Solidaridad
10 enero, 2008
«Nos consideran pobres pero nos sentimos ricos»
Su nombre tal vez no figure en los titulares a diario. Pero Rosario Quispe es una mujer de letra grande. Cuando a su alrededor había sólo pobreza, ella se reunió con otras mujeres en la desolada Puna jujeña y creó una organización que otorga microcréditos y hoy es modelo en Harvard. Sus valores: la confianza, la dignidad y la honestidad. Un ejemplo para conocer.
Rosario Quispe – Líder aborigen*
En Abrapampa, plena Puna jujeña, todo parece detenido en el tiempo. Sólo unas cuadras, unas casas, un sol tan amarillo que todo lo tiñe y destiñe. Aquí, la desolación se confunde con la inmensidad y produce esa extraña sensación de que alguien se ha olvidado del lugar. Pareciera que la única fuerza proviene de la naturaleza, de los vientos que lo llevan todo, del silencio. Pero no. En estas calles que se pierden, entre estas pocas personas que caminan, van, vienen y andan en bicicleta, hay una fuerza indescriptible. Que no se detiene. Que moviliza. Que, frente a la nada, construye. Es la fuerza de una mujer especial, Rosario Quispe. Una mujer que un día decidió reunirse con otras mujeres y entendió que, juntas, eran capaces de muchas cosas.
¿De que manera se puede entender, si no, que esta mujer bajita, de 49 años, que tuvo siete hijos y abrazó otros tantos ajenos, criada lejos del confort que podemos llegar a conocer, haya sido la voz que eligió la universidad de Harvard para explicar cómo un sistema de microcréditos impulsado en la Puna logra que cientos de personas multipliquen por diez cada peso que reciben? ¿Cómo no aplaudir esto en un mundo donde la confianza se convirtió en un valor pisoteado, pero que, en contraste, Rosario eligió como base para otorgar préstamos a los habitantes del norte argentino? ¿Cómo no aplaudir que, luego de sufrir la desgracia de ver gente morir a su alrededor por el cáncer que sembraba el plomo de las minas, moviera cielo y tierra para que se investigara el agua y se invirtiera en prevención o se atendiera a los enfermos de este pequeño pueblo? (Ver recuadro). En Abrapampa es la hora de la siesta y el silencio aquieta hasta los ladridos de los perros y a los pájaros de la zona. En ese marco, apenas una voz, la de Rosario, se ofrece tímidamente a la charla. “Estamos tejiendo un sueño: poder vivir con dignidad de nuestro trabajo, en armonía con la naturaleza y de acuerdo con nuestra cultura”, dice, y abre su historia a Sophia. Mientras busca en su memoria para empezar a desandar sus pasos, en este pueblo de 6000 habitantes, el color del cielo se volvió azul eléctrico, impresionante. Ella tiene tanta historia, la de ella y la de los suyos, que hablar de su vida es hablar de toda una comunidad, sin duda.
–Rosario, ¿cómo fue tu infancia?
–Yo nací en Puesto del Marqués, un pueblito muy cerca de la frontera con Bolivia. En ese lugar, pasé mis primeros años, pastoreando ovejas, junto a mi madre y mis abuelos. Cuando tenía 8 años nos fuimos a Mina Pirquitas, y cuando terminé la escuela primaria, se me ocurrió irme a la ciudad a trabajar de sirvienta, pero extrañaba mucho a mi gente, a mi tierra, y un día me volví a Pirquitas. En esa época conocí a mi esposo, Alfredo, que trabajaba de minero, y mi primer hijito llegó cuando tenía 19 años.
–¿Qué otros recuerdos fuertes tenés de los primeros años?
–Las palabras de mi abuelo, que me decía: “Sin valores no tendríamos para comer”. Ese respeto por la naturaleza, los animales y Dios, todo aquello, me quedó grabado a fuego. Yo hice hasta séptimo grado y jamás me hubiera imaginado que podía hacer tantas cosas juntándome con otras personas. Pasé necesidades y en el campo, donde vivíamos, a veces no tenía juguetes, pero nunca me faltó el cariño de mis abuelos y el de mi mamá y mi papá. Ellos me enseñaron el valor del esfuerzo y la honestidad.
Hoy, Rosario Quispe dirige la Asociación Warmi Sayajunsqo (en quechua, “mujer perseverante”) y allí puso en marcha un sistema de microcréditos que permitió abrir puestos de trabajo para cientos de personas en la Puna. Como líder de una familia de mujeres organizadas, Rosario abrió su casa a otros, diez años atrás, para conseguir una salida laboral que la realidad le negaba, y con creatividad, imaginación y un tezón inquebrantable, creyó, convocó, construyó. “Lo de la Asociación empezó en 1997”, cuenta ahora. “Era la época de Menem y mientras él decía que nosotros éramos un país del primer mundo, acá no teníamos para comer. Alfredo, mi marido, trabajaba como minero, pero las minas fueron cerrando y éramos muchas las familias sin trabajo. Llegó un momento en que la situación era desesperante. Entonces se me ocurrió reunirme con otras diez mujeres en casa. Algunas venían con sus niños pequeños, porque no tenían donde dejarlos…”.
–¿Qué compartían? ¿Qué las unía?
