Una visita al taller de esta reconocida artista austríaco-argentina que supo traducir, a través de hilos y retazos, los mensajes del cosmos.

Por Carolina Cattaneo y Carolina Abarca. Fotos: Camila Miyazono
Algunas personas tienen eso: saben encontrar un espacio de refugio donde conectarse con la sustancia creativa de la vida, sumergirse allí, entregarse a ella y darle curso. La artista textil austríaco-argentina Silke es una de ellas. Ya a los seis años, mientras transcurría la Posguerra en Europa y su madre diseñaba blusas para sobrevivir a las duras condiciones de la época, la niña jugaba debajo de la mesa con las telitas que caían al suelo. Donde no había muñecas ni entretenimientos, ella entrelazaba sus manos con retazos de camisas.
Esta mañana, a sus 78 años e instalada en la Argentina desde hace 72, trabaja sobre un inmenso tapiz de seda de tonos vibrantes que se expande sobre una mesa de madera con salpicaduras de pintura en su casa-taller ubicado en Las Lomas de San Isidro. Es una planta baja con un gran ventanal al jardín donde conviven un atril de pintor, una máquina de coser, una silla tapizada con corbatas, pinceles y un perchero de donde cuelgan túnicas con los colores de los siete chakras, una inmensa edición de El libro rojo, de Carl Jung, libros y fotos. A la vez que con delicadeza hace traspasar hilos en lo que serán diminutos telares sobre el lienzo, Silke repasa su vida, un camino marcado por los anhelos interiores y la fuerza del color.
“Mi trabajo es un trabajo de mucha paciencia. Yo soy muy activa y esto me tranquiliza, me hace rebobinar. Mientras estoy trabajando, estoy en una cierta conexión todo el tiempo. Es mi apertura, mi silencio y mi ocio creativo, todo a la vez. No hay diferenciación”, dice la artista, madre de dos hijos y abuela, que eligió el sendero de la autenticidad en lugar de el de las modas, el de las grandes preguntas existenciales al de los asuntos urgentes del día a día.
Silke no usa su apellido, ni en su página web, ni en las entrevistas con la prensa ni al firmar sus tapices, obras que crea con seda que ella misma tiñe, corta y cose, y que han sido expuestas en reconocidas salas locales, como el Palais de Glace, el Museo Sívori o el Centro Cultural Recoleta, entre otros. El techo de su atelier consigna, de manera muy peculiar, su recorrido internacional, donde afiches enmarcados de las distintas muestras en las que presentó su obra atestiguan que estuvo en Finlandia, Polonia, Rusia y Alemania, por mencionar algunos países.

Unos metros más allá de la mesa donde Silke despliega sus habilidades con el hilo y la aguja, su hija Corina trabaja en la computadora en tareas relacionadas al diseño, las redes sociales y el sitio web de la artista. A ellas las acompañan, de manera permanente y silenciosa, cuidadosamente colgadas, las 22 obras que componen la serie Los Arcanos. Dos veces expuesta en el Museo Nacional de Arte Decorativo, a estas figuras arquetípicas Silke las representó en lienzos de 1,40 x 2 metros y que, acorde a las correspondencias con los 22 Arcanos Mayores del tarot, atesoran múltiples símbolos y significados de sabiduría ancestral.
«Arte, para mí, es cuando algo nos moviliza internamente y hace que vibremos en otra energía. A mí me pasa que, cuando estoy ante una obra de arte, ya sea un libro, una película, una obra de teatro, me da piel de gallina: reacciono físicamente”.
Criaturas del entorno
Estudiosa de las distintas religiones y tradiciones, la astrología y el tarot, así como de la psicología de Jung, de la Cábala, de libros como el I-Ching o el Bhagavad-Gita, Silke asegura que la inspiración llega ella a modo de imágenes que provienen del universo. No inventa nada, dice. Simplemente las ve y, a veces, para no olvidarlas en el proceso —que puede durar años—, las plasma en un boceto. Luego comienza el camino de materializarlas en telas, dándoles relieve con puntadas o siluetas con trazos de pincel.
“Cuando estás muy conectada y no razonás, podés comunicarte con el universo. Yo creo que las imágenes están ahí y buscan a quien se conecta para bajarlas y que sean realizadas. Como un canal de televisión: ponés un canal y te baja una imagen, ponés aquel canal y te baja otra imagen. Yo soy la hormiguita hacedora que las traspasa a realidad para que otros vean lo que yo veo”.
Contacto temprano
Aferrada siempre a su intuición, su camino artístico comenzó en la niñez. Recién llegados con tres hijos a Buenos Aires huyendo del hambre y la pobreza que asolaban a Europa después de la Segunda Guerra Mundial, sus padres debieron contratar a una persona que cuidara de los tres hijos. “Mis padres tenían que trabajar para generar sustento. No había ni idioma, ni dinero, ni parientes. A la vez, en esa época, vino una mujer, profesora de Bellas Artes, que buscaba una casa. Así que ella nos crio. Después se independizó, vivió cerca nuestro y prácticamente me adoptó como hija. Todos los días al salir del colegio yo iba a la casa de ella. Más tarde, mis hijos recibieron clases de arte con ella”, relata. Aquella mujer fue un faro en la vida de Silke. La quiso incondicionalmente, dice, y además le inculcó el amor por la plástica. Así forjaron juntas un cariño profundo y las bases para que, más adelante, germinara sana y libre la futura artista.
“Cuando llegó el momento de emprender una carrera, mis padres me decían que aparte de ser artista aprendiera una profesión, que si me tocaba algo difícil como a ellos, pudiese vivir. Me fui a Viena, donde vivían mis abuelos, a estudiar Diseño Textil. La vida me llevó a esto, prácticamente no me dio alternativa —ríe—. Bueno, trabajé un tiempo en el diseño pero ya no quería depender de la moda, y así empecé a hacer mis tapices, en una época en que no existía hacer algo artístico en tela”, recuerda, en un español con acento extranjero, mientras pasa sus manos por el enorme tapiz en proceso que crece sobre la mesa.

