Solidaridad
23 abril, 2018
Mucho más que agua
Viajamos al corazón de Tulumba, Córdoba, para ser testigos de la construcción de cisternas que van a permitirles a sus habitantes almacenar mejor el agua. Y allí nos encontramos con familias que están construyendo comunidad.
Texto: Agustina Rabaini. Fotos: Ana Zorraquin.
Cuentan los historiadores que el valle de Tulumba, a 130 kilómetros de la ciudad de Córdoba, supo ser un sitio natural privilegiado. Su nombre –conformado por vocablos de la lengua comechingón, idioma desprendido del quechua– significa “lugar donde hubo agua”.
La Ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley, se reunió con representantes de varias empresas con el objetivo de renovar su compromiso para continuar con los proyectos público-privados vinculados a llevar agua potable a habitantes en situación de vulnerabilidad en varias provincias de la Argentina. El encuentro tuvo lugar en el salón de los Pueblos Originarios de Casa Rosada y se selló un acuerdo de estrategias colaborativas entre el Gobierno y empresas privadas para impactar más de 40.000 personas en situación de vulnerabilidad social de parajes dispersos en trece provincias.
A lo largo de las décadas, el campo en Tulumba Norte –sitio que recorrimos intensamente días atrás– tuvo momentos de esplendor y hoy son muchos los que lo recuerdan como un vergel donde se podía tener animales, disfrutar de los ríos y arroyos, y de los beneficios de la lluvia, que trae el agua que sostiene la vida.
Sin embargo, este bello lugar habitado por cien familias sufrió, hasta 2013, una sequía que parecía no terminar nunca. El cambio climático alteró los ciclos naturales y trajo una escasez de lluvia que no solo barrió con toda posibilidad de sostener los pequeños emprendimientos agropecuarios. También dificultó la vida cotidiana, las necesidades más básicas que atañen a la alimentación, la higiene y la salud de las personas.
Comunicarlo en pocas palabras o entender la preocupación de los vecinos puede parecer sencillo, pero es muy diferente escuchar los testimonios de las familias, que llegaron a convertirse en sobrevivientes del día a día.
“Me acuerdo de cómo lloré cuando vi que el último río se secaba y cómo se nos morían los animales porque ya solo juntábamos vasos con barro”, relata Norma Peralta, orgullosa mamá de cuatro y la cocinera de la escuela General Las Heras de Socavones –uno de los parajes más poblados de Tulumba– desde hace treinta años.
Hugo López, maestro de la misma escuela desde hace catorce, lleva tres décadas trabajando como docente rural. En diferentes poblados ha visto cómo la falta de agua marca la vida de las personas. Por eso, resulta una voz autorizada a la hora de hablar de esta problemática tan extendida en el campo argentino. “Los afecta en el aspecto económico y espiritual: pierden las ganas de luchar y encaminar proyectos. Los afecta desde el punto de vista de la salud, la higiene personal y la alimentación. Las familias pasan muchas horas al día acarreando agua y viven preocupados por cuidar cada pequeña ración. Hubo un tiempo en el que, para que funcionara la escuela, llevaba bidones de cinco litros para poder llegar a los doscientos que se necesitaban. Vivo en Dean Funes y mis dos hijos sabían que su tarea era llenar los bidones, y así cargábamos el auto. Al menos durante las horas de clase, los chicos no sentían la falta”.
Ahora son las diez y media de la mañana de un jueves de enero; el sol ya pega fuerte en la zona y mientras avanzamos por el camino nos informan que hace meses que en el lugar se trabaja para mejorar el acceso al agua, gracias a una acción conjunta que llevan adelante la Fundación Plurales y la empresa Danone, con apoyo del INTA, Avina, la Universidad Católica de Córdoba y la escuela técnica de Villa Tulumba.
