La sed de encuentro está en todos nosotros y para el sacerdote jesuita Diego Fares se aprende humanismo cerca de aquellos que están en las periferias existenciales. Pronto viajará a Roma a trabajar muy cerca del papa Francisco. Por Agustina Lanusse.
El despertador suena temprano en el hogar del barrio porteño de San Cristóbal, donde vive Diego Fares, sacerdote jesuita. Este infatigable mendocino de 59 años se prepara para hablar sobre el misterio del ser en su cátedra de Ontología, en la Facultad de Filosofía de la Universidad del Salvador. Apenas termina de recopilar sus papeles, se dirige a su “otro” trabajo, que le lleva todo lo que resta de la jornada y aún más: la dirección del Hogar de San José, una casa en Moreno y Alsina que alberga a hombres en situación de calle ofreciéndoles un programa de inclusión y promoción social. Su oficina, pequeña, está dentro del hogar, una casona de dos pisos que alguna vez fue un típico conventillo. Allí prepara sus disertaciones y allí resuelve los mil y un problemas que surgen naturalmente en un albergue de sesenta camas distribuidas en cinco habitaciones que recibe cada noche a cincuenta varones que viven en la calle y brinda alimento diario, agua caliente y capacitación en múltiples talleres de oficio a otras ochenta personas.
Para Fares, un intelectual de fuste muy cercano a Jorge Bergoglio (el actual Pontífice fue su padrino de ordenación y director espiritual durante años), la labor académica y social son patas de una misma mesa. “Los estudiantes de hoy adolecen de un pensamiento unificado; viven como islas inmersos en un posmodernismo relativo que los deja carentes de sentido. Los pobres viven excluidos de la casa y el alimento. A unos y otros les falta algo. En mi tarea cotidiana intento integrar ambos universos y ayudarlos a vivir desde su centro para que le encuentren un sentido a su vida”, subraya.
Fares ha escrito varios libros que le valieron un merecido reconocimiento en el mundo católico. Por su labor intelectual, días atrás cosechó otro laurel que posibilitó que lo nombraran miembro de la prestigiosa revista Civilitá Cattolica (con sede en Roma), razón por la cual se muda al Viejo Continente a principios de 2015. “No por gusto, pues no quiero dejar el Hogar. Voy por obediencia pero lo hago encantado. Es parte de la misión”, dice.
Lo cierto es que ni sus clases, ni sus libros, ni el gran salto que dará en su viaje a Roma para trabajar en el mundo de las ideas lo encandilan o distraen. Para él su labor central está al lado de los pobres, en el Hogar. “Es mi cable a tierra. Poder acoger, bañar y alimentar a los más vulnerables me ha vuelto más humano, más conectado con los otros. Pareciera que cuando uno anda pobre, la vida se vuelve más áspera, pero a la vez más real y auténtica. Las miradas, los abrazos y las charlas que escuchó aquí, los gestos de apoyo de los voluntarios, un gracias de un hombre mayor son más puros y genuinos que en otros sitios. Me sigue impresionando la belleza del rostro sonriente de un abuelo cuando le cantamos el feliz cumpleaños frente una torta llena de velas que no tuvo en su vida”.
Muy en sintonía con la Cultura del Encuentro que promueve el papa Francisco (con quien estableció un vínculo estrecho desde que lo admitió en el noviciado en 1976), para él la vida se juega en esos pequeños actos de amor que hacen que un hombre que lo ha perdido todo se ponga nuevamente de pie. Celebra, por ejemplo, cuando alguien con la autoestima por el piso rompe su mutismo y logra expresarse en un taller de dibujo; o cuando una persona con una enfermedad psiquiátrica puede armar una sillita de madera en el taller de carpintería. “La vida se abre paso en lo concreto, poquito a poco. Conectar con la vida es conectar con estos pequeños pasos que da ese otro cuya vida me importa, me duele, me pesa. Hay que dejarnos herir por el ser y la necesidad del otro”, reflexiona.
