Julio César Labaké
Vivimos acelerados, con la sensación de no parar nunca. Nos preguntamos si nuestra rutina tiene sentido o nos planteamos por qué el mundo está como está. En esta entrevista exclusiva, Julio César Labaké echa luz sobre diversos interrogantes acerca del sentido de nuestras vidas. Por Josefina Romero. Fotos: Nicole Arcuschín.
El gran tema del ser humano es que, para ser humano, se necesita ser un buen ser humano”. Aunque parezca una redundancia, las palabras del psicólogo y escritor Julio Lavaqué suenan contundentes y nos invitan a la reflexión profunda. Autor de numerosos libros sobre valores, conferencista internacional y miembro desde hace más de veinte años de la Academia Nacional de Educación, el especialista habló con Sophia sobre su último libro, Valores y trascendencia: una visión renovada del ser humano, prologado nada más y nada menos que por el cardenal Jorge Bergoglio –hoy Papa Francisco–, quien asegura que este libro puede ayudar a la cultura del encuentro entre creyentes y no creyentes. En tiempos de posmodernidad y relativismo, en que la pérdida de sentido es una problemática que está en boca de todos, este pensador se anima a agregarles una nueva dimensión a los valores humanos, al sentido de la trascendencia. Veamos de qué se trata.
–En su último libro usted plantea “una visión renovada del ser humano”. ¿A qué se refiere?
–Tradicionalmente se ha considerado a los valores, por un lado, como una simple creación cultural y, por otro, como una dimensión exclusivamente religiosa. La tendencia actual, y la tesis que planteo, es redescubrir que los valores son una parte intrínseca de la condición humana. En el hombre hay valores que son trascendentes a todas las culturas y todos los tiempos.
–¿Cuáles son estos valores?
–La solidaridad, la justicia, el bien y todos aquellos que no son modificables en lo sustancial.
–Poniéndolo en sus palabras, lo que quiere decir es que los valores no se inventan, sino que se descubren.
–Exacto. Lo voy a explicar con un ejemplo: durante un tiempo, tener esclavos era algo aceptado socialmente, pero luego la humanidad se dio cuenta de que la esclavitud estaba en contra de la dignidad humana. Esto indica que, a pesar de que tardamos un tiempo en comprenderlo, tuvimos que pasar por un proceso social para descubrirlo. Nosotros no hemos construido el valor de la dignidad humana, sino que lo fuimos descubriendo dolorosamente a lo largo de la historia. Tampoco construimos que es bueno ser bueno; a eso lo descubrimos. No construimos que es necesaria la justicia, lo descubrimos. No construimos que la lealtad es un valor fundamental para la naturaleza humana, sino que lo develamos en la experiencia de la convivencia. Lo que construimos es la progresiva comprensión y el alcance de esa verdad y la aplicación a nuestra vida.
–Usted hace una distinción entre valores esenciales y no esenciales. ¿Por qué?
–Esta distinción es elemental en mi planteo. Cuando hablamos de valores, podemos hablar de distintas formas o dimensiones de valores. Por ejemplo, un sistema económico es un valor creado por el hombre. Es un valor porque ayuda a resolver los problemas de un país, pero es creado por la inteligencia del hombre. Cuando hablamos de la justicia o de la solidaridad, hablamos de algo que es anterior y que se le impone de otra manera. Estos valores son propios de la condición humana porque están inscriptos en nuestra naturaleza. Y no son modificables en lo sustancial. Yo no puedo inventar que es malo amar y es bueno odiar porque repugnaría a la razón inmediata del ser humano. En cambio, puedo inventar un sistema económico, y este sí puede ser modificable en lo sustancial.
–Según sus palabras, valores como la justicia o la solidaridad no pueden ser modificados en lo sustancial. Sin embargo, hoy pareciera que los valores están dados vuelta.
–El hombre como ser racional es un hombre que elige. Tiene que hacer elecciones correctas, pero puede hacer elecciones incorrectas y pasa lo que pasa en el mundo de hoy. ¿Cómo es posible que existan guerras religiosas? Es inconcebible que haya guerras para imponer la creencia en Dios, así como es inconcebible que haya guerras para prohibir la creencia en Dios. El hombre puede equivocarse porque es libre y racional. Tenemos que ayudar a formar una racionalidad plena para que el hombre se incline a hacer elecciones correctas. Que reconozca lo bueno de ser bueno. Que tenga la capacidad de inclinarse por los valores intrínsecos.
