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Artes

28 marzo, 2017

FLORENCIA WERCHOWSKY: «Mi aporte biográfico a la ficción es para los detalles, la poesía y el humor»

Repleta de personajes adorables, su novela Las bailarinas no hablan, que alcanzó la segunda edición a poco más de un mes de publicarse, devela con ternura y ni un ápice de ingenuidad los avatares de una chica de provincia que quiere dedicarse profesionalmente a la danza clásica. Al igual que la protagonista, la autora fue, hasta los 17 años, bailarina del Colón.


Son los años 90 y Florencia crece en un pueblo de la Patagonia. Allí comienza a ir a clases de danza clásica con una profesora de cabeza rapada, enigmática y algo exótica, que descubre en la niña condiciones para el ballet. Florencia tiene 11 años, un cuerpo bendecido según los estándares de la danza y un futuro de artista clásica que la espera entre los pasillos y camarines del Teatro Colón, lejos de su Ingeniero Wood de origen. Con una voz que va y viene, aparece y desaparece según sea necesario, la protagonista de Las bailarinas no hablan (Reservoir Books) lleva de la mano al lector por el mundo del ballet, ese microcosmos de espaldas erguidas, badanas, empeines abultados y todo un universo de creencias en torno al sacrificio y la exigencia sin límites. En su segunda novela, que a poco más de un mes de publicarse se agotó y ya va por la segunda edición, la escritora y periodista Florencia Werchowsky regula el protagonismo de su narradora en función de la historia, un relato encantador que se nutre de la ficción, pero también de la experiencia de la autora: Florencia Werchowsky fue, igual que su homónima en la novela, una niña que en los tempranos noventa llegó de Neuquén acompañada por su madre para formarse como bailarina en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Si bien autora y narradora comparten mucho, en términos biográficos no lo comparten todo: sin adelantar nada del devenir de la protagonista en la ficción, vale aclarar que Florencia escritora dejó el ballet a los 17 años y, más tarde, se dedicó al periodismo en medios como Clarín, las revistas TXT y Rolling Stone y la radio Metro.

Una “nena con proporciones áureas”, dueña de una colección Barbies y Kens con outfit de ballet; un niño hermoso que “develó el secreto de la danza en el momento, como si hubiese estado listo para comprenderlo desde siempre, con naturalidad y respeto”; un joven ruso proveniente de un pueblo al pie de los Urales, de porte soviético y madre costurera y manicura; una vieja maestra de clásico de dudoso acento francés; una chica obesa que le prepara el tupper con el almuerzo a su mejor amiga bailarina; y una madre que acompaña amorosamente a su hija en el duro camino a la cima. Ellos, y un antiguo coliseo monumental que atraviesa una crisis de dirigencia, paros y luego un shock de modernización, son algunos de los personajes entrañables que dan vida a la novela y construyen el mundo en torno a la protagonista.

La autora. Como en la ficción, Florencia Werchowsky también transitó la vida en el Colón.

Con humor, ternura pero sin una pelusa de ingenuidad, Las bailarinas no hablan es la historia de una bailarina que ama bailar  y a la vez «teme no hacerlo”, y que en su primera aparición pública baila sumida en una «subsconciencia» y oye dentro suyo «una voz oscura de animal» que le grita que se vaya, que salga corriendo de ese lugar y que deje el teatro. También es la historia de una chica de provincia nacida en los ochentas que llega a la Capital y debe adaptarse a sus modos y a su gente, que va a dormir a la casa de sus amigas y descubre allí otros modos de vida, que aborrece las canciones de FM Hit, que escucha a los “Guns”, que repasa sin descanso escenas de ballet en VHS, que construye un vínculo singular con su madre y que entra a la adolescencia en las singulares circunstancias de ser casi una profesional de 14 años. Se la ve crecer, «hacerse señorita», dar su primer beso, enamorarse y sufrir su primer desencanto amoroso.

La autora (la tercera arriba, de derecha a izquierda), en la época de su formación clásica.

¿Cómo surge esta historia? «La narradora de El telo de papá -su primera novela- quiere bailar y entra a la escuela del Colón, en ese punto la novela se bifurca, la nena se va del pueblo, el padre se queda y se vuelve huraño, vive un poco abandonado en la casa con las ventanas siempre cerradas. Esa historia, la de la familia escindida por la carrera artística de la hija, quedó contada principalmente desde el que se quedó. Las bailarinas no hablan apareció como un gran apéndice de El telo, es la profundización de esos capítulos. Me pareció justo que la siguiente novela dialogara con su predecesora, que la apoyara”, explica la autora.

