Salud
8 febrero, 2022 | Por María Eugenia Sidoti
¿Por qué el miedo puede enfermarnos?
Se trata de una forma de estrés y hace que el cuerpo pierda sus defensas naturales, o bien sobrereaccione originando una cadena de respuestas químicas que aumentan el cortisol y perjudican la salud. Una invitación a dejar de lado el temor para bienvivir.

Fotos: Pexels.
El corazón en un estrépito, las palmas de las manos empapadas, la respiración agitada, vacilante, y una especie de descarga eléctrica recorriendo el cuerpo. Es probable que, hace miles de años, la amenaza de una fiera hambrienta haya desencadenado en un humano esos primeros síntomas físicos que actualmente conocemos con el nombre de “miedo”. Y que esos recursos (el corazón y los pulmones trabajando con todas sus fuerzas en medio de un shock de adrenalina) le permitieran escapar, o al menos intentar hacerlo, de un inminente peligro real.
De eso se trata, en términos generales, el institinto de supervivencia.
“Si las personas no sintieran miedo, no podrían protegerse de amenazas legítimas. El miedo es una respuesta vital al peligro físico y emocional que ha sido fundamental a lo largo de la evolución humana, pero especialmente en la antigüedad, cuando hombres y mujeres se enfrentaban regularmente a situaciones de vida o muerte”, describe la prestigiosa publicación estadounidense especializada en temas psicológicos Psychology Today.
Hoy, lejos de los depredadores de la selva, pero de cara a otros peligros tanto reales como percibidos –y particularmente en medio de una pandemia– millones de personas en el mundo se sienten a diario de la misma manera que aquel antepasado que temía ser devorado. Sin saberlo, están desencadenando lo que la ciencia denomina “cascada de reacciones neuroendócrinas del sistema nervioso y glandular”, esa condición orgánica que facilita la huida en el momento oportuno pero que, de sostenerse en el tiempo, puede llegar a enfermarnos o a empeorar una enfermedad que ya se encuentra en proceso.
¿Qué pasa cuando el temor no cesa?
“El miedo tiene una alta incidencia en la elevación del cortisol y cuando el ritmo circadiano del cortisol está alterado comienza a desregular el sistema inmunológico, lo que genera una inflamación sin daño, aséptica, que predispone al cuerpo de una mala manera para enfrentar cualquier invasor que pueda haber, ya sean virus, bacterias o células tumorales”, señala el doctor Joaquín Grehan, médico especializado en Medicina del Estrés y Calidad de Vida.
“No conocerás el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí ya través de mí. Y cuando haya pasado girare mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Solo estare yo».
Frank Herbert
Del mismo modo, el médico psiquiatra y psicoanalista Jorge Ulnik destaca que se trata de una forma nociva de estrés. “Esa cascada de reacciones modifica el equilibrio interno del organismo, que se llama homeostasis, y que se ve alterada cuando nos encontramos frente a un estrés agudo o a un estrés crónico. Entonces, cuando se pierde el equilibrio del medio interno, del metabolismo, del funcionamiento normal del organismo, eso empieza a generar síntomas que, cuando se cronifican, pasan a ser una enfermedad con lesiones orgánicas”.
Grehan agrega: “Obviamente que, si el miedo no cesa, va a generar una carga alostática, es decir que va a sobrecargar la capacidad de sobreadaptación del cuerpo de sostener el equilibrio y probablemente pueda convertirse en un factor que colabore con la aparición o el avance de alguna enfermedad”.
La importancia del cortisol
En el libro Encuentra a tu persona vitamina (Planeta), la española Marian Rojas Estapé –médica psiquiatra y licenciada en Medicina y Cirugía– señala: “El cortisol es la hormona del estrés, y se segrega fundamentalmente en momentos de alerta o amenaza. Su utilidad reside en que nos ayuda a hacer frente a los desafíos, a los retos y a las amenazas con mecanismos de lucha o huida. Cuando se segrega, genera diversas alteraciones físicas en el cuerpo preparándolo para la acción, lo que se pone de manifiesto en los conocidos taquicardia, taquipnea, sudoración y/o temblor. Otros signos propios de un pico de cortisol debido a una situación de miedo o amenaza son los problemas digestivos –estreñimiento o diarrea–, el bloqueo mental, la boca seca o la sensación de ahogo”.
