Ecología
12 julio, 2016
MARIE-MONIQUE ROBIN: “Las mujeres tienen una relación muy especial con la comida”
¿Alguna vez te preguntaste sobre el riesgo de los químicos de los alimentos para la salud y el planeta? La periodista, escritora y directora francesa lo viene haciendo desde años, dedicada a generar conciencia y a denunciar a cuanta empresa sea necesario. En su visita a la Argentina, tomamos un té con ella para conversar a su estilo: en español con acento francés para decir las cosas como son.
Un libro, un documental y un discurso pueden convertirse en una herramienta de información, concientización y denuncia altamente poderosa. Pero Marie-Monique Robin no logró hacer llegar su mensaje a través de un único recurso, sino por medio de múltiples publicaciones traducidas a diferentes idiomas, de distintos productos cinematográficos que revolucionaron al mundo y de charlas sin limitaciones ni censuras, como la que brindó en su reciente visita a Buenos Aires. ¿El eje común que motiva a la periodista, escritora y directora francesa? Empezar a preguntarnos por lo que comemos y los riesgos (peligrosos, muy peligrosos) detrás de una industria basada en químicos, además de indagar sobre la transformación de aquello que es tan noble, tan natural, tan saludable como es un alimento.
Podés seguir la enorme labor de Marie-Monique y conocer más acerca de sus trabajos, a través de sus libros y documentales en www.mariemoniquerobin.com
Hija de padres agricultores, Marie-Monique nació en la comuna francesa de Gourgé, se formó en ciencias políticas y periodismo, lo que le permitió desempeñar el diferencial que la caracteriza: la investigación, el trabajo profundo de campo, el hablar sobre aquello que los medios tradicionales no hablan. Para eso realizó más de 40 películas y su trayectoria mereció más de 30 premios —incluyendo el Premio Noruego Rachel Carson en 2009, dedicado a mujeres ambientalistas— y visitó América Latina en más de una ocasión (dicen que casi ochenta). Investigó sobre el uso de la coca por los indígenas en Colombia, sobre la prevención del SIDA en Cuba, sobre la participación del ejército francés en la Operación Cóndor, sobre las amenazas a la biodiversidad por parte de la biotecnología. El foco siempre estuvo puesto en la violación a los derechos humanos en todas sus formas posibles, incluso desde un plato de comida. Fue el libro y documental “El Mundo según Monsanto”, de 2008, el que marcó un antes y un después en su carrera y también en el mundo entero, tras dar a conocer cómo opera la compañía para evitar los controles a sus procesos contaminantes de producción, o incluso para llegar a controlarlos.
—En base a su experiencia, ¿cuáles considera que son los principales problemas que presenta hoy la industria alimenticia en el mundo?
—Uno de los principales problemas, que aquí en Argentina se ve de manera muy ejemplar, es que el actual modelo agroindustrial acaba con todo: acaba con suelos y contamina. Hay una dimensión ecológica de ambiente en general, y también una cuestión sanitaria. Eso lo he revelado en distintos documentales y libros que están incluso aquí en el país. “Nuestro veneno cotidiano” es uno de ellos, donde se ve cómo los alimentos industriales son responsables, en parte, de la epidemia de “enfermedades crónicas evitables», como fue definida por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS). Todo este sistema agroindustrial trae problemas de daños psicológicos y de salud que se ven cada día más. Hay una relación entre estos alimentos industriales y la tasa de cáncer que está subiendo en todos los países, de enfermedades neurológicas, de diabetes, de problemas de esterilidad, de los problemas de atención de los niños. ¿Cómo? A través de los productos químicos que contaminan nuestros alimentos, los agrotóxicos, que se encuentran en forma de residuos en lo que comemos. El glifosato es el ejemplo por excelencia.
—¿Por qué cree que es tan difícil para los gobiernos decirle que no o ponerle controles a las principales empresas responsables del glifosato, como Monsanto?
