Mitología
25 septiembre, 2019
¿Nos sirven a las mujeres los mitos de ayer?
La mujer siempre tuvo un rol protagónico en la mitología, ese mapa de ruta de la humanidad. Pero, ¿siguen válidos los roles propuestos en el tiempo que vivimos? ¿O habrá que crear nuevos relatos que nos acompañen mejor?
Por Fabiana Fondevila. Ilustraciones: Maite Ortiz.

Penélope teje y desteje su larga espera. Pandora abre una caja de penurias. Atalanta desafía a sus pretendientes. Isis canta y rescata a Osiris del mundo de los muertos. Kali, diosa oscura de la India, destruye y recrea el mundo. La Abuela Araña, de los Hopi, construye a la humanidad de arcilla y les da vida. Dabeiba, diosa civilizadora colombiana, enseña a su pueblo el arte y las técnicas agrícolas.
Sumisas o desafiantes, recias u amorosas, pródigas o monstruosas. ¿Qué tienen en común estas mujeres de cuento?
Que todas y cada una encarnan mitos tan antiguos como la humanidad. Y los mitos, ya lo dijo el antropólogo Mircea Eliade, no son cuentos cualquiera. Son historias verdaderas, relatos capaces de mostrar una verdad esencial que está más allá de lo fáctico, más allá del tiempo y el espacio, más allá de las constataciones. Quienes buscan comprobar su realidad histórica pierden de vista su sentido más profundo: un mito no es un suceso ocurrido una vez y para siempre, sino algo que acontece una y otra vez en el alma de las personas. En su velado lenguaje simbólico, estos cuentos nos hablan, en lo profundo, de aquello que nos constituye como seres humanos.
Un mito no es un suceso ocurrido una vez y para siempre, sino algo que acontece una y otra vez en el alma de las personas. En su velado lenguaje simbólico, estos cuentos nos hablan, en lo profundo, de aquello que nos constituye como seres humanos.
Aun así, cabe preguntarse si los antiguos mitos de sociedades tan diferentes a la nuestra siguen teniendo la capacidad de enseñarnos, guiarnos, hablarnos acerca de nosotros mismos. ¿Puede una mujer moderna, que batalla a diario con sus obligaciones multi-rubro y su escaso tiempo para la contemplación, verse reflejada en las gestas heroicas y las vicisitudes de las protagonistas de la mitología griega, sumeria, babilonia, hopi, navajo, quechua o mapuche? ¿Tendremos algo que aprender de estas parientas lejanas?
Según la psicóloga jungiana norteamericana Jean Shinoda Bolen, la respuesta es: mucho.
En su libro Las diosas de cada mujer, la analista hace una analogía entre las heroínas del panteón griego y las humildes mortales que poblamos el mundo. Describe mujeres afines a Atenea, la diosa de la racionalidad y la estrategia; a Afrodita, que gobierna el amor y la belleza; a Hera, ícono del matrimonio y arquetipo de la esposa vengativa; a Hestia, diosa del hogar, los templos, la espiritualidad; Demetria, eterna madre, Perséfone, eterna hija. Cuenta historias de mujeres “tomadas” por sus arquetipos y aconseja explorarlos y revisarlos para saber bajo qué influjos inconscientes nos movemos.

“Cuando conocí las ideas del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, me di cuenta de que la mayor cantidad de estudios que el psicoanálisis había desarrollado acerca de la psiquis femenina era en torno al mito griego de Psique y Eros. Y aunque es un bello mito, sentí que a mí no me representaba. Empecé a buscar mitos que pudieran servirle de referencia a una mujer como yo, que estudiaba medicina, que tenía metas y la energía para cumplirlas. Psique era una mujer difusa, que no sabía lo que quería, que era incapaz de hacerle frente a un desafío. Una heroína con pocas virtudes para servirle a la mujer moderna. Empecé a investigar y así descubrí a Artemisa, a Afrodita, a Atenea, todos modelos muy diferentes, cada una con sus lecciones y aprendizajes. Artemisa, por ejemplo, no sólo es símbolo de la autonomía y la paridad con el hombre, sino que encarna el valor de la cooperación entre mujeres. Un modelo muy distinto a la competitividad y rivalidad que la sociedad atribuye a los vínculos femeninos”.
Shinoda Bolen concibió a su libro como una especie de nuevo tratado de psicología femenina.
“La sociedad espera que la mujer se conforme a un único estereotipo, pero las mujeres de verdad son complejas, y hay muchas partes nuestras que operan, a veces en armonía y a veces en conflicto. Lo interesante es poder rescatar esa complejidad”. ¿Cómo se explica que modelos de mujer de tres mil años de antigüedad sigan describiendo a las mujeres hoy? “Se trata de arquetipos –explica la autora– . Patrones de energía psíquica colectiva atemporales. La diferencia es que los antiguos griegos creían que estos dioses vivían en el Olimpo, y nosotros los reconocemos como parte nuestro inconsciente colectivo”.

