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Artes

1 marzo, 2019

Las principitas de Saint-Exupéry

¿Te gustaría conocer la historia detrás del célebre relato sobre ese ser especial proveniente del asteroide B-612? Entonces quizás te interese saber que el Principito fue inspirado por dos adolescentes entrerrianas que el escritor francés conoció durante su estadía en la Argentina.


Por Lina Vargas

De la película Vuelo nocturno, del director argentino Nicolás Herzog, me quedó grabada la imagen de una enorme casa de piedra, dormitando en el espesor del litoral entre árboles y arbustos indómitos, imponente en su ruindad. De dos chicas que vivían allí.

Poco después del estreno de la película, en diciembre de 2016, me propusieron escribir, junto a Nicolás, un libro sobre la historia de esas dos chicas.

La historia es esta: entre finales de 1929 y comienzos de 1930 el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry aterrizó con su avión Laté 25 de la Aeroposta Argentina en un campo cerca de la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos.

El campo, que desde el cielo parecía idóneo para ser una pista auxiliar en la ruta entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay, estaba en realidad lleno de cuevas de vizcacha y una llanta del avión de Saint-Exupéry se atoró en una. Mientras intentaba solucionar el daño y maldecía agitando sus brazos pesados como ramas, dos chicas se acercaron a caballo.

Entonces una le dijo a la otra en francés, pensando que él no entendería: «¡Qué tonto!«. Pero él entendió. Le prometieron ir a su casa en busca de ayuda y se presentaron: Susana y Edda Fuchs.  

Destino: Argentina

«La idea de escribir Las Principitas surgió luego de que Nicolás Herzog estrenara su película Vuelo nocturno sobre la visita de Saint-Exupéry a la familia Fuchs en el castillo San Carlos. Nicolás creció en Concordia y conocía la historia (y el mito que la rodea). Tras varios meses de investigación, yo también conocí la historia; el mito, en cambio, lo supe pronto: la inspiración para El Principito habían sido las hermanas argentinas Susana y Edda Fuchs», cuenta Lina Vargas, una de las autoras del libro. Lina nació en 1985 en Bogotá, Colombia. Es licenciada en las carreras de Comunicación Social, Periodismo y Estudios Literarios por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y Magíster en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Trabajó como periodista cultural en las revistas Arcadia y Cambio, de Colombia, y editó la revista Cien Días del Centro de Investigación y Educación Popular de su país. Desde 2014 vive en Buenos Aires y es colaboradora de distintas publicaciones, entre ellas Sophia.


La historia también es esta: durante su infancia Saint-Exupéry pasó veranos idílicos junto a su madre y sus hermanas en un castillo ubicado en el pueblo francés de Saint-Maurice-de-Rémens. Allí escribió sus primeras poesías, trazó sus primeros dibujos, planeó sus primeros inventos. Mucho después le escribió a su madre: “No estoy seguro de haber vivido más allá de mi infancia”.

La historia también es esta: quizás motivada por un ansia de aventura, una mujer llamada Susana Valon le propuso a su marido, Jorge Fuchs, viajar de Francia a Suramérica. El matrimonio llegó a Concordia en 1908. Un año después nació su primer hijo y en 1912 y 1918 las hijas, Susana y Edda. Los padres alquilaron una casa a las afueras de la ciudad –de piedra, enorme, rodeada de verdor– conocida como castillo San Carlos, donde vivieron hasta 1932 bajo la filosofía ecologista de madame Fuchs: no se talaba un solo árbol ni se cazaba un solo animal.

Cerca del pueblo estaba el aeródromo donde, a los doce años, Saint-Exupéry subió a un avión por primera vez. A los veintiséis entró a trabajar a la compañía Latécoère, dedicada al transporte aéreo de pasajeros y correo, que a partir de 1927 se llamó Compañía General Aeropostal. Fue piloto de la ruta Toulouse-Casablanca-Dakar, jefe de aeroplaza en una fortaleza remota del Sahara y luego fue enviado a Buenos Aires como director de tráfico de la Aeroposta Argentina, filial de la Compañía General Aeropostal, para inaugurar la ruta a la Patagonia y supervisar las líneas activas.

La historia también es esta: el castillo San Carlos fue mandado a construir por el hijo de uno de los hombres más ricos de Francia, a finales del siglo XIX. El joven, Edouard Demachy, llegó a Concordia hacia 1884 con su esposa, una actriz al parecer despreciada por su suegro, con la aspiración de administrar una fábrica de conservas que su padre había comprado. El castillo se construyó con piedra local; todo lo demás fue traído de Europa: muebles, cuadros, cortinas, alfombras, vajilla y platería. Cuando el negocio empezó a tener deudas, Demachy huyó sin dejar rastro y el castillo quedó abandonado.

Entre finales de 1929 y comienzos de 1930, mientras piloteaba un avión Laté 25 a Asunción del Paraguay, aterrizó en un campo cerca de Concordia donde conoció a los habitantes del castillo San Carlos, los Fuchs.  

Tras las huellas de las principitas

En Concordia dicen que en esa visita –o en esas varias visitas– Saint-Exupéry encontró inspiración para escribir, una década después, El Principito.

La manera en la que se inspiró está en los hilos que unen todas estas historias. 

Nicolás Herzog nació en 1979 en la ciudad de Santa Fe. Vivió su infancia y adolescencia en Concordia, Entre Ríos. Es egresado de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Guionista, productor y director de cine, trabajó varios años en comerciales, videoclips y televisión. Formó parte del proyecto Acua Mayor, el primer canal de Latinoamérica dedicado a los adultos mayores, y dirigió la serie 3D. Tresdécadas de democracia para Canal Encuentro. En 2010 fundó su productora Rumba Cine y dirigió los films Orquestaroja (2010), Vuelo nocturno (2016) y La Sombra del gallo (2019). Todas sus películas participaron en festivales internacionales y obtuvieron diversos premios y reconocimientos.

Como ocurre en El Principito, él también tuvo un accidente en un lugar desconocido –en el libro, el aviador cae al desierto y allí aparece el principito– al que llegaron las hermanas Susana y Edda, la mayor de dieciocho años y la menor de doce.

Al parecer, Saint-Exupéry se hospedó en un hotel, pero a la noche iba a cenar a casa de la familia Fuchs. Es probable que en esas cenas en aquel lugar ruinoso bajo el cielo estrellado, mientras escuchaba los relatos de las chicas sobre sus conversaciones con zorros y serpientes, y viéndolas vivir con libertad, intrépidas, indiferentes a los problemas mundanos, Saint-Exupéry haya recordado su propia infancia, transportado a los veranos idílicos en Saint-Maurice-de-Rémens tal como el Principito –esa es la promesa con la que el libro cierra– regresa al asteroide B-612, su hogar.

Él se fue de Argentina en 1931 y un año después publicó una nota en una revista francesa titulada “Princesas de Argentina”, en la que cuenta su visita a los Fuchs. En 1939 la contó de nuevo en el capítulo Oasis de su libro Tierra de hombres. Y en 1941 le propuso a su amigo, el director de cine francés Jean Renoir, adaptarla al cine, aunque el proyecto no se realizó. Era la Segunda Guerra Mundial y Saint-Exupéry se enlistó como piloto.  

Una mañana de verano de 2018 conocí el castillo San Carlos cuyas ruinas son el mayor atractivo turístico de Concordia. En el inmenso jardín que rodea al castillo los árboles borrachos lucen igual que los baobabs de El Principito. Hay turistas que creen que un príncipe de verdad vivió allí.  

El castillo de Concordia, Entre Ríos donde, según cuentan, todo comenzó.

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