Cuando expuso su obra por primera vez le preguntaron si aquello era un mantel o un cubrecamas. Un crítico de arte le dijo que, hasta que sus piezas no contuvieran mucho negro, no hablaran de muerte o de drama, él no escribiría sobre ella. “¡Y yo veía colores y colores!”, dice Silke, divertida. Aquello fue hace 50 años y reconoce que el comentario fue un “sacudón” que le permitió darse cuenta de lo que quería y de lo que no quería. “En aquel momento había que romper con todo lo figurativo, con todo lo bello, y mi expresión no coincidía”, dice. Contraria al rumbo de las cosas, eligió ser fiel a esa impronta de arco iris que, como una brújula, la guió hasta hoy. Incluso, cuando era necesario pagar las cuentas.
“Cuando estás muy conectada y no razonás, podés comunicarte con el universo. Yo creo que las imágenes están ahí y buscan a quien se conecta para bajarlas y que sean realizadas. Como un canal de televisión: ponés un canal y te baja una imagen, ponés aquel canal y te baja otra imagen. Yo soy la hormiguita hacedora que las traspasa a realidad para que otros vean lo que yo veo”.
“Tuve momentos muy difíciles y empecé a dar clases para no manosear mi camino creativo”. Y resultó que también esa tarea la convocaba con alegría y motivación. “Me encantaba dar clases, fue todo un descubrimiento. Cuando los alumnos llegan con sus ideas, tenés que usar tu conocimiento plástico para esta idea, para esta otra, para aquella. Se te abre algo como el abanico de un pavo real. Aprendí muchísimo, me encantó enseñar, y sobreviví con la enseñanza”, dice.
Nunca más abandonó esa forma de ser honesta con su trabajo y, hasta hoy, acompaña a otros en su propio proceso creativo con seminarios y talleres de creatividad, visitas guiadas y charlas que da en su propio espacio de San Isidro.

Las grandes preguntas como musas
Como si un hilo invisible las uniera, las diferentes series de obras creadas por Silke conviven en mundos temáticos. Espiritualidad, Interioridad-exterioridad, Todos somos uno, Las tablas de Enoc, América Andina, Rilke, Los 4 elementos o Los arcanos son la causa y a la vez el resultado de una indagación constante. “Buscando respuestas a de dónde venimos, empecé a leer muchísima Antropología. Pero en la Antropología no encontré la profundidad que buscaba y empecé a leer diferentes religiones, libros de los sabios de hace añares, de Oriente, de Europa, de África o de América. Y claro, cada vez encontré más. Y un libro que me dio vuelta fue Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke”, cuenta.
Ese texto, pequeño e inspirador, compuesto de un intercambio epistolar entre el célebre autor checo y un joven que quiere ser escritor, llegó a Silke como suelen llegar las cosas buenas: de la mano de una amiga muy querida. “Me gustó especialmente cuando él dice que, cuando estás en una situación muy oscura, muy terrible, hay que revolcarse en ese humus fértil, porque de ahí sale la próxima idea”.

