Sophia - Despliega el Alma

Blog: Desde Miami

2 noviembre, 2016

Detox tecnológico

Nuestra bloguera, madre de dos hijos, decidió animarse a probar un nuevo método de entretenimiento en casa: desconectarse de la tecnología para jugar más y reencontrarse desde otro lugar. ¿El resultado? Más de un mes sin pantallas, en un relato que vale la pena leer.

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Seguramente a esta altura ya habrás leído varias notas, artículos o escuchado de profesionales de la salud los efectos negativos que genera en los chicos la sobre exposición a aparatos tecnológicos. Listo. Esto ya está sabido y científicamente comprobado. Nada nuevo ahí.

No soy médica, psicóloga ni docente.  No estoy vinculada al rubro salud o educación. Soy una mamá que intentó ver con detalle qué pasaba en su casa al momento de poner en marcha un detox tecnológico por un tiempo.

Esta historia comenzó cuando llevé a mi hijo de 1 año a un local de ropa. Al entrar, la vendedora se le acercó, sonrió y le dijo: “¡Qué bebé tan lindo y simpático!”. Mi hijo le contestó con una gran sonrisa. Decidí ir a probarme un vestido y entonces empezó a llorar. Ya veía yo cómo mis planes se trababan y entonces decidí darle mi teléfono para que se entretuviera y yo pudiera probarme la ropa tranquila. Logré mi cometido: dejó de llorar y se quedó quieto, mirando la pantalla.

Salimos del vestidor y nos encontramos con la misma vendedora quien, muy cordial, lo volvió a mirar y esbozó una nueva sonrisa para él. Pero el bebé que veinte minutos atrás le había sonreído, desvió la mirada para seguir atento a la pantalla. La desilusionada vendedora acotó: “Ah bueno, parece que ahora que tiene su teléfono está ocupado y no quiere que lo molesten”. Y se fue riendo.

Yo no me reí. Ni un poco. Me di cuenta que al darle el teléfono, básicamente había cortado su conexión con el otro. De repente se conectó con el mundo virtual y se desconectó del mundo real. De alguna manera, fue como decidir apagar el cerebro empático de un chico de 1 año.

Esta historia fue el desencadenante para tomar la decisión de animarme a hacer algo distinto: cortar de raíz todo tipo de  tecnología para mis dos hijos, durante más de un mes. Quería hacer un experimento casero. ¿Por qué no animarme?

La psicopedagoga y experta en terapia de familia Clara Delfino, nos comparte que al darles la tecnología a los chicos, interrumpimos el proceso que tienen que hacer para aprender a desarrollar su capacidad de autorregulación. Supongamos que hay un chico que llora, se queja y para que se calme uno le da el teléfono y así se entretiene. Perfecto, se calmó. ¿Se calló o se calmó? Digamos que se calmó, pero lo calmó algo externo, no aprendió a calmarse por sí mismo o por el contacto con otro que lo ayudó a procesar lo que le estaba pasando.

Claro, se callan, sí: con un aparato que les hace de chupete cibernético.

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Por eso, hoy te comparto mi humilde experimento y proceso de reducción tecnológica en casa. Va:

Semana 1: Romper viejos hábitos

En esta primera etapa, el trabajo principal lo tuve que hacer yo: frenar mi impulso de darles el teléfono cuando lloraban, gritaban, estaban aburridos o simplemente cuando lo veían por ahí. Muchas de las veces que ellos terminaban con un teléfono en la mano, era porque yo había tenido el impulso de dárselos para lograr distintos fines.

Lo que vino a continuación fue aguantarnos la incomodidad y el llanto. Ejemplos: cuando vamos en el auto, lloran y no los calmo con alguna pantalla. Cuando vamos a comer afuera y no les pongo pantallas sino que los invito a llevar un juguete, un libro y a que se entretengan en la mesa pintando. Últimamente, no sé si lo notaron en otros lugares, pero en Estados Unidos es muy marcado, a los restaurantes van muchos más chicos (creo que antes nuestros papás nos dejaban en casa) y entran todos con su Ipod, Ipad o teléfono en la mano. Comen como zombis, se quedan sentados como señores Ingleses. Parecen bien portados, “civilizados”. En realidad, convengamos que están anestesiados por algún objeto tecnológico.