–¿Cómo viviste el proceso de escritura del libro, teniendo en cuenta que es, como vos decís, una «autoficción»? ¿Revisaste cartas, diarios íntimos o fotos de tu época en el Colón?

–No tengo mucho material más allá de unas fotos. Mi fuente principal de recuerdos son mis amigas bailarinas, con las que pasamos horas riéndonos a los gritos de las miserias (y aventuras) que vivimos juntas. Al mismo tiempo tengo una sensación extraña respecto del pasado porque ahora vuelve a modo de recuerdos digitales compartidos: mis contactos de Facebook publican fotos mías de hace veinte años, la línea de tiempo se ha convertido en una espiral y vuelvo a ser amiga de mis amigas de aquellas épocas, torciendo el cauce analógico de las relaciones. Esto no es nuevo, me pasa hace unos diez años, como a todos. Pero me parece importante destacarlo porque al momento de hacer ese trabajo de búsqueda en la biografía, en las caras y los hechos del pasado, voy a una carpeta digital (literal y metafóricamente, je), entonces no ocurre que tenga que desempolvar el archivo. Los disparadores de la ficción de Las bailarinas no hablan son insólitos: una frase oída al pasar, un olor, algo que leo en el diario. Yo, la Florencia real, estoy más bien poco ahí. Mi aporte biográfico a la ficción es para los detalles, la poesía, el humor.

–¿Resulta más fácil escribir cuando la experiencia propia nutre el relato?

–No, me resulta más fácil escribir a partir de la desgrabación de un reportaje, por ejemplo. Soy lenta, doy muchas vueltas, paso horas con una misma idea, me distraigo. Me va mejor cuando la carne del texto es ajena, pero para la ficción no sirve del todo, no funciona de la misma manera. La construcción de lo verosímil tiene sus propias reglas, no importa cuánto de mi biografía haya en el texto sino cómo me las ingenio para levantar esas paredes.

–¿Por qué elegís ficcionar tu propia historia? ¿Es una decisión al servicio de la obra o lo decidís así para evitar exponerte del todo?

–No sé si lo elijo, es lo que me sale escribir, no decido tanto. Me parece que tengo una relación de sumisión con la escritura.

–Hay quienes dicen que con la escritura, uno reescribe su propia historia. Al escribir tus novelas, ¿cambió en algo tu mirada sobre vos, tu familia o tus recuerdos?

–Me generó mucha confusión porque ya no sé bien qué es real y qué inventé en el proceso de escritura. Termino creyendo mis propias ficciones. ¿Será esto volverse loco?

«La pericia narrativa de Florencia Werchowsky no radica solamente en esa mirada retraída y tímida,  casi de acomplejamiento, que compone magistralmente una vez más; sino en la manera en que la emplea para trazar un retrato social por demás urticante y para lanzar una crítica política tan singular como poderosa». Martín Kohan, escritor, Profesor de Teoría Literaria de la UBA.

–En la contratapa del libro hay un comentario de Martín Kohan referido al manejo del tono para hablar del tema político alrededor del devenir del teatro. ¿Buscaste que lo tuviera?

–Me crié en un hogar con actividad política intensa (papá funcionario, reuniones del partido hasta cualquier hora en el quincho de casa) y siempre fue un aspecto central en nuestras vidas, en el registro de nuestras realidades. Me imagino que al momento de narrar, la coyuntura social se cuela desde allí, desde lo formativo. Las historias de El telo y de Las bailarinas ocurren, como todo lo que ocurre, dentro de una circunstancia política, bajo determinadas condiciones que son sus marcos de contención. No se podrían contar esas historias ignorando las circunstancias políticas en las que se gestaron. O tal vez se pueda, pero a mí no me sale.

–¿Te quedó algún tipo de resentimiento o fobia de tus años de sacrificio en el Colón?

–No. Me quedó una formación prusiana. Los resentimientos y las fobias son lujos que prefiero no darme.

–¿Qué te enseñó el ballet? ¿Qué te dejó?

–¡Me dejó escribir una novela! Y buena elongación de piernas.

–¿Qué  conexión tenés hoy con la danza clásica? ¿Vas a ver ballet?

–Voy a ver a mis amigos bailarines cada vez que puedo. Mi curso del ISA fue famoso por concentrar talentos, hoy varios de ellos son primeras figuras globales. Fui compañera de Luciana Barrirero, Herman Cornejo, Daniel Proietto, Marianela Núñez, Luciana París, Agustina Galizzi, todos primeros bailarines. Verlos en los escenarios me produce una emoción enorme.

Si querés leer las primeras páginas de Las bailarinas no hablan, hacé click acá.

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