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Artes

27 octubre, 2021

La vida entre libros: cuatro escritoras para descubrir

Camila Fabbri, Delphine de Vigan, Brenda Lozano y Tatiana Tibuleac nacieron en distintas partes del mundo, pero sus destinos están unidos por el hilo invisible de la escritura. Te invitamos a conocerlas.


Por Dolores Caviglia

Lo propio, aquello del resto, lo escuchado, lo buscado, lo que llegó desde lejos, lo que nunca se va, lo que nos persigue. Las obsesiones. La literatura es un espacio en que caben todas las cosas del mundo y escribir es meter la mano en la vida y ensuciarse para ver qué sale. Es la gracia.

Es lo que entendieron las escritoras Tatiana Tibuleac, Delphine de Vigan, Brenda Lozano y Camila Fabbri. Alejadas por kilómetros de tierra y agua, por culturas, edades, pasados e idiomas, estas cuatro autoras que vale la pena conocer se parecen en algo: seguro saben bien que la escritura es un camino al que se llega sin pretensiones más que las de tratar de entender y que empieza pero tal vez no termina.

Tatiana Tibuleac (1978) nació en Moldavia y creció entre libros. (Foto: Prensa).

Desde Europa del Este

El presente de Tatiana Tibuleac bien podría explicarse por su pasado. Nacida en octubre de 1978 en Chisináu, la capital de Moldavia, esta mujer de 43 años es hija de un padre periodista y de una madre editora. Entre ellos creció, entre ellos y la biblioteca grande que ambos habían consolidado por sus trabajos, los mismos que eligió Tatiana años después. Tras estudiar comunicación en la Universidad Estatal, comenzó una carrera en los medios que se consolidó cuando en 1995 aplicó a un puesto de trabajo en uno de los diarios más reconocidos del país y lo obtuvo. Allí, en el periódico Flux, arrancó de a poco y creció hasta firmar una de las columnas más leídas, una serie de artículos bajo el título “Historias verdaderas”. Ese dúo, además del de sus padres, fue el que marcó el rumbo de su trabajo. 

Tatiana escribe libros desde 2014 y asegura que nunca escribe sobre su vida, pero sí que escribe sobre cosas de la vida, cosas que no le acontecieron a ella pero que vivenció de primera mano, tanto por los mensajes de lectores que le llegaban al diario cuando la leían, como por las cosas que vio cuando salió a la calle para mostrar lo que pasaba en su país. Tatiana quiere contar lo que no siempre está a la vista, quiere hablar de los problemas sociales de la actualidad, de la pobreza, de las enfermedades, de los que sobreviven.

Los críticos tildan su escritura de dura y descarnada. Ella asume el costo. Asegura que todos tenemos dramas que ocultamos, que vivimos entre el peligro de que estallen en cualquier momento, y afirma que cuando escribe alcanza sus límites. Que eso es lo que quiere. Y que también allí desea llevar a quienes la leen. “Quiero que cuando el lector lea mi libro esté conmigo al borde del precipicio, que sienta lo que yo he sentido”, dijo meses atrás en una entrevista con un medio español.

Escribió tres libros. Fábulas modernas, de 2014, Jardín de vidrio, de 2018, y El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de 2016. Esta es su obra más exitosa. En esas páginas Tatiana cuenta la historia, no verdadera pero basada en verdades, de Aleksey, un artista plástico con problemas de salud mental que escribe sobre los últimos días que pasó junto a su madre, antes de que ella falleciera a causa de un cáncer.

El arranque del libro es afilado. Dice: “Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió 39 años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás”. La autora asegura que, pese a la crueldad que pueda mostrar el libro, es una historia sobre el amor y el perdón, sobre las relaciones familiares. Es un golpe de luz y de paz, que además de valerle varios premios y varias traducciones, puso a la literatura europea del este en el centro de la conversación.

Delphine de Vigan (1966) nació en Francia, en un clima de fuertes ideales políticos (Foto: Wikimedia Commons).