–Hablábamos de nuestros problemas y tristezas, y poco a poco empezamos a organizarnos: armamos talleres de artesanías; tejíamos y vendíamos las cositas en Tilcara. Sabíamos que a la salida teníamos que construirla nosotras. No podíamos seguir esperando que alguien de afuera nos viniera a salvar. El tiempo pasó y todo aquello que las mujeres perseverantes de la Puna empezaron a sembrar a fuerza de trabajo compartido tomó la forma de una organización modelo que hoy suma 3600 socios y puso en marcha una serie de “empresitas aborígenes”. El Programa de Desarrollo de la Warmi (ver recuadro) ha inspirado y contagiado no sólo a hombres y mujeres de la zona, sino a los visitantes y dirigentes de fundaciones como AVINA y el Banco Interamericano de Desarrollo, que colaboran con sus proyectos.
–Rosario, ¿cómo llega una mujer, en un lugar como éste, a volverse tan fuerte? ¿Las mujeres de la Puna siempre fueron fuertes?
–Siempre hemos sido fuertes. Cuando dicen que las mujeres antes eran calladas, yo no estoy de acuerdo. Las mujeres de la zona siguen siendo calladas, pero cuando se ponen a trabajar no hay quién las pare. Tienen el rol más importante, organizan, van, vienen y algunas presiden las comunidades aborígenes. Algunas mujeres tienen diez hijos y los crían solas. Hay muchas maneras de trabajar. –¿De dónde sacás fuerzas vos para encaminar y concretar los proyectos? –En estos años perdí a mi mamá y a mi papá, y muchas veces las pérdidas se dan a causa de las injusticias que tenemos. Pero en vez de quedarme en el dolor, todos los días trabajo pensando en la gente que necesita, en los niños que quedan huérfanos o en las mujeres que mueren de cáncer y no reciben atención.
–¿Cómo funciona la organización? ¿No tienen problemas con los pagos, por ejemplo?
–Rara vez. Por ahí, alguien se atrasa cuando aparece algún problema grave. Pueden demorarse hasta dos o tres meses, pero no tenemos morosos. No puedo recordar ni una sola persona que se haya ido sin pagar. Acá, la gente, con sus necesidades a cuestas, es muy trabajadora, les das mínimos recursos y ellos los multiplican por diez. Ahora estamos haciendo empresitas: algunos fabrican sal fina y gruesa; otros hacen cositas con oro y, con el tiempo, tenemos una estación de servicio, un comedor, una curtiembre, una cría de truchas. En poco tiempo la gente ha ido independizándose. Muchas veces, desde afuera, nos consideran pobres, pero nosotros nos sentimos ricos. Tenemos una comunidad que cuidar y que nos cuida.
–¿Tus padres y tus abuelos, que tanto te inspiraron, pudieron ver todo lo que construiste?
–A mi padre lo perdí cuando empezamos con la Warmi, pero mi familia siempre ha sido un ejemplo en mi vida. Mi mamá me decía: “Hija, si algún día manejás dinero, lo que no es tuyo, no lo toques”. En la Warmi manejan dinero los líderes; yo no toco un centavo. Si voy a Jujuy, pido cien o doscientos pesos, y cuando tengo que hacerle un arreglo a la camioneta pido algo más, pero vuelvo y rindo el gasto. Qué va hacer… (sonríe).
–¿Cuál es tu mayor orgullo en lo familiar?
–Lo más grande que me ha podido dar Dios es mi familia. Estamos siempre juntos; son lo más importante en mi vida. Ellos me dan fuerzas para poder ayudar a las comunidades. Haciendo este trabajo siento que puedo devolver algo a la vida, tanta alegría que me ha dado Dios. Hago con gusto lo que hago.
–Rosario, ¿alguna vez parás de trabajar? ¿Cómo festejás la Navidad?
–Es muy sencillo, en Navidad, a la noche, festejamos en familia, pero al otro día aprovecho que la gente está ocupada en otras cosas y me voy al campo a ver mis llamas, y arreglar mis plantas y árboles. Vivo en un pueblo viejo y me gusta que haya muchos árboles. Acá se ven cosas dolorosas y el campo me tranquiliza. A lo mejor, tuve una semana terrible, me voy al campo uno o dos días y ya vuelvo muy bien.
Una amenaza residual
Cuando el trabajo en las minas cesó, en la Puna afloró el problema del cáncer. Las minas a cielo abierto dejaron plomo en la zona y este pueblo tomaba el agua de esos pozos, caminaba por ahí, convivía con los desechos, y así fueron llegando las enfermedades. En 1992, una de las tías de Rosario murió de cáncer de cuello de útero. “Yo no entendía por qué había muerto tan joven, a los 38 años, dejándome tres hijos que, sumados a los siete míos, llegan a diez”, recuerda. “Poco a poco me fui dando cuenta de que había muchas otras mujeres en la misma situación. En eso me ayudó el doctor Jorge Gronda, que aceptó mirar el cuello de útero de más de 150 mujeres y determinó que más de la mitad tenía lesiones cancerosas. Actualmente sigue existiendo un montículo de plomo en Abrapampa. “Los estudios señalan que el 80% de los niños de nuestro pueblo tienen plomo en la sangre y eso sigue ahí sin que nadie se ocupe de sacarlo”, denuncia Rosario.
La organización
Luego de trabajar de manera conjunta con dos profesionales –Agustina Roca, técnica en Antropología y Raúl Llobeta, economista–, la Asociación Warmi Sayajunsqo creó el “Programa de Desarrollo Aborigen” que permite capacitar a la gente para que luego ellos administren el dinero que reciben como préstamos. Los “banquitos puneños” permiten obtener desde 10 pesos para una situación de urgencia hasta 30.000 para desarrollar pequeñas empresas.
*Rosario, sin duda, es como un fuego. Como ese fuego que describe con precisión el escritor Eduardo Galeano: “Algunos fuegos no alumbran ni queman; pero otros arden con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.
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