Y aunque prefiere no dar detalles, asegura que las páginas de Rilke le resonaron especialmente en un momento en que ella transitaba una situación muy difícil. “Gracias a esas situaciones crecemos —reflexiona—. Yo no conozco a nadie que haya crecido en un lecho de rosas, ¿vos conocés a alguien? Mis momentos más difíciles hoy en día son los que más agradezco, porque llegué a tal profundidad que cambiaron mis escalas de valores y me reubiqué. Gracias a eso soy lo que soy hoy”.
El arte, dice, la ayudó a transitar los tramos más pedregosos del camino. “Todo lo que expresamos ya sea en danza, teatro, escritura, en una sesión de psicología, todo lo que sacamos, no duele adentro. Lo bueno es transmutarlo. En mi caso, a obra. En otros, a libro, a película, a la práctica de un deporte. Qué importa la forma, lo importante es sacarlo de adentro, no guardarnos los temas que nos gatillan”, señala. Sus presentaciones incluyen, también, algo de esa diversidad de expresión, ya que en ocasiones supo sumar actores, poesía, música y sonidos a sus muestras de tapices.
“Yo veo las imágenes de las obras en color luz, transparente, por eso uso la seda, porque es la que más reacciona a la luminosidad. Veo las técnicas y los colores que tengo que utilizar.Pero a veces, mientras la realizo, no logro exactamente lo que veo. Entonces, al final tengo que modelar un color con otro. La obra misma me dice cuándo está terminada. Es un diálogo, una relación de pareja, un dar y recibir permanente. En un momento me dice ‘Está’. Y a veces yo creo que está, la cuelgo y digo ‘Mmm, falta algo’. Y así lo siento (ríe)”
A Silke, los temas que la despiertan, la motivan y la mueven hacia la indagación son lo que denomina “los temas universales”. “Siempre me interesó averiguar de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos. Son los conocimientos universales sagrados: los temas arquetípicos, que nos tocan a todos, que no tienen diferencia ni de país, ni de lengua, ni de cultura”. Y así como reconoce que hay otros artistas que reflejan en su obra los acontecimientos sociales y políticos, ella en cambio asegura que direccionó su interés hacia otro lado: “Me interesa escuchar, estar al tanto de lo que estamos viviendo, pero no es mi mundo. Nunca lo fue, mi mundo siempre fue indagar para atrás y abrirme para arriba”.

Silke, que en alemán quiere decir “seda”, es su nombre de bautismo. Ella no lo supo, sin embargo, hasta entrada su adultez, cuando ya había elegido la seda como principal elemento de trabajo. “Evidentemente, mi camino fue muy diseñado de antemano”, dice.
¿O es que acaso estuvo siempre muy atenta a, como lo llama el mitólogo Jospeh Cambpell en su teoría del Mito del Héreo, el llamado interior? “Sí, bueno —afirma—. Ése es uno de los grandes temas: descubrir nuestros anhelos. Nuestros anhelos son el rumbo de nuestro por qué de la vida, nos ponen en marcha, nos hacen accionar, ver, reaccionar, integrar, aprender, y con eso llegamos a nuestra joya interna, a nuestros talentos. Nadie nace por casualidad, toda vida tiene un sentido más hondo, cuanto antes lo descubrimos, mejor. Yo lo pude descubrir más o menos a los 30 años. Ahí hice una reevaluación de mi vida y la verdad supe claro que este era mi camino. Hoy en día es lo que más enseño: sé fiel a ti misma. Porque nunca vas a poder satisfacer a lo que el mundo desea de ti, es imposible. Entonces, si satisfaces lo que interna y realmente te nace, es maravilloso. Y después, el mundo de afuera lo acepta”.
Así como asegura que “ve” las imágenes de sus tapices en colores antes de materializarlas, también ve claramente cuál será su próxima gran obra. De pie frente a una computadora, donde su hija pone play a un video, Silke acompaña lo que se ve en el monitor describiendo lo que imagina como una obra que incluye proyecciones audiovisuales y una experiencia inmersiva por parte del público. Llena de energía, mientras su cuerpo se mueve en un vaivén casi imperceptible, como en una danza de pasos diminutos y cortitos, la artista cuenta que ya tiene hecho el guión narrativo y que el proyecto tenía empresa productora y fecha, pero que por la pandemia no se pudo concretar. Aún así, confía que será una realidad. “Va a suceder”, dice. Y sus ojos claros, encendidos de entusiasmo, transmiten esa convicción.

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