Mes de la Mujer
8 marzo, 2022
Mujeres por la paz
Aunque no es solo una tarea de las mujeres, lo femenino tiene mucho para aportar en la construcción de sociedades donde la intolerancia y la violencia dejen de ser una realidad de todos los días. ¿Cómo hacerlo posible?

Ilustración: Maite Ortiz.
Por María Eugenia Sidoti
La invasión de Rusia a Ucrania nos dejó atónitos. De pronto, las fotos que guardábamos en el álbum de los errores del pasado –con el profundo anhelo de no repetirlos jamás– se volvieron tristemente novedosas. Acá, al otro lado del mundo, tampoco creímos (no queríamos creer) lo que las noticias estaban mostrando. Otra vez, la cara oscura del alma humana, con sus tanques, sus bombas, sus soldados cargados de armamento, sus muertos, sus ciudades arrasadas. Otra vez la guerra.
En el centro del horror de lo que hoy ocurre en suelo ucraniano (y también en otras partes del mundo que viven en conflicto), miles de mujeres se vuelven garantes de lo único que importa: sostener la vida a como dé lugar. La de sus hijos, sus maridos, sus padres, sus hermanos, sus vecinos. En definitiva, la vida de la comunidad toda. La mayoría de ellas está fuera de la trinchera, no por falta de fuerza o de valor para el combate, sino porque se saben cuidadoras de algo grande; de ese orden mayor que históricamente ha sido tejido por las mujeres, desde los tiempos de las tribus hasta la actualidad.
Por estos días las vimos en Kiev, en Lviv, en Járkov, dando abrazos de despedida, de dolor, de impotencia. Pero también las vimos estando para el otro, incluso para el enemigo. Como esa ciudadana que acogió sin rencor a un soldado ruso que decidió desertar, prestándole su teléfono para que pudiera llamar a su madre. O aquella otra que en pleno ataque y sin dejarse amedrentar por el miedo, se acercó a un joven militar para formularle la más simple de las preguntas: “¿Por qué haces esto”, no como un reto, sino como una invitación a bajar un segundo su arma para reflexionar.
«El propio despertar de la mujer es parte de la recuperación de lo Femenino. Es como si se estuviera produciendo un nacimiento trascendental en la psique colectiva de la mujer. Este nacimiento puede experimentarse como algo difícil e incluso peligroso, así como algo emocionante y transformador», Anne Baring.
“La guerra inflige una herida terrible en el alma, una herida que nunca podrá cerrar por el legado de los traumas y recuerdos que deja”, escribe la analista junguiana y escritora inglesa Anne Baring, en su ensayo titulado “La guerra como violación del alma” que integra el libro El sueño del Cosmos. Allí explica cómo la lucha por la supremacía y el dominio llevó a los hombres a guerrear durante miles de años en busca de imponerse unos a otros. “La destrucción de la vida de otro ser humano y, en un sentido más amplio, de la vida del planeta y de la especie que sustenta, se vuelve más fácil de aceptar cuando se pierde el sentido de lo sagrado”, describe Baring y señala que la guerra nos deshumaniza, corrompiendo el orden sagrado de la vida misma que, como explica, pertenece a “lo femenino” que nos habita más allá de nuestro género, traducido tanto en mujeres como varones a través de valores como el amor, la compasión y el cuidado.
“La mujer de hoy se enfrenta a una tremenda tarea cultural, que tal vez sea el amanecer de una nueva era”, escribió hacia el final de la Segunda Guerra Mundial el psiquiatra austríaco Carl G. Jung en su libro Civilización en transición, donde dejó de manifiesto que será tarea de las mujeres unir lo que el hombre, durante tanto tiempo, ha quebrado. Tejer, una vez más, las redes que se necesitan para que la paz deje de ser una utopía. «El propio despertar de la mujer es parte de la recuperación de lo Femenino. Es como si se estuviera produciendo un nacimiento trascendental en la psique colectiva de la mujer. Este nacimiento puede experimentarse como algo difícil e incluso peligroso, así como algo emocionante y transformador», describe Baring.


Fotos: Flickr.
