Artes
30 septiembre, 2020 | Por Agustina Rabaini
Homenaje a Quino: «Mafalda tenía que ser mujer»
Durante años, Mafalda acompañó la edición impresa de Sophia, haciéndonos reír y pensar. En esta entrevista de 2008 con su creador, hablamos sobre esa maravillosa criatura que cambió para siempre la vida de las personas, a través de una de las series más leídas del humor gráfico de la Argentina y del mundo. Hoy volvemos a compartir esa hermosa charla para despedir al gran maestro. ¡Gracias por tanto, Quino!

Por Agustina Rabaini.
Fotos: Pilar Carlés.
La escritora y filósofa Simone de Beauvoir decía que lo más escandaloso del escándalo es que uno termina acostumbrándose a él. Mafalda, la nena dibujada que estuvo a punto de convertirse en ciudadana ilustre de Buenos Aires, hace rato cobró humanidad entre los argentinos, y nunca se acostumbró a los escándalos de su barrio, su ciudad, el mundo. En los años sesenta, una época en la que la esperanza de que todo cambiara para mejor era tangible y se expresaba a viva voz, Mafalda comenzó a mirar todo con ojos lúcidos y críticos. Y, detrás de ella, su papá, Joaquín Salvador Lavado, alias Quino, tampoco se acostumbró. Jamás se quedó con las ganas de decir lo que pensaba.
En 2003, cuando la dirección de Sophia buscaba una tira que cerrara cada número con una visión del mundo comprometida y esperanzada a la vez, Quino llegó a nuestro rescate con las andanzas de su niña-gigante: Mafalda. Cuarenta años después de su nacimiento, ella seguía siendo un ícono entre las mujeres y un símbolo del cuestionamiento hacia la cultura establecida, el statu quo y el poder. El mes pasado, en su estudio-refugio de Barrio Norte, tuvimos el privilegio de conversar con él; buceamos en sus interrogantes, sus temas eternos: la relación entre los poderosos y los débiles; el amor y el dolor; la vida y la muerte.
–Y entonces, Quino, para empezar, ¿por qué Mafalda nació mujer?
–En aquellos años, cuando empecé la tira, el movimiento de liberación de la mujer ya era muy importante; recuerdo que algunos grupos feministas de Europa llegaron a usarla como símbolo de su lucha. Cuando empecé a dibujarla, pensé en Mayo del 68 y dije: “Tiene que ser una nena”. ¿Y una nena que hiciera qué? Mafalda tenía que preguntar lo mismo que yo me sigo preguntando cuando veo las noticias: ¿Por qué siguen destruyendo el planeta? Pero además, siempre lo he dicho, las nenas son más despiertas que los varones. Hace un tiempo, una nena de 10 años me hizo un reportaje fantástico en Tucumán.

–¿Qué le preguntó?
–Fuimos con Garaycochea y Crist, y ella nos dijo: “Si a ustedes no les pagaran, ¿seguirían dibujando?”. Ningún periodista adulto se hubiera animado a hacer una pregunta así. Las nenas siempre me han gustado más que los chicos, que son más tímidos. Yo mismo lo era; la timidez de Felipe es autobiográfica.
–Mafalda, entre otras cosas, se sentaba a mirar el mundo. ¿Qué ve Quino ahora cuando se sienta a mirar el mundo?
–En estos días, se inaugura un mural en la estación de subte Perú de la línea A, y han elegido dos tiras donde Mafalda aparece con el globo terráqueo y me parece muy bien. El mundo sigue siendo una preocupación constante. ¿En qué pienso? Quiero saber por qué a estas bestias de políticos como Bush y compañía no les importa un pepino lo que se está haciendo con el planeta. ¿No tienen hijos o nietos? ¿No se preguntan por el mundo que les van a dejar?
–¿Sobre qué otros temas vuelve de manera recurrente?
–Mi último libro se llama La aventura de comer y ése es otro tema que me preocupa: que no sepamos qué estamos comiendo o que directamente comamos porquerías. No hay un tomate que tenga gusto a tomate, y yo, que nací en Mendoza, una provincia donde la verdura es fantástica, no lo puedo aguantar así nomás. Hace pocos días estuve en mi provincia. Fui a visitar a la familia.

