Inspiración
9 abril, 2021 | Por Carolina Cattaneo
Otoño, tiempo de mirar adentro
Después de la exuberancia del verano, en esta estación, la naturaleza comienzan su lento repliegue. Cambia la luz y disminuye la temperatura. Comienza para ella un tiempo de descanso y preparación antes del frío de invierno. ¿Podemos las personas danzar al mismo ritmo?

Por Carolina Cattaneo
Ya es abril. En este punto al sur de todos los mapas, la naturaleza comienza su lento repliegue y marcha hacia el reposo de invierno. Se está yendo a dormir, y pide que no la molesten. En esta latitud, tan cerca del borde del planisferio, las temperaturas descienden, la cantidad de horas de luz disminuye y las lluvias se prolongan a largas lloviznas. El viento sienta presencia.
Aquí es otoño. Los árboles espesan su savia y, de a poco, las hojas de los caducos empiezan su danza para, lentamente, desprenderse de las ramas, caer y entregarse al suelo para morir y convertirse en nutrientes. Antes, el follaje de algunas especies, como los acer o los liquidámbar, virarán sus tonalidades hacia anaranjados y rojizos ardientes, decretando el fin de fiesta del verano, el adiós a los días largos y a las tardes cálidas bajo la pérgola. Así de cruel es la belleza melancólica del otoño.

Después de la exuberancia estival, ya casi no habrá flores ni frutas. Es tiempo de despedirse de la generosidad de las plantas de tomates, calabazas o pimientos. Las raíces de la mayoría de las plantas detendrán su crecimiento o lo harán más lento y pausado, sin el vigor de los meses anteriores.
Mariposas y abejas dejarán de revolotear por ahí buscando polen y las aves se llamarán a silencio, el jolgorio reproductivo terminó y muchas, comenzarán a despedirse para emprender sus vuelos migratorios hacia el norte en busca de climas más benéficos y mejores alimentos.
Un ciclo termina. La actividad del reino animal y vegetal se apacigua, comienza su largo descanso.
Pero cuando todo parece decaer, sin embargo, nos quedan las uvas y nos queda el membrillo, las peras y las manzanas. Son las últimas ofrendas del verano, que los hizo madurar para este tiempo. Y cuando queramos acordar, ahí estarán los cítricos, que después de las primeras heladas, habrán concentrado su sabor y dulzor. Tendremos violetas de los Alpes, prímulas y pensamientos, que pintarán la temporada con sus colores hasta la llegada de la primavera. Y mientras que algunas aves se van, otras llegan. Porque entre ellas y para quienes las observan, comenta a Sophia la médica veterinaria Susana Gómez, “el otoño es un tiempo de bienvenidas y despedidas”.
¿De qué nos sirve saber todo esto? De nada. Y tal vez es la idea. “Viene un tiempo de quietud”, dice Sara Iktin, por teléfono, desde Bariloche, mientras recupera calor en el cuerpo con un mate recién hecho. Sara viene de la calle y el frío patagónico de hoy la dejó destemplada. Médica generalista, especializada en el uso medicinal de las plantas, cuenta por teléfono que, en otoño en su jardín, es tiempo de cosechar hojas de aromáticas y también semillas. Ve a las plantas de Melisa o de menta quedarse sin hojas, pero no le preocupa: sabe que la raíz sigue allí, viva, latente, a resguardo debajo de la superficie de la tierra. Observadora constante del transcurrir de las estaciones, explica que el mundo vegetal da muestras evidentes de los cambios que se suceden en esta época.
“Lo que sucede en las plantas, sucede también en el resto de los seres que habitamos esta gran Madre Tierra, pero las personas, como nos fuimos alejando de nuestra naturaleza, no percibimos los cambios. Si dejamos que acontezcan, veremos que nos suceden también a nosotros. Empezamos un tiempo menos expansivo en el que los seres vivos comienzan a guardarse y a prepararse para el frío y la humedad, y particularmente aquí, a esperar la nieve”.
También, para algunos pueblos del mundo, es un tiempo de celebración. En Japón, por ejemplo, aún mantienen la costumbre ancestral de celebrar el Tsukimi, la contemplación de la primera luna llena de otoño. Con 1500 años de antigüedad, este ritual de agradecimiento a la naturaleza es uno de los más arraigados en la cultura nipona. Es un gesto simbólico para agradecer las cosechas, pedir por la abundancia y dar la bienvenida a la estación de los colores espectaculares.
Día de otoño
Señor, ya es tiempo. Grande ha sido el verano.
Tiende tu sombra sobre los relojes
de sol, y desata los vientos por el campo.
Haz madurar las frutas más tardías,
dales dos días más de sur,
fuérzales a acabar, y echa
el último dulzor al vino recio.
Quien ya no tiene casa, no la construirá.
Quien ahora está solo, lo estará mucho tiempo.
Velará, leerá, escribirá largas cartas
e irá por los paseos, deambulando
de un lado a otro, mientras las hojas caen.(Rainer María Rilke, Libro de las imágenes)
En la segunda parte de su libro El cuidado del alma, Thomas Moore nos recuerda que el filósofo Boecio dijo que las estaciones del año eran la música del alma, y que esas estaciones marcaban el ritmo de la vida humana, así como el ritmo del sol y las estrellas.
El ritmo del otoño, dice Sara Itkin, nos invita a reposar un poco más, a llevar una vida más de puertas adentro, a dedicarnos a actividades creativas de poco movimiento. “Son días para un trabajo más intelectual, de escribir, de generar actividades dentro de la casa y ya no estar tanto afuera, no solo porque afuera hace frío, también porque la naturaleza necesita un descanso de la intervención humana. Los humanos vivimos al revés, como si nada pasase y nada cambiara, pero sí cambia y es importante prestarle atención al organismo”. En su experiencia como médica, sabe que también muchas personas llegarán a la consulta con un síntoma común: cierto cansancio acompañado de culpa, pero cuando ella les advierte que puede deberse a una sensación asociada con la poca energía del hemisferio sur al final del otoño, esa culpa se disipa.

