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Psicología

20 abril, 2022

Sanar el resentimiento

La mayoría de las veces reconocemos ese sentimiento en otros antes que en nosotros mismos, porque resentirnos no está bien visto socialmente. ¿Cuál es el peligro de negarlo? ¿Cómo cicatrizaremos la herida?


Por Graciela Figueroa

El resentimiento es dolor y enojo congelado en relación a un episodio o varios que ocurrieron en el pasado. Esta emoción se activa cuando la persona hacia quien se dirige el resentimiento (o alguna asociación que la recuerda) vuelve a aparecer. Irrumpe, entonces, ese intenso dolor y enojo que estaba enfriado, retenido, cronificado. Y, en el mundo emocional, lo que no se expresa se va degradando y desproporcionando. Es decir, la herida sigue abierta…

Se trata de una de las emociones aflictivas que más dolor produce en quien lo siente y también en las personas hacia quienes está dirigido. Y es también una de las más descalificadas: decirle a alguien que siente resentimiento es, prácticamente, un agravio.

Cuando un estado o emoción es tan descalificado en una familia, una comunidad o una cultura, es muy difícil reconocerlo como propio. Pero reconocer lo que sentimos es el primer paso para poder elaborar adecuadamente lo que vivimos. Si no puedo reconocerlo, no lo puedo elaborar.

Por eso es que, en general, el resentido o la resentida siempre es el otro. Podemos reconocerlo en los demás, aunque no en nosotros.

Esa es una característica propia del resentimiento: María está resentida, no reconoce que lo está, y descarga el enojo que siente en indiferencia y frialdad hacia Juan. Y también lo critica, lo descalifica o se indigna con él. La persona que experimenta resentimiento tiene una herida abierta que sangra «a gotitas» durante mucho tiempo… y no se cierra. No cicatriza. No “sabe” cicatrizar , solo recordar y herir. No sabe cicatrizar porque no puede procesar lo vivido.

¿Cómo nace esa herida? Imaginemos esta situación: María necesita mucho de algo: contención, reconocimiento, amor, ayuda económica, compañía, lealtad, solidaridad, sinceridad, etc. Depende de recibirlo y aquella persona que esperaba que se lo brinde, por ejemplo Juan, no lo hace. Existe una intensa necesidad y dependencia (a veces no reconocida como tal) de María, y lo necesitado no llega. Juan no está, se fue, o se negó, no presta atención, o le hace un juicio, o se va a trabajar a la competencia… Esta situación produce en María dolor intenso, frustración y enojo que, por su intensidad, la desbordan.

«La persona que experimenta resentimiento tiene una herida abierta que sangra ‘a gotitas’ durante mucho tiempo… y no se cierra. No cicatriza. No ‘sabe’ cicatrizar , solo recordar y herir. No sabe cicatrizar porque no puede procesar lo vivido».

Si se tratara de una película, este momento merecería que la escena transcurriera en cámara lenta para comprender mejor a María. Cuando el dolor y el enojo son tan intensos y se presentan juntos, se interfieren recíprocamente: el dolor ahoga la expresión plena del enojo y el enojo inhibe la manifestación plena del dolor. Sumemos la intensidad, y que en estas situaciones suelen irrumpir aspectos infantiles o menos desarrollados de quien se resiente. Las personas que atraviesan esta emoción suelen referirse a dichos momentos como que llorarían como niños, a los gritos, debido al desamparo y la frustración que sienten.

Aprender a reorganizar las emociones

Los seres humanos tenemos límites. Si un dolor físico supera nuestro umbral de tolerancia, perdemos la conciencia. Y si vemos superado el umbral de tolerancia al dolor emocional, nos desorganizamos. Este umbral es diferente en cada persona y también va cambiando a lo largo de nuestra vida. Pero existe.

Desorganizarnos quiere decir que lo que sentimos es de tal magnitud que nos supera.

