Edición Impresa
4 julio, 2016
La amistad, esa forma de libertad
A veces, muchas veces, la camaradería entre mujeres es una salvación, dice la joven autora de esta nota mientras celebra la solidaridad de género, en especial en esos días en los que el camino –la vida, la rutina– se convierte en una montaña rusa.
Por Leila Sucari. Ilustración: Mónica Andino.
El gato se había comido mi cena. Se relamía sobre la mesa de la cocina mientras mi hijo lloraba y exigía la teta como quien necesita una bocanada de aire para seguir viviendo. Eran las once de la noche y yo intentaba –en vano– controlar la inundación: había enganchado mal la manguera del lavarropas y el agua avanzaba sobre los muebles. Entonces sonó el teléfono. Era mi amiga Camila. Me preguntó si estaba bien; habíamos quedado en cenar juntas y yo todavía no llegaba. Me había olvidado. Le pedí disculpas y corté. Al rato, con los pies mojados sobre el sillón y el hijo prendido como un ternero, marqué el número de su casa. Le conté con lujo de detalles todos mis desastres domésticos. Hablé hasta perder conciencia de mi propia voz. En algún momento las palabras se transformaron en llanto y el llanto en risa. Ella me escuchaba sin decir nada. Su silencio era un bálsamo en medio del caos.
A veces –muchas veces– la amistad es una salvación. Cuando la vida se transforma en un laberinto, ahí aparece la amiga dispuesta a pasar la noche compartiendo una copa de vino y a exprimir las angustias hasta evaporarlas.
Nuestras amigas son mujeres que saben del amor sin límites y de la soledad y el desamparo. Lo sienten en su propio cuerpo.
El tiempo pasa rápido, cambian las parejas, los trabajos y los desafíos. Crecen los hijos y se transforma nuestra manera de ver el mundo. Pero ellas siguen. Nos acompañan en el camino que tantas veces es una montaña rusa. Podemos hablar de proyectos, de viajes, sexo, parejas, política, cine y familias; pasar de un tema al otro sin prejuicios ni miedo al ridículo. Además las amigas tienen ese sexto sentido que las vuelve capaces de entender lo no dicho. Saben que detrás de esa queja cotidiana se oculta el deseo ferviente de ir más allá. Saben del amor sin límites y también de la soledad y el desamparo. Lo sienten en su propio cuerpo. Aunque son otras, en parte conforman una misma mujer unida por hilos invisibles que vibran en una sintonía parecida.
Se habla mucho de los rituales de camadería masculinos: de los asados, los partidos de fútbol y las noches en los bares. Para las mujeres, esos espacios, aunque los tengamos y los defendamos, no son imprescindibles. Nos alcanza con compartir una historia, un decir cómplice y común, capaz de subsistir aunque se viva a miles de kilómetros de distancia. Capaz de reír a carcajadas en el más hostil de los escenarios. Y ante la mirada incomprendida de ellos, que no entienden por qué, si venís de ver a tu amiga y de charlar durante horas, volvés a hablar por teléfono apenas unos minutos después.
“La amistad entre mujeres no está arraigada a la acción y al pragmatismo, no busca hacer sino comprender. En general se sostiene a base de palabras”, dice la psicóloga Patricia Otero. “Comparte experiencias y vivencias que difícilmente pueden ser entendidas en profundidad por un hombre de nuestra cultura. La maternidad, la violencia de género, la discriminación en el trabajo y la presión del mercado sobre el rol femenino son tan fuertes y avasallantes que no pueden explicarse a un otro que no lo vive en carne propia. Por eso mismo las amistades entre mujeres son vínculos tan intensos, llenos de amor y también de contradicciones”. Las amigas son ese espejo en el que nos encontramos y podemos mirarnos de frente. Por eso a veces nos fascinamos y mimetizamos unas con otras, y otras tantas nos aterramos de lo que vemos y necesitamos tomar distancia, para después regresar.