—Porque hay mucho dinero en juego. Porque hay mucha presión de Monsanto. Hay hechos de corrupción que se dan a conocer en muchos países. Incluso en este mismo país hay muchos sojeros que han invertido enormes cantidades de dinero en el sistema y lo quieren mantener. El problema también es que esta soja transgénica fumigada con glifosato se exporta, trae divisas para el país y todo el modelo actual de la economía argentina se volvió muy dependiente de la soja. Lo que puede representar un gran problema porque, en primer lugar, lo que se está viendo en Europa es que hay una gran campaña en la que se pide el etiquetado en las carnes provenientes de animales alimentados con soja transgénica que viene de Argentina, Brasil o Estados Unidos. Mucha gente lo quiere evitar, claro. En segundo lugar, todo indica que estamos marchando hacia una prohibición del glifosato en Europa. Entonces ¿qué va a hacer el país con 21 millones de hectáreas fumigadas con glifosato si el producto se vuelve prohibido? Eso puede ocurrir dentro de pocos años y significa que la soja transgénica no se va a poder exportar más; al menos hacia Europa seguro que no. ¿Qué va a hacer el país? Hay que anticiparse a esto y parar esta maquinaria increíble de “sojización” del país.
«Hay una relación entre estos alimentos industriales y la tasa de cáncer que está subiendo en todos los países, de enfermedades neurológicas, de diabetes, de problemas de esterilidad, de los problemas de atención de los niños. ¿Cómo? A través de los productos químicos que contaminan nuestros alimentos, los agrotóxicos, que se encuentran en forma de residuos en lo que comemos. El glifosato es el ejemplo por excelencia».
—Cuando se dio a conocer el documental “El Mundo Según Monsanto”, ¿usted esperaba que tuviera el impacto global que tuvo, más allá de ser un producto cinematográfico?
—El hecho de que había un documental y también un libro ayudó mucho al lograr el impacto. Y logró también que Monsanto no pudiera hacer nada. Nunca se puede prever un impacto así. Pero llegó un momento en el que había tal falta de información sobre los transgénicos y sobre cómo las multinacionales manejan el proceso de regulación y controlan ese mismo proceso de regulación de los productos químicos; que yo quise darlo a conocer. Fue un golpe tremendo: el libro se tradujo a veintidós idiomas, el documental salió en no sé cuántos países y sigue siendo utilizado para concientizar a la gente.
—¿Ha recibido algún tipo de respuesta, invitación a reunirse o represalia por parte de la empresa ante sus trabajos?
—En mi caso, han pagado bufetes de abogados para revisar mis libros y documentales, y encontrar algunas fallas para hacerme un juicio…. No encontraron nada.
—¿Qué opina sobre la actual posible compra que puede hacer Bayer de Monsanto?
—Hay que ver cómo sigue. Parece un poco extraño que Bayer compre a Monsanto, que es una multinacional con muchos problemas y juicios pendientes. Vamos a ver lo que pasa. Lo interesante es que si se hace esta compra vamos a tener una multinacional como Monsanto que contamina el ambiente con el glifosato, que es el producto más tóxico de la historia industrial, en verdad un veneno tremendo; y una empresa como Bayer que va a poder vender los medicamentos para curar a la gente contaminada y envenenada por los productos de Monsanto. Es un buen negocio (risas irónicas).
«Las mujeres son las que cuidan del hogar, son las que cocinan, las que dan de comer a los niños. Tienen una relación muy especial con la comida. En todas las alternativas que yo vi y filmé, hacia un modelo de producción alimentaria más sustentable, las mujeres juegan un papel muy importante. Ellas son las que ven los resultados, ellas advierten que sus niños tienen alergias».
—La realidad supera a la ficción, ¿no? ¿Acaso cuántas películas de ciencia ficción hay sobre la creación de un mal y luego la cura para compensarlo?
—Pero es que es así. Recuerdo un agricultor francés en mi documental “Nuestro veneno de cada día” que tenía Parkinson, que es una enfermedad reconocida como una enfermedad profesional por el seguro social en Francia. Es decir, si un agricultor tiene Parkinson, puede tener todo el apoyo del seguro social porque es reconocida como una enfermedad ligada a la exposición a los agrotóxicos durante la labor. En su caso se enfermó a causa de insecticidas de Bayer y esa misma empresa le vendía los remedios para curarse.
—En las conferencias internacionales sobre cambio climático, siempre se habla mucho de los combustibles fósiles, pero poco sobre el impacto de la industria alimentaria. ¿Por qué cuando se refiere el cambio climático el foco no está puesto también, por ejemplo, en la industria ganadera que es la segunda emisora de gases de efecto invernadero?
