Sabiduría
2 marzo, 2022
Sophia en la historia: lo divino femenino nunca ha desaparecido
En la prehistoria, la divinidad femenina era una realidad indiscutida. Todo cambió con el advenimiento de las religiones monoteístas, que la silenciaron, pero no alcanzaron a opacarla por completo. En un nuevo envío de su serie de columnas sobre el tema, la autora austríaca Susanne Schaup repasa su devenir con el paso de los siglos.

Por Susanne Schaup
Cada idea posee su historia. Posee su momento de nacimiento, que a veces dura un largo período, y su evolución, que puede comprender siglos o hasta un milenio. En la época prehistórica, la Diosa Madre –precedente de Sophia– era una realidad. La divinidad femenina como una fuerza de la naturaleza constituía un hecho tangible. Todo cambió con el surgimiento de las religiones monoteístas basadas en el concepto de un dios masculino único y todopoderoso. El culto a la antigua diosa fue condenado por los autores de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento). Sin embargo, Sophia, la “sabiduría divina” como comenzaron a llamarla los griegos, buscó su forma de sobrevivir.
Sophia es un arquetipo y, como tal, es parte del inventario de la psiquis del ser humano. Puede ser menospreciada y degradada, difamada y distorsionada de todas las maneras posibles, pero no puede ser eliminada del alma del ser humano.
Una fuerza subterránea
El universo que conocemos se basa en polos opuestos, los cuales en conjunto forman un todo. Lo masculino y lo femenino son un ejemplo de ello. Existen magníficas descripciones de Sophia como “Señora Sabiduría” en la Biblia hebrea y en los libros Apócrifos, los cuales culminan con declaraciones como: “Ella (Sophia) conoce los secretos de Dios y elige lo que él hace” (Sabiduría de Salomón, 8:4). Ella se encuentra cerca de Dios, comparte su trono con él y actúa como su consejera. En términos magníficos, y a veces esquivos, es alabada como un ser divino, pero nunca como diosa por derecho propio.
Quién es Susanne Schaup. Nacida en Viena en 1940, la autora de esta nota es escritora y traductora. Autora de Sofía. Aspectos de lo divino femenino (Kairós, 1999), publicó libros sobre la vida y obra de Henry David Thoreau, Martin Luther King y Elizabeth Kübler-Ross. Tradujo la obra de autores como Emily Dickinson, Ralph Waldo Emerson, Raimon Panikkar y Walt Whitman, entre otros. A partir de febrero, y semana a semana, publicaremos una serie de columnas de su autoría, todas dedicadas a Sophia, su definición, historia y vigencia en el mundo actual.
El cristianismo consolidó este cambio. El Nuevo Testamento, originalmente escrito en griego, adoptó el pensamiento griego al fusionar el logos (la «palabra divina», según la traducción de Lutero) con Sophia (la «sabiduría divina») y atribuyó ambos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. De este modo, Sophia fue apropiada por la Santísima Trinidad, una consolidación del principio patriarcal a nivel espiritual.
Esto fue en realidad bastante trágico. El cristianismo marcó un cambio, ya que Jesucristo era feminista y no discriminaba a las mujeres, contrario a las leyes de su época. Sin embargo, el patriarcado, junto con sus consecuencias sociales hacia las mujeres, era más antiguo y fuerte que el evangelio del amor y el concepto de igualdad de todos los seres humanos ante Dios. Durante los siguientes siglos hasta nuestro tiempo, Sophia como sabiduría divina, la co-creadora, compañera y sabia consejera de Dios, fue forzada a permanecer en el mundo subterráneo. Como consecuencia, solo se manifestó en el subconsciente, en imágenes y visiones expresadas en su mayoría por hombres, ya que las mujeres no tenían voz.
Sophia se manifiesta
Existe un fresco de principios del siglo IX realizado por un artista desconocido, posiblemente un monje, que presenta al Espíritu Santo como una figura femenina abrazando a Dios Padre y al Hijo. Las costuras de su manto se unen de manera tal que sugiere la forma del órgano sexual femenino. Esta osada imagen se encuentra escondida en un rincón de una iglesia románica de un pequeño pueblo bávaro. Desde la década de 1980 se ha convertido en un lugar de peregrinación para las mujeres inspiradas por Sophia.
Una excepcional mujer de gran poder visionario de la Edad Media fue Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), abadesa de un convento de monjas benedictinas en el Valle del Rin. Esta monja alemana, experta en todas las artes y ciencias de su época, fue abrumada por grandiosas visiones que excedían su entendimiento. Al ser mujer, no se animaba a escribir sobre ellas, hasta que una autoridad masculina le exigió que lo hiciera. En su notable libro titulado Scivias (“Conoce los caminos”), describió sus visiones por escrito y solicitó que fueran reproducidas según sus instrucciones. Estas imágenes apuntaban directamente a Dios, a su ser y a sus obras. En estas extraordinarias revelaciones, una figura femenina se avecina: una criatura majestuosa que posee alas y el rostro rojo, identificada como Sophia, la sabiduría de Dios. Una imagen llamada “El Universo”, una de sus visiones más famosas y misteriosas, muestra lo que sin dudas es un acto de unión sexual. Claramente, la creación del universo no es la obra de un Dios Padre único, sino la interpenetración amorosa de la energía masculina y femenina.