Desde la ciudad de las luces

Delphine de Vigan escribe desde hace años y en su literatura las semejanzas con la realidad, la propia, nunca parecen coincidencias. No. Ella escarba en su vida, en su pasado, para encontrar allí eso que debe decir. A veces para entenderse. Otras, para liberarse. Su primer libro fue, sin dudas, un grito personal.

Nació en Boulogne-Billancourt, Francia, en marzo de 1966 y se crio en una casa que pregonaba los ideales políticos de la izquierda, la igualdad social. Cuando cuenta por qué se volcó a los libros, dice que lo hizo para dejar atrás la depresión de su madre, el alcoholismo, la violencia que ejercía su padre.

Días sin hambre fue lo primero que escribió y no lo firmó con su nombre, utilizó un pseudónimo para no molestar a su padre. Se hizo llamar Lou Delvig. Solo así se atrevió a contar en detalle sus días, su vida, desde los 19 hasta los 34 años (cuando se sentó a escribir), como anoréxica. Lo firmó con otro nombre y lo escribió por las noches. Durante años le dedicó las horas nocturnas a sus textos, porque durante el día trabajaba en una empresa que analizaba encuestas para ganar plata. Entonces, a lo largo de cuatro libros, la literatura fue más un lugar al que llegar que una realidad. Y Delphine llegó: su quinta obra ya fue la de una escritora profesional.

A partir de ese momento la escritura abarcó todo su tiempo. Y llegaron más libros, todos escritos con la misma mirada, con la misma intención, desde varios ángulos, pero con una certeza que volvía: escribir ayuda, la palabra es terapéutica. “Lo que escribo no es verdad, pero es mi verdad”, dijo a lo largo de su carrera, en más de una oportunidad, para admitir que su trabajo trataba sobre ella, pero al mismo tiempo destacar que no siempre y que un problema particular lo que en verdad busca es llegar al universal, que ese es el fin.

Uno de sus libros más celebrados es Las gratitudes. En él la autora, que hoy tiene 55 años y vive en París, reflexiona sobre la vejez, que aún no le es propia, pero que parece un destino irremediable. Las gratitudes relata los días de una mujer mayor, a la que llaman Michka y quien después de una vida de independencia, de placer, de profesionalismo, de trabajo por el mundo cuando la mayoría de sus pares se quedaban en sus casas para criar hijos, aparece como irrupción primera sentada en un sillón de un asilo para ancianos, con problemas para hablar, para moverse, para hacerse entender.

Escrito con una hipersensibilidad creíble y poética que la autora asegura es producto de su enfermedad, de su desorden alimenticio que le permite ver cosas que el resto pasa por alto, el libro fue publicado este año en español.

Brenda Lozano (1981) es la escritora mexicana que va ganando espacios en su tierra… y más allá (Foto: Flickr).

Desde tierras aztecas

Brenda Lozano es una de las voces más frescas de México. Nació en la capital en junio de 1981 y en 2017 fue elegida por Bogotá39, la selección de los mejores escritores de ficción menores de 39 años de América Latina que promueve el Hay Festival de Cartagena de Indias. Tras ello, su nombre apareció cada vez más y en más espacios. En los culturales y también en los políticos.

Feminista reconocida, escribe ficción, ensayos y edita. Además, tiene una columna periodística en uno de los diarios más importantes de habla hispana, El País, de España. Brenda publica artículos en medios de todo el mundo y también estudió por el mundo: tras obtener su título en Literatura en la Universidad Iberoamericana de su país, hizo cursos en Estados Unidos, en varios lugares de Europa, en Japón. 

No es hija de una familia que le marcó el rumbo, que le ofreció una biblioteca inmensa con la que acercarse a los clásicos en la materia, pero sí desde chica tuvo una atracción muy fuerte con el lenguaje, con su materialidad. Al recordar sus primeros acercamientos, dice que de pequeña le costaba decir su nombre porque tenía dificultades para pronunciar el sonido de la letra ere y que por eso se empecinó y practicó hasta convertirse en hábil. Y también dice que cuando nació su hermano menor estaba obsesionada por comunicarse con él, con que aprendiera a hablar. Hoy en día, a pesar del tiempo, disfruta de la lectura como cuando tenía 13 y la reacción es siempre la misma: leer le provoca escribir.

