Sophia - Despliega el Alma

Hijos

13 diciembre, 2007

«Somos huérfanos de amor»


Juan Manuel López Rosende

 Es médico, psiquiatra y psicoanalista. Nos recibe puntual. Después de recorrer un largo pasillo, nos invita a sentarnos para comenzar la entrevista. Su consultorio es moderno. Libros, computadora y mucho espacio para moverse. Una charla a fondo. Por Isa­bel Mar­tí­nez de Cam­pos. Fo­tos: Ale­jan­dro Lipszyc.

–En un si­tio web donde ingresé, una se­ño­ra llamada Es­tre­lla Gutié­rrez comentaba que us­ted le ha­bía di­cho una fra­se que siem­pre le ha­bía que­da­do en la ca­be­za: “To­do lo que se ha­ce con amor es in­des­truc­ti­ble”. ¿Si­gue pen­san­do lo mis­mo?

–Sí

–Decía que ha­bía si­do su pri­mer psi­coa­na­lis­ta. –Cuan­do uno tie­ne un vín­cu­lo y la ba­se de ese vín­cu­lo es el amor ha­cia la per­so­na, y es re­cí­pro­co, eso es in­des­truc­ti­ble, no ter­mi­na nun­ca. El amor es in­des­truc­ti­ble por de­fi­ni­ción. Es algo que no tie­ne con­di­cio­na­mien­tos. En­ton­ces, en cual­quier mo­men­to re­sur­ge.

–En su li­bro Huér­fa­nos de amor, leí que una ca­ren­cia de amor no se no­ta has­ta más ade­lan­te. ¿Có­mo es eso? ¿Aparece des­pués?

–El te­ma es así: lo que yo ven­go vien­do es que si uno ha­bla del amor en tér­mi­nos ge­né­ri­cos, uno suele aco­plar­lo al te­ma de la se­xua­li­dad. Aho­ra, si uno lo ve en un sen­ti­do am­plio, co­mo el amor a la pro­fe­sión, el amor a mi fa­mi­lia, el amor a mi pa­tria… El amor es el amor. Es al­go que uno ha­ce por­que le sa­le del fon­do del al­ma. Pe­ro pa­ra que yo pue­da vi­vir y ac­tuar con amor, ten­go que ha­ber re­ci­bi­do amor, y el amor es el es­tí­mu­lo que uno re­ci­be pa­ra que se de­sa­rro­lle la iden­ti­dad. Si la iden­ti­dad que­da co­mo co­lap­sa­da, ten­go que crear lo que lla­ma­mos “me­ca­nis­mos de de­fen­sa”. De ma­ne­ra in­cons­cien­te, voy ar­man­do me­ca­nis­mos de de­fen­sa adap­ta­dos a la vi­da. La ca­pa­ci­dad adap­ta­ti­va que va de­sa­rro­llan­do un chi­co que no ha si­do su­fi­cien­te­men­te es­ti­mu­la­do es enor­me. Él cap­ta en­se­gui­da lo que se es­pe­ra de él: que sea buen alum­no, que sea buen com­pa­ñe­ro. Y co­mo el chi­co du­ran­te to­da su pri­ma­ria lo que ha­ce es obe­de­cer ór­de­nes y no tie­ne que ge­ne­rar de­ma­sia­das co­sas des­de sí mis­mo, uno no advierte que no tie­ne ini­cia­ti­va. Aho­ra, cuan­do lle­ga a los 12 o 13 años, momento en que em­pie­za a de­sa­rro­llar­se la ver­da­de­ra iden­ti­dad y tie­ne que de­mos­trar quién es, se no­ta que vie­ne ren­go.

–¿Qué su­ce­de cuan­do la per­so­na cre­ce?

–Cuan­do tie­ne que de­ci­dir cuál será el rum­bo que le va a dar a su vi­da, no tie­ne ca­pa­ci­dad des­de aden­tro pa­ra de­ci­dir con fir­me­za y con­vic­ción. En general, se atie­ne a las pro­pues­tas que vie­nen de afue­ra. Sólo entonces uno puede darse cuen­ta de que tie­ne una ca­ren­cia. Hasta ese momento nadie lo nota, por­que vi­ve obe­de­cien­do ór­de­nes. Al chi­co le di­cen a qué co­le­gio tie­ne que ir, qué tie­ne que co­mer, a qué ho­ra tie­ne que acos­tar­se, cuán­do pue­de sa­lir con los ami­gui­tos.