Según explica la doctora Rojas Estapé, el cortisol es una hormona fundamental para el organismo, pero es cuando se libera en exceso que termina siendo perjudicial. «Ante una situación de incertidumbre o preocupación grande, el organismo se intoxica de cortisol; es decir, hay demasiados niveles de esta sustancia circulando por la sangre. Ese cuadro de intoxicación va a modificar la respuesta del sistema inmunológico e inflamatorio”, escribe y, a modo de ejemplo, desliza una pregunta: “¿A quién no le ha sucedido que tras semanas de mucho trabajo, comienza las vacaciones y enferma? El cuerpo se encuentra más propenso para desarrollar, por ejemplo, un catarro, una infección de orina o una gastroenteritis”. Quienes han vivido situaciones traumáticas como un choque, por ejemplo, lo saben bien: una vez que el cuerpo «se afloja» y la mente comienza a procesar la vivencia, es cuando aparecen los dolores en el cuerpo.
Para Grehan, el miedo no necesariamente puede deberse a una amenaza real, sino que también puede concebirse como una preocupación que no cesa: “Por eso hablamos de catastrofización, que significa estar esperando siempre lo peor, y entonces el cuerpo vive como real eso que todo el tiempo estamos proyectando en nuestra mente. Porque, en definitiva, estrés y sufrimiento es lo mismo”, comparte y destaca que el espectro de los trastornos de ansiedad también está relacionada con esta respuesta del miedo cuando se vuelve algo disfuncional, haciendo que cada vez sea más difícil mantener el equilibrio de nuestro organismo.

La inflamación, enemiga del bienestar
Enfermedades como la artritis reumatoide, la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa, la psoriasis y el lupus son algunas de las enfermedades que comparten una inflamación crónica sistémica. Hoy los investigadores señalan que las células malignas y tumores también pueden generarse en nuestro cuerpo luego de atravesar por largos procesos inflamatorios: “Con el tiempo, la inflamación crónica puede causar daño al ADN y llevar al cáncer. Por ejemplo, la gente con enfermedades inflamatorias crónicas del intestino, como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn, tiene un riesgo mayor de cáncer de colon», señalan desde el Instituto Nacional del Cáncer.
“El miedo tiene una alta incidencia en la elevación del cortisol y cuando el ritmo circadiano del cortisol está alterado comienza a desregular el sistema inmunológico, lo que genera una inflamación sin daño, aséptica, que predispone al cuerpo de una mala manera para enfrentar cualquier invasor que pueda haber, ya sean virus, bacterias o células tumorales”.
Joaquín Grehan
¿Qué nos lleva a inflamar? Según señalan los especialistas, el mal manejo del estrés y de las emociones, una alimentación desbalanceada (exceso carbohidratos provenientes de productos industrializados), la falta de actividad física, un descanso deficiente y determinadas condiciones genéticas, son algunas de las variables que juegan un papel fundamental a la hora de predisponernos a este desbalance. Y cuando sucede, el proceso que se desata dentro nuestro es el mismo que cuando nos lesionamos: el tejido dañado libera compuestos químicos y, como respuesta, los glóbulos blancos producen sustancias que hacen que las células se dividan y crezcan para reconstruir el tejido para ayudar a reparar la lesión. En un organismo equilibrado, una vez que la «herida» sana, ese proceso inflamatorio termina.
Pero cuando la herida no es física, sino emocional, el proceso de reparación ya no resulta tan sencillo.
«La Psiconeuroendocrinoinmunología propone un entendimiento más profundo que amalgama todo y permite ver cómo las distintas interacciones de cómo lo bio-psico-social va afectando nuestra fisiología y también cómo desde ese lugar podemos ayudar a las personas», comparte Grehan, quien profundizó sobre este tema en una charla con Sophia. Según explica, no hay ningún proceso interno que no movilice algo de nuestras drogas endógenas y por eso es tan importante tomar contacto con lo que sentimos, con lo que nos pasa. «Lo que vamos generando en nuestro cuerpo colabora con el equilibrio general, porque tiene una gran capacidad de adaptación, pero cuando se le pide siempre un poquito más a ese cuerpo, aunque tenga una enorme capacidad de dar, llega un momento en que la fuerza del desequilibrio no alcanza a ser compensada y ahí es cuando ocurren adaptaciones fuera de punto, que es lo que comúnmente llamamos enfermedades».