En mayo de 2015, se habrán construido cien cisternas para cien familias del lugar. La noticia, que ha ido llegando casa por casa en la zona, arriba en un momento en el que el agua de lluvia se hace notar más frecuentemente. Poco a poco, los ríos y arroyos empezaron a volver a ser los de antes. Y en algunas casas de la zona, las noches ya no se alumbran a vela o con faroles, sino que llegaron las pantallas solares. No todo ha sido resuelto; queda mucho por hacer, pero los vecinos ahora pueden acumular agua en las cisternas. Además recibieron un kit de elementos que les permite mantener el agua limpia, y eso supone volver a tener huertas, poder criar mejor a los animales y afrontar mejor la vida cotidiana cuando hay que lavar, cocinar o darse una ducha fresca después de la escuela o el trabajo en el campo.
Miriam Vilcay es un referente para todos en la zona y nos acompaña a lo largo del camino, de familia en familia, de charla en charla. Ella llegó junto a su marido justo antes de la crisis de 2001, y vivió diferentes etapas. Mujer perseverante, Miriam hizo mucho por mejorar las condiciones de vida de los vecinos, de su propia familia, y tuvo la visión, en los momentos más duros, de empezar a organizar a las mujeres del lugar. Hoy integra el Colectivo de Mujeres del Gran Chaco Americano que años atrás impulsó la Fundación Plurales.
Con mate en mano y un pedazo de pan casero que parte al medio y cubre con dulce para quien lo quiera tomar, cuenta cómo fue llegar hasta acá. “Cuando llegué a Tulumba esto era un microclima: abundaba el agua, el verde, la vida brotaba. No imaginaba que nos íbamos a quedar sin nada. La sequía, inesperada por todos, duró siete años. Llegó a llover nada más que 220 milímetros al año. Empezaron a morirse los animales, se secaron los frutales y hubo que empezar a recurrir a otro tipo de producción. Fue una época dura y la vivimos mal porque no estábamos preparados. En ese tiempo, las mujeres fueron muy importantes porque ellas son las que administran el agua en la casa y las que acarrean, con los chicos, el agua desde los pozos o el río. Por lo general, el hombre no está porque sale a hacer los trabajos en el campo”.
En una de las casas más habitadas de Socavones, vive otra Miriam, de apellido Peralta, que sufrió en carne propia la necesidad de acarrear agua desde el río o sacar agua (a brazo) desde el pozo para criar a sus hijos. Miriam está casada; su marido trabaja en el campo y regresa al hogar cada quince días. Apenas llegamos cuenta que aún no puede creer que podamos conversar al lado de una estructura grande, gris, que les cambió el día a día.
“Acá el problema era cómo acumular el agua, porque cuando no había de dónde sacarla, venía el camión del pueblo, pero no podíamos juntar mucho en los tanques que algunos tenían y otros no, y en los tachos y baldes. Así, el agua tampoco duraba, había que cuidarla y compartirla con los animales”.
El esfuerzo para lavar la ropa cuando los hijos eran chicos merece un comentario aparte: “En invierno era duro porque había que ir al pozo a lavar y las mudas de ropa eran muchas. Había que llevar todo en bolso, a pie o a caballo, y lavar en el pozo, traer de vuelta, tender en casa. La vida era sacrificada. Poder tener agua en la casa es una gran cosa porque se necesita para todo. Ahora tengo cabras, lechones, vacas, gallinas, caballos. Hago dulce y arrope de tuna y de piquillín, un fruto típico de acá. Pronto, a lo mejor pueda tener más verduras, así los chicos comen más variado”.
Trabajar en comunidad
Cuando los voluntarios de la Fundación Plurales llegaron a la zona para proponer a las familias avanzar con la construcción de las cisternas, el plan de trabajo incluía la capacitación de varios pobladores para que pudieran, ellos mismos, cavar los pozos y levantar las estructuras circulares que ahora se ven de lejos, por el camino en Tulumba Norte. La propuesta traería trabajo durante un tiempo y requería el compromiso de varios hombres, diez, doce, dieciséis manos que, al momento del trabajo duro, quisieran colaborar.
Ignacio Peralta tiene 22 años, es el hijo mayor de Miriam, y uno de los jóvenes de Tulumba que recibieron capacitación para trabajar en el lugar: “Es algo especial poder decir: ‘Yo hice la cisterna, yo también estuve’. Nos vinieron a capacitar y nos enseñaron a hacer la mezcla, los moldes, a tomar medidas, y fuimos practicando. Nos dieron un manual y así aprendimos. Cuando hicimos la primera cisterna pensamos que era fácil, pero con la segunda fue bravo, se nos rompía todo (se ríe). Fuimos buscándole la vuelta y ahora las hacemos en dos días y medio o tres. Mientras trabajamos nos ayudamos, cada uno es bueno para algo diferente, y así vamos avanzando”.
