Mitología
11 octubre, 2023
Perséfone y Hades: una lección de sintonía
¿Qué nos cuenta esta historia al hablarnos de esa felicidad interrumpida que es el rapto de Perséfone y la certeza de que todos habremos de visitar, de tanto en tanto, el inframundo para volver a elevarnos? Un mito sobre el amor, el dolor, la belleza y los ciclos de la vida.

Una representación de Perséfone, la antigua diosa griega de la primavera, en un jardín encantado. Foto: Pixexid.
Por Gisela Colombo
Comprender la dinámica de la vida no es una indagación teórica. Todos los que estamos vivos nos encontramos sujetos a ese esquema, a tal punto, que nos afecta directamente. Quien no lo piensa, renuncia a las herramientas que podrían revelarle el sentido de su propia vida.
Para la mitología, en cambio, ésta es la clave de la verdadera sabiduría. ¿En qué consiste?
Desde tiempos muy antiguos, la observación del paisaje fue despertando en el hombre la certeza de que ningún estado de la naturaleza es permanente. La misma luna nos permite ver cómo se alternan cada siete días sus fases, recordándonos la mutabilidad de todas las cosas. La vida está hecha de momentos diferentes y sucesivos que, al llegar a la última mutación, vuelven a empezar.
Comenzaron así a gestarse explicaciones metafóricas, con las que pudiera enseñarse que nada es estable y definitivo, sino que se altera permanentemente, aunque sin dejar ser lo que es. Nada menos que la discusión que más tarde emprenderían Heráclito y Parménides en su labor filosófica.
El mito de Perséfone y Hades –o de Plutón y Proserpina, según la tradición latina–, debió nacer en ese proceso y ayudó durante generaciones a explicar la sucesión cíclica de las estaciones del año.
Cuenta la historia de la diosa Deméter, dadora de fertilidad al mundo, que un día su hija Perséfone fue raptada al modo antiguo, para ser desposada. El autor del secuestro fue Hades, el dios del inframundo.
Su madre la buscó en vano hasta que descubrió quién la tenía. Una norma sagrada dictaba que quien probara la granada, el fruto del más allá, tendría vedado regresar a la vida. Y Perséfone se había deleitado con muchas granadas antes de que Deméter le reclamara a Zeus la intervención. Por evitar mayores problemas entre sus dos hermanos (Deméter y Hades), Zeus hizo la vista gorda ante aquella norma. Y logró un acuerdo beneficioso para las partes. Acordaron que Perséfone acompañaría a su esposo en el inframundo la mitad del año, mientras que Deméter la tendría junto a ella la otra mitad.
«Según el mito de Perséfone la dinámica de la vida es un ciclo, la sucesión de momentos ascendentes, periodos de afianzamiento en la altura. Y otros descendentes, sumados a aquellos de tránsito en el llano. Luego, es tiempo de volver a comenzar».
Cuando la joven partía con su esposo hacia el Tártaro, Deméter se entristecía a tal punto que ya no daba frutos, no enviaba la fertilidad a la tierra. Las hojas se caían de los árboles, la naturaleza se ponía mustia y parecía morir. Pero al anunciarse la vuelta de Perséfone, Deméter concedía a los hombres y al mundo la promesa de plenitud, el tiempo al que llamamos “primavera”, para luego recibir la plenitud misma, el verano.
Está claro: el mito es un modo didáctico de enseñar la alternancia de las estaciones del año. No obstante, no se queda sólo allí su lección.
En rigor, si aplicamos los tiempos del mito a nuestra propia experiencia, también será posible ver la dinámica que describe el rapto de Perséfone.
Las sociedades contemporáneas aceptan como una verdad incuestionable que el tiempo perfecciona las cosas y, en tal caso, sólo le es dado avanzar. Algunos, por el contrario, sienten que la humanidad no hace más que degradarse, con lo cual sólo puede retroceder. Aunque opuestas, ambas miradas suponen un tiempo lineal, una flecha hacia el futuro o una hacia el pasado. Pero una flecha sin desviaciones, sin curvas, sin fluctuaciones.
En cambio, según el mito de Perséfone la dinámica de la vida es un ciclo, la sucesión de momentos ascendentes, periodos de afianzamiento en la altura. Y otros descendentes, sumados a aquellos de tránsito en el llano. Luego, es tiempo de volver a comenzar.
También nuestro sentir, nuestro psiquismo y experiencia se describen mediante esos ciclos. Quien crea en una felicidad creciente y sin conflicto caerá en la ilusión de una utopía.
Así como los hombres que escuchaban el mito conquistaban una sabiduría que los hacía vivir en calma los tiempos de otoño e invierno, gracias a la esperanza de que llegarían los buenos, tampoco se envanecían cuando venían los ciclos de abundancia. Al fin y al cabo, no podría retenerse la bonanza más allá de lo que la “Naturaleza” dictara.
Igual ganancia podríamos tener hoy si comprendemos, por medio del mito, que los dolores no duran para siempre, ni que los buenos tiempos detendrán su partida.
Eso sería la sabiduría: lo que nos hace “sintonizar” con la vida.
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