Mitología
22 julio, 2019
«Lo maravilloso siempre puede ser recuperado»
La reconocida medievalista y filóloga española Victoria Cirlot nos aproxima a algunos temas fundamentales para sumergirnos en la segunda mitad del Seminario Sophia, del que será parte: la mística medieval, lo maravilloso femenino y la necesidad de recuperar las leyendas artúricas.

Por Fabiana Fondevila
“Echa un vistazo al sol, mira la luna y las estrellas, admira la belleza de los brotes de la tierra. Luego, piensa.”
La invitación es de Hildegard von Bingen, una abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana del siglo XII, conocida como “la sibila del Rin” por sus poderes proféticos. Considerada, además, la pionera de la ópera, creadora de un idioma propio, estudiosa de la naturaleza, consultada por reyes y papas en una época en que las mujeres no tenían injerencia alguna en el poder político o eclesiástico, Hildegard es recordada sobre todo por sus espectaculares visiones: miniaturas medievales la muestran envuelta en lenguas de fuego que se derraman sobre su rostro en la soledad de su celda (o acompañada por su asistente, que toma nota).
Las personas místicas son aquellas que buscan el contacto directo con Dios (o con lo divino) por medio de prácticas devocionales, ascéticas o contemplativas, o que lo reciben por medio de experiencias espontáneas.
Esta imagen de la mística arrobada por sus visiones cautivó la imaginación de Victoria Cirlot, reconocida medievalista y filóloga, hija del poeta y mitólogo Juan-Eduardo Cirlot, catedrática de filología románica en la facultad de humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y autora de obras como “Vida y visiones de Hildegard von Bingen”, “La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias de la Edad Media”, entre otras que exploran las enseñanzas de la novela artúrica.
¿Cuál fue la cualidad más destacada de Hildegard, y de las místicas del Medioevo? ¿En qué consistió ese peculiarmente femenino acercamiento a Dios?
Victoria respondió estas y otras preguntas en diálogo telefónico con Sophia, poco antes de viajar a Buenos Aires a participar del ciclo de conferencias Los rostros de las Diosas: de las diosas arcaicas, a la Sophia eterna, que durante agosto reanudará los encuentros en Fundación Vocación Humana.
“La mística medieval aparece en Europa como un asunto propiamente femenino. Son las mujeres quienes tienen experiencias místicas”, cuenta Victoria. “Sobre esas experiencias místicas escriben ellas mismas (como es el caso de Hildegard von Bingen, Hadewijch de Amberes, Mechthild von Magedeburg, Julian of Norwich, entre otras), o bien las dictan (Angela da Foligno), o bien hombres doctos escriben sobre sus vidas, como es el caso de Marie d’ Oignies sobre cuya vida escribió Jacques de Vitry. De la segunda mitad del siglo XII y a lo largo del todo el siglo XIII proceden los testimonios de estas mujeres que constituirán un importante corpus textual, en el que afloran las emociones, los sentimientos, las pasiones vividas”.
—¿Es esta presencia de las emociones lo que diferencia a las experiencias de las místicas mujeres de las de sus pares masculinos?
—Decía el padre Giovanni Pozzi, gran estudioso de místicas, que la cultura europea asignó a las mujeres la experiencia de unión con Dios, mientras reservó a los hombres el conocimiento teológico que proporcionaban escuelas y universidades. La mística masculina no emerge con fuerza hasta finales del siglo XIII, con el maestro Eckhart y sus discípulos, Tauler y Suso. Se trata de una mística especulativa y, cuando se vuelve autobiográfica adquiere tonos eminentemente femeninos, siguiendo los modelos trazados por las grandes mujeres místicas.
—Hay en Hildegard una curiosidad por la naturaleza y las cosas de este mundo. ¿Podemos leer esta conexión con la tierra como un sesgo de espiritualidad femenina, más encarnada o descendente?
—Una de las características fundamentales de la mística femenina consiste en ser una “mística de descenso”, frente al camino ascendente propio del neoplatonismo. Se trata de imitar el camino de “Dios hecho hombre”, el misterio de la encarnación, que es propiamente un descenso y una humillación. Por ello, Mechthild de Magdeburg, en su obra “La luz fluyente de la divinidad”, sostiene que “cuanto más desciende más dulcemente bebe”.
Hildegard von Bingen no solo escribió una obra revelada, sino que además tiene una obra que podríamos llamar “científica”. No es el resultado de la apertura del ojo interior, cuyo producto son las visiones de las obras reveladas, sino de la percepción de los ojos físicos, atentos al mundo de las plantas, del cuerpo humano. El caso de Hildegard es, sin embargo, extraordinario por su polifacetismo tan marcado (era compositora, poeta…). Pero es cierto que la verticalidad propiamente masculina parece encontrar un contrapunto en la horizontalidad femenina. En la mística femenina se convocan todos los sentidos, en especial el del tacto, para entrar en contacto con la divinidad.
