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Blog: Desde Madrid

10 diciembre, 2015

#TooMunch: Edvard Munch en el Thyssen

Madrid está revolucionada y no es para menos: la exposición temporal de Munch convoca a vivir en carne propia la vida y obra del enorme artista noruego. Nuestra bloguera estuvo ahí y te cuenta por qué vale la pena dejarse atravesar por la experiencia.

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“La naturaleza trabaja con enorme derroche: sólo en el cerebro humano hay seiscientos mil millones de células. ¿Qué importa, pues, una sensación oculta, una emoción inconsciente? A veces me parece que no importa mucho. Y otras pienso que todo depende de eso”.

Sándor Marai

#TooMunch, la exposición temporal que presenta la obra del artista noruego Edvard Munch en el Museo Thyssen-Bornemisza tiene a la ciudad revolucionada. Un verdadero furor, todo el mundo habla de ella, la recomienda, hace colas para entrar a verla, asiste a ciclos y conferencias para entenderla. Todo eso a pesar de que, en principio, el público en general sólo conozca una obra del pintor, el ícono, «El Grito» -ya saben, la del emoticón que vemos todos los días en Whatsapp-, como se ve en el vídeo que el propio museo subió a su página web.

#TooMunch Museo Thyssen-Bornemisza

Asi que un sábado a la mañana fui al encuentro del pintor más famoso del momento, uno de los grandes de la pintura contemporánea, el padre de las vanguardias en sociedad con Van Gogh, por cómo cuenta el arte y lo que cuenta. Y encontré en esa sala un corazón desgarrado, un filósofo que pintaba para transformar su angustia en acción y retratos de su generación. Porque en todo el trabajo de Munch se observa su interior, un mundo profundo asolado por la tragedia personal y la orfandad sociológica condensado en arquetipos (tal es el título de la muestra), que ordenan y dan el tono perfecto al discurso que propone la obra.

Museo Thyssen-Bornemisza

Los arquetipos de Munch

Recordemos brevemente que Carl Jung propuso a los arquetipos como motivos universales, «una tendencia innata a generar imágenes con una intensa carga emocional que expresan la primacía relacional de la vida humana«. Los arquetipos que describen la obra (y la vida, porque es un pintor expresionista y su arte es su biografía) de Munch, son sus obsesiones existenciales: el amor, el deseo, los celos, la ansiedad y la muerte. Y sus estados anímicos: melancolía, pánico, pasión, sumisión; temas todos ellos que siguen preocupando al hombre contemporáneo. Pasa que Munch no solo habló de estos asuntos, sino que además lo hizo de una manera novedosa, disruptiva, escandalosa si se quiere: con gran intensidad pero sin caer en sentimentalismos, con crudeza y hasta con brutalidad, su grito nos toca y nos causa un cierto pudor.

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Vemos también una estrecha sintonía con el arte, la literatura y el pensamiento de sus contemporáneos. Piensen que trabajaba con Ibsen en las escenografías, que retrataba a Nietszche, que estudiaba a Heidegger y a Baudelaire. Expresa entonces la visión del mundo de los intelectuales del siglo XIX con quienes convivió en París: ilustrados, positivistas, simbolistas, buscaban un arte que provocara una experiencia, eran herederos de los románticos, que reivindican todo lo relacionado con la intuición. El vitalismo que flotaba en el aire de aquella Meca artística se lee en las paredes de la exposición: «De mi putrefacto cadáver brotarán las flores y yo estaré en ellas la eternidad«.

Edvard, el hombre detrás del artista

Esa tristeza trágica (o, lo que es lo mismo, esa melancolía), nos recibe en el primer cuadro de la muestra: su hermana Laura en la casa de veraneo, esquizofrénica de asilo mental, en un paisaje aún impresionista, clásico, que muestra que estaba bien dotado como artista y que a la vez empieza a prefigurar su evolución: el primer plano exagerado, un ambiente inquietante.

Munch pinta a su familia, marcada por la muerte, también en el cuadro «Madre e hija», en que representa a su hermana Ingres y a su tía Karen (que fue como una madre para ellos después de la prematura muerte de la suya), en negro y blanco, en una especie de escenografía, como las que hizo para el teatro de Ibsen. Así como para Gauguin, Munch le asigna valor a los colores, un significado, pretendiendo representar su inquietud por el futuro de su familia.