–¿Có­mo se ma­ni­fies­ta esto en la prác­ti­ca?

–Son chi­cos y chi­cas que no sa­ben pa­ra qué la­do rum­bear y ad­hie­ren a la pro­pues­ta que vie­ne de afue­ra. Acep­tan se­guir la mis­ma ca­rre­ra que su pa­pá o les pa­re­ce acep­ta­ble, por ejemplo, la su­ge­ren­cia de ser maes­tra jar­di­ne­ra. Pe­ro no son pro­pues­tas que le sa­len del fon­do del al­ma, co­mo al­go que es es­pon­tá­neo y donde uno es el pro­ta­go­nis­ta de su vi­da.

–¿Cómo si­gue la vi­da de es­tas per­so­nas?

–Si son inteligentes, hacen una carrera muy buena. Em­pie­zan a es­tu­diar las ma­te­rias obedeciendo a un plan de es­tu­dios, pe­ro cuan­do tie­nen que crear al­go por sí mis­mos, como ele­gir un vín­cu­lo hom­bre-mu­jer, se no­tan las ca­ren­cias. Entonces, van a bus­car en la otra per­so­na la com­ple­men­ta­rie­dad de lo que le fal­ta a él o a ella, pe­ro no hay un ver­da­de­ro vín­cu­lo. No tie­nen ca­pa­ci­dad de vín­cu­lo au­tén­ti­co.

–¿Có­mo y cuán­do se de­tec­ta que una per­so­na tie­ne es­ta pro­ble­má­ti­ca?

–En ge­ne­ral, vie­nen por­que presentan sín­to­mas. Son per­so­nas que han arran­ca­do la vi­da sin con­vic­ción pro­pia y que des­pués de la ado­les­cen­cia tie­nen es­tas ca­rac­te­rís­ti­cas: em­pie­zan a acep­tar su­ge­ren­cias o a de­jar­se con­du­cir y van ha­cien­do las co­sas que hay que ha­cer por­que la so­cie­dad se lo exi­ge. Eso du­ra un tiem­po. Por la fuer­za de vo­lun­tad y por el te­són y la ho­nes­ti­dad puede durar de uno a diez años. Pe­ro si no hay una ba­se de con­vic­ción en lo que uno es­tá ha­cien­do, a la lar­ga, los vín­cu­los, el ma­tri­mo­nio o la pro­fe­sión se em­pie­zan a des­gas­tar y des­cas­ca­rar, y uno se da cuenta de que eso no le lle­na el es­pí­ri­tu.

–No son fe­lices.

–No son felices y tienen un “no sé qué” que no saben cómo explicar, porque tienen trabajo y plata no les falta. Cuan­do la per­so­na no sa­be ex­pli­car lo que le pa­sa y es­tá con es­te ti­po de te­má­ti­ca, el pro­ble­ma es de or­den es­pi­ri­tual. Va mas allá de lo psi­co­ló­gi­co. En ese ám­bi­to no se ha­bla con un len­gua­je pre­ci­so; se ha­bla con me­tá­fo­ras, con am­bi­güe­da­des. Si uno arranca des­de la re­li­gión, cuan­do uno quie­re ver de qué se tra­ta el es­pí­ri­tu, to­das son me­tá­fo­ras. Cuan­do le pre­gun­ta­ron a Je­su­cris­to qué era el Rei­no de Dios, con­tes­tó que era co­mo una hi­gue­ra, co­mo una se­ño­ra que per­dió una mo­ne­da, co­mo un gra­no de mos­ta­za. Éstas son com­pa­ra­cio­nes, pero no hay pre­ci­sio­nes. No se pue­de po­ner un len­gua­je pre­ci­so y con­cre­to por­que no es­tamos en el ám­bi­to cien­tí­fi­co, bio­ló­gi­co.

