Juan Manuel López Rosende
Es médico, psiquiatra y psicoanalista. Nos recibe puntual. Después de recorrer un largo pasillo, nos invita a sentarnos para comenzar la entrevista. Su consultorio es moderno. Libros, computadora y mucho espacio para moverse. Una charla a fondo. Por Isabel Martínez de Campos. Fotos: Alejandro Lipszyc.
–En un sitio web donde ingresé, una señora llamada Estrella Gutiérrez comentaba que usted le había dicho una frase que siempre le había quedado en la cabeza: “Todo lo que se hace con amor es indestructible”. ¿Sigue pensando lo mismo?
–Sí
–Decía que había sido su primer psicoanalista. –Cuando uno tiene un vínculo y la base de ese vínculo es el amor hacia la persona, y es recíproco, eso es indestructible, no termina nunca. El amor es indestructible por definición. Es algo que no tiene condicionamientos. Entonces, en cualquier momento resurge.
–En su libro Huérfanos de amor, leí que una carencia de amor no se nota hasta más adelante. ¿Cómo es eso? ¿Aparece después?
–El tema es así: lo que yo vengo viendo es que si uno habla del amor en términos genéricos, uno suele acoplarlo al tema de la sexualidad. Ahora, si uno lo ve en un sentido amplio, como el amor a la profesión, el amor a mi familia, el amor a mi patria… El amor es el amor. Es algo que uno hace porque le sale del fondo del alma. Pero para que yo pueda vivir y actuar con amor, tengo que haber recibido amor, y el amor es el estímulo que uno recibe para que se desarrolle la identidad. Si la identidad queda como colapsada, tengo que crear lo que llamamos “mecanismos de defensa”. De manera inconsciente, voy armando mecanismos de defensa adaptados a la vida. La capacidad adaptativa que va desarrollando un chico que no ha sido suficientemente estimulado es enorme. Él capta enseguida lo que se espera de él: que sea buen alumno, que sea buen compañero. Y como el chico durante toda su primaria lo que hace es obedecer órdenes y no tiene que generar demasiadas cosas desde sí mismo, uno no advierte que no tiene iniciativa. Ahora, cuando llega a los 12 o 13 años, momento en que empieza a desarrollarse la verdadera identidad y tiene que demostrar quién es, se nota que viene rengo.
–¿Qué sucede cuando la persona crece?
–Cuando tiene que decidir cuál será el rumbo que le va a dar a su vida, no tiene capacidad desde adentro para decidir con firmeza y convicción. En general, se atiene a las propuestas que vienen de afuera. Sólo entonces uno puede darse cuenta de que tiene una carencia. Hasta ese momento nadie lo nota, porque vive obedeciendo órdenes. Al chico le dicen a qué colegio tiene que ir, qué tiene que comer, a qué hora tiene que acostarse, cuándo puede salir con los amiguitos.
–¿Cómo se manifiesta esto en la práctica?
–Son chicos y chicas que no saben para qué lado rumbear y adhieren a la propuesta que viene de afuera. Aceptan seguir la misma carrera que su papá o les parece aceptable, por ejemplo, la sugerencia de ser maestra jardinera. Pero no son propuestas que le salen del fondo del alma, como algo que es espontáneo y donde uno es el protagonista de su vida.
–¿Cómo sigue la vida de estas personas?
–Si son inteligentes, hacen una carrera muy buena. Empiezan a estudiar las materias obedeciendo a un plan de estudios, pero cuando tienen que crear algo por sí mismos, como elegir un vínculo hombre-mujer, se notan las carencias. Entonces, van a buscar en la otra persona la complementariedad de lo que le falta a él o a ella, pero no hay un verdadero vínculo. No tienen capacidad de vínculo auténtico.
–¿Cómo y cuándo se detecta que una persona tiene esta problemática?
–En general, vienen porque presentan síntomas. Son personas que han arrancado la vida sin convicción propia y que después de la adolescencia tienen estas características: empiezan a aceptar sugerencias o a dejarse conducir y van haciendo las cosas que hay que hacer porque la sociedad se lo exige. Eso dura un tiempo. Por la fuerza de voluntad y por el tesón y la honestidad puede durar de uno a diez años. Pero si no hay una base de convicción en lo que uno está haciendo, a la larga, los vínculos, el matrimonio o la profesión se empiezan a desgastar y descascarar, y uno se da cuenta de que eso no le llena el espíritu.
–No son felices.
–No son felices y tienen un “no sé qué” que no saben cómo explicar, porque tienen trabajo y plata no les falta. Cuando la persona no sabe explicar lo que le pasa y está con este tipo de temática, el problema es de orden espiritual. Va mas allá de lo psicológico. En ese ámbito no se habla con un lenguaje preciso; se habla con metáforas, con ambigüedades. Si uno arranca desde la religión, cuando uno quiere ver de qué se trata el espíritu, todas son metáforas. Cuando le preguntaron a Jesucristo qué era el Reino de Dios, contestó que era como una higuera, como una señora que perdió una moneda, como un grano de mostaza. Éstas son comparaciones, pero no hay precisiones. No se puede poner un lenguaje preciso y concreto porque no estamos en el ámbito científico, biológico.
–Entonces, desde la psicología se estaría tratando a la mente cuando, en realidad, el asunto viene por el alma, porque usted está hablando de dolores del alma…
–El alma, el espíritu, quiere decir “aire”. Por eso, es algo muy difícil de definir, algo de lo que cuesta hablar. Alma quiere decir “aire”. Espíritu quiere decir “aire”. ¿Qué es lo que inspiramos y expiramos? Aire. Los antiguos, cuando acuñan la palabra, la toman de algo que es un símbolo de vitalidad, de algo que trasciende lo concreto. Si nosotros sabemos que ahí hay una carencia, ¿cómo vamos a reemplazar lo que está faltando con algo que es de otro orden? Algo de orden natural no puede reemplazar algo de orden espiritual. Son dos órdenes distintos.
