Punto de Vista
13 diciembre, 2007 | Por Cristina Miguens
Las mujeres de las ventanas
El feminismo, al menos en Occidente, ha dejado atrás la etapa de "revolución" de sus orígenes y es hoy es un “neofeminismo” que transita la fase de “evolución”. Millones de mujeres son feministas porque ejercen sus derechos, defienden sus valores, están insertas en el mundo laboral, político, económico y social. Así, están modificando la cultura vigente.
Hace unos días el escritor israelí Amos Oz recibió uno de los más prestigiosos premios literarios, el Príncipe de Asturias, por sus brillantes aportes en lengua hebrea, por su defensa de la paz entre los pueblos y su denuncia de los fanatismos.
En el discurso pronunciado en esa ocasión, el escritor utiliza la imagen de una mujer en la ventana, que solo puede ser vista o fotografiada por un turista, pero que mediante la literatura puede ser conocida inclusive en la intimidad de su cabeza. Por eso, una novela puede ayudar a vincular a las personas, a desentrañar sus miedos y, por tanto, ser un “puente entre los pueblos”. En última instancia, puede contribuir a desactivar las causas de los conflictos y las guerras.
Personalmente, no coincido con esta teoría de que la ficción y la imaginación pueden acercar a las personas más que la vida real, y creo, como decía Juan Pablo II, que el turismo es un potente instrumento de la paz, porque vincula a las personas de carne y hueso, sin importar los gobiernos, derribando las fronteras y los prejuicios. “Nada enfrenta tanto al inconsciente como la realidad” decía Jung. Hasta aquí, era sólo una diferencia de opinión.
Pero, más adelante, la diferencia se hizo mucho más profunda, no ya de opinión sino de criterio, porque luego de una larga reflexión sobre el conflicto de Medio Oriente, el autor retoma la imagen de la mujer en la ventana para hacer el cierre de su discurso. Me quedé perpleja, incrédula, rayando la indignación.
“La mujer de la ventana puede ser una mujer palestina de Nablus y puede ser una mujer israelí de Tel Aviv. Si desean ayudar a que haya paz entre las dos mujeres de las dos ventanas, les conviene leer más acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, aprenderán mucho. Las cosas irían mejor si también cada una de esas dos mujeres leyesen acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la mujer de la otra ventana tenga miedo o esté furiosa, y qué le infunde esperanza. No he venido esta tarde a decirles que leer libros vaya a cambiar el mundo. Lo que he sugerido es que creo que leer libros es uno de los mejores modos de comprender que, en definitiva, todas las mujeres de todas las ventanas necesitan urgentemente la paz”.
¡Insólito! No podía creer lo que estaba leyendo, porque ahora la mujer de la ventana no era ya el objeto de la mirada de un turista ni tampoco la heroína de una novela costumbrista: la mujer adquiría aquí una dimensión política simbólica al encarnar por igual a judíos y palestinos enfrentados en una encarnizada lucha desde hace décadas. La imagen elegida por el escritor no son dos varones en las trincheras apuntándose con ametralladoras. No, son dos mujeres asomadas en sendas ventanas. Y aunque se trate de una imagen, queda insinuada la idea de que si no hay paz en Medio Oriente (y tal vez genéricamente en el mundo) es porque no se conoce lo suficiente a las mujeres de la región y la de que ellas mismas –judías y palestinas– están en guerra porque ¡no saben bastante la una de la otra! Un chiste.
Las mujeres y la guerra
Nada es inocente en la cultura. La “mujer” viene siendo utilizada por los varones como imagen o como símbolo de cualquier cosa que se les pasa por su activa e inquieta imaginación: la vida, la muerte, la tentación, la eternidad, la República, la Justicia, y la Libertad….
Y siguen las firmas… Pero que Amos Oz utilice la figura de dos mujeres para representar un tema como el de la guerra me pareció francamente demasiado. Un caso alevoso de “proyección”: poner en dos mujeres, una judía y una palestina, la imagen del conflicto bélico, cuando claramente es responsabilidad de los varones y no de las mujeres, ya que son ellos los que controlan el poder, manejan los países, los ejércitos, las religiones, los medios de comunicación y la economía del mundo. Y los que declaran (y declararon siempre) la casi totalidad de las guerras del planeta.