–En­ton­ces, des­de la psi­co­lo­gía se es­ta­ría tra­tan­do a la men­te cuan­do, en rea­li­dad, el asun­to vie­ne por el al­ma, por­que us­ted es­tá ha­blan­do de do­lo­res del al­ma…

–El al­ma, el es­pí­ri­tu, quie­re de­cir “ai­re”. Por eso, es al­go muy di­fí­cil de de­fi­nir, algo de lo que cuesta hablar. Al­ma quie­re de­cir “ai­re”. Es­pí­ri­tu quie­re de­cir “ai­re”. ¿Qué es lo que ins­pi­ra­mos y ex­pi­ra­mos? Ai­re. Los an­ti­guos, cuan­do acu­ñan la pa­la­bra, la to­man de al­go que es un sím­bo­lo de vi­ta­li­dad, de al­go que tras­cien­de lo con­cre­to. Si no­so­tros sa­be­mos que ahí hay una ca­ren­cia, ¿có­mo va­mos a reem­pla­zar lo que es­tá fal­tan­do con al­go que es de otro or­den? Al­go de or­den na­tu­ral no pue­de reem­pla­zar al­go de or­den es­pi­ri­tual. Son dos ór­de­nes dis­tin­tos.

–¿Y có­mo se ha­ce pa­ra cu­rar eso?

–Eso lo apren­dí de San­ta Te­re­si­ta del Ni­ño Je­sús, que fue una per­so­na ad­mi­ra­ble, una chi­ca que se mu­rió a los 23 años. Ella de­cía que las he­ri­das de amor se cu­ran con amor. Pa­re­ce sim­plí­si­mo, pe­ro és­tas son he­ri­das de amor, por­que son ca­ren­cias de amor. ¿Con qué se cu­ran? Con amor. No con otra co­sa: no con al­co­hol, no con se­xo, no con dro­gas, no con éxi­tos pro­fe­sio­na­les, no con po­der, no con pres­ti­gio. Con eso no se cu­ran y, sin em­bar­go, eso es lo que uno bus­ca pa­ra ta­par el agujero. Es no­ta­ble, por­que uno no sa­be de qué se tra­ta el va­cío. In­clu­so, en el An­ti­guo Tes­ta­men­to, hay un li­bro que des­cri­be es­to de pun­ta a pun­ta, que es el Eclie­sas­tés. Allí, una per­so­na bus­ca un ca­mi­no y en­cuen­tra el va­cío, bus­ca otro ca­mi­no y en­cuen­tra el va­cío; entonces, di­ce: “Va­ni­dad, to­do es va­ni­dad, to­do es va­cío. No hay de dón­de afe­rrar­se”. Si tomamos el ca­pí­tu­lo 1 del Ecle­sias­tés, ver­sí­cu­lo 1 o 2, di­ce: “No hay de dón­de afe­rrar­se, no hay na­da con­cre­to que a mí me lle­ne el va­cío. No hay de dón­de afe­rrar­se en es­ta vi­da”. Por­que to­do es hue­co, to­do es va­cío, to­do se re­pi­te. Si yo quie­ro lle­nar ese va­cío es­pi­ri­tual con al­go que no sea del or­den es­pi­ri­tual, no la em­bo­co nun­ca. ­

–Uno pue­de es­tar to­da la vi­da bus­can­do co­sas nue­vas pa­ra sen­tir­se me­jor y no pasa na­da. Hoy hay mu­chas personas con adic­cio­nes, no só­lo al al­co­hol, si­no tam­bién al tra­ba­jo, al éxi­to, a com­prar­se co­sas, y nun­ca se satisfacen.

–En el fon­do, son per­so­nas que arras­tran una in­sa­tis­fac­ción cró­ni­ca y buscan siem­pre un nue­vo es­tí­mu­lo. Mien­tras más co­sas con­si­guen, más cuenta se dan de que ésa no es la so­lu­ción. Es como el ti­po que ne­ce­si­ta to­mar­se un va­so de agua y aga­rra un lin­go­te de oro, pe­ro un lin­go­te de oro no cal­ma la sed. En ese sen­ti­do, los pri­me­ros en dar­se cuen­ta de que es­to só­lo se cal­ma con es­pí­ri­tu fue­ron los fun­da­do­res de Al­co­hó­li­cos Anó­ni­mos. Ellos se die­ron cuen­ta de que los que to­ma­ban al­co­hol te­nían un va­cío que sólo se cu­ra­ba con es­pí­ri­tu.

–Us­ted tra­ba­jó mu­cho tiem­po en Al­co­hó­li­cos Anó­ni­mos. ¿Pien­sa que la ma­yo­ría de las adic­cio­nes tie­nen un ori­gen es­pi­ri­tual?

