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Artes

28 junio, 2021

Jimmy Nelson, retratos de un viaje interior

Vivió en distintos lugares del mundo desde pequeño. En un colegio de curas sufrió abuso sexual y bullying. Luego, enfermó. Escapando de aquellas sombras se convirtió en fotógrafo sin buscarlo. Sus imágenes le dieron reconocimiento internacional y, a través de la lente, logró una verdadera comunión con otras culturas. Relato de una travesía en busca de la humanidad.


Jimmy Nelson con miembros de la comunidad Longhorn Miao, en China.

Por Carolina Cattaneo

Asia, África, América del Sur. Nacido en Inglaterra, de niño Jimmy Nelson vivió aquí y allá; en distintos puntos del planeta junto a su padre, geólogo, y así su universo de referencias, hasta los siete años, fueron las personas y paisajes de los rincones más relegados del mundo, un mundo al margen del progreso económico y tecnológico que sin embargo, a él, se le antojaban los mejores para vivir su flamante vida. 

Pero a los siete años, la familia decidió enviarlo a un colegio con internado en el norte de Londres, donde pasó diez años. Allí sufrió abuso sexual por parte de los curas que dirigían la institución y la burla de unos compañeros, que no comprendían del todo a ese niño que había vivido una existencia prematura de trotamundos. Cursaba la secundaria cuando, tras un viaje familiar por África, enfermó de malaria y el estrés por la enfermedad, combinado con la medicación que le dieron, le causó una alopecia total y, de la noche a la mañana, perdió todo el pelo de su cuerpo. Completamente pelado y sin cejas a los 16 años, marcado por heridas tempranas, decidió escapar. Emprendió un viaje de dos años al Tíbet, buscando hermanarse de algún modo con esos niños pelados que recordaba de los relatos de la historieta Las aventuras de Tintín

En aquel viaje tomó fotos de las personas que lo miraron sin juzgarlo, que aliviaron su dolor en idiomas desconocidos, con gestos cariñosos y amables. A su regreso, esas fotos que él había tomado como recuerdos de cercanía, de dulzura, cobraron un sentido distinto: hacía 30 años que el Tíbet vivía aislado y eran las primeras imágenes que llegaban a los ojos del mundo tras tantas décadas de opresión extranjera. Le propusieron publicarlas y por ellas le pagaron buen dinero. Era 1988 y, sin quererlo, Jimmy se convertía en fotógrafo. 

Tradicional técnica de pesca con cormoranes, en el condado de Yangshuo, ciudad de Guilin, noreste de Guangxi, China.

Más de tres décadas después y afincado en Amsterdam desde sus 23 años, Jimmy Nelson –hoy con 53, padre de tres hijos–, es dueño de reconocimiento internacional por su trabajo fotográfico que reúne imágenes de las comunidades indígenas más remotas del planeta; pueblos que aún mantienen tradiciones y formas de vida ancestrales, creencias, rituales e idiomas centenarios. Su libro, Before They Pass Away (Antes de que desaparezcan), publicado en 2013, vendió 250 mil ejemplares en los primeros días de publicado. Por esa obra, recibió elogios y críticas. El título ocasionó debate y también las imágenes, que fueron señaladas de poco reales por algunos sectores. En esa primera obra, Nelson incluye retratos de hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos, de a uno o de a muchos, posando con lanzas o luciendo imponentes tocados de plumas, suntuosos collares, algunos abrigados con ropas y sombreros de piel de animal y otros semidesnudos, a la manera de los trópicos. Escenas de un mundo en apariencia prístino del avance cultural de Occidente, indemne de la marcha homogeneizadora del llamado progreso. 

Pastores kazajos semi nómades de Mongolia.

Comunidad de Kaluli, poblaciones que viven en aldeas dispersas en la densa jungla de Papúa Nueva Guinea.

Durante dos años y medio, Jimmy Nelson tomó imágenes de personas de treinta y cinco comunidades distintas. En 2018, con el segundo libro, Homage to Humanity (Homenaje a la humanidad), lo hizo con personas de otras 25 comunidades. De los Montes Urales a la Polinesia, de Angola a los andes peruanos. De Europa a Oceanía, de América a África y a Asia, escenas de diversidad y belleza hoy compiladas en The Last Sentinels (Los últimos centinelas), su tercer libro, publicado en Europa en noviembre de 2020. 