Antídotos contra el miedo
¿Existe alguna manera de mantener el temor a raya para evitar que el cortisol se dispare? Según explican los especialistas, hay algunas herramientas muy valiosas a la hora de restablecer el equilibrio que se ha perdido por culpa de una situación de estrés que no cesa. “Por ejemplo, la meditación, el mindfulness o la visualización. Y también, claramente, hacer un proceso terapéutico. Un enfoque basado en la terapia cognitivo conductual (TCC), la terapia de aceptación y compromiso o la psicología positiva, ayudan a transformar la manera de relacionarnos con nuestra mente y todo lo que ahí se proyecta, para cambiar la forma en que activamos nuestra imaginación”, sugiere Grehan. Del mismo modo, Ulnik asegura que una indagación profunda de la mano del psicoanálisis siempre ofrece una puerta de entrada hacia el camino para sanar el cuerpo y la psiquis: «Para tratar la enfermedad psicosomática antes debemos interrogar a nuestros demonios», nos compartía en una entrevista días atrás.
Pero hay otra gran aliada en la lucha contra el miedo. Se trata de la oxitocina, conocida popularmente como “la hormona del amor y el apego” porque se segrega durante las relaciones sexuales e interviene en procesos fundamentales como el embarazo, el parto y la lactancia, siendo capaz de aquietarnos y devolver al organismo el equilibrio cuando este se ha perdido. ¿Podemos aumentar sus niveles en el cuerpo? Sí, podemos. Y es través de sentimientos como la compasión, la bondad, la solidaridad y, fundamentalmente, por medio del contacto físico: un abrazo prolongado produce una explosión hormonal en la que se liberan oxitocina, serotonina y dopamina, un cóctel que produce plenitud y bienestar. “No recibir contacto físico enferma”, sostiene con contundencia la doctora Rojas Estapé y por eso, dice, defiende a capa y espada la importancia de impulsarlo desde la infancia a través de abrazos y caricias.
También predisponen a la liberación de la oxitocina actividades creativas y espirituales, como escuchar música, cantar, reír, rezar, meditar, caminar, pintar y, fundamentalmente, compartir tiempo con nuestros seres queridos y mascotas. “La oxitocina participa posteriormente en la construcción y refuerzo de vínculos e interacciones sociales específicos. Modula el altruismo, la empatía, la amistad y la confianza en los demás, así como los mecanismos que sustentan el amor”, explica Marcel Hibert, profesor de química de la Universidad de Strasburgo, quien trabaja activamente investigando los beneficios físico-químicos de amar y sentirnos amados. En su libro Oxitocina, mon amour destaca que el amor es la piedra fundamental de nuestras vidas y puede convertirse en la mayor arma “de construcción masiva” de la humanidad. Hilbert, que realizó una investigación acerca del valor que tiene esta hormona en el tratamiento de distintas enfermedades, entre ellas el autismo, considera al igual que Rojas Estapé que es fundamental activarla a través de una educación emocional temprana que fomente los encuentros físicos amorosos y el reconocimiento y buen manejo de las emociones.
No es un misterio para la ciencia (o tal vez sí, de algún modo aún lo sea), que quienes dan y reciben amor están mejor dotados para luchar contra las enfermedades, y muchas veces los pacientes que logran sanar vivencias traumáticas abriendo su corazón, sorprenden a los propios médicos dando respuestas vitales impensadas incluso frente a situaciones de salud muy adversas. Claro que ninguna fórmula funciona igual para todos y cada uno deberá bucear en las profundidades de su cuerpo y de su alma para escuchar cuál es el mensaje que el miedo tiene para dar. Para comenzar a andar ese camino, es importante tomar en cuenta aquello que dijo Hipócrates, el gran padre de todos los médicos: “Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enferman”. Y es así como la pregunta se impone: ¿estamos dispuestos de verdad, con serenidad y con coraje, a dejar atrás todo eso que nos hace mal?
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