Solidaridad
26 abril, 2021
Servir un plato más: crónica de una ayuda posible
¿Qué hacer frente al dolor ajeno, ese que vemos todos los días en la calle? ¿Cómo hacerles llegar un plato de comida a quienes más lo necesitan sin salir de nuestro barrio? A través de la iniciativa "Servir 1 plato +", un relato sobre concretar esas ganas que todos tenemos de alimentar un cambio.

Tres amigos decidieron ponerse en marcha para brindarse a quienes necesitan una ayuda en este duro momento.
Por Dolores Caviglia
Cambiaron tantas cosas en casa por la pandemia de Covid-19. Con mi novio tuvimos que dividirnos los metros en los que vivimos para trabajar, para no salir, para montar una pequeña redacción algo ruidosa para mí, por la radio y la televisión que siempre tengo prendidas, y una oficina más silenciosa para él. También tuvimos que ser un poco más ordenados, porque entre el desorden de estar siempre acá y el barullo que venía desde afuera (el coronavirus, las restricciones, los enfermos, las malas noticias), quisimos mantener un orden o un método, o algo que fuera como gesto de esperanza. Así que empezamos por imponer orden en la cocina. Preparar almuerzos y cenas y lavar las fuentes y las sartenes una y otra vez nos hizo acomodar los utensilios de otro modo para no verlos dispersos por ahí: trasladamos el secaplatos al lavadero para usar esa bacha grande y que no esté a la vista, porque secar y guardar todo el tiempo, tan seguido, nos hartó.
Pero no fue el único cambio. A unos centímetros de donde secábamos la vajilla limpia, en la mesada de madera, entre la heladera y la máquina de hacer pan, instalamos una pila de recipientes de plástico, que le robé a mi madre de aquella época en que organizaba salidas mensuales a los teatros de la calle Corrientes de la Ciudad para mujeres del conurbano bonaerense y, en su regreso en ómnibus, ofrecía a cada invitada sándwiches de miga para comer en el viaje de vuelta. Me venían justo para formar parte de una iniciativa que conocí hace poco y que me encantó por lo atinada y simple.
Fue caminando por el barrio que la vi. Una tarde del invierno pasado, tapabocas puesto, salí sin rumbo, para mirar, mover un poco el cuerpo y pensar, o para sentir el sol. En una esquina, sobre una avenida, me topé con un cajón de madera, como los de verdulería, pintado muy prolijo y con un cartel celeste y blanco adornado por un corazón en amarillo que decía: “#PuntoPlato. Servir 1 plato +”, luego daba algunas otras precisiones y cerraba: “Con tu aporte ayudás a alguien que lo necesita”.
No sabía bien qué era eso, pero ni bien regresé a casa me puse a buscar en Internet, porque sentí que tenía que ver con algo mío, una incomodidad o una culpa que estaba dando vueltas en mi cabeza. Hacer algo por los demás en medio de este caos, en medio de los gritos de ese hombre que, en pleno encierro total, caminaba durante la noche por las calles vacías y pedía, por favor, una ayuda. En medio de esa triste postal de ver chicos vendiendo lo que sea o pidiendo dinero para comer.
Yo soy lenta para tomar decisiones, lenta y también temerosa. Por eso suelo estar atenta a aquellos que sí se animan. Y acá los encontré. Los busqué en redes sociales y di con ellos. Romina Rodríguez, Bernardo Cenizo y Manuela Dicembrino, son los creadores de Servir un plato más, los que dieron forma y colgaron esos cajones de madera prolijos. Son, en ese mismo orden, una empleada administrativa en una obra social, un vendedor de seguros y una pediatra neumóloga infantil, que en su tiempo libre decidieron dedicarse a contagiar empatía y ganas de ayudar. Son tres amigos.

