Sociedad
4 diciembre, 2020
Maradona, el héroe que no fue
Ser el más grande del fútbol no le alcanzó para convertirse en un héroe mitológico capaz de transformarse y terminó devorado por sus demonios personales afuera de la cancha. La despedida a Diego Armando Maradona, en una invitación a revisar nuestros ídolos.

Por Sergio Sinay
Todas las sociedades, en todos los tiempos y en todas las circunstancias, construyen sus mitos. Con esta afirmación Joseph Campbell (1904-1987), el más importante estudioso de mitos y religiones comparadas del siglo veinte, inicia su obra fundamental: El héroe de las mil caras. Se trata del más profundo, revelador y apasionante estudio existente acerca de lo que significan los mitos. En síntesis, se los puede definir como relatos que nacen del inconsciente colectivo e intentan encontrar sentido a la conducta y la existencia humana. Como advierte el gran psicoterapeuta existencial Rollo May (1909-1994) en su estudio La necesidad del mito, una de las funciones de este es permitirle a la sociedad que lo crea aliviar sus neurosis colectivas, sus ansiedades, sus sentimientos de culpa y encontrar orden en un mundo que no lo tiene.
Una vez instalados, los mitos se transmiten de generación en generación y se narran de diferentes maneras. Nunca se cuestiona su veracidad ni se la investiga. Se convierten en verosímiles y punto. En todos los mitos clásicos se destaca la figura de un héroe, y en ese héroe las sociedades depositan sus anhelos, sus necesidades, sus sueños, sus ansias, sus aspiraciones. Inevitablemente el héroe mitológico deberá atravesar un viaje de iniciación, durante el cual será sometido a una serie de pruebas y desafíos extremos que tendrá que vencer para sobrevivir (y para que perdure su mito).
«Una vez instalados, los mitos se transmiten de generación en generación y se narran de diferentes maneras. Nunca se cuestiona su veracidad ni se la investiga. Se convierten en verosímiles y punto. En todos los mitos clásicos se destaca la figura de un héroe, y en ese héroe las sociedades depositan sus anhelos, sus necesidades, sus sueños, sus ansias, sus aspiraciones».
Las doce tareas de Hércules, son el modelo clásico de ese viaje. También la partida de Ulises a la guerra de Troya y su regreso a la isla de Ítaca (donde lo esperan su esposa Penélope y su hijo Telémaco). El viaje del héroe tiene, según Campbell, tres momentos esenciales. La separación, cuando se retira de su entorno y parte, desapareciendo para el mundo en el que vive. La iniciación, cuando enfrenta los desafíos. Y el retorno a su colectividad, ahora engrandecido, con fuerza creadora y aceptado y enaltecido por todos. Campbell profundiza en las parábolas existenciales de Jesús, Buda y Moisés y muestra cómo ellos completaron ese ciclo.
Los requisitos del héroe
Diego Armando Maradona es uno de los grandes mitos populares de la Argentina. Su muerte lo convierte hoy acaso en el de mayores dimensiones. A diferencia de otros, como Gardel, Gilda, la propia Eva Perón o el Che Guevara, goza de una idolatría unánime que parece no admitir dudas, vacilaciones ni el menor cuestionamiento. Cualquier objeción a esa idolatría debe ser discreta, íntima, silenciosa si no se quiere ser objeto de descalificaciones, exclusiones u otras reprimendas. Pero, aun a riesgo de todo eso, cabe preguntarse si Maradona cumplía con los requisitos del héroe mitológico.
Sin dudas la respuesta es afirmativa en cuanto al primero, la separación. Su partida desde Villa Fiorito en condiciones de extrema desigualdad. En el ejercicio específico de su rol de futbolista maravilloso, dotado de dones únicos, cumplió también con la segunda condición, la iniciación. Debió atravesar pruebas extremas (recordar las condiciones en que jugó el Mundial de 1990 en Italia y el coraje con que lo hizo), fuera de las canchas su vida estuvo en gravísimo riesgo más de una vez, incluso para profesionales de la medicina era inexplicable que su corazón todavía funcionara hasta el presente. En cuanto al retorno, tercer requisito, el reencuentro con la sociedad que lo encumbró y lo idolatra, las cosas no son tan claras.
