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Solidaridad

14 abril, 2012

Las mujeres “descalzas” que iluminan la India


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El indio Bunker Roy dejó las comodidades de una buena vida en Bengala Occidental para internarse en una aldea y crear la Universidad de los Descalzos, donde se enseña lo que la comunidad necesita y se valora la sabiduría de su gente.

Desde que nació, la vida de Sanjit “Bunker” Roy estuvo planeada para alcanzar el éxito. Hijo de una familia acomodada de Bengala Occidental, un Estado próspero de la India, Bunker Roy pasó por los colegios y universidades más exclusivos de su país. Los recursos abundaban; y les posibilidades de tener un futuro brillante también. Estaba destinado a ser un profesional de fama mundial o, al menos, esa era la expectativa de sus padres. Y tal vez él compartía este sueño: “En la India tuve una educación costosa, muy elitista y esnob, que casi me destruyó –contó medio en serio y medio en broma–. Todo estaba preparado para que fuese diplomático, profesor o médico. El mundo entero estaba dispuesto ante mí. Nada podía salir mal”.

Pero como no todo en la vida sale como lo planeamos, un hecho cambió el rumbo de Bunker para siempre. Fue en 1965, cuando él tenía 20 años y una hambruna brutal se llevó a miles de personas de Bihar, una región donde la sequía y la pobreza habían hecho estragos. Sus pobladores no tenían otro medio de supervivencia que una agricultura primitiva que ya no les daba de comer. Los que no lograban emigrar encontraban la muerte en sus aldeas.

“Por primera vez, vi personas que morían de hambre. Eso cambió mi vida”, contó. Bunker descubrió de pronto otra cara de la India, que hasta entonces solo había visto de lejos. El dolor y el sufrimiento extremos de los pobres le tocaron el alma. Y fue así como decidió que quería ayudarlos a cambiar esa realidad devastadora. Pero para hacerlo tenía que estar donde ellos estaban, en sus aldeas. Cuando les contó a sus padres cuál era su sueño, la respuesta indignada no se hizo esperar:

–Pero ¿en qué estás pensando? ¿Cómo puede ser que quieras irte a vivir a una aldea? ¿Qué vas a hacer allí? No tenés ningún futuro, ninguna seguridad –exclamó su madre.

–Quiero ir a cavar pozos durante cinco años.

La necesidad de agua potable era crucial para los pobres, pero no un argumento razonable para la familia Roy.

A pesar de la oposición de sus padres, Bunker hizo su elección y partió. “Mi madre dejó de hablarme durante bastante tiempo”, contó después.

Era el año 1972 cuando Bunker Roy viajó a Tilonia, Rajasthan, al noreste de la India, un lugar atravesado por el desierto de Thar. Entre el cielo y la tierra, solo había arena y una pobreza abrumadora. Cuando Bunker llegó, lo recibieron los ancianos de la aldea, que no entendían que hacía allí un joven educado de la ciudad.

–¿Te peleaste con tus padres?

–No.

–¿Estás escapando de la policía?

–Tampoco. Quiero vivir aquí. Quiero ayudar.

Y les contó entonces por qué estaba en Tilonia: quería transformar la realidad de los más pobres a través de la educación. Pero la educación formal, como la que él mismo había recibido, no estaba en sus planes. En su contacto con la gente de las aldeas, Bunker había advertido que muchos de esos campesinos, que eran analfabetos “y no habrían tenido la posibilidad de acceder ni al peor empleo público”, eran ricos en conocimientos que podían aplicar para mejorar sus vidas y las de sus comunidades. Conocían la tierra, sabían cómo curar a los demás o cómo traer niños al mundo; eran alfareros, pastores, constructores.

Apenas llegó, Bunker descubrió la sabiduría y la inteligencia de las mujeres, que se convertirían en el pilar del proyecto que tenía en mente: él mismo recuerda que cuando puso un pie en Tilonia, conoció a un grupo de mujeres que estaba impermeabilizando el techo de una choza con una mezcla hecha a base de azúcar morena. “Fuera –le dijeron las mujeres, sin muchos preámbulos–. Este no es un lugar para los hombres. Nosotras sabemos cómo hacer este trabajo”.

Esta sabiduría de los campesinos de Tilonia fue la semilla del sueño de Bunker: crear una universidad para pobres, que reflejara todo lo que ellos consideraban importante. Así nació Bearfoot College, la Universidad de los Descalzos. “Cuando les conté mi proyecto a los ancianos, me dieron un consejo –recordó Bunker–. Me dijeron: ‘Por favor, no traigas a nadie con título y calificación a la universidad’. Por eso, es la única universidad de la India en la que si uno tiene un doctorado o una maestría está descalificado. Hay que ser un desastre, un fracaso, un marginado para venir a nuestra universidad. Aquí tienen que hacer trabajos manuales, demostrar que tienen una habilidad para ofrecer a la comunidad y brindarle un servicio”.

La filosofía de esta universidad, opuesta a la academia tradicional, es enseñar lo que la comunidad necesita y revalorizar la sabiduría de la gente. La Universidad de los Descalzos no entrega diplomas, no hace contratos formales y el salario más alto que se paga es de cien dólares por mes. “A uno lo certifica la comunidad para la que sirve. No hace falta un papel que cuelgue de la pared para demostrar que uno es ingeniero”.

Enseñar a las abuelas

La primera experiencia de Bunker Roy con su filosofía “descalza” fue con las mujeres de la aldea. “Una lección que aprendimos en la India es que a los hombres no se les puede enseñar –contó hace poco, con una sonrisa, tono pausado y fina ironía–. Los hombres son inquietos, ambiciosos, se mueven compulsivamente y quieren un certificado. En todo el mundo existe esta tendencia de hombres que quieren un certificado. ¿Por qué? Porque quieren dejar la aldea e ir a una ciudad a buscar un empleo. Por eso, se nos ocurrió una gran solución: enseñar a las abuelas”.