Esos encuentros son los que marcan la diferencia. “Somos seres de encuentro, nuestra esencia es relacional; necesitamos a ese otro para encontrarnos con nosotros mismos”, subraya sentado en su oficina, ubicada en el primer piso del Hogar.
–¿Y por qué a veces vivimos como si ese otro no existiera?
–Quizás es parte de la ansiedad que nos muestra el mundo, ese afán por correr, triunfar y tener que nos hace ignorar al otro. Es la cultura de la fragmentación y el descarte a la que se refiere el papa Francisco, en la que descarto a aquel que no me sirve. A veces los encuentros se dan y son muy ricos, y otras veces vivimos encuentros empobrecidos, que se dan en torno a valores secundarios, como puede ser el consumo. De cualquier modo, la sed de encuentro está en todos.
–¿Cómo despertar esa conciencia por el otro en medio de una mentalidad tan individualista?
–En nuestro país hay una enorme conciencia acerca de la necesidad de ayudar a los más necesitados. Somos un pueblo solidario. En las crisis más hondas la gente colabora más. Así como veo una mentalidad de gente a quien lo único que le interesa es el dinero, hay mucha otra que no solo quiere ganar plata, sino que le interesa ayudar. Tal vez los medios de comunicación no lo muestren tan nítidamente.
SALIR A LA PERIFERIA
–Francisco habló de la necesidad de salir a la periferia. ¿Cómo se revierte un índice de pobreza del 50%? ¿Alcanza con los buenos proyectos de la sociedad civil?
–No, requiere un Estado bien administrado que hoy no vemos. Donde existe una buena organización y transparencia, los proyectos florecen.
–En el Hogar buscan promover a la persona para que se sienta más digna. ¿Qué es la dignidad para usted?
–Existe una dignidad personal y otra social. La personal es inalienable, nadie te la puede quitar, ni siquiera en una situación de extrema pobreza. La social, en cambio, es comparativa. Si en un país donde todos comen, algunos no lo hacen, estos han perdido su dignidad. Desde el Hogar pretendemos ayudar a las personas a recuperarla. Y en esto la justicia juega un rol central. La dignidad social solo se recupera haciendo justicia. Por ejemplo, acá en Hogar se nos presentaba un conflicto a la hora de darle de almorzar a la gente de la calle: los hombres se colaban, se peleaban. Cuando decidimos otorgar números por orden de llegada y respetarlos, hasta las personas más conflictivas se ubicaron, y cada uno recuperó su lugar y su dignidad.
–Me imagino que tendrá días difíciles al ver que determinadas personas no logran recuperarse, salir del alcoholismo o de círculos de violencia. ¿Se pregunta a veces dónde está Dios?
–Hay momentos de dolor al ver a ese otro que no se recupera. Pero no diría que lo vivo con frustración ni que siento la ausencia de Dios. En el Hogar trabajamos en equipo (con asistentes sociales, psicólogos, abogados, vigilancia, talleristas) y afrontamos la necesidad de esa manera. Hacemos un diagnóstico y un plan de acción realista para cada persona. El consuelo no está en el que sale adelante solamente, sino en la ayuda que brindamos entre todos. Diagnosticamos bien qué se puede hacer y qué no. Hay veces que tenemos que soltarle la mano a alguno que no tiene el compromiso de dejar el vicio y trabajar para su sanación. Pero eso no nos quita la esperanza porque son más las veces en las que nuestra ayuda da frutos.
–Ha dicho que el contacto con los demás lo ha vuelto más humano…
–El pobre no esconde nada y es más genuino. Los vínculos que se dan acá son fuertes, sólidos y amorosos. Reales. El amor gratuito dado y recibido sana. Hay un pedacito de cielo aquí. Y esa es la gran riqueza del Hogar. Como decía San Alberto Hurtado, para mí el pobre es Cristo. Poder caminar con las personas en situación de pobreza, aprender de ellos y poder servirlos en algo nos hace más cercanos a Jesús y, en él, más humanos.