–Si pudiera elegir quedarse un tiempo en un solo lugar. ¿Cuál sería?
–Mendoza para unos días está muy bien, pero hay muchos otros. Con el tiempo comprendí que es mejor no volver a esos lugares donde lo has pasado bien, porque han cambiado demasiado.
–A la hora de refugiarse, ¿en qué se refugia?
–Siempre en el mismo lugar, en mi mesa de dibujo. Cuando quiero retirarme del mundo, vengo a este lugar. Con Alicia también nos gusta mucho ir al cine. Sentarnos ahí y ver cómo se van apagando las luces. Al lado de esa magia de ir al cine, un hecho colectivo tan maravilloso, no entiendo cómo se puede ver películas de otra manera. Ahora los chicos ven películas mientras comen con los padres y suena el teléfono. Eso no tiene nada que ver con el cine.
–¿Cuándo y dónde empezó a ver cine?
–Cuando vivía en Mendoza empecé a ir solo, a los 8 años. Sin saber bien lo que estaba viendo, vi las películas de John Ford, John Huston y, también, todo lo de Chaplin y Buster Keaton… los maestros.
–¿Nunca pensó en hacer cine?
–Hice un poquito con los cubanos, porque allá se hicieron 104 peliculitas de Mafalda, pero hacer cine, no. Yo puedo saber cómo terminar una cosa en una página, pero no sabría cómo terminar una escena en una secuencia cinematográfica. Lo que me gusta mucho, en los aviones, es ver las películas sin audio para ver si lo que cuentan las imágenes me basta para enterarme de lo que está pasando. Al fin y al cabo el cine es una historieta que pasa a una velocidad diferente.

–¿Su ideal sigue siendo el lenguaje mudo?
–Claro. Yo empecé dibujando humor mudo, pero un día caí en la revista Rico Tipo y Divito me dijo que la gente que compraba la revista quería leer y tener más material. Si no hubiera sido por eso, yo seguiría haciendo humor mudo. Lo mío es dibujar, no hablar.
–¿Llegó a llevarse bien con los textos?
–Me costó muchísimo porque vengo de una familia andaluza y no tengo ningún antepasado argentino ni italiano ni nada. En mi casa sólo se hablaba en andaluz. Recién cuando llegué al colegio, empecé a aprender el “argentino”. Y me ha quedado el raye de hablar de tú. Desde que mi madre murió, cuando yo tenía 13 años, a las mujeres las trato de tú. Será que todas las mujeres son un poco mi mamá…
–Siendo el menor de tres hermanos, ¿le hubiera gustado tener hermanas mujeres?
–Me hubiera encantado, porque también tuve pocas primas. Lo que tuve fue una abuela fantástica, una andaluza con un sentido del humor extraordinario. La abuela era del partido comunista, y cuando venía a casa a vender bonos del partido, se armaban unas discusiones espantosas. Mis padres eran republicanos pero no eran comunistas y, entonces, discutían mucho. Cuando tenía 10 años, en casa había una radio grandota donde podía escuchar Radio Pekín y Radio Moscú. Aquello era fantástico.
–¿Y la abuela?
–Cuando era chico me gustaba escuchar a Bing Crosby y Frank Sinatra. Sintonizaba La voz de las Américas en la radio y enseguida venía la abuela con una foto de algún bombardeo que habían hecho los norteamericanos y decía: “Mirá lo que han hecho los tuyos”. ¡Me entraba una culpa espantosa! (Se ríe).
–¿Cómo recuerda a su madre?
–Mamá también era muy graciosa; una gordita parlanchina. Vivíamos en una casa chorizo con fondo de tierra y ahí llegó a tener cien gallinas. También tenía muchísimas plantas. Mi madre era una mujer cariñosa, pero tenía carácter fuerte. Papá, en cambio, era muy tranquilito. En esa época mamá compraba lentejas o arroz, que se vendían sueltos, y nos ponían a los chicos a sacar las piedritas y palitos del medio.
–¿Nunca se le dio por cocinar, tanto que le gusta la comida?