Néstor López es el hermano de Patricia, otra de las mujeres de Socavones, y coincide con Ignacio en que la construcción de las cisternas trajo un cambio positivo y los acercó más entre vecinos. “Cuando lo hacemos pasamos días hermosos, todos nos conocemos. Acá la falta de agua se sufrió mucho. Algunos tenían pozo y otros no. Esto hace a la unión de todos”, cuenta. Néstor recibió estos días la noticia de que fue elegido junto a Ignacio para ir a Salado Norte, en Santiago del Estero, a fin de capacitar a otros jóvenes que, como ellos, van a construir cisternas. “El programa de ayuda sigue y nosotros también. Esperamos que salga todo bien”.
Cae la tarde en Socavones y es hora de subir a un lugar más alto para ver la zona de Tulumba desde arriba y agradecer haber llegado hasta aquí para apreciar el cariño que esta población tiene por la vida en el campo. Lo que esperan, y piden a sus dioses, cada vez que se cierra la canilla del cielo, es agua. Poder ver a sus hijos crecer con mejores condiciones de vida. Que puedan terminar el secundario (algunos chicos cursan en el pueblo de Tulumba gracias a una camioneta que viene a buscarlos), y que si se van, vuelvan los fines de semana a una casa donde la reunión familiar incluya una buena ración de alimentos, cariño y agua.
Probar mejor suerte y buscar trabajo en los pueblos vecinos o en la ciudad de Córdoba es lo que muchos jóvenes del lugar anhelan. Es el caso de Yamila Anrique, de 21 años, que ama el campo y a sus hermanas, que andan por acá cerca. Está embarazada, a punto de dar a luz y acá le gusta, pero anhela irse a un lugar donde pueda seguir estudiando y poder darle un futuro mejor a su hijo, que se llamará Joaquín.
“Estoy feliz con mi embarazo, es una vida que viene. Ahora podemos tener un jardín, una huerta, y lo que más quiero es que mi mamá no trabaje tanto. A mi hijo me gustaría darle todo lo que no pude tener. En 2011 me fui a Córdoba a estudiar peluquería y auxiliar de farmacia y después, con el embarazo, volví. Mi sueño es ser maestra jardinera. Quién sabe, un día me gustaría ser la maestra de la escuela de Socavones, el lugar donde hice el jardín y la primaria, y donde mi mamá es cocinera desde hace treinta años”.
Los sueños y la voluntad de que la vida mejore asoman en los ruegos y en el corazón de todos en Tulumba. Ahora hará falta que “la canilla del cielo se abra”, que el agua de lluvia que cae sobre los techos pase por las canaletas hacia la cisterna y que los pobladores recuperen la confianza. Día a día, las familias podrán empezar a ver los frutos en las huertas, en los jardines y en los hijos y nietos que van a seguir llegando. Aun así, aunque el camión de agua vuelva a llegar, si el agua del cielo y el suelo no alcanzan, le caberá al Estado, como prioridad absoluta y a nivel nacional, garantizar el acceso y la calidad del agua como derecho humano fundamental.
Miriam Vilcay (foto) escribía, en octubre de 2013:
“Llueve en Socavones. Cayó piedra y ya llovió más de 15 mm. Gracias a quien abrió la canilla del cielo. Estaba ya insoportable el calor y los vientos de tierra. El lamento de los animales pidiendo más comida y agua. El fantasma del incendio. Esta es la mejor solución… la lluvia”.
Hoy, un año y medio después, la lluvia sigue siendo esperada por los habitantes del campo en Tulumba, pero ahora la esperan para poder almacenarla en las cisternas, un elemento que puede alivianar las rutinas pesadas del día a día .
