José Enrique Miguens
El sociólogo dice que debemos dejar las veredas opuestas para volver a construir puentes que unan a todas las capas de la sociedad.
Es una paradoja, pero uno de los rasgos que tenemos en común los argentinos son, justamente, las constantes dicotomías que vivimos desde el comienzo de nuestra historia. Criollos o españoles, unitarios o federales, peronistas o antiperonistas, liberales o conservadores, de derecha o de izquierda fueron algunas de las opciones que nos pusieron en veredas opuestas y que muchas veces nos impidieron encontrarnos y transitar juntos por una misma calle o, por lo menos, en un mismo sentido. Nuestra forma de ser apasionada nos lleva a tomar posturas viscerales y no sólo en la política. Nos pasa desde que nos dividimos en grupos en el colegio, desde que abrazamos los colores de un club de fútbol o cuando nos mezclamos en la interna de una asociación comunitaria.
Ahora, en el siglo XXI, ese espíritu de Boca-River parece pronunciarse aún más. Lo vemos en los debates que nos presentan y nos dividen en posiciones que parecen no tener puntos de acuerdo, que nos obligan a instalarnos en una sola vereda y que nos enfrentan como si quienes pensaran distinto fueran enemigos. Por supuesto, no se trata de vivir en un país en el que no haya voces diferentes, porque la diversidad nos enriquece, pero ¿qué pasa cuando adoptamos posturas intolerantes y no aceptamos a quienes no opinan como nosotros? ¿Qué nos ocurre como personas y como sociedad cuando las opciones son blanco o negro y dejamos de ver los matices, otras alternativas, otras verdades más allá de la nuestra?
Esto fue lo que nos preguntamos y para buscar algunas respuestas recurrimos al sociólogo José Enrique Miguens. A los 91 años, con el entusiasmo encendido por la lucidez de sus ideas, nos dio su visión sobre este clima de enfrentamiento y sobre cómo podemos unirnos como sociedad.
Según Miguens, que se destaca por ser un intelectual con un lenguaje claro y llano, la solución a nuestras divisiones está al alcance de nuestras manos: “Somos parte de una misma sociedad y debemos unirnos desde lo pequeño, lo cotidiano. Los problemas no se arreglan con leyes, ni revoluciones, ni tomando el gobierno; depende de la obra de cada uno. Los argentinos tendemos a creer que va a venir un salvador de la patria a caballo o un genio y va arreglar todo, pero no existen los salvadores de la patria. Nosotros tenemos las respuestas y para salir adelante todos los días cada uno de nosotros tiene que preguntarse qué puede hacer por el país. Hay que jugarse por la Argentina y una forma de hacerlo es uniéndonos y respetando a los demás. Yo saludo a los chicos por la calle, pido permiso, me ceden el asiento. No es una cuestión de ideas políticas, es cuestión de tratar bien al otro, que es un hijo de Dios como yo”.
–Es cierto que pertenecemos a una misma sociedad, pero desde la época de la colonia estamos divididos en bandos opuestos ¿Por qué somos así?
–Hay una característica muy argentina de que cada uno se cree dueño de una verdad absoluta. Yo lo llamo “sacralizar” o “religiocizar” la política, porque lo que cada uno dice es indiscutible, como sucede con las religiones: uno cree en Dios o en Buda y esas figuras no se pueden discutir, es una cuestión de fe. En cambio, acá, lo que se hace inobjetable es la posición política y quien se opone a esta posición dominante es un enemigo.
–Pero la política es otra cosa, o debería servir para otras cosas.
–Por supuesto que es otra cosa. La política no es para imponer ideas, es para conversar entre todos cómo se arreglan las cosas. Lo que pasa es que, desgraciadamente, las ideologías que influyen en la política no ayudan a armar la sociedad, no ayudan a expresarla. Las ideologías nunca construyen; es la gente la que construye.
–¿Qué pasa cuando sólo creemos que tenemos la verdad y dejamos de respetar lo que el otro piensa?