Le sugiero al señor Oz leer lo que escribió su colega Virginia Woolf en 1938, en respuesta a la consulta de un varón sobre cómo podían las mujeres contribuir a evitar la guerra.
“Si bien es cierto que ambos sexos comparten, más o menos, muchos instintos, el de luchar ha sido siempre hábito del hombre y no de la mujer. (…) Raro ha sido el ser humano, en el curso de la historia, que haya caído bajo un rifle sostenido por una mujer; la gran mayoría de los pájaros y las bestias han sido muertos por los hombres, por ustedes, y no por nosotras. Y es difícil enjuiciar lo que no compartimos.”¹
El neofeminismo
Es cierto que cuando se trata de mujeres, aguanto pocas pulgas. Es que estoy cansada de esa cultura machista, de esa sociedad “androcéntrica”, como escribió el sociólogo francés Pierre Bourdieu.² Sí, por supuesto que soy feminista. ¿Qué duda les cabe? Y de segunda generación, porque mi madre ya lo era. ¿Cómo podría no serlo en un mundo donde todavía muchos millones de mujeres son atropelladas física, psíquica y jurídicamente por los varones? Mujeres violadas, traficadas, asesinadas, explotadas como prostitutas, golpeadas por sus parejas, abusadas por padrastros, tíos o abuelos, degradadas en los medios con sus cuerpos desnudos como en un mercado de carne o de vacas, acosadas sexualmente en sus trabajos por sus jefes, y en muchas partes del orbe, aún excluidas de la educación formal, del voto y de los derechos cívicos…
Por supuesto, el feminismo ha evolucionado desde sus orígenes, a fines del siglo XIX, cuando algunas pocas mujeres pioneras en Occidente lucharon para abrirnos las puertas de las universidades y lograr el derecho al voto. Sin duda, ha habido excesos, como en todas las revoluciones. Pero lo lamentable es que la cultura patriarcal y machista de nuestro país ha conseguido demonizar el movimiento feminista reduciéndolo a la mera expresión virulenta de grupos minoritarios de mujeres abortistas, lesbianas, violentas y beligerantes, con el resultado de que muy pocas mujeres se atreven hoy a confesarse feministas. Por mi parte, no pienso regalarles a unas pocas activistas –que respeto pero no comparto– el movimiento de liberación más importante (por su alcance) de toda la historia de la humanidad.
Para mí son feministas, aunque no sean “militantes”, la abrumadora mayoría silenciosa de mujeres argentinas –y del mundo– que son cívicamente educadas, profesionales o no, trabajadoras, independientes, no pocas veces jefas de familia y sustento de sus hijos. Estudian, trabajan, ganan y administran su plata, pagan sus impuestos, votan y son elegidas. Esos millones de mujeres son feministas aunque no lo declaren, porque ejercen sus derechos, defienden sus valores, están insertas en el mundo laboral, político, económico y social, y por eso mismo inexorablemente están modificando la cultura vigente.
Estoy dispuesta a llamarlo “neofeminismo” porque, de hecho, el movimiento ha dejado atrás, al menos en Occidente, la fase de la lucha frontal de mujeres contra varones por la conquista de los derechos básicos, la etapa de “revolución” de sus orígenes, para transitar ahora la fase de “evolución” del movimiento que ya hoy, felizmente, incluye a millones de varones en todo el mundo que acompañan a las mujeres en su camino.
Discrepo con Oz. No es necesario leer acerca de las mujeres para comprender que todas las mujeres de todas las ventanas del mundo necesitamos la paz. La paz está en nuestra esencia. Bastaría con que los varones miren detenidamente a las mujeres, a las que tienen a su lado, en la vida real, madres, esposas, hermanas e hijas. Que comprendan que somos distintas de ellos, que aborrecemos las guerras… Y que acepten de una vez por todas que no somos su costilla perdida…
¹Virginia Woolf, Tres guineas, Femenino Lumen.
²Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Anagrama.
ETIQUETAS guerra-paz machismo neofeminismo
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