Según datos oficiales, el 16% de los argentinos no tiene acceso al agua potable. Las organizaciones no gubernamentales que se ocupan del tema en diferentes regiones informan que la falta de agua puede afectar la vida cotidiana del 21% de los habitantes. Según la Fundación Plurales, que trabaja en el marco del programa Sed Cero, hay familias que caminan entre cuatro y seis horas diarias para conseguir agua para cubrir sus necesidades básicas.
La juventud en marcha
Por Antonella Vagliente
Integro la Fundación Plurales, que, junto a a Avina, coordina el Programa Sed Cero. Lo que se busca es unir esfuerzos de diferentes sectores para dar escala a los proyectos de acceso al agua que se vienen desarrollando en comunidades del Gran Chaco Americano. En determinado momento, la empresa Villa del Sur decidió tomar el tema de acceso al agua como su causa y así empezamos a trabajar en el proyecto de la construcción de cien cisternas en Tulumba, Córdoba. Se trata de una iniciativa coconstruida que esperamos pueda generar conciencia para contribuir, a largo plazo, a que la Argentina reduzca la cantidad de personas que no tienen acceso al agua.
Las familias en las comunidades incorporan cada vez más la idea de que trabajar en conjunto puede permitirles lograr objetivos concretos. Los habitantes de Tulumba pudieron ver que si no ayudaban a su vecino, el vecino no iba a darles una mano para construir la cisterna cuando les tocara el turno. Fue lindo ver cómo se acercaban unos a otros. Ellos mismos vieron la posibilidad y ojalá la experiencia les sirva para seguir creciendo.
A mí lo que me moviliza es un sentimiento de corresponsabilidad. La convicción de que todos somos responsables por el bienestar de todos. Si un porcentaje de la población no tiene acceso a un derecho básico como el agua, debemos movilizarnos. Gandhi decía que uno debe ser el cambio que quiere ver en el mundo. Tenemos que trabajar nuestros egos y despertar el amor en nosotros y en los demás para ver cómo el contexto empieza a cambiar y todo lo bueno se vuelve contagioso”.
Campaña “Unidos por el agua”
Aguas Danone planea proveer cisternas para que cien familias de Tulumba Norte, en la provincia de Córdoba, puedan almacenar agua segura. En el marco de la iniciativa “Unidos por el agua”, propone que por cada litro de Villa de Sur que compremos, ayudemos a facilitar 10 litros de agua segura por día para cada persona de las once comunidades que viven en el lugar. Además de invitar a los consumidores a involucrarse con la causa, se busca poner el tema en la agenda pública. Unite en unidosporelagua.org.ar
«Trabajo para enseñar la solidaridad”
Por Hugo López
Soy docente rural desde hace más de treinta años. Cuando se instaló la problemática del agua en Tulumba, los chicos empezaron a cambiar de comportamiento porque las tareas no se podían hacer o pasaban mucho tiempo acarreando agua.
La primera cisterna que se construyó fue la de nuestra escuela. Recién después vinieron las de los vecinos. Recuerdo a una mamá que no quería traer a su hijo al colegio porque no tenía el guardapolvo limpio. Tenía que ingeniármelas y buscar estrategias para que el chico viniera igual. Le decía, por ejemplo, que íbamos a trabajar con elementos de la tierra o a hacer educación física para que viniera con ropita vieja o usada.
Ahora todo está cambiando porque los vecinos pueden guardar el agua en la cisterna, un instrumento valioso que les va a permitir trabajar con la ganadería y las huertas.
Lo lindo del proyecto es que las familias tienen que esforzarse, estar activos frente a la situación. Ahora sienten el orgullo de decir: “Yo también participé de la construcción de la cisterna o hice el pozo”.
Como docente, trabajo para matar el “yo” de cada familia y hacer crecer el “nosotros”. Los maestros rurales tenemos un compromiso con la comunidad, y en un medio carente de muchas cosas, uno aprende que muchas veces no es el tener lo que brinda al ser humano la felicidad sino poder desarrollarse como persona.
Trabajo para que los chicos aprendan el valor de la solidaridad, del bien común, superando el bien individual. Todos mis hijos fueron a la escuela de Socavones en Tulumba. La más chiquita pasó a cuarto grado y los dos más grandes fueron abanderados.
Nota de archivo publicada el 26 de marzo de 2015.
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