Sophia - Despliega el Alma

Salud

16 mayo, 2022

«Mi experiencia con el cáncer me dejó bendiciones ocultas»

A los 56 años, la escritora austríaca, estudiosa de lo sagrado femenino y traductora de autores como Henry David Thoreau, atravesó un tratamiento de cinco meses de quimioterapia extenuante. El tránsito hacia la recuperación resultó una experiencia extrema pero transformadora, que plasmó en un libro en alemán cuyo título es, traducido al español, “Nunca me ha gustado tanto vivir”. Aquí, condensa ese trayecto y asegura: "Cada nuevo día es un regalo y un nuevo comienzo".


La autora del texto, junto a la casita para aves que dispuso para recibirlas en su balcón.

Por Susanne Schaup

Hacía un tiempo que no me venía sintiendo bien. Tenía una fatiga persistente y mi recuento sanguíneo era bajo. Durante un período de tiempo sufrí de un dolor en mi espalda que no mejoraba con fisioterapia. Luego, mis pies comenzaron a fallar y ya no podía salir a pasear. Solía disfrutar de mis paseos por el Jardín Inglés, el “pulmón verde” de Múnich. Pero ahora, un dolor indescriptible me alejaba de este pasatiempo. A los 56 años de edad ya debería haber pasado la menopausia, sin embargo todavía sangraba profusamente cada mes. Algo estaba mal y no se me ocurría qué podía haber detrás de estos trastornos, hasta que los médicos detectaron un  “crecimiento” ubicado detrás de mi esternón. Era muy pequeño, pero sospechaban que podía ser cáncer de pulmón. En general este cáncer está asociado con fumar excesivamente, pero excepto por un cigarrillo ocasional, yo no fumaba.

Me mostraron la radiografía: se veía la forma de una hermosa y brillante estrella sobre el tejido oscuro de mis pulmones. Una “estrella” que no debía estar ahí. Sabía que era difícil tratar el cáncer de pulmón. Para la mayoría de los pacientes es una sentencia de muerte. Pero todavía no teníamos un diagnóstico. Las pruebas no mostraban un resultado aún. Lo que tenía en el pecho podía ser algo benigno también. Por otro lado, podía ser maligno, podía ser cáncer. ¿Cómo es que este conglomerado de células, este llamado “crecimiento”, apareció en mi pecho? 

Ese día cambió mi vida. El ambiente, el aire que respiraba había cambiado. Los objetos que utilizaba con frecuencia, como lapiceras y cuadernos, o hasta los utensilios de cocina, de repente se sentían extraños, como si no me pertenecieran. Tal vez dentro de poco tiempo no los necesitaría más… Por Dios, tal vez no necesitaría nada nunca más. Mi corazón se encogió al pensar en las personas que eran parte de mi vida. Nadie sabía de mi enfermedad, y decidí no contarle a nadie hasta no tener un diagnóstico. Nunca me había sentido tan sola. La vida, tal como la conocía, parecía abandonarme.

Durante esa época me volví sensible a cualquier señal que diera mi cuerpo, intentando escuchar hasta mi propia sangre y mis latidos. Una tarde, oscilando entre la esperanza y la ansiedad, literalmente pude sentir las células extrañas de mi crecimiento convirtiéndose en malignas. Tuve una sensación interna similar a la arena fina deslizándose dentro de un reloj de arena, produciendo un sonido sutil pero chirriante. “Ya está”, pensé, “ahora sí es cáncer”. Y así fue. Cuando recibí el diagnóstico –linfoma no Hodgkin- el tumor había crecido hasta llegar al tamaño de una naranja y ya no era operable. Sólo quedaba un tratamiento para evitar que el tumor me sofocara: quimioterapia agresiva, la cual me aterrorizaba.