«Una de las características fundamentales de la mística femenina consiste en ser una “mística de descenso”, frente al camino ascendente propio del neoplatonismo. Se trata de imitar el camino de “Dios hecho hombre”, el misterio de la encarnación, que es propiamente un descenso y una humillación»
—¿Cómo aparecía el tacto en sus revelaciones?
—Las místicas, desde el siglo XII al siglo XIII, hablan de su relación con Dios en términos de unión erótica; por lo tanto, el tacto cumple un papel fundamental (los besos, los abrazos, el “toque” de Dios). Aunque siempre desde la interioridad, es decir, que hablamos de sentidos interiores y no físicos. La expresión de Hildegard, “un resplandor me tocó”, nos coloca delante de la sinestesia (mezcla de sentidos, en este caso, de visión y tacto), es claro testimonio de que hablamos de sentidos interiores y no físicos; del mismo modo que sus visiones no suceden por los ojos físicos, sino por el “ojo interior”.
—“Desdichada, y aún más desdichada en mi condición mujeril, desde mi infancia he visto grandes maravillas que mi lengua no puede expresar, pero que el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer”, dice Hildegard. ¿Es esta la visión de su género que predomina en sus relatos?
—Es muy ambivalente. Ser mujer es indudablemente “ser menos”, pero la exigencia de humildad se convierte paradójicamente en una gran virtud. Por ello, místicos como Heinrich Seuse aparecen en algunas miniaturas vestidos de mujer. Pero no solo eso. El maestro Eckhart exhortaba a sus discípulos a “hacerse mujer” para poder engendrar al hijo de Dios en el alma. Y Hildegard von Bingen, como han puesto de manifiesto estudiosas feministas, tiene una mirada muy femenina de Dios: Dios embarazado del mundo, también la Sabiduría de Dios es una mujer…
—¿Hay algo “femenino” en la forma en que recibe las imágenes, en la cualidad receptiva?
—Hildegard ve con la facultad de la imaginación, que hay que distinguir de la fantasía. El sujeto participa de la imaginación creadora de Dios, desde un punto de vista metafísico. Recibe las imágenes que Dios le ofrece. Por ejemplo, estrellas que caen y pierden su luz, una imagen apocalíptica. Son imágenes nuevas, una visión del símbolo.
—¿Es posible que haya habido más místicas de las que tenemos noticia en la literatura?
—Si no hay un testimonio escrito, no lo podemos saber. Pero la mística no implica necesariamente la escritura. Es posible la experiencia mística sin escritura. Es posible que la experiencia mística quede absorbida en el silencio. Además, hay otra cuestión: sabemos bien que no se ha conservado íntegra la tradición, sino que se ha perdido mucho.
Las hadas: la aparición de lo maravilloso femenino
Otro aspecto de lo sagrado femenino que explora Cirlot es la figura de las hadas en el Medioevo: criaturas en parte angelicales y luminosas, en parte seductoras y engañosas, pero siempre dotadas de un poder conmovedor y fascinante.
—¿Creés que el carácter dual (benévolo y oscuro) de las hadas en el Medioevo puede ser una forma de hablar del carácter de las mujeres, en el imaginario de la época?
—El hada es lo maravilloso de la mujer. En la Edad Media el hada, más que madrina, es amante, generadora de riquezas, tal y como aparece en el lai de Lanval de María de Francia. Puede ser también “la que sabe educar”, como la Dama del Lago que ofrece a Lancelot una perfecta instrucción cortesana, a diferencia de la figura materna, ciertamente incapacitada para la educación caballeresca como pone de manifiesto el mito percevaliano. Probablemente fue la cristianización de las leyendas artúricas de origen celta y por tanto paganas, la que cubrió de aspectos malévolos a la figura del hada, como por ejemplo muestra el caso tan conocido del hada Morgana.
—¿Cómo definirías la relación entre lo maravilloso y lo sagrado?
—Lo maravilloso se puede comprender en confrontación con lo milagroso: mientras que en lo milagroso la causa de la alteración de las leyes naturales es Dios, en lo maravilloso no hay causa. Pero lo maravilloso, justamente por esa transmutación de lo natural, y en su ambigüedad, puede sentirse como una manifestación de lo sagrado.
—Las hadas son en algún sentido la representación del “mysterium tremendum et fascinans” (en términos del teólogo Rudolf Otto) en las culturas paganas, pero resultaban ajenas a las teofanías cristianas. ¿Será por esto que quedaron relegadas a los cuentos para niños?