Medias naranjas
Durante la adolescencia, la amistad es camaleónica. Se escucha la misma música, se viste parecido, se comparten pasiones e inquietudes. Con mi amiga Josefina pasábamos tanto tiempo juntas que la cajera del supermercado chino creía que éramos hermanas. Varias veces llegaron a confundirnos. En la construcción de la identidad, las amigas pisan fuerte. A pesar de que está muy instalado el discurso que asegura que la amistad femenina no existe, cada vez son más los espacios de trabajo donde hay mayoría de mujeres. También crece el número de equipos de fútbol y de vóley femenino, así como los grupos donde las mamás comparten tardes de mates, consejos y experiencias. Natalia Liguori, licenciada perinatal, dice: “Durante el puerperio y la crianza, todas necesitamos escucha y sostén. Es importarte crear una red de amigas mujeres que nos acompañe en los momentos más preciosos y también en los difíciles. La red puede estar conformada por amistades de toda la vida o por madres con las que se establecen vínculos sinceros y profundos. Hay quienes los llaman ‘grupos de crianza’, ‘tribus’ o ‘ambientes de contención’. Más allá del nombre, la posibilidad de compartir cambia radicalmente la experiencia de la maternidad, dejando atrás la sombra de la soledad y la incomprensión”.
Se dice que las mujeres no podemos tener un vínculo real de amistad porque somos envidiosas, competitivas y celosas. Miles de notas, comedias de enredos, series y telenovelas se encargan de reafirmar, con estereotipos y lugares comunes, que las mujeres vivimos al borde de un ataque de nervios, criticándonos y agarrándonos de los pelos. Sin embargo, esa no es más que la mirada equivocada de muchos hombres –y algunas mujeres también– que sin darse cuenta reproducen el machismo y nos ponen en el lugar de objetos de seducción que son capaces de todo con tal de ocupar un lugar de poder o ganarse al macho alfa del grupo.
Malén Vázquez es editora de libros infantiles y trabaja nueve horas diarias en una oficina con otras cuatro mujeres. “Prácticamente vivimos juntas, pasamos más tiempo acá que en nuestras casas. Trabajamos entre todas y eso genera lazos solidarios. Si hay que quedarse hasta tarde para cerrar un proyecto, nos acompañamos, nos cebamos mate –¡cómo extrañamos a la cebadora oficial cuando se fue de vacaciones!– y, sobre todo, nos reímos de nuestras miserias: que no nos alcanza el sueldo, que estamos teniendo problemas con cosas del laburo o con nuestras parejas y familias en la vida personal. Se genera un microclima: si hay una que está sobrepasada de responsabilidades y a punto de estallar, las otras la contienen. Me ha pasado de estar en crisis y que las chicas me ofrezcan ayuda con el trabajo y me compren chocolates. El tema de la competencia, en nuestro caso, no se da. Al contrario, lo pasamos bien y nos ayudamos. Además salimos a comer, vamos al cine, jugamos al quini una vez por semana y hacemos almuerzos comunitarios: cada una lleva algo de su casa y armamos un plato para compartir. Comemos rico y variado y no gastamos. Cosas ‘complicadas’ del trabajo entre mujeres es que no paramos de hablar un segundo. Pero, bueno, también hay explosión de risas al menos dos veces al día, y eso ayuda mucho”.
Hoy en día las parejas estables y los hijos llegan más tarde: en 1960 el 60% de las mujeres de entre 18 y 29 años estaban casadas; en este milenio la edad promedio para formar una familia es 27 años y en 2015 la tasa de casamientos alcanzó un mínimo histórico. Las mujeres contemporáneas encuentran en la amistad con otras mujeres el apoyo para crecer y alcanzar sus metas: la media naranja dejó de ser un hombre y pasó a ser la tribu de amigas. Andy Clar, artista plástica y creadora de Chicas en Nueva York, cuenta: “La complicidad que se genera entre mujeres es increíble. En los viajes que organizo van solas y hacen grandes amistades. La clave para que un grupo de amigas funcione es que exista variedad de estilos, gustos y edades. En un grupo exitoso cada una ocupa un lugar especial, único. Es muy lindo ver cómo se complementan y se divierten compartiendo experiencias”.
Muchas mujeres conviven y viajan juntas, no por falta de compañía masculina ni para llenar vacíos ni disimular ausencias, sino por elección. Porque encuentran en ese vínculo cosas que no hay en una relación de pareja. Muchas, por ejemplo, vuelven a reunirse con sus amigas de toda la vida para compartir un viaje y alejarse de todo. Otras –las que astutamente logran preservar sus espacios personales–, aunque hayan formado una familia con hijos, perro y cortinas blancas, saben que los espacios entre amigas siguen siendo indispensables. Un refugio vital que no se cambia por nada. Un lugar de abrazo garantizado. Y una forma de libertad.
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