En el relato mitológico, cuando el héroe regresa lo hace enriquecido espiritualmente, con nuevos dones y virtudes, con estatura moral, capacitado para poner en su colectividad una luz orientadora, un faro que señale el camino de la sanación colectiva y del encuentro con el sentido existencial. El héroe mitológico nunca es usado por el poder de turno, aprendió a sobreponerse a sus pasiones oscuras (como bien lo señala Campbell), no es devorado por sus ambiciones ilimitadas, enfrentó no solo a peligros externos, sino a todos los demonios que habitaban en su interior, y eso lo devuelve engrandecido. No es este el caso de Maradona que, por el contrario, tras sus grandes victorias deportivas, fue derrotado por sus demonios personales. Y en este punto se abre un interrogante esencial: ¿Maradona era un héroe o un personaje famoso?
«En el relato mitológico, cuando el héroe regresa lo hace enriquecido espiritualmente, con nuevos dones y virtudes, con estatura moral, capacitado para poner en su colectividad una luz orientadora, un faro que señale el camino de la sanación colectiva y del encuentro con el sentido existencial».
Decía Campbell que una diferencia esencial entre uno y otro es que el personaje famoso actúa guiado por sus apetencias, sus urgencias, por lo que describía como “la fiebre carnívora y lasciva propia de la naturaleza humana, que habita en nuestro interior”, mientras que la epopeya del héroe no tiene que ver con el coraje, la transgresión o el permanente desafío a los límites, las normas y las leyes, sino con un viaje de autodescubrimiento que lo engrandece, ilumina sus virtudes y lo conecta con el sentido de su vida. En este aspecto cada uno de nosotros, los humanos rasos, estamos llamados en el curso de nuestras existencias a realizar nuestro propio viaje del héroe. Y se nos pide estar atentos para entender cuando la convocatoria al viaje se presenta, puesto que esta puede tomar innumerables formas.

Preguntas con respuesta incluida
Aunque no se trate de un héroe mitológico, Maradona deja bastante para indagar a la sociedad que lo entronizó como ídolo. En muchos aspectos fue el espejo de esa sociedad. En su anomia, en su desmesura, en su incapacidad de reconocer su responsabilidad cambiándola por la búsqueda de culpables externos, en su intolerancia hacia quien lo cuestionara, en sus marcados y variados aspectos machistas, que incluyeron desde el desconocimiento de hijos hasta la violencia de género, en su oportunismo para relacionarse con oscuros personajes del poder aquí y afuera, en su remplazo de valores por códigos. Con él ya muerto, su funeral abundó en todos esos aspectos.
La idolatría y el fanatismo ciegos, hacen que se niegue todo esto que el espejo exhibe. Pero si lo que se ve reflejado no gusta, la culpa nunca es del espejo. Si se quiere otra imagen, hay que cambiar lo que se pone frente a él. Maradona fue el más grande futbolista de la historia argentina. Nada menos que eso. Pero si las alegrías deportivas que nos proporcionó se usan como salvoconducto para omitir la sombra que hay tras la luz, el resultado será la profundización de la sombra colectiva, todo aquello que la sociedad no quiere ver de sí misma y que perdona en su ídolo. Ese perdón es también auto absolución. No hay motivo, entonces, para insistir con preguntas aparentemente inocentes o ingenuas, como “¿qué nos pasa a los argentinos?”.
Con su modo de morir, con los patéticos cruces de acusaciones y rencillas que siguen a su muerte y le niegan descanso, con la búsqueda judicial y mediática de chivos expiatorios para lo que era un final largamente anunciado, las respuestas están a la vista. No son respuestas heroicas. Si todas las sociedades construyen sus mitos y, al decir de Rollo May, buscan sanarse y trascender a través de ellos, la sociedad argentina sigue en deuda con esa construcción.
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