Una historia que se repite
Todavía no había estallado la Primera Guerra Mundial cuando la periodista austríaca Bertha von Suttner se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz en 1905, por su libro ¡Abajo las armas!. El espíritu bélico ya se palpaba en toda Europa y, convencida de que las mujeres debían trabajar juntas para construir una cultura de paz alrededor del mundo, von Sutter convocaba así a la enorme gesta de derribar el paradigma de la lucha armada: “Este sistema está condenado al fracaso. Una vez que comienza a surgir uno nuevo, los antiguos deben caer. La convicción de que es posible, de que es necesario, y de que sería una bendición tener una paz asegurada entre las naciones, ya está profundamente arraigada en todos los estratos sociales, incluso en los que detentan el poder. La tarea ya está tan claramente delineada, y tantos ya estamos trabajando en ella, que tarde o temprano deberá cumplirse”, manifestó al recibir el Nobel.
Sin embargo, el tiempo pasó y nuestro viaje humano nos condujo de nuevo a la pesadilla de la guerra, esta vez con destino Ucrania.
¿SE SIENTE LA PAZ?
Por Norma Morandini*
En estos días en los que la palabra guerra comienza a incorporarse a nuestro cotidiano, aferrada a lo que nos viene de tan lejos —Ucrania invadida por Putin— pero tan cerca, por las elecciones ideológicas de algunos de nuestros gobernantes (as), cuesta afirmar que las mujeres por el hecho de ser mujeres tenemos una índole pacífica. Es cierto que no jugamos con soldaditos y somos educadas para el cuidado, por eso, en la odiosa historia del siglo XX, dominado por las masacres administradas como el nazismo y el estalinismo y las guerras mundiales, fueron las mujeres las que en los hospitales asistieron a los soldados heridos. Sí, también fueron las mujeres las que levantaron la voz por la paz, y ahora son las que van a las guerras para narrar como cronistas lo que sucede en las batallas.
En un juego de imaginación y especulación, podríamos preguntarnos, ¿habría guerras si las mujeres fueran más del ínfimo 6 por ciento en las máximas investiduras de las naciones? ¿Qué hubiera hecho Angela Merkel, la mujer que ostentó el mayor poder, una alemana que conoció el muro y padeció la cultura del control y el espionaje, que habla ruso y conoce tan bien a Putin? Cuando se trata del poder geopolítico dominado históricamente por los hombres, en tiempos de guerra, somos también las mujeres las que debemos enarbolar los pañuelos blancos de la paz y los del clamor para que los hijos no sean reclutados como soldados.
En la conmovedora resistencia del pueblo de Ucrania seguramente hay muchísimas mujeres, como siempre sucedió. Pero ahora que nuestro país también está bajo el radar de la geopolítica que se disputa entre las tiranías populistas y las democracias liberales, las argentinas deberíamos trabajar para erradicar la guerra interna, expresada con las palabras de combate y agresiones que dominan el debate político, para que la paz no sea solo una palabra vacía de sentido, sino el más profundo sentimiento en nuestros corazones. Para que la paz sea de verdad un sentimiento profundo de respeto al otro, al diferente, al que estamos obligados a escuchar y respetar, si efectivamente queremos vivir en democracia, el único sistema que porque legitima los conflictos y nos obliga a resolverlos con diálogo y respeto, es lo opuesto al gobierno de la fuerza y las armas.
*Periodista, referente de los derechos humanos, escritora y exlegisladora nacional.
Según consta en los registros históricos de la humanidad, la primera guerra documentada data de 4.500 años atrás, cuando las ciudades sumerias de Lagash y Umma se enfrentaron por la fértil llanura de Guedenna, un conflicto que duró más de un siglo en Oriente Medio. Desde entonces, las luchas armadas fueron el gran bastión que dio origen y sustento al esquema de poder conocido como patriarcado, un sistema de dominio institucionalizado en el que lo femenino quedó subordinado hasta hacerse invisible. Así, los antiguos pueblos guerreros “derribaron el culto a la Diosa, establecieron el reinado del hombre sobre la mujer y reemplazaron a la Diosa por un dios masculino”, como resalta la escritora austríaca Sussane Schaup en una de sus columnas para Sophia, donde reflexiona sobre el impacto que esa ruptura con lo sagrado femenino generó en la construcción de lazos humanos desiguales, en los que la supremacía de lo masculino se impuso por la violencia.