En diálogo telefónico con Sophia desde Amsterdam, Jimmy Nelson dice que, inicialmente, no era del todo consciente de por qué hacía lo que hacía, ni del para qué de aquellas fotografías tomadas con una cámara analógica de cincuenta años de antigüedad. Pero la crítica positiva y negativa del primer libro lo impulsó a ir más a fondo. “Me vi forzado a realizar el viaje de manera más profunda, comenzando a investigar más allá de las fotos. Preguntándome a mí mismo por qué hacía eso y qué era lo que intentaba compartir con el mundo. Como suele ocurrir en la vida, cuando uno es confrontado o desafiado, debe trabajar con más empeño para construir un fundamento más profundo para el mensaje que desea comunicar”. 

Los Dolgan son pueblos de las llanuras blancas y heladas que migran a través de la tundra siberiana con trineos tirados por renos.

«Me vi forzado a realizar el viaje de manera más profunda, comenzando a investigar más allá de las fotos. Preguntándome a mí mismo por qué hacía eso y qué era lo que intentaba compartir con el mundo. Como suele ocurrir en la vida, cuando uno es confrontado o desafiado, debe trabajar con más empeño para construir un fundamento más profundo para el mensaje que desea comunicar”.

El mensaje, dice, tiene dos partes. La primera habla de él: “Ahora comprendo mejor por qué hago esto. Para mí, esto es terapia. Cuando era niño viví en ciertos países con ciertas personas, y en la adolescencia fui arruinado por los curas. A los 17 hui y pasé dos años en el Tíbet buscando conectar con otros seres humanos que no me juzgaran ni me lastimaran, que me vieran por la esencia de lo que soy. Como resultado de esa conexión, yo tomaba una fotografía para registrar esa amistad. Eso fue hace mucho. Ahora no tomo fotografías para documentar, sino que las tomo para mostrar la consolidación de la amistad, el respeto mutuo de dos seres humanos que se ven por su valor real, sin juzgarse por su riqueza, piel, religión o tribu”, reflexiona.

Idiomas desconocidos, rituales ajenos, modos de existir extraños: algo de eso encuentra Jimmy Nelson cuando se aleja del corazón de Europa, la porción moderna y desarrollada del planeta, y se interna en tribus lejanas para capturar escenas de un mundo que Occidente desconoce, o que apenas atisba en documentales. “Cuando visito partes remotas del mundo y me comunico con estas personas a través los sentimientos, no a través del idioma, siento la esencia de lo que significa el respeto mutuo y la consideración del otro por su valor. Esto me lleva a una fuente de felicidad extrema, porque soy aceptado y porque acepto. Y, tal vez, me siento amado porque yo también los amo”. 

Retrato de una mujer del pueblo Sharchop, de Bután, una nación de 800.000 habitantes de diversas etnias.

Comunidad de Qeros, población quechua más grande del Perú que vive en Qochamoqo, a 4,400 metros sobre el nivel del mar.

“Cuando visito partes remotas del mundo y me comunico con estas personas a través los sentimientos, no a través del idioma, siento la esencia de lo que significa el respeto mutuo y la consideración del otro por su valor. Esto me lleva a una fuente de felicidad extrema, porque soy aceptado y porque acepto. Y, tal vez, me siento amado porque yo también los amo”.

Jimmy Nelson encontró que, parte de la razón de ser de su trabajo, es él: “Lo hago por mí. Para llevarme a un lugar donde abunda el aprecio, donde me siento valorado como ser humano”, dice. “La segunda parte del mensaje, es que considero que viajar a estos lugares sin ego, sin expectativas, sin autoridad, sin pensarme superior, me pone a los pies de esas personas como un niño quebrado, me obliga a verlas bajo una luz muy diferente, una luz valiosa, icónica, rica, la luz de los seres humanos que están profundamente conectados a sus tradiciones, a su humanidad y a la manera en que conviven con la tierra”.

–Afirmás que pasaste el 85 por ciento de tu tiempo visitando tribus remotas que viven de maneras muy diferentes, sus idiomas y creencias son diferentes, ¿encontraste algo en común entre ellas?