«Nadie sabía de mi enfermedad, y decidí no contarle a nadie hasta no tener un diagnóstico. Nunca me había sentido tan sola. La vida, tal como la conocía, parecía abandonarme»

Ingresé a un hospital en Viena, mi ciudad natal, a la que había abandonado hacía muchos años. Así, el destino me llevó de vuelta a mi lugar de origen. Lista para una larga estadía en el hospital, llevé todo lo que creí que podía ayudarme a pasar seis ciclos de quimioterapia: música de Mozart y Bach, grabada en cintas que pudiera oír con mis auriculares. También llevé cintas que contenían un curso de meditación guiada para la respiración dictado por una maravillosa mujer a quien había conocido unos cuantos años antes.

Además llevé un pequeño cofre ornamentado hecho en China que contenía dos bolas de metal, las “esferas chinas Baoding”,  utilizadas en la medicina tradicional china por miles de años para estimular la energía vital Chi, que está íntimamente relacionada a la respiración. La antigua tradición china cree que mientras el ser humano respire, existe energía vital en el cuerpo. Esto puede fortalecerse moviendo las esferas en una mano, rotándolas cuidadosamente sin dejarlas caer. Cada vez que realizaba esto durante diez minutos con cada mano, algo en mi actitud cambiaba y lograba sentirme confiada en que iba a sobrevivir a este calvario. De hecho, ya me sentía más fuerte. El ejercicio no afectaba al tumor directamente, pero en combinación con mis otras “ayudas”, estimular mi Chi me hacía bien.

Por último, también practicaba meditación y oración. Tenía cierta experiencia con la meditación, que resultó ser una gran ayuda en esta situación. Todos los practicantes conocen el beneficio sutil de calmar la mente, soltar los pensamientos turbulentos y ansiedades hasta sólo tener quietud. Silencio. Es en esta quietud, en este silencio, en donde se puede oír la voz interior. Emerge de la profundidad del ser, del centro del alma. Es un estado de vida más cercano a Dios, la potencia principal, el creador de la vida. Algo que no se puede probar a los ateos confirmados o escépticos. Es un conocimiento basado en la evidencia interna, en la experiencia personal. Una vez que lo experimentás, nunca lo olvidás.

Susanne y su sobrina Teresa, juntas para caminata por los bosques de Viena.

Recuerdo el primer ciclo de quimioterapia. Una noche, mis glóbulos blancos estaban en cero debido a las sustancias que inyectaban en mis venas para luchar contra el tumor. Mi vida se sentía como un hilo muy delgado que podía romperse en cualquier momento. Si la médica de turno de esa noche no me hubiera realizado dos transfusiones de sangre, es posible que no hubiese sobrevivido. Fue un momento crucial en el que vi la muerte frente a mí. Sentí un temor profundo. Sabiendo que no podía esconderme de ella, la enfrenté. Llegué a lo que llamo “el otro lado del miedo”. No sentía más temor, sino aceptación de todo lo que pudiera suceder. Aceptación de mi vida con todos sus problemas y defectos. Y, lo más importante, me sentí envuelta en una sensación de Amor Incontenible, amor puro, que no estaba dirigido a ninguna persona ni objeto, sólo una sensación de amor y gratitud universal. 

¿Esto ocurrió antes o después de recibir las transfusiones de sangre? No lo sé. No lo recuerdo. Pero ya no importa. Lo importante es que sucedió. Que mi mente y mi espíritu sanaron al rendirme a la voluntad divina de Dios y al soltar mi deseo desesperado de vivir.