Está claro que construir la paz no es un trabajo que debamos llevar adelante sólo las mujeres. Por el contrario, se trata de una tarea que necesita de todos en una construcción global y colectiva. Sin embargo, el esfuerzo resultará en vano si nuestras sociedades no logran integrar lo femenino perdido a través de tantos siglos de violencia sexista y luchas armadas, para recuperar la certeza de que la vida (la propia, la ajena) es el máximo valor humano y, como tal, debe ser cuidado. “No se trata de mujeres contra hombres, se trata de mujeres y hombres contra el patriarcado. Se trata de expandir nuestro potencial humano en conciencia y creatividad en vez de limitar nuestras capacidades. Ya sabemos cómo la dominación histórica de los hombres afecta a las mujeres y a los niños, pero es hora de reconocer que también los afecta a ellos”, describió la académica y activista social austríaca Riane Eisler en una entrevista reciente con el diario El País. Una mujer que, a sus 85 años, continúa trabajando con enorme vitalidad contra la violencia, con la esperanza de llegar a ver el cambio.
Mujeres que tejen la paz
Fundada en 1915, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF) es una de las organizaciones de mujeres por la paz más antiguas del mundo. A través de su trabajo, busca hacer llegar su mensaje: “¡No más guerras! ¡Ni ahora, ni nunca más!”, invitando a que más mujeres se comprometan con esta y otras causas para poner fin a las acciones bélicas. “Mientras se aplaude la decisión europea de enviar armas a Ucrania, permítanme alzar una voz disidente: las armas no nos salvarán. Más bien, nos volverán a sumergir en la turbulencia histórica de matar y morir. La violencia que imprime el uso de las armas solo conduce a una espiral de muerte, en la que siempre hay un ganador en la contienda, el que tiene más armas. Logra su miserable fin: dominar, extender su territorio, elevar su ego. . . pero todos pierden porque se pierden vidas, que es lo más valioso que tenemos”, opina Carmen Magallón, Presidenta de Honor de WILPF España.
En diálogo con Sophia, Lauren Mellows, representante de International Civil Society Action Network (ICAN), una asociación civil que se ocupa de apoyar a las mujeres constructoras de paz de todo el mundo, comparte: “Una y otra vez hemos visto evidencia de que involucrar a las mujeres conduce a mejores resultados en la resolución de conflictos. Las constructoras de paz van hacia los problemas y asumen la responsabilidad de proteger a las comunidades. Negocian o median con grupos armados y gobiernos para poner fin a la violencia en espacios formales e informales. Se centran en los derechos y la protección de las poblaciones civiles, en particular las más marginadas. Las mujeres, específicamente las constructoras de paz, aportan el rostro humano a la guerra y el conflicto”.
Por esa razón, Mellows considera que, para lograr una transformación, hace falta un movimiento más amplio y un compromiso público mundial en la consolidación de la paz a través del apoyo a las mujeres. “A lo largo de la historia, así como los hombres han ido a luchar en las guerras, las mujeres han sido las que han de recoger los pedazos y cuidar de la sociedad, de las familias, por lo que velan y se preocupan por el impacto humano en todos. Las mujeres constructoras de paz aportan los puntos de vista de toda la comunidad a las conversaciones y negociaciones de paz. No solo hablan de supuestos ‘temas de mujeres’, sino que consideran la educación, la salud, los derechos de los hombres y de los niños y las niñas”, destaca.
Aunque el desenlace en Ucrania es aún incierto, sabemos por experiencia que el saldo será una región diezmada y un mundo en vilo, a la espera de procesar este atropello criminal. ¿Cuántos conflictos armados hemos tenido que atravesar los seres humanos para comprender que el camino de la violencia nunca nos trajo sosiego y, en cambio, solo sembró a su paso terror, destrucción y muerte? Porque matar o abusar de un semejante solo se hace posible cuando el odio se esparce en ese espacio vacante que ha dejado la destrucción del lazo fraterno, invisible, que nos une por encima de cualquier diferencia. Esa gran grieta donde debemos tejer la red, como un puente, para acercarnos, para no caer. Para poder, de una vez por todas, vivir en paz.

«Tenemos que trabajar en el cambio cultural para dejar de aceptar la violencia»
Una charla con Cecilia Alemany, Directora Regional Adjunta de ONU Mujeres para Latinoamérica y el Caribe y Representante de ONU Mujeres en Argentina, para comprender qué podemos hacer y cómo hacerlo, en la búsqueda colectiva de una cultura de paz.