–Tienes razón: todos se ven diferentes, tienen diferentes tradiciones, diferentes colores de piel, diferentes climas, diferentes ambientes, pero lo que todos tienen en común es que viven respetando el ambiente natural en el que habitan. Están al servicio del planeta, no al revés. No son orgullosos. Y no esperan vivir para siempre. Nosotros, en el primer mundo, nos volvemos arrogantes, ricos, gordos, creemos que tenemos el control, que podemos mandar en nuestra vida; y lo que todas estas culturas indígenas tienen en común es que son profundamente humildes, viven en el presente, no en el futuro ni en el pasado. No esperan que el mundo esté a su servicio. 

Miembro de la comunidad Longhorn Miao, en China. Son conocidos por sus tocados que se hacen envolviendo hebras de lana alrededor de un gran peine de madera en forma de cuerno.

Después de aquel viaje iniciático a Tíbet en busca de cobijo para su dolor prematuro, Jimmy Nelson se volvió fotoreportero de guerra. El fino hilo entre la vida y la muerte, la lucha por la supervivencia minuto a minuto, le dio la adrenalina suficiente para evitar pensar en el pasado o animarse a mirar hacia el futuro. Más tarde, el matrimonio con una mujer holandesa y la conformación de una familia lo obligó a establecerse en un trabajo que le diera estabilidad y sustento económico, y se convirtió en fotógrafo comercial. Pero el auge de la fotografía digital y la enorme competencia profesional, sumado a esa sed constante de la materia humana que lo había marcado desde niño en sus viajes con su padre geólogo, lo empujaron a buscar otros horizontes. Renunció a las fotos por dinero, se divorció, y volvió a echarse a andar por el planeta. Ahí comenzó su trabajo con las comunidades indígenas y más tarde nació aquel primer libro, con su descomunal éxito y el enorme debate que generó.

«Lo que todos tienen en común es que viven respetando el ambiente natural en el que habitan. Están al servicio del planeta, no al revés. No son orgullosos. Y no esperan vivir para siempre. Nosotros, en el primer mundo, nos volvemos arrogantes, ricos, gordos, creemos que tenemos el control, que podemos mandar en nuestra vida; y lo que todas estas culturas indígenas tienen en común es que son profundamente humildes, viven en el presente, no en el futuro ni en el pasado. No esperan que el mundo esté a su servicio».

Pese a su bagaje profesional, no se reconoce ni como periodista ni como fotógrafo. Acaso, su trabajo consiste en una búsqueda constante, sostenida, por la esencia misma de lo humano, la semilla primordial y común que nos une en la trama compleja, diversa y fascinante que es la humanidad. Sus fotografías y sus muestras, como la que está ocurriendo por estos días en una galería de París, son para él espejos en los que pretende que los países desarrollados se miren y se hagan preguntas. “¿Quieres vivir volviéndote rico? ¿Materialmente rico y gordo? ¿Consumiendo y produciendo cada vez más? ¿Sin respetar el planeta mientras esperas que él te respete? ¿O quieres cambiar el sentido y vivir con dignidad y humildad hacia el planeta y hacia tus pares? ¿Cuál es tu elección? Esta es la intención. Confrontar a los seres humanos de los países desarrollados para que reevalúen y reorienten la manera en que viven en la actualidad”, dice desde el otro lado del océano. 

Jimmy Nelson, en plena acción, fotografiando a habitantes de las Islas Marquesas, en la Polinesia francesa.

–¿Hay algo en común entre las personas de los países desarrollados y de las culturas indígenas?

–Sí, que todos como seres humanos queremos ser considerados, amados y respetados como individuos. Cuando vuelvo a visitar a estas tribus con las fotografías y los libros que hice, no se interesan por ellos. Se interesan sólo por dos cosas: primero, porque dije que volvería. Y luego me dicen: “La fotografía es irrelevante”. Estas son dos perspectivas subjetivas bidimensionales: se sienten hermosos, orgullosos, fuertes y conectados porque están en equilibrio. En cambio nosotros tenemos esta morbosidad por la cual necesitamos tomar fotos de nosotros mismos y que otros tomen fotos de nosotros, entonces pasamos días enteros sacándonos selfies y poniéndoles filtros, mostrando así este sentimiento externo de belleza en oposición al sentimiento interno de belleza. Cuando voy a las tribus con un libro, ellos dicen: “No poseemos cámaras ni espejos, pero si así es como nos ves, está bien. No necesitamos fotografías para validarnos, sabemos cómo nos sentimos”. Es una experiencia muy diferente. Tienes que profundizar sobre el origen de tu propia espiritualidad en lugar de vivir con un nivel superficial de riqueza material o belleza, porque eso no es sustentable.