Su primer libro llegó en 2009, Todo nada. Luego fue el turno de Cuaderno ideal, en 2014, Cómo piensan las piedras, en 2017 y Brujas, en 2020. A la par escribió artículos, columnas, editó la revista española Make, integró el plantel de la editorial Ugly Duckling Presse de Nueva York, brindó cursos, ganó premios y participó de proyectos en cine y arte contemporáneo. 

Cuaderno ideal está entre sus trabajos más destacados. Escrita en un tono que emula el loop de la rutina, el loop de quien espera, es una novela de amor que cuenta la historia de una joven que se decide a escribir hasta que su pareja regrese, una especie de Penélope que en vez de agujas y lana elige la tinta y el papel. Una heroína moderna que se queda en su departamento para encarar un viaje personal e intentar comprenderse, a sí misma, a su país.

En definitiva, Brenda asegura que la literatura no sirve para ordenar las cosas del mundo pero sí para curarlas. Por eso, dice, hace lo que hace.

La argentina Camila Fabbri (1989) también es actriz y dramaturga. Pero, antes que todo, es escritora (Foto: Flickr).

Desde estas latitudes

Cuando Camila Fabbri actúa escribe, cuando dirige escribe, cuando brinda un taller escribe. Una vez, en una entrevista que le hizo la periodista Leila Guerriero, dijo que escribir era lo único que sabía hacer y, si bien admite que no es cierto, también acepta que en esa declaración, en sus propias palabras, hay algo de verdad. Una forma de estar.

Autora, actriz, dramaturga, egresada de la Escuela Municipal de Arte Dramático, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1989 y en 2015 fue nominada a los Premios Cóndor de Plata como revelación por su papel en la película Dos disparos de Martín Rejtman. Asimismo, es la autora de las obras teatrales Brick, Mi primer Hiroshima, En lo alto para siempre, ¡Recital olímpico!, a las que dirigió.

Camila escribe con lo que tiene a mano, a cuerpo, con lo que pasa en las calles, en el cotidiano, con lo que sucede en su cabeza, bien adentro. Su primer enamoramiento, dice, fue el libro de Graciela Montes Tengo un monstruo en el bolsillo y el título parece tener crédito, porque en sus textos Camila suele esconder cosas. Su prosa es limpia y sólida hasta que deja de serlo porque segundos después, en una misma frase, un par de palabras rompen una calma que nunca existió e instalan la incertidumbre, a cielo abierto.

En 2019 publicó El día que apagaron la luz, un relato a voces sobre la tragedia en el boliche Cromañón, que en 2004 se prendió fuego en medio de un recital de rock de la banda Callejeros y por el que murieron 194 personas, la mayoría jóvenes de su edad, de su generación. Al presentarla dijo que se tratada de una novela de no ficción, y aunque ese género literario no existe en Camila, una vez más, se entiende. Ella es en esos espacios que quedan entre, en las transiciones, en este instante.

Los accidentes fue su primer libro y el que llegó a las librerías de Chile, México y España. Son catorce cuentos, escritos en distintos momentos de su vida, en los que prima la idea del posible desastre, siempre a punto de suceder. Son relatos sobre las hermandades, las madres, los hijos, el matrimonio, los lazos, la comunicación, la falta de comunicación, la identidad, el paso del tiempo. En cada uno de ellos la búsqueda es la misma: llegar a algo más lúcido, que sus obsesiones encuentren cauce.

Dice uno de los relatos: “Ahora que había dejado de verla, después de tanto tiempo. Ahora me daba cuenta de que mi madre se me parecía. La distancia nos había vuelto calcos. Ella estaba impecable. Yo tenía dos raspones debajo de los ojos, heridas cosidas en las piernas. Y debajo de los pechos un hijo esférico. Tardamos en percibirnos”.

Este año Camila fue elegida por la revista británica Granta como una de las mejores narradoras jóvenes en español.

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