Punto de Vista
30 enero, 2010 | Por Cristina Miguens
Ser o no ser… mujer
Una mirada sobre la decisión del Congreso de la Nación de nombrar "Mujer destacada del año 2009" a un transexual que logró obtener un documento de identidad en el que figura su nombre actual: Marcelo Romero.
Si algo le faltaba al Congreso para coronar su desprestigio ante la sociedad era esto: declarar “Mujer destacada del año 2009” a un varón. Bueno, a un varón transexual, o sea, a alguien que transformó su sexo de varón a “mujer”. Por iniciativa de Silvia Augsburger, (ex) diputada socialista por Santa Fe, la Comisión de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia de la Cámara de Diputados de la Nación otorgó el premio a un transexual porque logró obtener un documento de identidad en el que figura su nombre actual: Marcela Romero.
Al enterarme sentí que me estaban tomando el pelo, por no decir algo más grosero. Fui desmenuzando la noticia. Empecé por considerar al ente que otorgó el premio. Si se tratara de la Asociación de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales del país, podría entender que la elección como “Mujer destacada del año” recayera sobre un transexual, porque para sus integrantes Marcela Romero es una mujer y ellos están en su derecho a premiar a quien quieran.
Por otra parte, analizando las razones por las que recibió el premio –una batalla judicial para obtener el reconocimiento de lo que considera su derecho cívico–, pensé que la Cámara de Diputados podría haberle dado, por ejemplo, el premio a la “Acción ciudadana destacada del año”. Pero el problema surge cuando se consideran en conjunto el ente que otorga el reconocimiento y el nombre y objetivo explícito del premio: se trata específicamente de premiar a la mujer destacada del año, por cualquier acción valiosa, partiendo de la base de que quien la realiza es mujer. Que el Congreso de la Nación Argentina, con todo el peso jurídico y simbólico que tienen sus actos y declaraciones sobre el conjunto de la sociedad, premie a un transexual por ser la “Mujer destacada del año” es lisa y llanamente un agravio a todas las mujeres argentinas, además de un absurdo y un error.
La noticia salió publicada en los principales medios de comunicación del mundo, incluidos aquellos donde las minorías sexuales tienen mucho peso. Por lo visto, muy “normal” no les habrá parecido la noticia.
Discriminar o discernir
Nuestra Constitución Nacional (como la de muchos otros países) aplica el criterio del lugar de nacimientos para otorgar la nacionalidad argentina y los derechos resultantes. Un argentino nativo no es jurídicamente igual ante la ley que uno nacionalizado ni tiene idéntico documento. La Carta Magna impide que un argentino nacionalizado sea candidato a la presidencia de la República, por el solo hecho de no ser argentino de origen. Tampoco, por cierto, sería admisible para la Justicia que un candidato argumentara que se siente argentino de alma y, en consecuencia, pretendiera reemplazar en su acta de nacimiento el nombre de su país de origen por República Argentina, porque ésa es su opción o su deseo más profundo. Por lo visto, el origen importa porque determina algo que no puede ser modificado.
¿Esto es discriminar? De ninguna manera. Es discernir, que no es lo mismo aunque a menudo se confundan los términos. “Discriminar”, según la RAE, es seleccionar excluyendo, mientras que “discernir”, es distinguir una cosa de otra señalando la diferencia que hay entre ellas.
En este caso, la diferencia a partir de la cual se discierne entre argentinos es el origen, el lugar de nacimiento, que es lo que por cierto le otorga determinados derechos a unos y otros. En ningún país del mundo se considera esto una discriminación.
Por eso, al momento de elegir a la “Mujer destacada del año”, era importante discernir quiénes podían aspirar a ese premio. Más allá de las comprobables diferencias entre un varón transexual y una mujer –biológicas, genéticas, físicas, fisiológicas, sociales, culturales, etc.–, que por lo visto fueron consideradas insuficientes por los legisladores, pensé que podía agregar una más: la mental.
Estuve muchos años casada con un psiquiatra y tengo una hija psicóloga, así que me fui directo al manual de la American Psychiatric Association, conocido como el DSM-IV-TR y confirmé mi sospecha: la transexualidad y el travestismo no son consideradas opciones culturales, sino que figuran en la larga lista de los trastornos mentales, más específicamente como un trastorno de la identidad sexual”.¹ Aunque, en última instancia, esto también podría ser discutible.
Los varones transexuales merecen todo el respeto y la consideración propios de una sociedad pluralista. Pero al momento de analizar los derechos de las minorías sexuales, es importante respetar los derechos de la mayoría. Por ejemplo, el derecho de las mujeres a preservar nuestra identidad y nuestra “denominación de origen”, como el champagne se encargó de registrar su nombre para señalar la diferencia con otras bebidas espumantes.
Las cosas por su nombre
No tengo dudas de que la Mujer está siendo agredida y desvalorizada por los medios de comunicación, donde todos los días se degrada su imagen utilizándola como un objeto de consumo y de placer del varón. También es de público conocimiento que las mujeres somos víctimas de todo tipo de explotación, violencia y maltrato por parte de los varones, flagelo mundial que ya tiene nombre propio: “femicidio”.
Pero pareciera que no hay límites para el ataque a las mujeres. Ahora van por todo: desdibujar y confundir nuestra identidad sexual. Que una minoría como la de los varones transexuales pretenda apropiarse de la identidad de las mujeres utilizando nuestro nombre, y reciba el aval de los legisladores a través de un premio y de un proyecto de ley, me parece sin duda un burdo avasallamiento a nuestros derechos. No se trata aquí de hacer un juicio moral o siquiera de apelar a la defensa de los valores tradicionales, algo que ya han hecho otros medios. Se trata de algo mucho más elemental: evitar crear una confusión y respetar los derechos de todos. Además de aplicar los múltiples criterios para el discernimiento de la identidad sexual, necesitamos volver al sentido común. Es evidente que el premio otorgado induce a la confusión y constituye en sí mismo una mentira.
Un transexual no es una mujer. Es un transexual, con su propia y respetable verdad intrínseca. Por eso, premiar a un transexual como mujer es tan absurdo como premiar al difunto Michael Jackson como el “Blanco destacado del año”, en reconocimiento a sus denodados esfuerzos por modificar sus rasgos y su color de piel, propios de su origen negro. Hay una innegable contradicción en los términos.
Como dijo Shakespeare, la cuestión de fondo sigue siendo la misma: “Ser o no ser”. Y para mí, ser mujer implica algo muchísimo más profundo y espiritual que la identidad sexual, y, por supuesto, no se logra con cirugías que modifican el cuerpo con ablaciones, implantes y hormonas, y menos aún con un documento de identidad o una vestimenta. Ser Mujer es otra cosa. Sólo las mujeres podemos entenderlo. Y por suerte, con ustedes, no necesito explicarlo.
¹DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Texto revisado, Barcelona, Masson, 2003.
ETIQUETAS género identidad femenina
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