14 marzo, 2013
“Quiero que la educación llegue a lugares recónditos”
Sally Buberman
Se animó a desafiar los estereotipos y creó una empresa de tecnología, destacándose en un mundo manejado por hombres. Dice que el hecho de ser mujer no fue un impedimento, sino una oportunidad. Y que la clave de sus logros está en la educación que recibió, basada en la libertad de elección. Por Eugenia Sidoti. Fotos de Nicole Arcuschin.
En la escuela primaria le decían que tenía nombre de súper héroe. Y Sally Buberman no podía evitar imaginarse a sí misma volando con una capa, como la Mujer Maravilla. Fue tal vez esa imagen la que hizo que jamás tuviera miedo de soñar a lo grande. “Quiero trabajar en la NASA o fabricar aviones”, solía decir, dejando perplejos a los mayores. “Me decían que eso no era posible. A la gente le da miedo lo distinto”, cuenta ahora que tiene 30 años y lleva el pelo bien corto, porque le resulta más práctico, sin perder la sonrisa pícara de la infancia. Está claro que, aunque no tenga superpoderes, la suya es una de esas historias que se vuelven excepción a una regla. En su caso, la de haberse convertido en una heroína real de lo virtual, que consiguió posicionarse en un ámbito de hombres como si fuera lo más normal del mundo. Basta con verla moverse, mientras va y viene por las oficinas que su empresa tiene en un antiguo piso del centro, en donde ellos son mayoría frente a las pantallas de las computadoras, y en donde Sally tiende a ocuparse alegremente de todo: abrir la puerta, buscar inversores, dar conferencias y también repasar los escritorios, o salir corriendo a hacer las compras si se acabaron la yerba o las galletitas.
Fue buena alumna del colegio Lenguas Vivas, se recibió de profesora de Francés y, después de estudiar ingeniería aeronáutica en La Plata, decidió seguir ingeniería electromecánica en la UBA. “De chica jugaba con autitos porque mi papá era un apasionado de los motores: me llevaba a las carreras, a los talleres… ¡terminaba toda engrasada! También tenía muñecas, pero no me gustaba que todas fueran bailarinas, costureras… ¿Por qué no había una médica, una astronauta?”, recuerda, quejándose todavía. Es que días atrás, al entrar casualmente a una juguetería, vio que las siguen vendiendo así, lo que a las claras le pareció una antigüedad o, más bien, una injusticia. “Todo cambió. Hoy las mujeres tenemos la libertad de elegir lo que queremos ser, sea lo que sea”, se entusiasma, y mientras ceba mate, sin dejar de hablar un segundo (como si estuviera apurada por llegar siempre un poco más allá), concede: “Hay países en los que el género ya no es un tema, está internalizado. ‘Gender blind’ (ceguera de género), dicen en Estados Unidos, porque no importa si sos hombre o mujer; te eligen por tus habilidades, o por conocimiento. Me crié con ese espíritu, porque mis padres me educaron con libertad y gran amplitud, muy lejos de lo que socialmente podía estar permitido para una nena. En casa había un único mandato: que jugara a ser todo lo que quería, hasta encontrar algo que me apasionara”, cuenta.
Y así fue: un día dejó su puesto en el área de ingeniería en una petrolera para crear un emprendimiento propio. Hoy es la dueña, junto a tres socios, de la empresa WormholeIT, una compañía tecnológica con sede en Buenos Aires y proyección internacional que, si bien no se dedica a explorar el espacio exterior –como imaginaba de chica–, tiene un lugar ganado en el ciberespacio; esa amplia extensión que está en ninguna y en todas partes y que ella supo conquistar. Se trata de un servicio de teleconferencia que cuenta con sesenta mil usuarios en el mundo, y a su ajetreada agenda se suman además otros compromisos: es juez internacional de Microsoft Imagine Cup, panelista de Women Forum for Society and Economy y juez internacional del European Comission E-Skills Week Competition, Desafío Intel y TIC Americas de la OEA. “Es divertido, me reparto para poder hacer todo lo que me gusta”, sintetiza.
–¿Cómo le explicás lo que hacés a la gente no entendida?