–La gente se maneja siguiendo el sentido común y la idea de polarización arruina el sentido común porque aumenta las contradicciones. Es decir que todo es blanco o negro; eso produce peleas permanentes, fomenta la idea de que existen amigos y enemigos, y, a fin de cuentas, nos debilita como personas y como grupo. El resultado es que no podemos juntarnos para intercambiar ideas y son otros los que deciden por nosotros. Ernesto Laclau es un intelectual argentino que vive en Londres y a quien los Kirchner siguen mucho, que plantea que la sociedad es antagónica; pero yo digo: “No, la sociedad no es antagónica, es solidaria”. Lo que debemos tener claro es que cuando suprimimos al otro, en realidad nos estamos empobreciendo, y cuando sólo podemos ver dos puntos fijos, nos idiotizamos.
–¿Cuáles son las consecuencias de esa visión empobrecida?
–Corremos el riesgo de sentirnos mejor que el otro, de sacralizar nuestra posición y de que todos nos sintamos como genios. Si nos creemos mejores que los demás, no hay posibilidad de conexión, no hay forma de escuchar, de observar al otro, de respetar su historia, de considerar que podemos estar equivocados y que el otro puede tener razón. Tenemos que aprender a pensar que podemos estar equivocados. Cuando nos encerramos en nosotros mismos y no podemos ver nada, nuestra mente se estrecha.
–Y también perdemos de vista qué es lo importante.
–Es lo de siempre, dividir para reinar. Pero no debemos entrar en ese juego. El debate por la ley de medios, el matrimonio gay, el aborto o la Corte Suprema son bombas que mandan para distraer a la gente de lo que es importante. Tenemos que avivarnos… están engañando a la gilada. Nos plantean temas que nos alejan de cuestiones importantes, como la pobreza, la niñez, la inseguridad, los jubilados. Sin embargo, yo veo que la gente está empezando a reaccionar y a darse cuenta.
–José Enrique, según su visión, ¿cuáles serían las maneras de evitar estas divisiones y unirnos como sociedad?
–La única manera es trabajar con la sociedad y volver a crear puentes que superen todos los cortes que se han producido entre las clases sociales. Por ejemplo, actualmente, Cáritas está entregando un millón de almuerzos diarios y mucha gente come gracias a esta acción. Además, hay 144.000 organizaciones no gubernamentales, de las cuales unas cuantas se crean para no pagar impuestos, pero la mayoría trabaja para ayudar a quienes lo necesitan. Hace unos días fuimos con mi mujer a visitar a Toti Flores, un ex piquetero que trabajaba con 3500 personas desocupadas; un día decidió que no iba a recibir más plata, ni planes ni subsidios de ningún gobierno y se le fueron 3400 personas. De todas formas él siguió adelante y ha hecho una obra espectacular. Eso es lo que refleja la dignidad de la gente.
–¿Cómo comienzan a construirse estos puentes de los que usted habla?
–Como primera medida, los ciudadanos debemos ser conscientes de nuestras responsabilidades y debemos estar activos. Hasta ahora, los argentinos nos hemos limitado a votar, cuando hemos podido, y después dejamos que los gobiernos hicieran lo que quisieran. Sólo nos ponemos a criticar desde la vereda de enfrente. Ya es tiempo de que digamos basta y de darnos cuenta de que la política depende de la acción de cada uno. Es necesario que dejemos de criticar y que actuemos controlando a los gobiernos, participando en los partidos políticos y en las organizaciones no gubernamentales.
–¿Usted está viendo cambios en este sentido?
–Hay síntomas muy positivos y yo veo que la sociedad está actuando. Según una encuesta de Gallup, hay unos siete millones de argentinos y argentinas ayudando de manera voluntaria a los demás. Otro dato muy interesante es que en la última elección se ofrecieron 14.000 personas para ser autoridades de mesa, algo que, digámoslo francamente, es un clavo. En cambio, en la elección anterior, el 92% de los convocados se escapó y hubo que recurrir a las maestras y a los funcionarios.