El resentimiento es, entonces, esa suma de dolor + frustración + enojo y desorganización que no se expresa completamente. La persona no tiene respuesta plena hacia lo que vivió. Lo que ocurrió superó su capacidad de procesarlo. En este recorrido junto a ustedes puedo señalar solo algunos de los contenidos de esta emoción. No es posible abarcar todos los aspectos y situaciones, de gravedad variable, que pueden producirse tanto en la persona que está resentida como en quien recibe ese resentimiento.

«Las personas que atraviesan esta emoción suelen referirse a dichos momentos como que llorarían como niños, a los gritos, debido al desamparo y la frustración que sienten».

Por eso, hoy me centro en lo que siente quien se resintió. Pero es solo un aspecto del tema. Y sanar el resentimiento que se originó tempranamente requerirá de capacidad de autoobservación y de una buena terapia.

Para esas situaciones no tan graves

¿Cómo aprendemos a cicatrizar las heridas, a aceptar y a perdonar? No hay recetas y cada situación es un universo en sí misma. Pero sí podemos considerar algunos actitudes que ayudarán:

  • Reconocer lo que siento y estar en condiciones de compartirlo con otros. Compartir permite escucharse y escuchar, ampliar la perspectiva y proporcionar.
  • Legitimar el dolor y el enojo. No me refiero a enjuiciar y demonizar al otro, sino a validar el dolor y el enojo y la desorganización que sentimos, ya que son situaciones que tienen un tremendo impacto emocional.
  • Reconocer los propios límites. En la situación evocada anteriormente entre María y Juan, se puso de manifiesto alguna característica propia que supone un límite en cuanto a capacidad de expresión, autonomía, firmeza, etc. El límite personal a veces está asociado a sentirse ofendido o a no poder corregir (Por ejemplo: me paralicé y no pude decir nada y nunca más volví a hablarle y, por lo tanto, no descargué emocionalmente lo que sentía y eso queda guardado en mi interior). La descarga emocional y energética es muy importante, ya que permite que el organismo recupere buenas condiciones de funcionamiento. No resuelve el problema con el otro, pero ayuda a desintoxicarse.
  • Dependencia y autonomía. El resentimiento se gesta en un hecho del pasado en el cual estábamos atravesando gran necesidad de algo y dependíamos de otros para recibirlo. Es útil preguntarnos si en el presente aún está presente esa dependencia o no. Si lo está, analizar en qué ámbitos se manifiesta y qué podemos hacer para desarrollar más autonomía.
  • Autoobservación. ¿Cómo evaluamos nuestra reacción en esa situación del pasado? Preguntarnos acerca de cómo vemos hoy el modo en que reaccionamos en esa situación es útil, porque a veces la distancia temporal permite darnos cuenta de nuevos contenidos de la situación.
  • Actualización. ¿Cómo imaginamos que actuaríamos hoy ante una situación similar?
  • Comprender al aspecto resentido. ¿Podemos integrar, cobijar y amar a nuestro aspecto resentido? ¿Podemos recibir nuestras sombras, aquellos aspectos menos desarrollados o carentes, como partes de nuestra integridad?
  • Aprendizaje potencial. ¿El dolor que atravesamos ha dejado para nosotros alguna enseñanza?¿Cuál es?

Aceptar lo vivido no significa que nos guste lo que vivimos. Aceptar el dolor no es resistirlo, sino sanarlo. Buscar ayuda donde sí la hay. Contar nuestra historia donde sí es escuchada. Compartir amorosamente el silencio. Podemos comenzar con nosotros mismos: aceptarnos, ayudarnos, escucharnos amorosamente… Si nos disponemos a desarrollar esa actitud interior, reconoceremos con facilidad a quiénes pueden compartirla con nosotros.

Graciela Figueroa es Counselor Formadora en Autoasistencia Psicológica®. Especialista en Emociones y Diálogos Interiores. 

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