–¿Qué te conmueve más sobre estas lecciones o descubrimientos sobre la naturaleza humana?

–En mi experiencia, mi propia lucha por sobrevivir y por encontrar una razón para vivir luego de lo que experimenté durante mi niñez. Mi dignidad, mi valor, mi autoestima y mi amor propio me fueron arrebatados. Yo decidí vivir. No perderme en las drogas o el alcohol, sino encontrar la verdadera razón por la que estoy aquí, pasé mi vida investigando con profundidad las conexiones humanas. Ahora entiendo cuál es la verdadera riqueza. Es esta idea de humildad. Escuchar y sentir a la Tierra. Al conectarse con estos ambientes y al vivir según el ritmo de estas tribus, estas personas y estos ambientes, uno debe despojarse de la arrogancia que sostiene que tenemos el control. Al sentir esto por primera vez se siente la felicidad máxima, es una sumisión. Al mismo tiempo, al encontrar tu misión, tu viaje consiste en crear y compartir este mensaje. Compartir este sentimiento a través del arte es pura felicidad, porque se convierte en un objetivo. No existe suficiente cantidad de horas para satisfacer la necesidad y la energía que necesitas para compartir lo que ves o sientes, y ahí es cuando la fotografía se transforma en arte.

En plena toma, Jimmy Nelson fotografía a la comunidad Mundari del valle del Nilo, pastores y ganaderos de Sudán.

–Una vez te escuché hablar sobre un viaje que hiciste a Siberia. Diijste que atravesaste una experiencia extrema en que te sentiste vivo como pocas veces. ¿Cómo fue esa experiencia?

–En el primer mundo nos quejamos de la lluvia, del frío, del calor, de la falta de comida. Pero si sales de aquí y viajas a un ambiente con -40ºC o +50ºC, abandonas ese sentimiento de frío o de calor porque eliges estar ahí, eliges estar en ese lugar, entonces te sometes. Para mi libro Homage to Humanity visité un grupo de personas que viven en Siberia del norte, a 1.500 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico. Están tan aislados que para llegar allí tienes que tomar cuatro aviones y pasar 24 horas en un jeep. Luego, doce horas en un skudu –que es una moto de nieve– con un extraño, a través de montes. Era febrero, ya era de noche, no había luz solar, la nieve estaba plana, no teníamos mapas ni GPS ni teléfono y, doce horas más tarde, arribamos a tres pequeñas casas sobre esquíes. Le pregunté cómo hizo para encontrar ese lugar tan remoto. Entonces señaló la nieve: había seguido la línea del viento sobre la nieve. Tienen una conexión tan profunda con el ambiente en donde viven que pueden viajar en la oscuridad a -40ºC en una superficie totalmente plana y blanca y aun así encontrar su hogar. Al llegar ahí, casi estás muerto debido al frío. Te acogen y te tratan como a un bebé al que le devuelven la vida. Eran ocho personas viviendo en estas pequeñas casas sobre esquíes. Son extraños que viven al otro lado del mundo, no hablas su idioma, no tienes idea de su cultura, pero sin embargo te acogen porque has hecho un esfuerzo tan grande para conocerlos que te tratan como a un niño perdido. Y ese sentimiento de conectarse, de ser devuelto a la vida, de ser ayudado, amado, salvado, es adictivo. Pasé ocho días en sus pequeñas casas porque había tormenta de nieve, hacía frío y no había luz solar. Seguía sin hablar su idioma, vivía en un ambiente extremo y a la vez muy íntimo con personas que sobreviven en el fin del mundo. Y me volví muy cercano a ellas de manera instantánea y extraña. Y luego, casi al final, casi antes de irme, salió el sol por un día, muy bajo en el horizonte, y salí a tomar algunas fotografías, en ese ambiente que resulta tan íntimo porque ya has visto, vivido, sentido y respirado todo ese entorno, y finalmente la luz baña este paisaje blanco y lo celebras con tanto amor y pasión. Tomas unas pocas fotografías y vuelves a la vida, no sientes frío porque sientes la vida, el amor te inunda porque has sido cuidado en este lugar natural prístino y remoto, con estos extraordinarios seres humanos que logran sobrevivir en este ambiente. Revives. Realmente cobras vida. Observas todas las luces, los colores, todo. Y es adictivo, verdaderamente adictivo. Creo que es la esencia de estar vivo como ser humano. Existen pocas personas en el planeta que tienen este privilegio de estar tan conectados y alineados como las personas de las culturas indígenas. La mayoría de nosotros en los países desarrollados no tenemos idea de cómo se siente eso.

