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Sustentabilidad

13 julio, 2021

La vida en el mar: confesiones de una observadora de a bordo

Es pescadora, fue presidente de la Unión Argentina de Pescadores Artesanales y es observadora de a bordo de grandes pesqueros. Ha pasado meses sin pisar tierra firme y asegura que quien se moja los pies con agua salada “siempre quiere volver”.


Pescadora artesanal y observadora de a bordo, Edith Corradini pasa gran parte de sus días embarcada.

Por Lola López

Agua, agua. Cielo, cielo. Más agua. Más cielo.

¿Cómo es pasar sesenta días ininterrumpidos en el mar sin pisar tierra ni verla de cerca? “Maravilloso”, asegura Edith Corradini con emoción en la voz. “Es maravilloso… las cosas que ves, sólo las ve ahí y de esa forma: las ballenas, los delfines, las orcas, los pájaros. Por momentos se te vuela la cabeza y empezás a valorar la vida de otra manera. Por eso, cuando llegamos a puerto siempre decimos ´Gracias´. Hay un refrán que asegura que quien se moja los pies con agua salada siempre vuelve… y es la pura verdad”.

Pero, con el mar y los embarques, no siempre es amor a primera vista. Edith cuenta que fue una amiga quien la entusiasmó para “empezar en esto” y le pareció bien porque su hijo ya era grande, el sueldo era bueno y además a ella siempre le había gustado pescar. “Me decidí enseguida, hice el curso en el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP) y salí con mucho entusiasmo, pero durante la primera embarcada me dio una descompostura tremenda, estuve vomitando diez días”, grafica. Al preguntarle por qué, explica: “Porque no es lo mismo estar en un bote chico, cerca de la playa, que en una gran embarcación mar adentro… El barco se mueve distinto y te da inseguridad saber que estás a 200 millas de la costa con 200 metros de profundidad bajo tus pies”.

Edith tiene 57 años, es patrón motorista profesional de tercera y trabajó como observadora de a bordo en grandes barcos pesqueros. Pero antes (y después) fue pescadora artesanal en Santa Clara del Mar y otras zonas, y mucho antes, ya de adolescente, salía de pesca con su abuelo. Quizás allí haya comenzado todo…

¿Qué implica ser observadora de a bordo?

–Una gran responsabilidad. De los datos que recopilamos a bordo depende, en gran parte, lo que vaya a ejecutar el Consejo Federal Pesquero. Por ejemplo, determinar las zonas de veda (es decir, dónde no se puede pescar), el cupo de captura (la cantidad permitida) y dónde sí se puede realizar la pesca. También el tema del tamaño mínimo del pez que está permitido capturar, para darle tiempo a que haya desovado al menos una vez y así cuidar la especie.

«Empezás a valorar la vida de otra manera. Por eso cuando llegamos a puerto siempre decimos ´Gracias´. Hay un refrán que dice que quien se moja los pies con agua salada siempre vuelve… y es la pura verdad».

¿Cómo es el día a día de trabajo?

–Embarcada. Y la cantidad de días depende de la especie que haya que trabajar, es decir, recopilar datos sobre la especie objetivo. En el “variado costero” (pescadilla, saraca, palometa, gatuzo, congrio, brótola, abadejo) se puede estar 15 días en el mar, 2 días en tierra y luego volver al mar. En el calamar es distinto: son 60 días, aproximadamente, antes de volver a puerto.

¿Tu tarea consiste en observar y luego informar lo que se hace en el barco?

–Así es. Por lo general todo transcurre con normalidad y dentro de las reglamentaciones, pero a veces no tanto. Puede ocurrir que un barco pesque con una red con sobrecopo (una red con agujeros más pequeños para pescar más), yo debo informarlo y se le aplica una multa a la empresa dueña de ese barco.

Lo primero que se dibuja en la mente al escuchar a Edith decir eso, es una escena donde está sola, en medio del mar y con una tripulación de 30 marineros no muy contentos con que ella vaya a contar lo que están haciendo. Pero esa pregunta, sobre cómo se desarrollan las cosas a bordo, vendrá después; primero es necesario saber por qué el capitán tomaría la decisión de pescar un tamaño no permitido infringiendo la ley y poniendo en riesgo a una especie.

Su respuesta no se hace esperar: “Se hace para agarrar todo lo que se pueda, porque el recurso va mermando cada vez más y por eso mismo otros animales, como orcas y ballenas, se acercan a la costa. En las primeras cinco millas, partiendo desde donde están las sombrillas, es el lugar donde se crían unas 32 especies comerciales de Argentina. Es como… su jardín de infantes. Recién más tarde esas crías, cuando crecen, van a mar abierto, por eso hay que cuidar muchísimo esas millas”, señala.

Cuando Edith enfatiza que hay que cuidar esa distancia y no pescar, se refiere, especialmente, a no permitir que se use la red de arrastre, porque está científicamente comprobado que arrasa con el fondo del mar y no deja nada en pie. “Es como si un arado hubiera pasado nueve veces por el campo; la red de fondo es tremendamente depredadora, por eso hay muchos países donde está prohibida. En Argentina está permitida en algunos lugares, pero no en la costa”.

Edith pescando lisas en un bote, allí donde se siente como en casa: en el medio del mar.

