellos. De hecho, la mayoría de los alumnos de Szarán cambiaron de vida a partir de su experiencia musical y decidieron formarse o salir a trabajar para ayudar a sus familias. “Impusimos la moda de que la ropa y el celular no valen nada al lado del valor que tienen el talento, el esfuerzo, la inteligencia y la educación”, se enorgullece Szarán.
La experiencia, que comenzó en dieciocho pueblos, hoy engloba a 172 comunidades de Paraguay y tiene réplicas en todo el mundo. “Siempre supe del poder que tenía la música como elemento de transformación social. Y hoy estoy convencido de eso: si pudimos armar una filarmónica a partir de un relleno sanitario, cualquier cambio es posible”, concluye el músico y, llamado a pedir un último deseo, confiesa que le gustaría volver el tiempo atrás: “Me gustaría ir a abrazar a aquella profesora que me llevó a ver mi primer concierto”.
ETIQUETAS música solidaridad
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