«Vi la muerte frente a mí. Sentí un temor profundo. Sabiendo que no podía esconderme de ella, la enfrenté. Llegué a lo que llamo ‘el otro lado del miedo’. No sentía más temor, sino aceptación de todo lo que pudiera suceder. Aceptación de mi vida con todos sus problemas y defectos»

En resumidas cuentas, sobreviví a cinco meses de extenuante quimioterapia y a su dolor indescriptible. Es un dolor que no se localiza en una zona del cuerpo en especial, sino que se extiende en todo el cuerpo y el espíritu. Tal vez puedo describirlo mejor diciendo que sentía que mi sangre implosionaba, me rompía en pedazos, me dejaba sin núcleo de individualidad o identidad. Había días en que me resultaba imposible sostener un pensamiento, orar o meditar. Pero aprendí que podía soportar esos días y esperar días mejores, un ciclo tras otro. Podía volver a hacer uso de mis “ayudas”. Cada respiración resultaba dolorosa, pero los ejercicios de respiración eran una bendición, ya que enfocaban mi atención en curarme y mejorarme.

Bendiciones ocultas

Durante mis meditaciones siempre surgía la misma pregunta: ¿Por qué había contraído cáncer yo, una persona que nunca había sufrido ninguna enfermedad grave en toda la vida? Bueno, tal vez me había esforzado demasiado durante los últimos dos años. Había cumplido con fechas de entrega, realizado proyectos, escrito un ensayo sobre Elisabeth Kübler-Ross para su septuagésimo cumpleaños. Durante el mismo año publiqué una antología de los Diarios de Henry David Thoreau; y mi traducción al inglés del libro Sophia para la edición estadounidense. Durante dos años había estado clavada en mi escritorio prácticamente sin descanso. Y eso no era todo. Con algo de remordimiento debo admitir que en cierta forma mi vida se había apagado. Había pasado por decepciones y contratiempos en mis relaciones personales, incluyendo una pérdida irremediable. La vida pasaba y la pregunta irritante continuaba siendo: ¿Esto es todo? ¿No estaba destinada a lograr más cosas, a dejar una marca en el mundo? La respuesta era humillante.

Mi enfermedad me obligó a aceptar mi realidad, con el énfasis en “mi”. No tenía sentido compararme con personas que lograron más cosas e hicieron mejor uso de la vida que recibieron. Cada vida es única y la mayoría de nosotros la vivimos lo mejor que podemos. Creo que así lo hice yo. ¿Para qué culparme? No se debe comparar ni mirar atrás. Se debe vivir la propia realidad un día a la vez y agradecer lo que tenemos. Perdonarse a uno mismo.

La enfermedad me arrancó de mi vida cotidiana durante un año entero. Puso un freno a mi trabajo, canceló mis planes a futuro y cambió mis relaciones. Pero el “annus horribilis” de mi episodio contra el cáncer eventualmente se convirtió en el “annus mirabilis” lleno de ocultas bendiciones, un tiempo de crecimiento personal, una compasión emergente hacia todos los seres, especialmente hacia todos quienes, como yo, sufrieron en el hospital. Había mujeres en peores condiciones que yo. Al lado mío, la paciente con quien había hecho amistad estuvo muriendo durante una semana entera.

«No tenía sentido compararme con personas que lograron más cosas e hicieron mejor uso de la vida que recibieron. Cada vida es única y la mayoría de nosotros la vivimos lo mejor que podemos»

El ala de enfermos de cáncer enseña mucho sobre compasión y humildad. Experimenté una oleada de cierto tipo de amor que no era específico ni dirigido a alguien o a algo en particular. Tal vez podría llamarse “amor universal”. Me ayudó a sobrellevar mis propios sufrimientos (la pérdida de todo mi cabello fue el menos importante de todos ellos), a superar mi convalecencia y a permanecer saludable durante casi veinticinco años.

Mi vida está dividida en dos partes: antes y después del cáncer. Fue el punto de inflexión de mi vida. Mi manera de ver la vida ahora es diferente. Me preocupo menos por cosas pequeñas, irritaciones que suceden en la vida diaria y me concentro más en las cosas que importan. Además, aprendí a rastrear el origen de todas las enfermedades, hasta un simple resfrío, llegando a su causa mental o espiritual, al estado interior de desequilibrio que puede provocar esos síntomas físicos. Muchos pacientes de cáncer experimentan algún trauma, golpe, pérdida o adversidad arrolladora antes del comienzo de la enfermedad. Una rama de la medicina, llamada psicooncología, se dedica a investigar el cáncer en el contexto de eventos traumáticos. Creo que este enfoque es válido.