En sus investigaciones, la analista vio con frecuencia a mujeres tomadas por un único arquetipo. Por ejemplo el de Hera, la diosa del matrimonio. “Las mujeres poseídas por Hera pueden tener una carrera brillante y muchos logros, pero si no tienen un hombre al lado se sienten vacías, porque eso es lo que les da significado a sus vidas. Uno de los signos distintivos de Hera en su faceta celosa y vengativa es que siempre se las agarra con la otra mujer, nunca con el marido. En el caso de Demetria, en cambio, es el hijo el que otorga sentido a la vida”.
En Las diosas de la mujer madura: arquetipos femeninos a partir de los cincuenta, la autora postula que algunos modelos míticos se corresponden mejor con cierta etapa de la vida. Por ejemplo, una jovencita de quince años tomada por el arquetipo de Demetria haría bien en posponer ese impulso hasta que su alma esté preparada para encarnarlo. Por el contrario, el mito de Hestia, la diosa espiritual, se lleva de maravillas con la tercera edad, una etapa en la que muchas mujeres se sienten llamadas a una mayor quietud e introspección y más lejos de arquetipos guerreros o ligados a la imagen, más típicos de la juventud.
¿Muchas diosas o una sola?
En el rescate de los mitos y arquetipos femeninos, hay un período histórico que se lleva el premio. Según la arqueóloga lituana Marija Gambutas, cuyas investigaciones fueron tan aclamadas como discutidas, existió una civilización en la Europa del Paleolítico y Neolítico, predominantemente matriarcal, en la que se rindió culto a la Diosa en todas sus formas.
En La Civilización de la Diosa, Gimbutas describe esa cultura (que ella denomina “de la Vieja Europa”), y la compara con la Edad de Bronce –de índole patriarcal– que más tarde la suplantaría. Según sus interpretaciones, las sociedades pertenecientes a la era matriarcal eran pacíficas y propugnaban la igualdad económica, mientras que el sistema que vendría a reemplazarlas estaría regido por la ideología de la guerra y la invasión. Como prueba de sus teorías Gimbutas apuntaba a los numerosos artefactos pertenecientes al matriarcado hallados en excavaciones: esculturas de formas redondas, espiraladas, reminiscentes de lo femenino, casi siempre asociadas a la cosecha, la siembra y los ciclos de la naturaleza.
En el rescate de los mitos y arquetipos femeninos, hay un período histórico que se lleva el premio. Según la arqueóloga lituana Marija Gambutas, cuyas investigaciones fueron tan aclamadas como discutidas, existió una civilización en la Europa del Paleolítico y Neolítico, predominantemente matriarcal, en la que se rindió culto a la Diosa en toas sus formas.
El gran mitólogo Joseph Campbell elogió sus hallazgos y dijo que le hubiera encantado que hubiesen estado disponibles cuando él escribió su opus, Las Máscaras de Dios. Y en Estados Unidos la teoría de la Diosa dio impulso al movimiento neo-pagano, en el que se rinde culto a la naturaleza como la manifestación emblemática de lo femenino.
Pero no todos ven con buenos ojos estos desarrollos. Sam Keen es un profesor y filósofo estadounidense que ha dedicado su vida a explorar temas como la religión, el mito y el significado de la vida. Colaborador de Joseph Campbell, autor de una decena de libros, a los 78 años sigue activo y prolífico, además de darse permisos como practicar el arte del trapecio y decir lo que piensa sin tapujos.