–Siempre digo que quiero que mi empresa lleve la educación hasta lugares recónditos y, por eso, brindamos una plataforma digital para establecer teleconferencias y facilitar el contacto entre personas a través de un servicio de video, audio y chat, en el que todos pueden interactuar y compartir contenidos a través de nuestro sitio web. Solo se necesita una computadora y una conexión a Internet; ni siquiera hace falta bajar un software especial. Es económico y se puede utilizar desde cualquier máquina: en casa, en la oficina, en la escuela, en un ciber; incluso en aquellos lugares que no tienen buenas conexiones. Se pueden tomar y dictar cursos, clases o cursar carreras a distancia… ¡Hoy todos los contenidos educativos se pueden intercambiar digitalmente! Incluso, como alumno, podés hacerles preguntas al profesor o a tus compañeros. En la pantalla aparecen ventanas en las que se ven el pizarrón, el profesor, los compañeros y un chat en el que podés tomar notas. Además, es accesible: por cien pesos por mes podés acceder al servicio básico y lo paga una sola persona por vez para usarlo con la cantidad de gente que quiera.
–No es habitual encontrar mujeres emprendiendo en el mundo tecnológico. ¿Alguna vez sentiste que eso fuera un impedimento?
–Jamás di lugar a que me trataran distinto, ni me sentí en condiciones de inferioridad frente a los hombres. Pero sí he visto a muchas mujeres decir: ‘Yo no puedo hacerlo’, lo cual me parece una forma de autodiscriminarse. En mi caso, por el contrario, marcó la diferencia y fue una ventaja, porque hay muy pocas en la Argentina y a nivel global. Por eso, hace cinco años se fundó Women 2.0 en Estados Unidos, una organización que nuclea a las fundadoras con cargo directivo de empresas tecnológicas del mundo, para compartir el trabajo de cada una e impulsar a nuevas emprendedoras. Tenemos la oportunidad de demostrar que el modelo de la muñeca que nunca llega a médica está equivocado.
–¿Qué es lo que surge de esas charlas con tus pares de otras partes del mundo?
–La gran mayoría son mujeres jóvenes, preocupadas por saber cómo impactó en otras el hecho de dirigir una empresa y formar una familia. Existe el miedo de que ambas facetas no puedan integrarse: mantener una posición de liderazgo funciona como un fantasma a la hora de la vida personal. En contacto con ellas aprendí que se puede encontrar un equilibrio. Muchas dicen que después de ser madres desarrollaron la capacidad del “multitasqueo” y saber eso es alentador para todas. En mi caso, estoy en pareja desde hace nueve años con Ignacio, que también es mi socio, con quien tengo ganas de formar una familia en el corto plazo. Lo bueno es que el hecho de tener tu propio emprendimiento te permite manejar los horarios. La libertad es, sin lugar a dudas, la gran conquista de las emprendedoras.
–¿Por qué en tu propia empresa las mujeres son minoría?
–No es una decisión; al contrario: en cada búsqueda nos llegan más currículums de varones que de mujeres. Y no es que no haya profesionales técnicas; hay muchísimas y tienen gran capacidad, pero por alguna razón no sienten que sea el lugar para ellas. Ahí ves cómo funciona el estereotipo: los hombres fueron criados para animarse, las mujeres no.
–¿Sentís que tu visión de género forma parte de un aprendizaje generacional?
–No, tiene que ver con la educación. Soy hija única, y Sally, mi mamá, siempre me enseñó que se podía ser buena madre sin dejar de lado la profesión. Ella nació en Venado Tuerto, era maestra y sentía que enseñar era un privilegio. José, mi papá, murió hace ocho años. Era de Firmat y, aunque había estudiado para mecánico dental, fundó una empresa de alimento balanceado y después se dedicó a la tecnología. “Es lo que viene”, repetía y todos lo miraban como si estuviera loco cuando me regaló una Atari a los 3 años. A los 5, me trajo una PC y contrató a un profesor que me enseñaba a usarla y a programar. ¡Parecía de ciencia ficción! A través de sus ojos pude ver que, si aprendía a usarla, la tecnología me iba a abrir muchas puertas. Pero él siempre fue categórico con que la máquina nunca iba superar al ser humano. En educación se ve claro: un buen profesor no se reemplaza, pero lo que se puede hacer es acercarlo a la mayor cantidad de gente posible a través de la tecnología.
Achicar las distancias
Sally creció lejos de sus afectos, pero asegura que eso terminó acercándola a muchas cosas. “Tenía a gran parte de mi familia en Santa Fe, en Córdoba, en Israel… Eran épocas en las que conseguir una línea de teléfono era un logro y comunicarse, una ceremonia. Teníamos los minutos contados porque costaba carísimo y había que decir algo cortito y esperar, por el delay. ¡Al final, ni hablábamos! Sin querer, crecí con una sensación física de virtualidad muy arraigada y aprendí a armar lazos desde otro lugar”, describe.