Las lecciones que aprendí de mi experiencia con el cáncer pueden resumirse de la siguiente manera: Primero, debemos analizar nuestra vida. ¿Sucedió algo que pudo haber desencadenado la enfermedad? Si es así, debemos enfrentarlo. Sacar el efecto tóxico de este evento al confrontarlo de lleno y aceptarlo. Segundo, debemos analizar nuestro estilo de vida. ¿Nos alimentamos con comida saludable? ¿Tenemos hábitos tóxicos (alcohol, nicotina, drogas)? ¿Realizamos suficiente ejercicio? La vida en las grandes ciudades a menudo fomenta la inercia. Es decir, con frecuencia utilizamos el automóvil para recorrer distancias cortas cuando fácilmente podríamos caminar. ¿Dormimos lo suficiente? ¿Tenemos tiempo suficiente para descansar? ¿O nuestra vida está llena de complicaciones? ¿Puede una mejor gestión de nuestro tiempo darnos lugar para practicar la meditación o simplemente para estar en silencio y permitir que la agitación interna se calme? Tercero, si sufrimos de una enfermedad grave y necesitamos un tratamiento médico invasivo, no dejemos todo en mano de los médicos. Nuestro cuerpo y nuestra mente poseen una gran capacidad de auto-sanación. Sólo debemos estimular esta capacidad. Debemos nutrirlo con alimentos que nos ayuden físicamente y con otras actividades como el yoga o técnicas similares, o utilizar esferas Boading para estimular nuestra energía. Escuchar buena música y leer libros inspiradores. Existe una vasta cantidad de literatura espiritual que puede ser de ayuda si uno se esfuerza en encontrar lo que mejor le sirva. 

«Mi episodio contra el cáncer eventualmente se convirtió en un tiempo de crecimiento personal»

Esos momentos difíciles son también momentos de oportunidades. Podemos aprovechar la posibilidad de crecimiento que nos ofrecen. El cáncer me enseñó que aun ante la muerte, la vida puede resurgir y expandir mi conciencia acerca de su belleza en todas sus formas. Creo que ahora veo más, escucho mejor y disfruto con más plenitud los pequeños placeres que la vida ofrece. Sobrevivir a una enfermedad potencialmente mortal me hizo adquirir un sentimiento más profundo ante el sufrimiento del prójimo y la agonía del planeta tierra.

Ahora soy una mujer anciana que busca cada día la bendición de abrir los ojos ante las maravillas de la vida. Cada nuevo día es un regalo y un nuevo comienzo. Deseo colmarme de gratitud y de amor hasta el último de mis días. Cuando llegue mi momento de partir, inevitablemente regresará el miedo a la muerte. Pero he estado del otro lado y confío en que volveré allí.

Mi libro Noch nie hab ich so gern gelebt (“Nunca me ha gustado tanto vivir”) fue escrito en base al diario que escribí durante mi enfermedad y con el objetivo de ayudar a otras personas que sufren de cáncer.

Existen muchas cosas que podemos hacer para ayudarnos: utilizar las ayudas recibidas por años de sabiduría, las obras de almas inspiradas, y nuestra propia intuición. El desafío de una enfermedad grave y potencialmente mortal es que nos obliga a salir de nuestra rutina, romper con nuestros hábitos y redefinir nuestras vidas a través del conocimiento obtenido tras una crisis existencial. Aceptar nuestra enfermedad, aceptar el desafío y escuchar su mensaje es la mejor manera de sanar.

Traducción: Virginia Noto Llana.

Si querés conocer más sobre la autora de este texto, su vida y su obra, podés hacer click en este enlace: Susanne Schaup, una mujer en busca de Sophia

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