En diálogo telefónico con SOPHIA desde su casa de California, argumenta: “En mi opinión hablar de Dios o de la Diosa en términos de género no aporta demasiado. Creo que es hora de mirar estas viejas imágenes arquetípicas y dejarlas ir, pertenecen en un museo. Asociar a lo femenino con el mundo natural y a lo masculino con lo tecnológico confunde. No se trata de valores absolutos, francamente no creo que haya una virtud que sea exclusivamente masculina o femenina. En otras palabras, no se me ocurriría exigirle a una mujer una cualidad que no podría pedirle también al hombre. Si me hablan de que la mujer encarna el mito de lo nutricio, digo: pregúntenle a mi hijo, cuya vida gira en torno a sus hijos pequeños. Lo que ocurre es que antes estas eran opciones que los hombres teníamos vedadas”.
En lugar de la distinción de género, Keen prefiere hacer foco en otro tipo de antagonías. Por ejemplo, la que él identifica como predominante en la sociedad moderna: el homo economicus, movido principalmente por el imperativo de acumular dinero. Y el mito emergente que él contrapone es el ecologista, basado en la idea de que lo que hace uno afecta a todos los demás. Según Keen los héroes de esta nueva mitología son las ONGs, que se ocupan de todo que los gobiernos dejan de lado, de lo que nadie se hace responsable.
“Hace cien años Freud postuló que el ser humano reprimía sus facetas más oscuras: la crueldad, la sexualidad desenfrenada, los bajos impulsos del inconsciente. Hoy todo eso está en MTV –dice el filósofo, y acto seguido declara-: Lo que reprime el ser humano en esta sociedad secular son las emociones elementales: la humildad, la compasión, la reverencia, la gratitud, la solidaridad; las que están en el corazón de lo religioso bien entendido. ¿Por qué se reprimen? Porque no sirven a los fines de Wall Street, y por tanto deben ser exiliados. Esa es la mitología que haríamos bien en recuperar”.
La mujer, poder y misterio
Teresa Mira de Echeverría es doctora en filosofía y especialista en mitos y en ciencia ficción. Tiene una visión diferente respecto del rol femenino en los antiguos relatos mitológicos. “En tanto símbolo universal, la mujer ha estado asociada en forma predominante con la creación y con la regeneración –dice-: Pero una de las características más emblemáticas de los símbolos es que unen opuestos, es decir, concilian cosas aparentemente inconciliables. Y en ese sentido, el símbolo de lo femenino alcanza una nueva dimensión”.
A la corta y a larga, cada mujer deberá decidir por sí misma qué mitos le hablan y la guían, cuáles relatos arcaicos resuenan en su interior como una vieja melodía. Y, al mismo tiempo, darse permiso permiso para redescubrirse y hasta reinventarse todas las veces que su alma así lo pida.
Explica: “A lo femenino le corresponde, por lo general, lo nocturno y lo Lunar. ¿Por qué? Porque la Luna es el astro que controla las mareas y el Mar es un símbolo femenino original; además rige el crecimiento de la vegetación (símbolo de la vida) y los ciclos menstruales. Ahora bien, la Luna es una conjunción de opuestos en sí misma, un misterio casi tan profundo como la propia naturaleza femenina. La Luna crece y decrece, aparece y desaparece del cielo periódicamente, como si muriese y resucitase; su simbología, pues, es de muerte y resurrección. A veces camina en la noche y otras se la puede ver en pleno día; para ella no hay opuestos absolutos, puede unir los contrarios en sí misma: vida y muerte, noche y día. Y así también lo femenino: puede ser generador o destructor. Lo femenino empieza a complejizarse, porque su poder es inmenso”.
Vida y muerte, profundidad y sabiduría, generación y destrucción.

¿Qué es lo común en todo esto?
“La complementariedad de los opuestos. En el ideario mítico es como si se hablase de un pensamiento masculino y otro femenino, dependiendo de con qué símbolos nos expresemos. Y el pensamiento simbólico femenino es místico, en el sentido de unitivo, integrador de polaridades. Lo femenino concilia los inconciliables”, dice Mira de Echeverría, y subraya: “Cuando un mito habla en el idioma simbólico femenino trabaja en un nivel complejo, misterioso, en el cual lo racional y lo imaginativo se dan la mano. Las diosas y potencias femeninas son posibilidad, energía pura, la completa convergencia de lo germinativo en todas sus variantes. Es como la galera de un mago: todo puede salir de ella, por eso a veces se asocia con lo peligroso, lo ingobernable. Lo femenino no está clasificado, ni delimitado, esas son operaciones solares, propias del astro que separa el día de la noche… Pero no olvidemos que es la Luna quien realiza los eclipses más espectaculares”.
A la corta y a larga, cada mujer deberá decidir por sí misma qué mitos le hablan y la guían, cuáles relatos arcaicos resuenan en su interior como una vieja melodía. Y, al mismo tiempo, darse permiso permiso para redescubrirse y hasta reinventarse todas las veces que su alma así lo pida. “Quizás el mito femenino que más sentido tenga para nuestros tiempos sea la metamorfosis”, arriesga, al fin, la filósofa.
Y eso, hay que decirlo, se parece bastante a la libertad.
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