–La comida me encanta, pero en casa siempre cocinó Alicia. Tal vez no se me dio porque, en aquella época, cuando había que matar a una gallina, mi madre me hacía tenerle las patas a la gallina, y cuando le cortaba el pescuezo, yo sentía los estertores de la pobre gallina desangrándose…
–Y así después se le ocurrió que Mafalda, en una de las viñetas, dijera “cadáver de pollo” frente a una heladera abierta… En esa época igual no era común que los hombres cocinaran, ¿no?
–Sí, eso ha ido cambiando con el tiempo. Ahora hacen cursos. A mí me hubiera gustado hacerlo mejor y algo hago… puedo hacer una pechuga y una ensalada. Pero si quiero hacer eso y una sopa, o se me quema el pollo o se me pasa la sopa…
“He querido que mis libros se leyeran y se entendieran siempre. Me gustan los temas sin tiempo… Muchas veces me preguntan qué diría Mafalda hoy de los problemas del mundo y yo pienso, bueno, ¿qué diría Shakespeare en Hamlet de lo que pasa hoy? Los temas son los mismos de siempre”.
–¿Cómo ve la evolución de la mujer en las últimas décadas?
–Es evidente que están ocupando espacios en todos lados. Zapatero tiene ocho ministros mujeres y Sarkozy ha puesto a muchas otras. En Italia se quejaban de que las mujeres llegan a cargos altos en las empresas, pero cuando hay que viajar al exterior, mandan a los hombres.
–¿Las mujeres podemos aportar algo diferente a una cultura masculina?
–Es indudable que las mujeres tienen más sensibilidad para todo lo que tiene que ver con los problemas sociales pero, claro, cuando llegan al poder, el poder joroba a todo el mundo. Ahí no hay distinción de sexos.
–Sabemos que no cree en Dios. ¿En qué cree Quino?
–No lo sé, porque tampoco me lo planteo mucho. No creo que Dios exista pero, como decía Borges, basta que haya una palabra para nombrar algo para que eso cobre vida. Creo que me falta aprehender, con h en el medio, el concepto de lo divino. No me cabe en la cabeza, no lo concibo. Pero sí puedo decir que soy dibujante gracias a mi tío Joaquín. Un día, mis padres habían ido al cine, y él, que había venido a cuidarnos a mis hermanos y a mí, para entretenernos sacó un lápiz y se puso a hacer dibujos. Cuando vi que de su lápiz salían caballos, mujeres, montañas, casas y árboles, pensé: “Con esto uno puede crear lo que se le dé la gana; debe ser una manera de ser Dios”.
“Es indudable que las mujeres tienen más sensibilidad para todo lo que tiene que ver con los problemas sociales pero, claro, cuando llegan al poder, el poder joroba a todo el mundo. Ahí no hay distinción de sexos”.
–¿Y cómo se siente llegar a su edad y confirmar su vocación con tanto entusiasmo?
–Bueno, yo no sé hacer otra cosa. Me hubiera gustado ser músico, pero no paso de las semicorcheas. Alguna vez intenté estudiar, pero no entiendo nada. Y para las matemáticas nunca he podido darme cuenta, porque dicen que una vez que te das cuenta todo es más fácil.
–Si le preguntamos qué piensa en relación con el tiempo en el que la esperanza de que el mundo cambiara era una posibilidad concreta…
–Pensar eso es asombroso y decepcionante, porque en los sesenta yo creía que Los Beatles iban a transformar Inglaterra toda. Mayo del 68 me pescó ahí, en París, y todo aquello fue un shock. Ahora, en cambio, los movimientos estudiantiles se hacen sólo para poder terminar la universidad, conseguir un empleo y que no cambie nada. Nadie quiere cambiar el mundo y eso es decepcionante. Hoy los ideales políticos no existen, y tampoco hay en quién ponerlos. Con la elección de Obama salió esta cosa de “qué bueno”. Pero, pobre tipo, ahora todos los países están diciendo que van a mejorar su relación con Estados Unidos…
–Aun así, Obama no deja de ser un hito y una buena noticia, ¿no?