«La divinidad femenina como una fuerza de la naturaleza constituía un hecho tangible. Todo cambió con el surgimiento de las religiones monoteístas basadas en el concepto de un dios masculino único y todopoderoso».
Sin embargo, y a pesar de las poderosas imágenes de Hildegarda, en los siglos siguientes comenzó lo que yo llamo «el dilema patriarcal». Sin importar cuán claramente las visiones de Hildegarda y sus sucesores (mayormente masculinos) mostraban una auténtica divinidad femenina, los visionarios se sintieron obligados a acomodar sus visiones según la teología patriarcal del momento. Resulta interesante, y a veces ridícula, la manera en que estos hombres y mujeres intentaron forzar sus genuinas revelaciones para ajustarlas al corsé patriarcal establecido, enredándose con ambigüedades y perdiendo el impacto de dichas visiones en el proceso. En la Iglesia católica romana, toda divinidad femenina era conferida a la Virgen María, Madre de Jesús, que obviamente siempre permanecía como mujer, humilde sirvienta de Dios.
Por otro lado, la Iglesia protestante estaba menos adherida a estas restricciones. Su visionario más importante fue Jacob Boehme (1575-1624), versado en profundidad sobre la naturaleza de Dios, a quien consideraba como una combinación de los principios masculino y femenino en un acto incesante de creación turbulenta.
«Sin importar cuán claramente las visiones de Hildegarda y sus sucesores (mayormente masculinos) mostraban una auténtica divinidad femenina, los visionarios se sintieron obligados a acomodar sus visiones según la teología patriarcal del momento».
En la Iglesia ortodoxa rusa, las visiones sophianicas poseen una tradición especial, tal vez debido a que el alma rusa se encuentra más vinculada a los espíritus de la naturaleza por creencias folclóricas pre-cristianas. Vladimir Soloviev (1853-1901), sin duda el principal sophiólogo ruso, experimentó tres visiones personales sobre Sophia. El impacto que tuvieron sobre él fue tan poderoso que dedicó el resto de su vida a interpretarlas. Sin embargo, una vez más, al intentar definir el significado de Sophia dentro del marco de la Teología, no lograba explicar con claridad su divinidad. Soloviev también sucumbió al dilema patriarcal, tal como lo hicieron sus seguidores Pavel Florensky (1882-1937) y Sergei Bulgakov (1871-1944). Por más fascinantes que resulten sus testimonios sobre la existencia de Sophia, las mujeres en busca de lo divino femenino no otorgan suficiente importancia o fundamento a sus obras, con frecuencia oscuras y contradictorias.
Fue un sophiólogo alemán del siglo XX, Otfried Eberz (1878-1958), quien restauró la importancia radical de Sophia. No era un teólogo sino un filósofo especializado en la cultura y la religión, y publicó sus primeros ensayos sobre Sophia en 1929 y 1931, cuando el nazismo crecía en Alemania. Estos ensayos predecían una Época Sophiánica emergente. Eberz se negó a que lo utilizaran como instrumento de propaganda nazi, y como consecuencia, se le prohibió publicar obras o enseñar. En esa época, la menos sophiánica de la historia alemana, Eberz fue condenado al silencio. Cuando se reeditó su obra “Sobre el auge y la caída de la edad masculina” en 1990, los lectores feministas se entusiasmaron. El concepto de Eberz de Sophia como poder superior intelectual y espiritual versus el principio patriarcal destructivo representó para numerosas mujeres una experiencia de asombro y fascinación. Su mensaje era que el futuro de la humanidad pertenecía al principio sophiánico.
Eberz falleció diez años antes de que comenzara el Movimiento Feminista. Sin embargo, su profunda filosofía sobre la restitución del tiempo de Sophia, de su eterna presencia en la psiquis y el alma humanas, ha sido una inspiración para muchas mujeres de Europa, especialmente de Alemania.
Traducción: Virginia Noto Llana.
Esta nota es el tercer envío de una serie de cuatro columnas que la escritora y traductora austríaca Susanne Schaup publicará todas las semanas a partir de febrero de 2022 en sophiaonline.com.ar sobre Sophia, lo Divino Femenino, la Diosa o la Gran Madre. Si querés leer las publicaciones anteriores, hacé click en estos enlaces:
Sophia, ni un dogma ni una religión: una luz hacia una nueva conciencia
¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?
Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses
No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.