—En los cuentos infantiles aparece sobre todo el hada madrina. Es un resto de las figuras conocedoras del destino del héroe propias de la antigüedad clásica. Con todo habría que decir que como toda figura simbólica el hada es profundamente ambivalente: posee los atributos de la madre devoradora y terrible, pero también ofrece protección y puede ser altamente benefactora. Su belleza y luminosidad puede transformarse en oscuridad y horror. En los mitos ese aspecto dual suele aparecer desdoblado en dos personajes, pero en realidad se trata de un único y mismo personaje.
«Lo maravilloso se puede comprender en confrontación con lo milagroso: mientras que en lo milagroso la causa de la alteración de las leyes naturales es Dios, en lo maravilloso no hay causa. Pero lo maravilloso, justamente por esa transmutación de lo natural, y en su ambigüedad, puede sentirse como una manifestación de lo sagrado»
—¿Hay lugar para lo maravilloso en el mundo de hoy?
—Lo maravilloso es una dimensión que siempre puede ser recuperada, incluso en una civilización descreída como la nuestra. De hecho, el surrealismo reivindicó la figura maravillosa de la mujer. André Breton dedicó páginas memorables al grito de Melusina, el hada que impone un tabú a su esposo (no querer saber dónde pasa los sábados), que este transgrede. La transgresión del pacto implica la desaparición del hada. Y en efecto, Melusina transformada en dragón desaparece volando y dejando oír un terrible grito. Breton interpretó el grito de Melusina, no como una muestra de dolor, sino de su liberación.
Victoria Cirlot es también autora de obras como “Figuras del destino” (2005), “Grial. Poética y Mito” (2014) y “Luces del Grial” (2018), que se sumergen en la novela artúrica y su inagotable riqueza de símbolos y revelaciones. ¿Cuál es el simbolismo más profundo y universal de la leyenda artúrica y por qué perduraa través de los siglos? Cirlot explica: «Las leyendas artúricas, escritas y rescritas por escritores franceses y alemanes desde la segunda mitad del siglo XII, constituyen relatos que indagan el sentido de la vida y de la existencia humanas. En los romanos sobreviven mitos arcaicos, reelaborados y reinterpretados por dichos escritores inmersos en una cultura cortesana y caballeresca. Son relatos que hablan de la vida y de la muerte, de la transformación. Perduran porque constituyen nuestra tradición«.
¿Se trata el Grial de una representación de lo divino únicamente cristiana, o es más bien un símbolo universal sobre la naturaleza de lo divino? «En los siglos XII y XIII el grial fue interpretado desde la religión cristiana. Sirvió para plantear las cuestiones más acuciantes de la teología cristiana, como la de la transubstanciación en el misterio eucarístico. Fue objeto de muchas versiones y reescrituras. En algunas de ellas el mito está intensamente cristianizado, como ocurre en la Queste del saint Graal, de autor anónimo, fechada hacia el año 1230. En cambio, Li Contes del graal de Chretien de Troyes, de hacia el año 1180, por su gran ambigüedad, permite una recepción al margen de lo religioso, aunque, eso sí, necesariamente espiritual. Quiero decir que no se necesita la creencia en ningún tipo de dogma para leer esta obra, pero sí un interés en la vida espiritual, porque, de lo contrario, sería una lectura que no encontraría sentido. Podríamos decir que el Grial simboliza la búsqueda de lo imposible. El grial es lo imposible mismo, y lo que nos mantiene en su búsqueda«, señala.
—¿Creés que sigue viva y vigente esa vía indagativa, como práctica espiritual?
—La idea de que el hombre es un animal quaerens (que pregunta, que busca) me parece fundamental. En Li Contes del graal, Chrétien de Troyes imaginó a su protagonista como alguien que no solo se dedica a combatir –eso es a lo que hasta el momento había sido la aventura caballeresca- sino que su misión en la vida consiste en preguntar, en buscar. Aparece así la idea de la vida como búsqueda, que es algo que nos conduce, que nos lleva, que no puede tener fin, si no es con el fin de la vida misma.
—En una sociedad desvestida de mitos y ritos, como la que habitamos, ¿es importante que los niños vuelvan a leer las leyendas artúricas, para recuperar esa visión de la vida?
—Yo creo que no solo los niños deberían leer las leyendas artúricas, sino también los adultos. Forman parte de nuestro patrimonio cultural y es necesario que se mantenga vivo.
¿Te gustaría recibir notas como esta en tu e-mail?
Suscribite aquí y te las enviaremos a tu casilla todos los meses
No está conectado a MailChimp. Deberá introducir una clave válida de la API de MailChimp.