–Yo creo que sí. Las personas que sufren adicciones han tra­ta­do de cu­brir ese agu­je­ro con sus­tan­cias quí­mi­cas, que pue­den ser ma­ri­hua­na, al­co­hol o co­caí­na. Son in­ten­tos de lle­nar ese va­cío con al­go de or­den quí­mi­co y des­pués que­dan pe­ga­dos. Por eso, cuan­do hay una ca­ren­cia de amor, lo pri­me­ro es ha­cer­le no­tar a la per­so­na que el con­flic­to es de or­den es­pi­ri­tual y tra­tar de que se re­cu­pe­re co­mo per­so­na y que bus­que los ca­na­les de amor que ten­ga a ma­no. Si no los tie­ne, y si tie­ne al­gu­nos pre­ca­rios, yo le su­gie­ro que va­ya a un gru­po. Hay gru­pos que ha­blan de es­te te­ma. Lo que tie­nen en co­mún es el va­cío y la ca­ren­cia de amor. Al igual que en Al­co­hó­li­cos Anó­ni­mos, se brindan unos a otros el tes­ti­mo­nio y se va armando un gru­po de per­te­nen­cia don­de la gen­te se re­la­cio­na con el co­ra­zón en la ma­no y de­ja el per­so­na­je en la ve­re­da. Dejan afuera el personaje protector. En­ton­ces, se van es­ti­mu­lan­do, se van es­cu­chan­do, se van edu­can­do.

–¿Los gru­pos de amor se­rían la me­jor al­ter­na­ti­va de cu­ra­ción?

–Exac­to. Eso va ce­rran­do las he­ri­das y uno va sin­tien­do que si no lo han que­ri­do, no es por­que uno no vale na­da ni es im­por­tan­te, si­no por­que fa­lló al­go, co­mo pue­de fa­llar un ser hu­ma­no.

–¿Cree en los psi­co­fár­ma­cos?

–Los psi­co­fár­ma­cos tie­nen su uti­li­dad prác­ti­ca pa­ra una per­so­na de de­ter­mi­na­das ca­rac­te­rís­ti­cas, que es­tá to­tal­men­te que­bra­da, en un es­ta­do de de­pre­sión. ¿Qué quie­re de­cir de­pre­sión? “De”, par­tí­cu­la pri­va­ti­va, “pre­sión”. No hay pre­sión, no hay ener­gía. ¿Sa­be lo que es un com­pre­sor? Es algo con lo que se inflan las gomas, con lo que se pinta. Si uno en­chu­fa un com­pre­sor, tie­ne pre­sión; si lo de­sen­chu­fa, tie­ne de­pre­sión, no tie­ne ener­gía. No tie­ne fuer­za pro­pia. En­ton­ces, si a uno no lo han co­nec­ta­do con el amor, y no ha ge­ne­ra­do una ener­gía pro­pia de ca­rác­ter es­pi­ri­tual que lo lle­ve a to­mar ini­cia­ti­vas en la vi­da, uno no tie­ne pre­sión. Uno em­pie­za a des­va­lo­ri­zarse, a no valorizarse, y el áni­mo em­pie­za a ir­se pa­ra aba­jo. Lo que ha­cen los an­tide­pre­si­vos es blo­quear la de­gra­da­ción de se­rotonina que fa­bri­ca­mos. Esto es bue­no has­ta que uno em­pie­za a producir su pro­pia fuen­te de ener­gía y comienza a dar­se cuen­ta del va­lor que tie­ne de to­mar ini­cia­ti­vas en su vi­da, de ser el pro­ta­go­nis­ta, de generar algo. Ahí comienza a sen­tirse au­tén­ti­ca­men­te bien. No ne­ce­si­ta un blo­quean­te de de­gra­da­ción de la serotonina.

–¿Existen grados de orfandad de amor?

–Sí, porque todos fallamos. Uno necesita una cuota de amor mínima para empezar a sentirse persona y crecer. Si yo recibí el 50 o el 60% y otros, el 20 o el 30%, ellos van a estar peor. Otro recibió el 80%. Uno siempre siente que le falta algo, pero tiene una base de confianza en sí mismo bastante grande porque tuvo amor y porque hubo alguien que se preocupó por uno, lo miró y lo vio.

–¿Có­mo di­fe­ren­cia a un huér­fa­no de amor de uno que no lo es?

–Me doy cuen­ta bas­tan­te rá­pi­do. Cuan­do ha­blo con una per­so­na, me doy cuen­ta de si me ha­bla de sí mis­mo o me ha­bla de un per­so­na­je. Es algo in­tui­ti­vo mío, por­que yo tam­bién fui uno de ellos.

ETIQUETAS adicciones alma amor carencia felicidad

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