—Lo sé perfectamente. En la última Conferencia de las Partes (COP21) en París, hicimos una conferencia de prensa para presentar el Tribunal Internacional de Monsanto, que es muy importante y tendrá lugar en octubre de este año. Allí planteamos esta situación, que había una COP21, pero que se habían olvidado de hablar de este tema. O mejor dicho: no es un olvido, obviamente hubo presión de las multinacionales. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) calculó que, de considerar absolutamente todas las etapas del proceso (cómo se producen los pesticidas, el transporte, los commodities, las granjas industriales), el modelo agroindustrial sería responsable de la mitad de las emisiones globales. ¿Y cómo es posible que no se haya hablado de esto? Sabemos que si cambiamos el sistema y pasamos a la agroecología, plantando árboles o con un sistema de permacultura, ya podríamos capturar mucho carbono. Es una locura saber que el modelo agroindustrial dominante, en lugar de capturar carbono que es la definición de la agricultura por definición, emita.
Confesión de autora
Como periodista, siempre admiré la labor de Marie-Monique Robin. Sus libros y documentales no sólo constituyen un aporte de información ambiental, social y hasta político, sino que también son un verdadero ejemplo de investigación, de aquello que Gabriel García Márquez había definido como una de las claves de esta profesión: “el periodismo debe ser investigativo por definición”. Su reciente visita a la Argentina tuvo dos motivos destacados. Por un lado, su participación en la tercera edición del festival de cine FINCA, donde presentó documentales y brindó charlas a un público de todas las edades. Por otro lado, y previo al festival, el rodaje de su próximo documental sobre —su objeto de estudio estrella, tan temido a la vez— el glifosato. Siempre motivada por estudiar lo que ocurre en América Latina, me contó una anécdota que ilustra la necesidad de que empecemos a percibir más la realidad que nos rodea: “En mi viaje desde Basavilbaso, Entre Ríos, a Buenos Aires, advertí que no queda ninguna vaca porque hay soja cultivada y fumigada. Las únicas vacas presentes están en los feedlots, en esos campos de concentración en los que se comen la soja fumigada con glifosato. Entonces todo, incluso lo que llega a nuestro plato, está contaminado”.
—Considerando su documental “Mujeres para el planeta”, ¿cuál cree que es el rol que tiene la mujer en la búsqueda de un estilo de vida más saludable para el ambiente y el propio ser humano?
—Las mujeres son las que cuidan del hogar, son las que cocinan, las que dan de comer a los niños. Tienen una relación muy especial con la comida. En todas las alternativas que yo vi y filmé, hacia un modelo de producción alimentaria más sustentable, las mujeres juegan un papel muy importante. Ellas son las que ven los resultados, ellas advierten que sus niños tienen alergias. Hace dos semanas estaba filmando en Estados Unidos y me encontré con una señora que creó la asociación Moms across America, vive en California y tiene tres hijos, dos con alergia al gluten y otro que, a los ocho años, empezó a desarrollar síntomas de autismo. Se empezó a preguntar “¿qué pasa con mis hijos?”. Poco a poco se fue informando de que en su barrio había niños con alergias en cada una de las casas. Le hizo análisis de orina a sus hijos y ahí se dio cuenta que tenían glifosato hasta en la propia orina. Entonces cambió la dieta de toda la familia pasando a una dieta orgánica, y los síntomas de autismo dejaron de aparecer. Filmé a siete madres durante un congreso de autismo en Chicago, donde se evidenció la relación entre la exposición al glifosato y el autismo, que está en aumento en Estados Unidos de manera increíble. Y ellas me explicaban que el gran problema que tenían era ver cómo alimentar a sus hijos para no enfermarlos.
—Conoce muy bien América Latina en general y Argentina en particular, ¿qué consejo les daría a las lectoras para que sean consumidoras responsables?
—Como trato de concientizar a través de mi documental “Las cosechas del futuro”, les digo que busquen cómo comer orgánico, creando una asociación entre productores orgánicos y consumidores. Que eviten los productos transformados, industriales, con químicos. Que promuevan las huertas. Cada uno puede empezar a cambiar desde donde vive, empezando por el propio plato, por la comida, por comer de manera responsable.
ETIQUETAS ambiental
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