–Sí, claro. De la cabaña del Tío Tom a esto, se ha dado un gran paso. No se puede negar que la humanidad vivió mejor después de la Revolución Francesa que antes, pero aun después de esa época, ¿cuánta sangre y oscurantismo hemos aguantado? Aunque tuviera sólo 4 años, yo viví la guerra civil española dentro de mi casa, porque mis padres eran republicanos y la perdimos. Después empezó la Segunda Guerra. Y ahí, ya en Mendoza, empecé a ir al cine solo y en los noticieros veía los discursos de Mussolini, Hitler, Churchill… Vi toda la guerra pasar, y cuando terminó aquella guerra, vino la de Vietnam y las de África y las sucesivas dictaduras…
–¿Qué aprendió de todos esos dolores?
–Hemos vivido tantas cosas que uno se va decepcionando. Pero trato de mirar e imitar a la gente que admiro. Daniel Barenboim, por ejemplo, logró lo que nadie. Lo admiro como artista y por lo que es capaz de decir cuando se pone a hablar.
–¿Admira a alguna mujer?
–Admiro a todas las enfermeras del mundo. Siempre pienso en ellas. Son seres casi invisibles; casi nadie habla de ellas.
–¿Con quién le gustaría sentarse a conversar?
–No pienso en esas cosas. Incluso a Barenboim, si lo tuviera enfrente, tampoco sabría muy bien qué decirle. Supongo que encontraría tema de conversación, pero hay gente que me inhibe. Yo conocí bastante a Umberto Eco y con él me siento un piojo inculto, porque es un tipo de una lucidez apabullante.
–Eco ha dicho que Mafalda “merece el respeto de una persona real”…
–Sí… (se ríe). Y yo también lo respeto mucho a él. Lo único que no me gusta de Eco es que no le guste el vino tinto.
–Su humor, ¿refleja una identidad argentina?
–Puede ser. Lo que ocurre con Mafalda es que, después de todo lo que pasó, ya no es sólo argentina. Yo mismo no me he sentido un argentino típico, tal vez por esta educación andaluza y por haberme criado en Mendoza, que en los años cuarenta y cincuenta era casi una provincia mediterránea: el verdulero era italiano; el almacenero era español; aparecían sirio libaneses vendiendo cosas… argentinos conocí poquísimos…
“Hemos vivido tantas cosas que uno se va decepcionando. Pero trato de mirar e imitar a la gente que admiro. Daniel Barenboim, por ejemplo, logró lo que nadie. Lo admiro como artista y por lo que es capaz de decir cuando se pone a hablar”.
–¿Será por eso que siempre eligió abordar temas universales, fuera de la coyuntura política?
–Siempre traté de hacer humor de esa manera. No me gusta ver humor político recopilado en un libro y tener que pensar en el momento en el que se hicieron esos dibujos para poder entender. He querido que mis libros se leyeran y se entendieran siempre. Me gustan los temas sin tiempo… Muchas veces me preguntan qué diría Mafalda hoy de los problemas del mundo y yo pienso, bueno, ¿qué diría Shakespeare en Hamlet de lo que pasa hoy? Los temas son los mismos de siempre.
–¿Cómo vive la vigencia de Mafalda, el éxito eterno? ¿Es cansador o gratificante?
–¿Cómo me voy a cansar? Nunca esperé todo esto, pero a esta altura hay que admitir que está pasando. Y lo acepto con gusto… Lo del autógrafo, en cambio, lo acepto porque mis colegas lo hacen, pero no lo entiendo. A mí jamás se me ocurriría pedirle a a Barenboim un autógrafo. O a John Lennon. A este último le dejé unos libritos una vez en Londres para ver si le gustaban, pero nunca esperé que me contestara.
–¿Qué fue lo más sorprendente que le pasó con sus lectores?
–Lo que más me conmueve son los padres que me cuentan que sus hijos no querían leer nada hasta que les dieron Mafalda y se engancharon.
–Última pregunta: ¿el arte puede modificar la realidad, hacer el bien de alguna manera?
–Yo nunca me propuse hacer el bien. Éste ha sido mi trabajo. A veces me gusta pensar, en todo caso, que podemos juntar lo que dicen Umberto Eco, Joan Manuel Serrat o Joan Baez, y aun sin conocernos en muchos casos, trabajar en equipo.
Este artículo fue publicado en la edición Nº 90 de la edición impresa de Sophia, en diciembre de 2008.
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