–Hace unas semanas, dos millones y medio de personas peregrinaron a Luján. Evidentemente, la Argentina es un pueblo creyente. ¿Por qué cree que esos valores no se traducen en valores cívicos? ¿Por qué la sociedad argentina no condena la corrupción?
–Somos libres y podemos equivocarnos al elegir y confundir intereses inmediatos con verdaderos valores. Esto nos pasa a diario, por lo que caemos en conductas diferentes a los valores que decimos que profesamos. Puedo estar convencido de que es razonable que haya distribución social de la riqueza y después no pagarle adecuadamente a la persona que trabaja en casa. Es incoherente que elijamos determinadas opciones políticas cuando vemos las consecuencias a las que nos han llevado. Hay una contradicción entre la historia, que debiera enseñarnos, y la elección que seguimos haciendo. Pero, además, la entrada a la posmodernidad nos ha creado una zona de relativismo muy amplio. Cuando Albert Einstein lanzó su teoría de la relatividad, decía que tenía temor de que se tradujera en relativismo moral. Es un poco lo que estamos viviendo hoy.
–¿Cómo se reinstalan los valores en la vida individual y colectiva?
–Con la educación. El hombre es un ser educable. Aprendemos tanto la benevolencia como la violencia. Lo aprendemos en el seno materno, en la escuela, en la sociedad y en los medios de comunicación. La educación no es solo para saber hacer más, sino para saber vivir y convivir mejor como sociedad.
–¿Cómo podemos lograrlo?
–Tenemos que replantear políticas que ayuden a que el hombre genere un espacio de reflexión y madurez para repensar la vida más real. Hoy vivimos muy agitadamente y creamos climas de confrontación que, en lugar de llevarnos a reflexionar, nos llevan a obrar por vía de la acción directa, y eso no es bueno para que volvamos sobre nuestros pasos y descubramos lo que nos hace ser buenos seres humanos. No tengo temor de afirmar que la educación va a tener que incluir, no necesariamente la dimensión confesional religiosa, pero sí una antropología que abra de nuevo a la dimensión trascendente de la vida. Una dimensión que pueda despertar la conciencia de que tenemos que trabajar más en los valores. Y reconocer que hay algo que nos compromete, que no es creación nuestra. Algo básico para obrar como seres humanos sanos.
–A su entender, estos valores que trascienden a las culturas y a los tiempos, ¿pueden ser un punto de encuentro entre creyentes y no creyentes?
–Vivimos en una era plural, y el pluralismo actual es una consecuencia del desarrollo humano, pero eso no significa que tengamos que terminar en una fragmentación radical en la cual no haya un punto de encuentro para construir una convivencia sana. Ese punto de encuentro que reúne a creyentes y no creyentes son los valores propios de la condición humana. Muchas veces el no creyente dice: “No creo en Dios. Creo en la verdad, en la justicia y en el bien”. Este es el punto de partida de un diálogo fecundo para descubrir aquello que nos une más allá de aquello que nos puede diferenciar. En el fondo el no creyente cree en lo valores como una dimensión absoluta y trascendente. “Debo guiar mi vida por la justicia, por la verdad, el amor, la dignidad humana y someter mi vida al imperio de esos valores”. Como no creyente, estoy aceptando que hay realidades que se me imponen y que deben gobernar mi vida para que sea sanamente humana.
–¿Cuál es el plus que le da la fe a este planteo? ¿Por qué no podemos vivir solo con ese sentido de los valores?
–La diferencia fundamental con el creyente está en que el no creyente cree en los valores y los respeta sin saber cuál es la fuente de origen de los valores. Respeta que hay una zona de misterio trascendente que no puede ser resuelta en el plano de la razón. Se limita a conocer que hay valores que nos comprometen sin saber cuál es su origen. Para el creyente, Dios es el que pronuncia esa palabra original. El creyente cree que ese lenguaje anterior a nosotros tiene un origen y es Dios. Y este es el acto de fe. Eso es lo único que nos diferencia.
–Según sus propias palabras, el fin de su libro es la búsqueda de sentido. ¿A qué se refiere?