“La naturaleza no es un bien, sino una fuente de autorreflexión y contemplación. Forma parte de la comunidad en la que vivimos, pues nos ofrece su sabiduría a través de sus formas de expresión”, dice Thomas Moore y afirma que nuestra relación con ella, más complicada de lo que parece, tiene que ver con nosotros mismos y con nuestro mundo.
Otoño
perro
de cariñosa pata impertinente
mueve las hojas de los libros
Reclama que se atienda
las fascinantes suyas
que en vano pasan del verde
al oro al rojo al púrpura
Como en la distracción
la palabra precisa
que pierdes para siempre.Ida Vitale, poeta uruguaya
Desde las páginas de su libro, convoca a hacer las paces con nuestra naturaleza salvaje y descubrir nuestra profunda afinidad con el orden natural. “Un paseo diurno por el monte o un paseo vespertino por la orilla del mar podría procurarnos el secreto de nuestra identidad profunda si comprendemos que, en cierto aspecto misterioso, nos contemplamos a nosotros mismos”, señala, y agrega: “Si miramos más de cerca, quizá veamos incluso indicios de una presencia divina”.
Si el monte o la orilla del mar no nos quedan a mano, quizás lo obvio pero olvidado por el barullo de la rutina se convierta en una manera de danzar al ritmo de la estación: bastará con buscar en Youtube o en Spotify el concierto de El otoño, de Las cuatro estaciones de Vivaldi, cerrar los ojos y entregarse a la música. O detenerse especialmente en la parte que nos convoca de la película Primavera, otoño, invierno… y primavera, del director Kim Ki-duk.
También, como dice Sara Itkin, encontrar en el tempo de los libros, el del otoño. Y allí, leer, por ejemplo, las palabras de Byun Chul Han en el libro Loa a la tierra, donde celebra la aparición de los narcisos de otoño. “Cuando todo está consagrado a la decadencia, de pronto brota del suelo ya cubierto de hojarasca otoñal una gran flor. Esa flor sume todo el jardín en un curioso estado de ánimo. Cuando la vida comienza a declinar surge una vida nueva y esplendorosa. La luz que se va debilitando y el aire más frío anuncian ya el invierno que se avecina. Pero esta flor no se somete al tiempo. Viene a ser una flor metafísica. Su intemporalidad deja trascender una trascendencia.”
Taller de lectura de otoño
El sábado 24 de abril , de 10 a 12:30, Sophia y la periodista y escritora Agustina Rabaini te invitan a compartir en este taller la experiencia de la lectura compartida, a partir de textos breves de autores clásicos y nuevísimos (nacionales y extranjeros) y atentos a las resonancias, hallazgos, estados de ánimo, redes de asociaciones y a la belleza como forma de expansión de la mirada.
Un rato de lectura en círculo para compartir el amor por las palabras, con espíritu de exploración y con la ayuda de grandes maestros de todos los tiempos (poetas, narradores, ensayistas, etc).
Los participantes recibirán un dossier de lectura diseñado para la ocasión. Será con modalidad virtual, a través de la plataforma online Google Meet.
El costo del taller es de $1000, a través de Mercado Pago, para residentes en Argentina y de USD 15, a través de PayPal, para residentes en el exterior.
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