No hace falta realizar platos elaborados, cualquier preparación hecha con amor sirve. Luego hay que envolverla correctamente y llevarla al «punto plato» del barrio.
Alimentar el cambio
¿Qué proponen con esta iniciativa? Cocinar cada una de las comidas de la manera habitual, pero incentivar para que los que pueden preparen una porción demás y la lleven a estos puntos de entrega, para que de allí la recoja aquel que lo precisa. “La idea surgió en mayo pasado, en una charla por Zoom, cuando hablábamos de lo impactante que es ver esta cantidad de gente revisando los contenedores de basura a toda hora. En vez de mirar hacia otro lado, pusimos el foco ahí, en lo que no nos gustaba de esas imágenes para pensar qué hacer”, cuenta Manuela.
Hace tiempo que los tres ayudan a la gente que pasa sus días en la calle, a la que le llevan comida. Pero en ese momento, en uno de los más duros del aislamiento por coronavirus, en esas noches de silencio en las que en varios barrios se escucharon pedidos de auxilio, quisieron ir por más, armar algo grande, un sistema. “Esta es una iniciativa solidaria, no somos ni una fundación ni una organización. Somos tres amigos que dimos inicio a esto que hoy cuenta con miles de personas que se entusiasmaron y que cocinan”.
Sumarse es sencillo. Ellos se encargan de generar «puntos plato», cajones de madera de color blanco, muy modestos, que tienen un folleto que describe la idea: cocinar un poco más a la hora de la comida y dejar una porción allí para alguien. “Hoy cada punto tiene un responsable a cargo, un vecino que nos escribió y que nos dijo que quería un punto en el barrio. Fuimos, lo instalamos y le dimos los consejos. El responsable lo que hace es cocinar y mantener limpio el sector así es un espacio digno donde dejar comida y además contagiar a los vecinos las ganas de ayudar”.

Los platos que dejan los vecinos van acompañados de lindos mensajes destinados agradecer a quienes los reciben.
Leer las cifras que alcanzaron hace bien. En menos de un año llegaron a casi 130 puntos en la Ciudad, dos en la provincia de Buenos Aires y otros en ciudades como Posadas, Corrientes, Concepción del Uruguay, Santa Fe y La Rioja. Son muchísimas las personas que a diario les envían fotos y videos para mostrar que se sumaron y es su rutina, un plan, dejar en la caja una porción de lo que sea: asado, milanesas, pastel de papas.
“Calculamos que se comparten alrededor de tres mil comidas por semana, pero sabemos que son más. Y también conocemos historias particulares que nos motivan a seguir adelante, a dedicarle tiempo a esto porque lo vale”, asegura Manuela y relata que les llegaron testimonios de hombres y mujeres que se quedaron sin trabajo y que comen gracias a esta iniciativa; carteles de agradecimiento, incluso el relato emotivo de una madre que perdió a su hija en medio de la pandemia y que a través de Servir un plato más prepara comida para otras personas y llena así un poco el vacío que le dejó esa ausencia.
Lo que no reciben es dinero. Esa es una premisa clara. No quieren aceptar plata de empresas, privados o incluso abrir una cuenta bancaria. Sí reciben donaciones, de precintos para instalar los cajones, de pintura, de recipientes plásticos para distribuir entre aquellos que quieran participar. “Siempre pagamos todo lo que necesitamos. No sabemos cuál fue nuestra inversión inicial, entre 10 mil o 20 mil pesos creo. No más. Los cajones se los pedimos a verduleros de nuestros barrios y después compramos pintura, bandejas, cubiertos… A veces nos ofrecen dinero, pero no queremos, no”, repite Manuela, segura.
También dice que el trato no siempre es tan impersonal, que muchas veces entregan la comida directamente en mano a quien pasa y ese el acto se vuelve una especie de ritual, una cita implícita tal día, a tal hora, para compartir además un momento. “No son solo las personas que duermen en la calle las que necesitan ayuda, están los que se cayeron del sistema, los que viven en un departamento pero no tienen qué cocinar. Los que viven en nuestro mismo piso y se quedaron sin nada más”.
Es sencillo. Manuela lo repite una y otra vez. Esa es la palabra que más usa para describir esto que montaron. “Un proyecto transparente, honesto, pequeño, una acción chiquita que genera algo enorme. Y por suerte la gente se puso la camiseta”, asegura y lo demuestra al explicarlo, al insistir en que el objetivo es acercar una propuesta a los vecinos, en tiempos en que la movilidad se ve reducida y que ir a un comedor o llevar alimentos a hogares es algo complicado. “Estamos en casi todos los barrios, en la vía pública, disponibles las 24 horas, no hay horarios, no hay cantidad mínima, cuando el vecino puede y quiere prepara comida y la comparte”.
Así hacemos con mi novio. Por eso los recipientes de mi madre nos vinieron bárbaro. En casa no tenemos muchas hornallas, solo son dos. Tampoco un horno grande, más bien es pequeño, eléctrico, pero cocinamos igual. Y cocinamos especialmente. Armamos platos de fideos con salsa, a veces tartas, y los llevamos a una esquina de por acá nomás, en Palermo. Para formar parte, para colaborar y para hacernos cargo.
¿Querés sumarte? Encontrá tu punto plato en www.instagram.com/servirunplatomas
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