En su libro, esta fotógrafa argentina nos lleva a recordar el encuentro sagrado entre niñez y naturaleza, allí donde se producen nuestras huellas fundantes.

“Cuando las hojas se transforman en sombreros. Cuando los pies se encharcan sin miedo. Cuando la lluvia es juego y el barro es consuelo. Cuando los árboles son casas y las montañas, desvelo. Ahí es cuando el tiempo no corre. Ahí es cuando la mirada es libre. Ahí es cuando pasa la vida”. Con exquisitos fragmentos de textos como estos, y con una serie de fotografías en blanco y negro que se despliegan a lo largo de 49 páginas bajo el título Que no se acabe el juego, la fotógrafa argentina Verónica Menéndez nos lleva por un rato a ese espacio en que niñez y naturaleza son una misma y única cosa, el encuentro sagrado donde todo tiene lugar y nada es imposible, donde, como dice la madre de Teo (18), Beltrán (15) y Alexia (9), se produce una “huella fundante”.

En la arena, en el mar, en la nieve, en el barro: sus tres hijos, vistos a través de la lente de la cámara que sostiene su madre, dialogan con las flores, descubren una mariposa, gozan de un puñado de frutillas, se empapan con la fina lluvia del riego o, quien sabe, despliegan inmensas travesías imaginarias inmersos en un sembradío de maíz, en un bosque de eucaliptus o en un camino rural.
Aquí, algunas de esas postales tomadas por una mujer que, en el ejercicio de la maternidad y en la interacción con la naturaleza, redescubrió, como se lee al comienzo de su obra, que “lo maravilloso habita en lo ordinario”.

«Cuando veas tus alas, lo vas a entender. Cuando los colores tomen forma, vas a saber por qué. Cuando te poses sobre la flor más linda del jardín, ahí, solo ahí, vas a poder mirar hacia atrás y darte cuenta de que había que atravesar cada parte. Que había que ser crisálida para ser mariposa. Que había que ser larva para ser crisálida. Y cuando por fin lo entiendas, vas a sonreir porque el camino va a haber valido la pena».

«Ojalá mis hijos no perdieran nunca esa forma de mirar la vida. Esa donde no hay límites ni existen imposibles. Donde el sabor a manzanas y frutillas los siguen llevando de viaje a los veranos eternos en el campo y donde se desdibuja el paso del tiempo. Donde un pic nic en el bosque reemplaza a cualquier festín».


«Que nunca, nunca se acabe el juego. Que las hojas de otoño sean siempre lluvia de risas. Que las Navidades sigan trayendo asombro y que andar descalzos nunca deje de ser ley. Que correr carreras siga siendo importante, que trepar árboles no sea cosa de niños. Que comer frutillas a escondidas siga siendo un secreto. Que el juego, nunca, nunca, se acabe».

Verónica Menéndez (47) nació y creció en Buenos Aires, Argentina. Desde pequeña saca fotos y se dedica a esta profesión hace 20 años. Tras casarse, vivió algunos años en Estados Unidos, donde afianzó sus estudios de fotografía, que luego completó en otros países. «Siempre me atrajo cómo podemos mirar de tantas formas diferentes una misma cosa. Cambiar el foco, el ángulo, la distancia te permiten ver otra cosa, como en la vida misma», reflexiona. Entre dos de sus referentes artísticas, menciona a las fotógrafas estadounidenses Sally Mann y Lori Vrba. Sus tres hijos, dice, son sus grandes maestros e inspiradores. El libro Que no se acabe el juego, que publicó recientemente, está a la venta en librerías de la Argentina, Chile, Miami y, próximamente, de Uruguay y España. Para más información sobre la obra, se le puede escribir a la autora a través de Instagram @veromenendez y/o por mail, veronica.menendez@gmail.com
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