Paso seguido, vino la contención, el «te entiedo que querés ver el Ipad, pero ahora no podemos”.

Semana 2: Dejar florecer la creatividad

Pasar tanto tiempo desconectados generó que tuviéramos que inventar cosas nuevas para hacer y eso, de alguna manera, aumentó la creatividad de toda la familia. Mi hijo redescubrió las imágenes “offline” de sus libros. Mi hija pintó más, jugó más con plastilina, cocinó más, etc. Cuando tomé la decisión de cortar la tecnología, me armé y reforcé mi pequeño stock de elementos para hacer artes, como pinturas, témperas y plasticolas de color. La meta era ofrecer un complemento que resultara novedoso a la hora de “competir” con la pantalla.

También, como papás, nos hizo revisar nuestra propia dependencia del teléfono y la falta de espacio para jugar juntos, siempre invadido por un constante ”Espera un minuto que contesto este mensaje”. De alguna manera, me generó más demanda y atención, pero esa demanda buena que contiene la necesidad de la presencia del otro.

Semana 3: Evitar la recaída

Sí, evitar la tentación de la recaída de decir: ”Ok, se lo doy solo por diez minutos, mientras termino algo”. Siempre hay algo, ¿no? Cuando ya todos sentíamos que estábamos ganando la batalla, empecé a sentir que podíamos manejar el hábito que intentábamos controlar. Y caímos. Le dimos el teléfono una única vez y el escándalo cuando se lo sacamos fue tan incómodo, que nos dimos cuenta de algo fundamental: si queremos establecer un habito nuevo, debemos ser constantes en el tiempo, para darle al proceso durabilidad y credibilidad. Así que no a las excepciones, hasta que el hábito quede asentado.

Semana 4: Establecer nuevas relaciones

Creo que hoy –por lo menos quienes vivimos en las grandes urbes– no podemos vivir sin tecnología. Como decía Clara Delfino, estamos en un entorno donde los chicos son nativos digitales. Los adultos, aunque no hayamos nacido en el mundo online,  desarrollamos y sostenemos una gran dependencia con la tecnología. Entonces, teniendo en cuenta este contexto, por ahí podemos pensar qué tipo de relación queremos tener con el mundo digital.

Finalmente, llegamos a la etapa donde tomamos decisiones conscientes sobre qué tipo de nueva relación queremos tener como personas y como familia con el mundo online. Qué limites, qué reglas vamos a establecer.

Intentamos definir un par de pautas –hablar con abuelos, niñeras, amigos, etc.– sobre los límites en el uso de la tecnología, para estar todos en la misma sintonía. Definir espacios programados, por ejemplo, como ver películas durante el fin de semana y disponer de treinta minutos diarios para algo que les guste. Lo que sea que funcione para cada uno, algo que sea real y sostenible.

A modo de conclusión

Este experimento me confirmó y reafirmó que, en el fondo, lo que siempre nos queda, es animarnos a hacer algo distinto en familia. Darnos cuenta de que siempre tenemos la posibilidad de elegir el camino que creamos más conveniente para todos. La posibilidad de no sentirnos dominados por lo que pasa a nuestro alrededor. La de poder poner nuestras propias reglas y pedir que se respeten. La de cuidar los valores que creemos importantes: la conexión con el otro, la presencia, la creatividad, el juego, el uso medido de las cosas.

Como mamá, obviamente no quiero agregarme otra culpa más a las miles que ya se me activan por el simple hecho de criar dos hijos. Es decir que, si un día estoy cansada y necesito usar la tecnología a mi favor, entregándoles el teléfono más tiempo del pautado, no voy a enojarme conmigo misma por haberlo hecho. Tengo preferencias y en función de eso también reglas y limites, pero fundamentalmente creo en la flexibilidad. Sí, rescato este «tomar consciencia», como un claro ejemplo de que siempre tenemos esa posibilidad de elegir cómo nos queremos manejar y relacionarnos con las cosas, sea la tecnología o cualquier otra situación que nos toque atravesar.

Por eso, me encantaría que me cuentes qué relación tenés en tu casa con este mundo digital que nos toca vivir.

¡Hasta la próxima, querida lectora o lector!

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