–Me refiero a un planteo que creo que merece ser tenido en cuenta y es esta disyuntiva: o la vida humana es un absurdo porque no tiene sentido, o es un misterio que sí tiene sentido pero el sentido está más allá del alcance de nuestro poder de seres humanos. Creo que esta disyuntiva es muy fuerte y merece ser repensada. Mi intención es redescubrir que hay fuentes de sentido capaces de orientar la vida humana para que esta se pueda vivir plenamente.
–¿Cómo hacemos para darle ese sentido a nuestra vida cotidiana?
–El punto de partida está en poder ver. Cuando no podemos ver, no podemos corregir. Lo que sugiero es que tratemos de parar la vorágine en la que vivimos y nos detengamos a pensar. Así podemos darnos cuenta de que estas preguntas se nos formulan, queramos o no. ¿Por qué existe la vida y no la nada? ¿Por qué hay que ser bueno y no un canalla? ¿Por qué tengo que respetar al otro en vez de abusar de él? Es lógico que tengamos que respetar al otro, pero es bueno que nos preguntemos por qué. La posibilidad de que modifiquemos nuestra vida y podamos convivir de otra manera es factible solo si hacemos ese alto en el camino (al menos en los momentos de crisis) para repensar dónde está el sentido de este misterio en que vivimos.
–¿Y cómo cree que estamos como sociedad en este punto? ¿Hay una toma de conciencia?
–El último informe de la OMS arroja una proporción de estados depresivos alarmante. Se calcula que entre el 15 y 20% de la población mundial padece de depresión. La depresión suele tener algo que ver con la carencia de sentido. Y los suicidios también. Nadie se suicida por deporte, sino que lo hace porque no tolera más esta vida que está viviendo. En este sentido, la fe religiosa es una fuente de resiliencia y una fuente de energía para vivir la vida con alegría.
–¿Cuál es el camino para sentir la fe?
–Lo primero que hay que hacer para descubrir el sentido de trascendencia es encontrarnos con nosotros mismos, y tomar conciencia de las señales trascendentes que hay en la vida humana. Si no hacemos un poco de silencio y escuchamos la verdad de la vida, va a ser difícil que hagamos un acto de confianza en la trascendencia de la vida. Porque o nos come la vorágine en que vivimos, o nos come el afán de vivir todos los placeres sin distinción de ningún tipo.
–¿Cuáles son esas señales?
–Cuando reflexionamos en profundidad, llegamos a ese dilema que no tiene alternativa: o la vida es absurda, o es un misterio. Si la vida es absurda, hacemos cualquier cosa porque ni siquiera podemos tomarnos en serio la importancia de los valores. Si la vida es un misterio, es porque nos damos cuenta de que los valores esenciales se nos imponen y nos exigen esfuerzo para vivirlos. Esto es una señal concreta de que estamos llamados a algo más que nuestra simple condición mortal.
–¿El mundo se puede recuperar con sentido de trascendencia?
–Absolutamente. No importa si no creemos en Dios, porque no podemos obligar a nadie a creer, pero sí que todos creamos en estos valores propios de la condición humana. Aunque no seamos creyentes, estos valores nos llevan a una vida suficientemente orientada a la trascendencia porque son trascendentes en sí mismos y nos ayudarían a tener una vida más humana.
–¿Cuál es el aporte que podemos hacer como mujeres al mundo que viene?
–La mujer actual puede aportar muchas cosas , pero debe estar atenta para que el avance de la presencia femenina en la cultura sea desde la feminidad propiamente dicha, y no desde una peligrosa masculinización de lo femenino.
–¿Cómo ve a las mujeres en este contexto?
–No me llama la atención que la mujer tenga una tendencia más marcada a la actitud religiosa que el varón, porque tiene un vínculo con la vida más profunda. Al haber llevado la vida en su seno, se adhiere al misterio de la vida con más fuerza y más tenacidad. Esto no quiere decir que la mujer sea mejor que el varón, pero sí que hay una tendencia marcada a reconocer la presencia de la trascendencia. La mujer debiera tener una presencia más activa en la cultura actual para devolverle al hombre de nuevo la conciencia de lo sagrado, algo que la mujer, por su propia naturaleza, capta más rápido.
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