A la hora de plasmar el milagro de la vida, esta fotógrafa argentina se da permiso para ver el mundo con ojos de niña. ¿Su técnica? Mirar, asombrarse y salir a jugar.
Fotógrafa. Astróloga. Buscadora. Pero, sobre todo, amante de la naturaleza. Si hubiera que definir a Miriam Pösz apenas con un puñado de palabras, sin duda esas serían las correctas. Claro que, a la hora de ilustrar a esta mujer que supo construirse a sí misma y encontró en su peculiar forma de mirar un ejercicio conmovedor, solo será cuestión de recorrer sus imágenes y esperar que más y más palabras aparezcan.
Sus ojos tienen ese brillo: el de quienes sienten una secreta pasión por descubrir el mundo para luego compartir el hallazgo con otros. Como una niña maravillada y absorta ante el milagro de encontrar, de pronto, un escondite entre las rocas, ser testigo del vuelo de una mariposa, sentir la lluvia en la cara, acariciar una flor… Juegos naturales de la belleza.

“Siempre tuve un gran amor por el mundo salvaje. Y encontré en la fotografía la forma de devolver el tesoro, esa mirada que, más que con los ojos, ve con el corazón. Es mi manera de compartir el asombro por el misterio de la vida”, describe Miriam y asegura que fue ese, justamente, su motor para comenzar a fotografiar: asombrarse.
Momento de hacer clic
Sí, es cierto que un día algo pasó. Se sabe que ningún clic llega por casualidad a la vida de una persona. “Ya venía sacando fotos de vacaciones. Pero de pronto, una tarde me sentí en éxtasis mirando una maceta de mi patio durante horas y saqué muchas fotos. Perdí la noción del tiempo, pero encontré lo que estaba buscando”, describe. Así nacieron las fotos macro donde retrata la esencia misma de aquello que está ante sus ojos y que no siempre todos alcanzamos a ver. ¿El espíritu? Tal vez.

Madre de dos hijos, una mujer y un varón, es también la joven abuela de dos nietos. Entre fotografías, estudió un poco de todo: Ecología en la UNLP; Biología, Filosofía y Psicología en la UBA y astrología en Casa Once. Desde 2014 también participa de los talleres anuales de una amiga de la casa: Fabiana Fondevila, una estudiosa de las tradiciones de sabiduría que la guía en su búsqueda espiritual.

Es que el trayecto de Miriam fue único, distinto, como todos los trayectos, pero con un dato singular: ella aprendió a ir más ligera prestando atención a lo mínimo. Luego, decidió tomar nota de cada paso que daba con el alma. La cámara la ayudó a perdurar esos destellos pero, sobre todo, la llevó a mirar más allá.
“Vivo en zona norte, cerca del río. Si puedo, arranco mi día caminando por la reserva de Vicente López. Hay algo más grande ahí. La naturaleza es mi catedral”, cuenta y describe el movimiento: sola con su cámara, el paso lento sobre el pasto, las ganas agolpadas en el pecho, respirar hondo y hacer silencio, el canto de un pájaro, el sol de la mañana, un cosquilleo en la nariz que bien puede ser la emoción de encontrar algo inesperado o la llegada de la primavera, si se las puede distinguir.

Su método es sencillo: primero prestar mucha atención, luego llevarse a su vida la imagen de ese pedacito del mundo, con la sutil destreza de una cazadora inofensiva. “Solo es cuestión de afinar la percepción y recibir noticias de lo invisible. Al mirar así, prestando atención, todo aparece”, asegura.

Lo que más le gusta es la lluvia; dice que esas pequeñas gotitas la hacen feliz al caer, aunque tantas veces hayan mojado su equipo. Entre sus momentos favoritos del día están los atardeceres de cielos increíbles y las noches de luna llena, momentos de recogimiento y emoción que -lo sabe bien- siempre ofrecen un paisaje nuevo y sorprendente.

Al terminar cada sesión de fotos, la magia recién habrá comenzado: la fotógrafa siempre encuentra un rincón disponible para más poesía. Bastará con elegir las imágenes y compartirlas en sus redes, acompañadas con alguna frase inspiradora, como esas que suele regalarnos la poeta naturalista Mary Oliver.

El colibrí, considerado mágico en varias culturas, por creerlo un mensajero del más allá. A pesar de su vuelo veloz, Miriam logro alcanzarlo y acariciar esa belleza con la cámara.
“Si tuviera que dar instrucciones para mirar la naturaleza, como alguna vez hizo la gran pintora Georgia O’ Keeffe, diría que solo es cuestión de abrir la puerta, sentir en lugar de pensar y reconocer que no hay separación con esa flor que estamos viendo, que somos uno. Nada vuelve a ser igual después de haber sentido eso”, reflexiona Miriam con una sonrisa, contenta de poder ser parte de ese milagro.
Texto: María Eugenia Sidoti
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