–Una última pregunta: ¿en qué consiste la Cultura del Encuentro, tema central de su último libro, Papa Francisco. La cultura del encuentro (Edhasa, 2014)?
–Es aprender a escuchar el alma de nuestro pueblo, esa voz que a veces se vuelve un susurro por la opresión. Es caminar con los pobres aprendiendo en qué podemos ayudarlos y escuchar sus interpelaciones para actuar promoviendo la justicia. La cultura del encuentro es un llamado a salir de uno mismo para promover un diálogo fecundo con otros. Implica incluir, escuchar y caminar con otros generando cercanía. Requiere aprender a “perder” el tiempo escuchando a aquellos que tal vez nunca sean noticia y que tanto tienen para darnos en términos de humanidad.
Razón y corazón
Diego Fares es mendocino e ingresó a la Compañía de Jesús a los 21 años, durante el provincialato de Jorge Bergoglio, quien fue su padrino de ordenación y su director espiritual. Estudió en el Colegio Máximo de San Miguel y fue ordenado sacerdote a los 31 años. Es doctor en Filosofía y licenciado en Teología por la Universidad del Salvador (USAL). Actualmente es profesor de Ontología en la Facultad de Filosofía de la USAL y en la Facultad de Teología de la UCA, y preside la Fundación Obras de San José y el Hogar de San José. Ha escrito varios libros junto al sacerdote Ángel Rossi: Pequeños gestos de amor (1999), Peregrinar con el corazón lleno de rostros (2003) y El secreto de la belleza (2010). Es autor de Formar el corazón en esperanza (2001) y Papa Francisco. La cultura del encuentro (2014). Algunos de sus textos pueden leerse en diegojavier.wordpress.com/author/diegojavier.
“Creo en las personas y en su deseo de vivir en paz”
–Frente a las imágenes de violencia que se vieron recientemente, como el degüello de dos periodistas norteamericanos, ¿el humanismo se volvió una utopía?
–No creo. Se viven tiempos agitados y los conflictos armados estallan en todo el planeta. Pero también advierto una corriente de enorme paz en los pueblos, entre la gente común. Los que buscan las guerras son pocos, porque son pocos los que ganan con ella. La gente común busca la paz, porque quiere resguardar su casa, su barrio. Construir la paz es difícil, pero vivir en guerra permanentemente es insoportable. Creo en las personas y en su deseo hondo de vivir en paz. Hay que confiar en ese deseo que está en el corazón de todos.
–¿En qué consiste el humanismo?
–Tiene que ver con ser parte de un pueblo, de una época, de una cultura y un destino común. En lo social, el humanismo se opone al individualismo porque somos seres sociales, comunitarios. En lo personal, el humanismo habla de libertad y del valor absoluto de cada ser humano. En lo religioso, humanismo se refiere a misterio (todavía no sabemos todo lo que es un ser humano) y se opone a la banalización consumista y a todo reduccionismo estadístico.
–¿Cuál es el fondo detrás de los fundamentalismos? ¿Es un problema psicológico, cultural, económico?
–Los fundamentalismos se originan en personas con patologías serias. Pero prenden en otros que viven situaciones de injusticias. La injusticia es el caldo de cultivo para la violencia.
–¿Qué lugar ocupan hoy las mujeres en la construcción de la paz?
–El mundo está muy violento porque, a nivel de las decisiones y del poder, no hay paridad entre el hombre y la mujer. El varón sigue ostentando más poder aunque las mujeres se hayan abierto paso. Pero creo que se viene una etapa de la humanidad más femenina, donde se valorará, tanto en varones como en mujeres, cualidades de acogida, contención, reconstrucción, sanación, ternura, misericordia y perdón. La cultura aún no incorporó cabalmente esta cualidad de cuidado que tanto precisa.
ETIQUETAS religión
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