–¿Y cómo se hace para curar eso?
–Eso lo aprendí de Santa Teresita del Niño Jesús, que fue una persona admirable, una chica que se murió a los 23 años. Ella decía que las heridas de amor se curan con amor. Parece simplísimo, pero éstas son heridas de amor, porque son carencias de amor. ¿Con qué se curan? Con amor. No con otra cosa: no con alcohol, no con sexo, no con drogas, no con éxitos profesionales, no con poder, no con prestigio. Con eso no se curan y, sin embargo, eso es lo que uno busca para tapar el agujero. Es notable, porque uno no sabe de qué se trata el vacío. Incluso, en el Antiguo Testamento, hay un libro que describe esto de punta a punta, que es el Ecliesastés. Allí, una persona busca un camino y encuentra el vacío, busca otro camino y encuentra el vacío; entonces, dice: “Vanidad, todo es vanidad, todo es vacío. No hay de dónde aferrarse”. Si tomamos el capítulo 1 del Eclesiastés, versículo 1 o 2, dice: “No hay de dónde aferrarse, no hay nada concreto que a mí me llene el vacío. No hay de dónde aferrarse en esta vida”. Porque todo es hueco, todo es vacío, todo se repite. Si yo quiero llenar ese vacío espiritual con algo que no sea del orden espiritual, no la emboco nunca.
–Uno puede estar toda la vida buscando cosas nuevas para sentirse mejor y no pasa nada. Hoy hay muchas personas con adicciones, no sólo al alcohol, sino también al trabajo, al éxito, a comprarse cosas, y nunca se satisfacen.
–En el fondo, son personas que arrastran una insatisfacción crónica y buscan siempre un nuevo estímulo. Mientras más cosas consiguen, más cuenta se dan de que ésa no es la solución. Es como el tipo que necesita tomarse un vaso de agua y agarra un lingote de oro, pero un lingote de oro no calma la sed. En ese sentido, los primeros en darse cuenta de que esto sólo se calma con espíritu fueron los fundadores de Alcohólicos Anónimos. Ellos se dieron cuenta de que los que tomaban alcohol tenían un vacío que sólo se curaba con espíritu.
–Usted trabajó mucho tiempo en Alcohólicos Anónimos. ¿Piensa que la mayoría de las adicciones tienen un origen espiritual?
–Yo creo que sí. Las personas que sufren adicciones han tratado de cubrir ese agujero con sustancias químicas, que pueden ser marihuana, alcohol o cocaína. Son intentos de llenar ese vacío con algo de orden químico y después quedan pegados. Por eso, cuando hay una carencia de amor, lo primero es hacerle notar a la persona que el conflicto es de orden espiritual y tratar de que se recupere como persona y que busque los canales de amor que tenga a mano. Si no los tiene, y si tiene algunos precarios, yo le sugiero que vaya a un grupo. Hay grupos que hablan de este tema. Lo que tienen en común es el vacío y la carencia de amor. Al igual que en Alcohólicos Anónimos, se brindan unos a otros el testimonio y se va armando un grupo de pertenencia donde la gente se relaciona con el corazón en la mano y deja el personaje en la vereda. Dejan afuera el personaje protector. Entonces, se van estimulando, se van escuchando, se van educando.
–¿Los grupos de amor serían la mejor alternativa de curación?
–Exacto. Eso va cerrando las heridas y uno va sintiendo que si no lo han querido, no es porque uno no vale nada ni es importante, sino porque falló algo, como puede fallar un ser humano.
–¿Cree en los psicofármacos?
–Los psicofármacos tienen su utilidad práctica para una persona de determinadas características, que está totalmente quebrada, en un estado de depresión. ¿Qué quiere decir depresión? “De”, partícula privativa, “presión”. No hay presión, no hay energía. ¿Sabe lo que es un compresor? Es algo con lo que se inflan las gomas, con lo que se pinta. Si uno enchufa un compresor, tiene presión; si lo desenchufa, tiene depresión, no tiene energía. No tiene fuerza propia. Entonces, si a uno no lo han conectado con el amor, y no ha generado una energía propia de carácter espiritual que lo lleve a tomar iniciativas en la vida, uno no tiene presión. Uno empieza a desvalorizarse, a no valorizarse, y el ánimo empieza a irse para abajo. Lo que hacen los antidepresivos es bloquear la degradación de serotonina que fabricamos. Esto es bueno hasta que uno empieza a producir su propia fuente de energía y comienza a darse cuenta del valor que tiene de tomar iniciativas en su vida, de ser el protagonista, de generar algo. Ahí comienza a sentirse auténticamente bien. No necesita un bloqueante de degradación de la serotonina.
–¿Existen grados de orfandad de amor?
–Sí, porque todos fallamos. Uno necesita una cuota de amor mínima para empezar a sentirse persona y crecer. Si yo recibí el 50 o el 60% y otros, el 20 o el 30%, ellos van a estar peor. Otro recibió el 80%. Uno siempre siente que le falta algo, pero tiene una base de confianza en sí mismo bastante grande porque tuvo amor y porque hubo alguien que se preocupó por uno, lo miró y lo vio.
–¿Cómo diferencia a un huérfano de amor de uno que no lo es?
–Me doy cuenta bastante rápido. Cuando hablo con una persona, me doy cuenta de si me habla de sí mismo o me habla de un personaje. Es algo intuitivo mío, porque yo también fui uno de ellos.
ETIQUETAS adicciones alma amor carencia felicidad
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