Las que Bunker llama afectuosamente “abuelas” –mujeres que a veces rondan los 50 años o menos– se convirtieron en el alma del proyecto: ellas fueron las encargadas de transmitir sus conocimientos y de capacitar a otras mujeres.

Las mujeres de Tilonia pronto fueron expertas en energía solar e instalaron los paneles que iluminan la mayoría de las aldeas de la región. Tan efectivas resultaron que Bunker decidió traer a la India a mujeres de aldeas rurales de África y Afganistán, para que se capacitaran en ingeniería solar y llevaran esta tecnología a sus propias comunidades. Pero cuando quiso invitar a la primera mujer afgana, se encontró con un obstáculo que no había previsto: “Estas mujeres ni siquiera salen de su habitación sin sus maridos, ¿y usted las quiere llevar a la India?”, le dijeron. Entonces, Bunker no lo dudó: se llevó también al marido. “La aldea de esta mujer fue la primera población de Afganistán iluminada con energía solar”.

En otra oportunidad, el marido de una de estas mujeres afganas, inteligentes y emprendedoras, se opuso terminantemente a que Bunker Roy la llevara a la India: “Mire lo hermosa que es. ¿Y si se enamora de un indio y se va?”, le dijo. ‘Esa era su única preocupación, así que nos llevamos a la mujer y a su marido. Esa mujer, que vino a la India como una abuela, volvió a su aldea como una tigresa. Cuando bajó del avión, manejó a la prensa como una experta”, recordó Roy.

Las ingenieras solares de Tilonia instalaron también sofisticadas cocinas –llamadas “cocinas parabólicas”–, que funcionan con energía solar, una tecnología que en la sede la universidad les permite preparar, dos veces al día, comida para sesenta personas.

Otra de las mujeres que es clave en el proyecto de Bunker es la dentista de la Universidad de los Descalzos, que se ocupa de cuidar los dientes de siete mil chicos de las comunidades. Es analfabeta, pero una reconocida profesional en los términos de la universidad de los pobres. También lo son las parteras, que se ocupan de la salud de las embarazadas, de explicarles la importancia de la alimentación o de vacunarse. Estas mujeres capacitan a otras, que pueden replicar así, donde sea necesario, el modelo de autogestión que promueve la universidad.

En Tilonia, como en muchas otras aldeas del corazón de la India, los chicos también van a la escuela. Pero asisten de noche, porque de día ayudan a sus padres a cuidar cabras y ovejas, una labor necesaria para asegurar el sustento de sus familias. En las escuelas nocturnas aprenden todo aquello que les demanda su vida cotidiana: a medir la tierra, curar a los animales y, también, a conocer sus derechos. Desde la década del setenta, la Universidad de los Descalzos creó 110 escuelas en 89 aldeas de la India, por las que pasaron 75.000 chicos.

Una combinación de confianza y de fe

La iniciativa de Bunker Roy no solo tuvo un impacto notable en la vida de las aldeas más pobres de la India, sino que también contribuyó a darles dignidad y orgullo a sus habitantes, al destacarlos como profesionales, dueños de saberes que pueden volcar en sus comunidades.

“En Barefoot College redefinimos la idea de qué es ser profesional. En nuestra opinión, un profesional es alguien con una combinación de competencias, confianza y fe”. Para que una actividad sea exitosa y sustentable, debe estar basada en la aldea y ser llevada adelante por los miembros de su comunidad. Los “profesionales descalzos” son arquitectos, parteras, alfareros, constructores de pozos de agua, dentistas, ingenieros en energía solar, cocineras y maestros. “La nuestra es la única universidad donde los profesores son alumnos y los alumnos, profesores”, dijo Bunker. En la universidad se sigue el estilo de vida y de trabajo de Gandhi: se come, se duerme y se trabaja en el suelo. Descalzos, claro.

La construcción de la sede de Barefoot College fue obra de doce arquitectos “descalzos”, todos analfabetos. La luz de la universidad proviene, como en el resto de la aldea, de la energía solar. Además, cuenta con un tanque de 400.000 litros que recoge el agua de lluvia. La reserva es tan efectiva que si hubiera cuatro años de sequía en Tilonia, la universidad aún tendría agua para consumir.

Otro acto de fe en la capacidad de los descalzos fue el que llevó a convertir el desierto en un jardín. Bunker Roy le preguntó a un especialista en suelos qué podía plantar alrededor de la universidad. “Nada. El suelo es rocoso. Aquí no crecerá nada”, le contestó. Bunker les preguntó entonces a los ancianos: ellos le dijeron qué plantar, dónde y cómo. El resultado es una edificación rodeada de verde, un oasis en medio de la tierra desértica. Un oasis, real y simbólico, que permitió el florecimiento de aldeas como Tilonia, desperdigadas por todo el territorio de la India.

Desde su creación, la Universidad de los Descalzos capacitó a tres millones de personas. Gracias a la filosofía de los descalzos, se multiplican las oportunidades para los más pobres, que en la India viven con menos de un dólar por día. Abren sus horizontes con la educación, transforman la realidad de sus comunidades y mejoran sus oportunidades. “Creo que no tienen que buscar las soluciones afuera –dijo Bunker Roy–. Búsquenlas adentro. Y escuchen a las personas de su entorno que tienen las soluciones. Están en todo el mundo. No escuchen al Banco Mundial, escuchen a la gente del lugar. Tienen todas las soluciones del mundo”.

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