Al cuidado de las especies

Otro gran tema son los barcos extranjeros que vienen a pescar a zonas donde está prohibido, pero lo hacen de todos modos porque resulta difícil monitorear toda la extensión del Mar Argentino. “Hay mercados que demandan pescado ‘tamaño plato’ y es tremendo, porque ese pez no desovó ni una sola vez, entonces no se ha reproducido. No está permitido formalmente, pero en la práctica hay barcos extranjeros que lo hacen: esperan que se vaya la patrulla de prefectura, que no los detecte el radar y listo”, lamenta.

¿Cuál fue el embarque más largo que tuviste?

–Setenta y dos días haciendo una campaña de merluza negra. En ese viaje hubo un momento muy bravo con una tormenta impresionante. Yo estaba descansando en mi camarote y de pronto, el ojo de buey que normalmente daba a mis pies, aparecía en mi techo o en el piso, de tanto que el barco rolaba de costado. Era algo así como el martillo de los parques de diversiones en la vida real. Pero el miedo real sólo hay que tenerlo cuando en medio de una tormenta los marineros, en vez de andar riéndose y haciendo chistes como siempre, pasan en silencio o murmurando. Ahí, agarrate.

“Hay mercados que demandan pescado ‘tamaño plato’ y es tremendo, porque ese pez no desovó ni una sola vez, entonces no se ha reproducido. No está permitido formalmente, pero en la práctica hay barcos extranjeros que lo hacen: esperan que se vaya la patrulla de prefectura, que no los detecte el radar y listo”.

¿Te ha tocado ser la única mujer en un barco?

–Claro. Y por suerte nunca sufrí situaciones complicadas de acoso o de violencia. Sí tuve que ubicar a alguno que se tiraba algún lance, pero nunca más que eso. Nos tienen respeto porque los y las observadoras, que no somos muchas, subimos con trato de oficial y en general tenemos camarote aparte. Algunos barcos tienen enfermeras y los que son barcos factoría (100 metros de eslora, 3 pisos y planta de procesamiento), tienen operadoras que procesan el pescado y lo acomodan en los cajones que van al frío para conservación.

–¿Cómo es la vida embarcada?

–Se convive mucho y hay que tratar de llevarse bien con todo el mundo, tanto para pasarlo en armonía como para tener información en momentos donde una no estuvo presente. Por ejemplo, si hicieron un lance de pesca (cuando tiran la red al mar) mientras dormía, para así saber bien qué se capturó y cuánto. Una cosa muy importante y que contribuye a un ambiente tranquilo, es que está prohibido tomar alcohol: al que le encuentran alguna bebida en su camarote se lo penaliza severamente y no se lo contrata por un tiempo largo. Muy largo.

Y en cuanto a la tripulación, ¿hay marineras?

–Todavía hay muy pocas en cubierta porque el trabajo es en extremo pesado. Hay muchos momentos en los que se necesita hacer «fuerza bruta» para subir y pasar cajones de 35 kilos, cargar la bodega, desenredar la red y cuando cae el pescado a granel en el pozo hay que palearlo a la cinta.

La centolla, el preciado crustáceo que habita el lecho marino de las aguas heladas del sur.

Los tesoros del mar

Además de ser una de las pocas Observadoras que hay, Edith también ha sido pionera en ser creadora y dirigente del sector: durante dos años fue presidente de la Unión de Pescadoras Artesanales (UAPA). “En 2004 trabajaba para una ONG y propuse hacer una reunión provincial de pescadores artesanales, que luego se convirtió en nacional”, recuerda.

Con esta misión recorrió desde La Plata hasta Carmen de Patagones hablando con los pescadores para crear la Federación de Pescadores Artesanales, y luego ese recorrido se extendió hasta Ushuaia con el mismo fin: “El objetivo era reunir voluntades y así creamos la UAPA, que logró posicionar a la pesca artesanal argentina a nivel mundial y se elaboró el primer proyecto de ley de pesca artesanal de la provincia de Buenos Aires en 2010, que aún no está aprobada, dicho sea de paso”. Y la cosa no para, porque ahora está trabajando en la formación de la Unión Latinoamericana de Pescadores Artesanales (ULAPA), junto con otros dirigentes de Latinoamérica.

Pero antes de ser observadora y dirigente, Edith fue pescadora artesanal. A los veintipocos, con dos amigas (Sonia y Graciela) compraron un bote al que bautizaron Chichipío. Pescaban a milla y media de la costa y vendían lo que pescaban; ese fue su sustento durante años. “La pesca artesanal es cosa de todos los días. Te tenés que levantar a las 5 de la mañana para saber si el mar te deja entrar, mirar el servicio meteorológico y si hay viento no se puede salir. Siempre hay que tener mucho respeto”, describe. 

Cuando Edith habla de respeto se refiere a ser cuidadosa a la hora de salir a navegar, pero también –y quizás sobre todo– a cuidar el mar y todos sus recursos naturales. Por eso, de pronto dice algo que parece un resumen de todo lo hablado en esta charla: “Como es arriba es abajo”, dice, y queda en silencio.

¿En qué sentido?

–En que es igual: debajo del mar hay desiertos, montañas, campos, jardines, animales, peces voladores… Hay lo mismo que arriba. Por eso hay que preservarlo.

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