–¿Por qué es tan importante que las mujeres participemos activamente de este proceso?
–La construcción de una cultura de paz es una responsabilidad de toda la sociedad, por lo que debe realizarse de forma participativa y en conjunto con todas las generaciones. Pero, quienes generalmente tienen el poder de terminar con la paz o ponerla en riesgo, no son todas las generaciones, ni todos los grupos sociales. Esos espacios de poder siguen siendo muy masculinos y aún no se integra a las mujeres de forma paritaria o igualitaria.
Los conflictos tienen consecuencias devastadoras y su impacto sobre las mujeres, niños y niñas son desproporcionados. Dentro de la fuerza de trabajo informal, las mujeres están sobrerrepresentadas. Dentro de los hogares en situación de pobreza, los hogares monomarentales están sobrerrepresentados. Todos estos hogares están en su mayoría a cargo de mujeres indígenas, afrodescendientes o migrantes, dependiendo del país del que se trate en la región.
Con frecuencia representan, junto con sus hijas e hijos, la mayor parte de las poblaciones desplazadas y refugiadas. En las guerras y aún en sociedades sin guerras, se utilizan tácticas específicamente dirigidas contra las mujeres, como la violencia sexual, que es un delito silenciado, con un alto índice de impunidad y que deja secuelas devastadoras. La violencia de género en general, y en particular la sexual, la trata de mujeres, las uniones tempranas y forzadas, entre otros, se exacerban durante un conflicto.
–¿Cuál es el potencial transformador de la agenda de mujeres?
–El potencial transformador de la agenda de mujeres, paz y seguridad tiene que ver con posicionar a las mujeres como protagonistas de la construcción de paz. Cuando las mujeres participan en espacios de toma de decisiones, los beneficios para la población en su conjunto son múltiples: las políticas públicas suelen reflejar la diversidad de necesidades de la población y contribuyen al aumento de la confianza en las instituciones. Un estudio del Banco Mundial de 2018, “Caminos para la Paz”, plantea lo mismo que planteamos desde Naciones Unidas desde lo normativo. Cuando las mujeres están sentadas en la mesa de negociación en contextos de conflicto, los acuerdos de paz suelen ser más efectivos y duraderos, aumentando en un 35% la posibilidad de que esos acuerdos duren más de quince años.
No obstante, su participación en las negociaciones de paz continúa siendo muy baja. Y, lamentablemente, la exclusión de las mujeres en reconstrucción de paz limita su acceso a las oportunidades de recuperación, de obtener justicia por las violaciones de sus derechos y de participar en las reformas de las leyes, las políticas y las instituciones públicas.
–¿Cuáles son los programas que llevan adelante desde ONU Mujeres en ese sentido?
–En el mundo, ONU Mujeres desarrolla su actividad con el fin de estimular la participación de las mujeres e influir en los procesos de adopción de decisiones para prevenir y resolver los conflictos, apoyando el compromiso de las mujeres en todos los aspectos de la consolidación de la paz de cara a la construcción de sociedades más inclusivas e igualitarias, capaces de terminar con la discriminación de género y resolver los conflictos sin recurrir a la violencia.
En América Latina y el Caribe, donde los desafíos para el sostenimiento de la paz son diferentes a las situaciones de conflicto o postconflicto con los que tradicionalmente se ha asociado la agenda de mujeres, paz y seguridad, contribuye al relevamiento de los impactos y oportunidades para las mujeres ante escenarios emergentes como los conflictos sociales, el avance del cambio climático y la creciente movilidad humana en la región.
ONU Mujeres apoya a los Estados en la elaboración e implementación de los Planes de Acción Nacional de la Resolución 1325, apoya el fortalecimiento de redes nacionales e intergubernamentales de mediadoras y constructoras de paz de la región, así como de redes de mujeres Defensoras de los Derechos Humanos. La agencia promueve también la participación de mujeres jóvenes en espacios cívicos y en la toma de decisiones y lleva adelante instancias de formación para promover el liderazgo político con enfoque de construcción de paz.