Niña enferma de Edvard Munch

Pinta también muchas versiones de una niña enferma. Es su hermana Sophie, la que murió de tuberculosis a los quince años, cuando Edvard tenía catorce. Pinta lo que recuerda haber visto: una luz intensa al costado de la niña, como una ventana al otro mundo, la sangre en el vaso, las náuseas en pinceladas más nerviosas. Siempre lo perseguirán las sombras de la muerte y de la locura y él intentará exorcizar esos fantasmas con sus pinceles. Por eso sus obras parecen bocetos, trabajos sin terminar, de esos impulsivos que dejó así por puro abatimiento.

La emoción oculta en sus obras

En el «El Grito», sí que vemos que todo depende de esa emoción oculta de la que habla Sándor Marai en la frase que elegí para comenzar este texto. La ansiedad que refleja la obra traduce muy gráficamente lo que el propio Munch escribió en su diario de 1892: “Paseaba por un sendero con dos amigos. El sol se puso. De repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio. Sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad. Mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la Naturaleza. Vemos detrás de ese grito un paisaje mental que refuerza la idea de desesperación, en que la naturaleza es el medio, no la meta.

Nos cuenta Pablo López Raso, director de la carrera de Bellas Artes de la Universidad Francisco de Vitoria, que Munch padecía agorafobia, no soportaba a las masas y que lo influyó mucho leer a Ibsen pero también a Nietzsche y Kierkegaard, en especial “La angustia”, publicada por primera vez en 1844.

el grito edvard munch grito emoji
El grito de Munch, la obra cumbre que se volvió emoticón.

Desde el Munch-museet de Oslo trajeron la litografía y tres versiones más de su obra más icónica, hecha con témpera y con pastel y arañazo. Supongo que no querrán correr el riesgo de que la vuelvan a robar: la robaron dos veces, la primera hasta dejaron un cartelito agradeciendo la falta de seguridad y los daños que sufrió el cuadro, irreparables según los restauradores, los perdono.

Publicada por primera vez en Revue blanche, lo posiciona como el pintor de los arquetipos, el que mejor refleja esa sensación de socorro y angustia del hombre urbano. Sigo citándolo: «Veo a todas las personas detrás de sus máscaras, rostros sonrientes, tranquilos, pálidos cadáveres que corren inquietos por un sinuoso camino cuyo final es la tumba«.

La muestra también nos expone su relación dolorosa con el sexo opuesto, de celos enfermizos y vulnerabilidad extrema. La mirada es exploratoria, interesada, llena de odio y amor. En «Mujer», de 1925, representa la evolución de la mujer -virginal, femme fatale y madura- y el hombre apartado por un árbol, como el manzano del Génesis. Escribió que había vivido «una época de transición, en pleno proceso de emancipación de las mujeres…» Entonces era la mujer quien tentaba y seducía al hombre, a quien luego traicionaba.

Luego en «Pubertad» -el cuadro del catálogo de la muestra, puro color e impacto-, representa una niña inocente y pura aunque condenada por la sombra de su sexualidad a convertirse en una hembra lujuriosa, vampiresa… Es un tema que preocupaba al simbolismo, la mujer como deseo y perdición. Cuando terminás de ver a la niña, no se te va esa mirada, te atraviesa, te expone a una aventura que no tiene un buen presagio.

Me impactó muchísimo «El beso», representado en una serie que comienza por mostrar un beso clásico, visible, sensual y termina en una litografía sobre madera que borra definitivamente la identidad de las personas. Porque tal era su visión sobre los besos, anulatoria y triste.

Y es que sólo Edvard Munch ve así el mundo. O sólo él puede expresarlo con tal desafuero. Y te arrastra, aunque sea otra tu biografía, tu proyecto. Porque claro, también soy capaz de entender su dolor y sus fantasmas. Puedo advertir esa voz que narra su mirada sobre la condición humana. Como escribió el pintor, «en mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido, también he pretendido ayudar a los demás a entender su propia vida«. Recurro a Kandinsky en De lo espiritual en el arte para poner en palabras cómo me sentía al salir de Arquetipos: el espectador encuentra en cada obra una relación con su alma. “Naturalmente, tal relación (o re-sonancia) no se queda en la superficie: el estado de ánimo de la obra puede profundizarse y modificar el estado de ánimo del espectador. En cualquier caso, estas obras no permiten que el alma se envilezca y se amargue, la sostienen en un determinado tono, como el diapasón con las cuerdas de un instrumento”.

Cansada, iluminada, abatida, inspirada, confundida. Como caminando al costado de la ruta cuando el sol ya se empieza a mostrar. Con sensación de frío y los ojos bien abiertos hacia adentro. Así volví a casa.

No podía sacar fotos de la exposición, así que te dejo este link para más info e imágenes:

pdigital.museothyssen.org/index.htmlrevista=148499362&pagina=26641

Vean además este video: 

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