–¿Y qué incidencia tuvo en tu interés por la educación que tu mamá fuera maestra?
–Mucha, porque cuando vivía en Santa Fe, ella viajaba muchos kilómetros para dar clases en escuelas rurales. Tomaba un micro, se bajaba en el medio de la ruta, esperaba que pasara un carro… Por eso, siempre me interesó trabajar para que lugares como esos pudieran acceder a una mejor educación y así entendí que la tecnología puede ser una gran herramienta para achicar las distancias educativas.
–¿Dejaste tu trabajo en la petrolera en busca de tu vocación?
–Sí, porque sentía que mi aporte se diluía, que necesitaba ayudar a otra gente. Entonces, apliqué a una convocatoria para dar clases de apoyo on-line a alumnos de otros países. ¡Y me encantó! Era por chat escrito: no veías, no escuchabas, no podías hablar. Entonces, me dije que tenía que mejorar el sistema con audio y video. Y así empezó. En 2006 desarrollamos el plan de negocios con un amigo, sumamos a dos programadores y cuando por fin funcionó, nos contactamos con Microsoft, que nos invitó a participar de una competencia mundial para dar respuestas educativas a un pedido de la Unesco. Nuestra propuesta fue: “Un sistema de educación a distancia para que docentes y alumnos puedan conectarse desde cualquier lugar a bajo costo y con tecnología capaz de hacer frente a conexiones de baja calidad”. Llegamos hasta la final en Corea y, aunque no ganamos, fuimos el primer caso en el mundo que hizo de su proyecto una empresa. Nos empezaron a llamar para dar charlas de motivación a nivel local y global. Pero no teníamos dinero ni inversores. Me animé a renunciar a la petrolera cuando conseguimos nuestro primer cliente: un grupo de formación legal para abogados laboralistas, que quería actualizar a los profesionales del interior que siempre se quejaban porque no podían viajar a Buenos Aires.
–¿Qué es lo más gratificante de tu trabajo?
–Que nos escriban desde lugares del interior del país para contarnos que a través nuestro pudieron tomar clases o un curso que de otra manera no hubieran podido. Eso te da una satisfacción enorme, porque le abrís las puertas del mundo a mucha gente. Siempre fantaseo con que uno de nuestros científicos encuentre la cura contra el cáncer o la vacuna contra el sida a través de nuestro sistema de intercambio. El foco ahora está en llegar a más personas, cada vez a menor costo. Hace unos días, por ejemplo, me llegó un mail de una usuaria que vive en el interior del Amazonas para agradecernos porque estaba estudiando una carrera en la Universidad de San Pablo. ¡Fue muy emocionante! Por eso, trabajamos con muchas instituciones educativas públicas y privadas, y, sobre todo, con ONG.
–Con tanta actividad, ¿cuándo bajás un cambio?
–Soy una apasionada del buceo y eso me permite la introversión necesaria para detenerme un poco y mirar hacia adentro. Primero comencé a hacerlo como un hobby, pero no pude con mi genio: terminé los cursos y ya estaba pensando en montar una empresa dedicada a eso (se ríe).
–¿Qué les recomendás a otras mujeres cuando vas a dar una conferencia?
–Que se animen, porque llevar adelante un proyecto propio se puede. Solo es cuestión de voluntad y de trabajar duro por lo que uno cree. Estoy convencida de que uno puede cambiar la realidad de diversas maneras si encuentra las herramientas necesarias. ¡Tenemos que ser muchas más las emprendedoras.
–Finalmente, ¿cuáles de tus sueños de chica se cumplieron?
–Siempre decía que quería ser ingeniera para investigar el espacio exterior. Era una fanática de la astronomía y durante el colegio secundario apliqué tres años seguidos para un programa de inmersión en la NASA. Siempre quedé entre los tres primeros puestos, pero nunca pude viajar; era como recibir una estacada en el corazón, lloraba días enteros. Pero aprendí de esa preparación y tiempo después mi papá me llevó a conocerla por dentro. ¡Fue increíble! Cuando era chica, soñaba con construir, inventar; me regalaban un juguete y enseguida lo desarmaba para ver de qué estaba hecho. Por eso, el mejor regalo que me hicieron fue un destornillador, ¡eso me facilitó mucho las cosas! (se ríe a carcajadas). Es que en vez de pedir la casita de las Barbies, decidí construirla yo misma: tenía tres pisos, baños y un ascensor. Y sigo igual, porque cuando algo se rompe y todos se quejan, yo me siento feliz de tener que arreglarlo.
ETIQUETAS educación solidaridad
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