En Argentina, ha colaborado con el gobierno en la elaboración de su segundo Plan de Acción Nacional para la implementación de la Resolución N° 1325 de 2000, que esperamos que pueda ver ser aprobado a la brevedad. Desde 2020, apoyamos la consolidación y el fortalecimiento de la Red Federal de Mediadoras con perspectiva de género. Actualmente acompañamos a los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay en la consolidación de la Red Regional de Mujeres Mediadoras del Cono Sur (primera de su tipo en la región) que aboga por el incremento de la participación e influencia de las mujeres en procesos de paz y de mediación a nivel local, nacional y global.
Desde ONU Mujeres participamos también en la Plataforma de Coordinación Interagencial Regional para personas Refugiadas y Migrantes de Venezuela (llamada R4V), un esfuerzo colectivo para abordar las necesidades humanitarias, de protección e integración de las personas refugiadas y migrantes de Venezuela en las comunidades de acogida. En Argentina llevamos adelante acciones concretas para dar atención a la violencia por motivos de género y apoyamos en la transversalización de la perspectiva de género en el trabajo colectivo de la Plataforma. La alta vulnerabilidad de las personas migrantes y refugiadas incrementa el número de casos de trata de personas en mayor proporción que en contextos de movilidad menos masivos y prolongados. Por lo tanto, ONU Mujeres también apoya estrategias locales contra la trata de personas, fundamentalmente en el marco de procesos de integración regional y en este sentido colaboramos para que las campañas contra la trata se coordinen a nivel del MERCOSUR, ya que de esta coordinación dependerá el éxito de nuestros esfuerzos para la erradicación de este fenómeno que suele ser transfronterizo.
–¿Cómo instalar la necesidad de trabajar colectiva e integradamente en esta tarea?
–América Latina viene colaborando desde hace varias décadas para consolidarse como una zona de paz. Es una tarea permanente y debemos cooperar para evitar que los nuevos desafíos trasnacionales, y los problemas que superan las fronteras como lo ha sido la crisis del COVID-19, que aún no terminamos superar, no se transformen en nuevas raíces o razones de conflictividad social o aumento de la violencia. La construcción de la cultura de paz es necesaria justamente para poder consolidar la paz y que sea sostenible.
Hay cada vez más evidencia sobre el vínculo entre desarrollo e igualdad, el aumento de la violencia en general y la violencia de género en particular. Y ese nexo entre la agenda humanitaria y de desarrollo, se ve muy fácilmente cuando ante una crisis como la de Ucrania, al drama humanitario se le suma inmediatamente el impacto socioeconómico.
La Agenda 2030 reconoce, a través del ODS 16, que el desarrollo sostenible requiere de la promoción de la paz. Pero no de cualquier paz, sino una que se alcanza a través de la promoción de sociedades justas, pacíficas e inclusivas. Pero esto no es exclusivo al ODS 16: la Agenda 2030, en su totalidad, está atravesada por un entendimiento comprensivo de la paz, más allá de la simple ausencia de conflicto. Implica el desarrollo de “las condiciones necesarias para el bienestar de todas las personas, incluyendo la prevención y la transformación de las violencias físicas, culturales y estructurales […] y en la que todas las personas puedan ejercer sus derechos de manera real y efectiva”. Sin derechos humanos, no puede existir una paz sostenida, ni igualdad, ni democracia, ni libertad de expresión. Los derechos humanos están en el centro de todo lo que hace Naciones Unidas.
–¿Cuáles son los desafíos por delante?
–Las sociedades suelen valorar la necesidad de trabajar colectiva e integradamente por la paz, el diálogo social y la igualdad cuando se enfrentan a la ruptura de la paz o a una gran desigualdad. Esperemos que la crisis internacional a la que asistimos en este momento se resuelva con una respuesta concertada para poner fin a la crisis humanitaria generada en Ucrania, y que en nuestra región podamos avanzar en la reducción de la pobreza y la desigualdad y la construcción de diálogo social. Tenemos que trabajar en el cambio cultural que significa dejar de aceptar la violencia en general y la violencia de género en particular y avanzar hacia políticas públicas que reduzcan la naturalización de la violencia, la tenencia de armas, y eduquen para la paz con una perspectiva de género e intercultural. Es hora que erradiquemos las violencias del machismo, el clasismo y el racismo que tan naturalizadas e imbricadas han estado en América Latina.
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