A pesar de los avances tecnológicos, las agricultoras de la India y de otras potencias mundiales siguen trabajando en condiciones primitivas, signadas por la pobreza y la desigualdad social y de género. Pero de la mano de una organización ecológica internacional, están plantando las semillas para hacer realidad un sueño: dignificar su tarea.
Son largas extensiones de campo y, de fondo, las montañas. De pronto, una figura sale al encuentro. La mujer, que lleva ropas de colores, aparece detrás de plantaciones de un verde amarillento que el viento mueve a su antojo bajo el sol implacable de Uttar Pradesh, una localidad del norte de la India. Tiene las manos pequeñas y, a pesar de las asperezas, roza las hojas con cuidado. Entonces, corta un tallo y la cosecha comienza su ciclo nutritivo dentro de un cesto de mimbre.
Esta es la historia de una joven mujer llamada Lakshmi, cuyo nombre significa –según las creencias hindúes– “diosa de la prosperidad y la abundancia” y quien, sin embargo, conoce más bien de luchas constantes por salir de las carencias. Por eso, sus ojos negros interpelan, para que quien quiera mirar vea que, en uno de los países más competitivos del nuevo orden económico mundial, sobrevive un modelo de desigualdad social que condena a las mujeres rurales a la pobreza. En consecuencia, como parte de un movimiento femenino que va ganando terreno, cada día cientos de granjeras como Lakshmi plantan las semillas del cambio, en la paciente espera de que el esfuerzo dé como fruto una mayor dignidad para todas ellas. Es que en la India las mujeres componen el 70% de la labor agrícola y, no obstante, han sido históricamente ignoradas, al punto de que no se las considera “agricultoras”, como sí a los varones.
Pero la campaña Aaroh forma a las agricultoras de la India y de otros tantos países de producción rural para que puedan lograrlo, a través de un movimiento ecologista internacional llamado Gorakhpur Environmental Action Group. Este movimiento trabaja en suelo hindú en colaboración con cuatro ONG locales, en busca de un reconocimiento integral que les brinde mayores posibilidades y permita acceder a los créditos públicos, la compra de tierras y la opción de invertir en tecnología. Un estudio elaborado en ese marco dejó ver que solo el 6% de las mujeres son dueñas de su propia tierra, menos del 1% participa de programas formativos del Gobierno y apenas el 4% tiene acceso al sistema de crédito institucional. Sin embargo, a través de un intenso trabajo de concientización, en tres años se logró que ocho mil maridos aceptaran firmar títulos de copropiedad con sus mujeres.
Una de ellas, Suresho de Saharanpur, orgullosa propietaria de una hectárea de tierra cultivable, cuenta: “Planteé la cuestión en casa y, tras una larga discusión, mi suegro me dio seis bighas de tierra para el cultivo. Luego quise solicitar una tarjeta de crédito, pero el personal del banco me obligaba a iniciar los trámites junto a mi esposo. Les dije que yo nunca había tenido que ir al banco cuando él había solicitado la suya, y después de muchos días de ir y venir, me dieron la tarjeta, así como un crédito bancario para actividades agrícolas. Desde entonces, aprendí que nada es imposible si una mujer persevera”.
Como esta, otras historias se repiten a lo largo y a lo ancho de la India, sobre todo en aquellas regiones en donde la vastedad del campo se bifurca plácidamente hasta fundirse con el horizonte, sembrando a su paso una pregunta: ¿Por qué si, como indican las cifras, las agricultoras abastecen entre el 60 y el 80% de la producción alimenticia de los países más pobres y alrededor del 50% a escala mundial, su contribución no se tiene en cuenta? La respuesta, tal vez, vendrá de la mano de estas mujeres, dispuestas a alimentar a hijos propios y ajenos con la esperanza de que la retribución sea la justicia social y de género.
Es importante tener en cuenta que este enorme país es uno de los principales productores agrarios del mundo, a través del té, la cúrcuma, el trigo, el arroz y el azúcar. Y sus agricultoras utilizan más de ciento cincuenta especies de plantas para la alimentación humana y animal, y para el cuidado de la salud. Gracias a esos conocimientos, transmitidos de generación en generación, han sido las responsables de nutrir y mantener los patrones de consumo en consonancia con el cuidado de la tierra y de la especie.
Al caer el sol, el campo ensombrece. Una hilera de mujeres avanza llevando cestos repletos entre sus manos ajadas. Lakshmi encabeza la fila y se la ve satisfecha con la cosecha. Quizás intuye que en esa tarea, la todos los días, ya es tiempo de que germine mucho más.
ETIQUETAS ecología solidaridad
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