Artes
21 septiembre, 2018 | Por Agustina Rabaini
Hiromi Uehara, jazz para despabilar el espíritu
La llaman “la pequeña genio de Tokio” por esa combinación de apariencia fresca y contextura small, por su potencia expresiva y el virtuosismo que despliega cada vez que se sienta al piano. Para escucharla una y otra vez, una y otra vez.
Es pequeña, tiene voz aniñada, y peinado y atuendo súper modernos. En una de sus visitas a Buenos Aires, la compositora de jazz y pianista Hiromi Uehara decía al momento de subirse al escenario del teatro Coliseo: “Era muy chica cuando tuve el sueño de compartir con otros mi pasión por la música y viajar con mi piano por el mundo. Ahora soy feliz de poder hacerlo; esta es mi forma de expresarme y me encanta, pero lo que más me gusta es poder compartirlo y descubrir que la gente en la platea lo pasa bien. Adoro verlos felices”.
Esta chica japonesa, que cumplió 37 años, cuando se sienta al piano crece y se expande de tal manera, que los críticos hablan de ella como de un “tsunami”, de un “extraterrestre” –eso le gritó un fan desde la platea en uno de sus shows–, o la comparan con grandes del jazz como Keith Jarrett.
Lo singular de Hiromi Uehara, en todo caso, es la sensibilidad y la actitud lúdica con las que aborda el instrumento, su gracia cruzada con rigor técnico y los juegos de improvisación que despliega y la ubican más cerca de una rock star que de una intérprete de música culta. Con desfachatez o delicadeza, según el trayecto musical, Hiromi saca sonidos del jazz (que fusiona con rock o clásico), un género que, según sus palabras, “le permite transmitir emociones y la acerca a la libertad”.
Nacida en la ciudad japonesa de Hamamatsu, Hiromi comenzó a estudiar la técnica clásica de piano a los 6 años. A los 8 descubrió el jazz, a los 14 fue solista de la Orquesta Filarmónica Checa y a los 17 conoció a Chick Corea, con quien grabó un disco una década después. Un poco más tarde, a los 20, se fue a Estados Unidos a estudiar en el Berklee College of Music. En la actualidad, vive entre Nueva York y Tokio.
Desde que comenzó a grabar en estudios –tiene once discos bajo el brazo–, su repertorio refleja un gusto musical amplio, y a lo largo de los años incursionó también en las músicas latinas –del Mediterráneo, desde España hasta Sicilia–, en los sonidos del animé y los videojuegos, o en su pasión por los impresionistas franceses, además de homenajear a artistas como Gershwin o Frank Zappa. En todos sus shows sale a relucir su gusto por el rock progresivo, ya sea en presentaciones solistas, en dúos o como integrante de The Trio Project, el ensamble que formó con los músicos Simon Phillips y Anthony Jackson.
En escena, hay que verla tocar de pie, hacer chistes, bailar, y mover los dedos con ritmo vertiginoso. “La música debe ir de corazón a corazón”, dice, y ese es el efecto que logra en otros mientras realiza sus recorridos por el piano, con un sintetizador siempre cerca y combinaciones que hacen convivir, en un mismo repertorio, a Johann Sebastian Bach con Red Hot Chili Peppers y a Oscar Peterson con Franz Liszt. “Según las emociones del momento, una misma canción puede llevarte a vivir diferentes aventuras”, afirma, hasta la nueva composición.
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