Jimmy junto a una comunidad indígena de Papúa Nueva Guinea.

“¿Quieres vivir volviéndote rico? ¿Materialmente rico y gordo? ¿Consumiendo y produciendo cada vez más? ¿Sin respetar el planeta mientras esperas que él te respete? ¿O quieres cambiar el sentido y vivir con dignidad y humildad hacia el planeta y hacia tus pares? ¿Cuál es tu elección? Esta es la intención. Confrontar a los seres humanos de los países desarrollados para que reevalúen y reorienten la manera en que viven en la actualidad”

–Cuando eras chico, viste la faceta más oscura de las personas. Y en tus viajes alrededor del mundo, viste el  lado más luminoso. ¿Tenés esperanza en la humanidad?

–Si, tengo total esperanza en la humanidad. La extraña ironía es que sólo puedes ver esa luz si también has experimentado la oscuridad. El gran privilegio de haber tenido esas experiencias inusuales me ha dado la oportunidad de ver el mundo desde una perspectiva muy diferente, y ahora intento compartir esta perspectiva de manera bella, pero también como una ironía triste y oscura de lo que sucede actualmente en todo el mundo. Si somos inteligentes, esto también puede ser positivo. Porque está llevando a muchas personas a un lugar oscuro de miedo, angustia, dolor e inseguridad. Y, si como seres humanos, intentamos conectarnos con eso, entonces el resultado puede ser el extremo opuesto, el deseo de adentrarse en una luz aún mayor. Entonces creo que ambos aspectos son necesarios para mantener ese equilibrio saludable difícil de conseguir. Si no experimentamos un extremo, no podemos experimentar el otro. 

Before They Pass Away, Homage to Humanity y The Last Sentinels, los tres libros de fotografías de Jimmy Nelson.

–Entonces, no debemos temer a los momentos oscuros de dolor y sufrimiento.

–Debes someterte a ellos y dejar que te lleven a ese lugar, porque es la única manera de conectarse. Y si decides atravesarlo para llegar a la luz del otro lado, con frecuencia llegarás a lo más hermoso, a los sentimientos más bellos creados y alcanzados por los seres humanos a través del tiempo y de la historia. Todo ello aparecerá al llegar al otro extremo. En los países desarrollados evitamos esos extremos, decidimos cubrirnos con algodón para evitar el dolor, el sufrimiento, el fracaso, el rechazo, pero son aspectos necesarios del ser humano para conectarnos con nuestras almas.

–Estamos como separados. 

–Sí, estamos completamente separados de nuestro origen en este momento. Entonces, por defecto, por accidente, este viaje continuo que durará toda mi vida me lleva por este camino con la fotografía, el cual es sólo una metáfora, sólo un registro de mis sentimientos, el sentimiento de salir a la luz desde la oscuridad. En esta era actual súper oscura, busco una luz extrema en las palabras, en las imágenes, en las narraciones. 

En esa búsqueda, dice Jimmy Nelson, materializada en imágenes que pretenden ser siempre las más difíciles, las mejores, las estéticamente más exigentes, algo más allá de él ocurre, sucede, y cobra vida. “Eso es lo que las personas ven en las fotografías”. 

Fotos: Gentileza Jimmy Nelson. Traducción: Virginia Noto Llana.

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