–O sea que la sociedad no es indiferente y quiere involucrarse más allá de las diferencias
–Hay un proceso de aprendizaje social. Cuando alguien nos patea y nos duele, nos damos cuenta de que no podemos seguir como estamos. De todas formas, éstos son procesos muy largos que sólo pueden acelerarse si cruzamos los puentes que nos dividen y si aprendemos a convivir pacíficamente… Hay una teoría sociológica que plantea que la gente acepta los mensajes cuando vienen de alguien de su grupo de pertenencia. Tiene que haber agentes que lleven la comunicación a todas las capas de la sociedad y eso es un esfuerzo, pero hay que logarlo.
–En este camino, ¿de qué manera puede ayudarnos la espiritualidad?
–La persona religiosa trata de respetar a sus hermanos, a la naturaleza, predica por la paz, por la armonía… Una religión que funciona desde hace mil años tiene algo para decirle a la sociedad. Yo creo que la gran salida es religiosa, porque propone valores que ayudan a la gente a moralizarse. Una de las cosas buenas que tiene la Argentina es la convivencia entre las religiones y esto sucede porque son grupos que fomentan el respeto y el amor.
–Dos atributos fundamentales de los que a veces se olvida la política…
–Para hacer cloacas no hay que ser de izquierda o de derecha. Cuando los japoneses perdieron la guerra, decidieron averiguar por qué Estados Unidos era tan poderoso y convocaron a un gran pensador de esa época, que era John Dewey. Él les dijo: “No se dejen envolver por ideologías y conceptos generales abstractos, porque eso lo usan los políticos para manejarlos a ustedes y hacer lo que quieren”. Eso es lo que nos pasa; ¡que nos envuelven en pavadas! Lo importante es la vida, la paz, la seguridad, la tranquilidad, vivir contentos. Es diabólico meternos en una cosa permanente de odio, de enfrentamiento, de pelea, de resentimiento. Hay que buscar paz, tranquilidad, serenidad. Cuando hay un movimiento de solidaridad, hay que apoyarlo, y cuando hay un movimiento de desunión, hay que desactivarlo.
–¿Qué papel tiene la mujer en este movimiento de unión?
–Desde que las mujeres entraron en las ciencias políticas en Estados Unidos, cambió completamente la política. Lo que aporta la mujer es lo que en inglés se denomina care, el cuidado, el sentimiento de unión. Los hombres son calzonudos, las que salen y se quejan son las mujeres, ellas son las que se atreven a decir las cosas que hay que decir. Pero lo más importante es que la mujer quiere la paz y la tranquilidad, no quiere peleas.
–¿En qué otros aspectos ve la posibilidad de recuperación?
–Creo que la Argentina tiene una capacidad de recuperación maravillosa, pero hay que ayudarla. La gente se está dando cuenta de que así no se puede seguir y eso no lo enseña nadie, se aprende solo. Hay que plantarse, hay que jugarse sin ser héroes ni santos. Cada uno debe dejar de mirar desde afuera y ponerse a hacer lo que pueda. ¡Basta de balconeadores, de mirar desde arriba! Cuando me preguntan: “¿Doctor, usted qué cree que va a pasar?”, les digo: “Bueno, depende de ustedes”. En la sociedad no hay espectadores, hay actores; hay que hacerse personas. Es un tema de conciencia porque cada uno tiene el poder de arreglar lo que no está bien.
–¿De qué otras formas podemos ampliar nuestros horizontes como sociedad y como personas?
–Cuando yo era estudiante, tenía una leyenda que formaba parte de los consejos de Santo Tomás de Aquino y que decía: “Guarda en la barquita de tu mente todo lo que veas de bueno de cualquier lado que venga”. Cuando la mente se abre y se enriquece, es un signo de inteligencia verdadera. De esa manera, los problemas se resuelven operativamente, con consenso.
ETIQUETAS antagonismo solidaridad
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