Sophia - Despliega el Alma

14 mayo, 2014

Ficción para entender el mundo


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Claudia Piñeiro, escritora

Escritora de best sellers, madre de tres hijos y admiradora tanto de los clásicos (Proust, Chéjov, Shakespeare) como de los autores más nuevos y rutilantes, Claudia Piñeiro escribe novelas con elementos de policial donde la realidad social y política atraviesa la ficción. Por Agustina Rabaini.

Hace ya largo tiempo que Claudia Piñeiro no manda sus libros a concursos literarios y hace aún más que no trabaja como contadora, su primera profesión. En los últimos diez años –y luego de publicar una primera novela muy exitosa (Las viudas de los jueves, Premio Clarín 2005)–, esta mujer de gestos amables y andar perseverante se construyó a sí misma como una escritora con una sólida obra literaria y supo fortalecer una voz también fuera de su (ansiado) cuarto propio, el de escritura.

Por estos días, viaja a presentar sus novelas en ferias y festivales literarios del mundo, pero también escribe notas periodísticas sobre diversos temas en medios gráficos y tiene una columna propia en el programa La vuelta, que conduce María O’Donnell en Radio Continental. De cualquier modo, lo que más la ocupa o preocupa es encontrar tiempo para darle forma y edificar la nueva novela que está escribiendo, un nuevo estudio de personajes aún sin título.

Convencida de la necesidad de tomar una postura política frente a la realidad, la escritora considera que todos somos seres políticos. “En un escritor la posición política se muestra en el punto de vista que elige para contar y en las palabras que utiliza para hacerlo”, dice, y agrega: “Incluso los que dicen no tener una posición política toman una postura al no expresarse”.

Consagrada como escritora de best sellers con aval de crítica y público (sus libros se tradujeron a varios idiomas), Piñeiro escribe historias de personajes en las que, en un momento dado, la trama policial se cruza en el camino y la atmósfera se enturbia. En esos mundos donde en apariencia todo está tranquilo o equilibrado, en realidad, hay mucho de sombrío o siniestro bullendo por debajo.

La propia Piñeiro sigue viviendo en la misma casa de country de Del Viso, provincia de Buenos Aires, donde escribió Las viudas de los jueves, un retrato de la vida en los noventa anclado en el universo de los barrios cerrados. Años después, cuando ya había publicado cuatro libros más, decidió volver a ese mundo que conoce tan bien, el de los countries, con Betibú, novela que ha sido llevada al cine recientemente con dirección de Miguel Cohan y Mercedes Morán como protagonista. En ese texto, la autora se metió de lleno en el género policial, para contar un nuevo crimen, y su heroína, una escritora, tiene varios puntos en común con su propia vida. Betibú tiene hijos grandes, como Claudia, está separada del padre de los chicos hace tiempo, y además de escribir ficción, escribe notas periodísticas. En el caso de la protagonista de papel, la mujer se pone a investigar el mencionado crimen para la sección de policiales de un diario.   

–¿Cuánto hay de Claudia Piñeiro en las novelas que publicaste?

–Todas tienen puntos autobiográficos, solo que en algunas se nota más y en otras menos. Muchos me hablan de Betibú como si fuera yo, porque la protagonista tiene bastante en común conmigo: a ese personaje le presté cosas propias y varios fantasmas. Mientras escribía me preguntaba cosas como: “¿Qué pasaría si mis hijos dejaran de darme bolilla porque ya son demasiado grandes?” o “¿Qué pasaría si un día la crítica destruyera uno de mis libros y los lectores dejaran de leerme?”. Esto no me sucedió todavía (sonríe), pero me pareció interesante preguntármelo para escribir el personaje.

–Tus libros nacen de una idea, de una imagen… ¿de dónde partís?

–Empiezo por imágenes que para mí tienen la misma categoría que los sueños. Aparece una imagen y me da ganas de escribir sobre eso. La imagen va macerando en mi cabeza, los personajes empiezan a moverse y voy queriendo escucharlos. Poco a poco comienzo a elegir las palabras, el lenguaje que voy a usar para contarlos.

–Salvo en la novela Las grietas de Jara, tus protagonistas son siempre mujeres. ¿Por qué?

–Me resulta más sencillo ponerme en la cabeza de una mujer, y me interesa ese mundo, pero llegado un momento, me pareció un desafío interesante escribir una novela en la que el punto de vista estuviera pegado a un hombre, el protagonista… Pablo Simó. Fue un reto que me impuse a propósito; quise ponerme en esa cabeza masculina y hacerlo me costó mucho. Para eso, estuve hablando con hombres y no fue fácil investigar porque nadie te dice qué le pasa por la cabeza en determinadas circunstancias. Igual, fui consultando y, como tengo muchos hombres cerca, mis hijos, mi pareja (N. de la R: Ricardo Gil Lavedra), más algunos que contacté, todo se fue armando. En definitiva, pienso que los hombres y las mujeres nos parecemos más de lo que se dice por ahí. Hoy no solo un hombre aborda a una mujer, sino que una mujer puede abordarlo, y hay costumbres o mandatos culturales que se fueron aflojando.

–En otra oportunidad, contaste que habrías querido estudiar Sociología, pero que en ese momento la facultad estaba cerrada. Hoy en tus novelas lo social atraviesa las historias. ¿Por qué escribís novelas con trasfondo sociológico y elementos del policial?

–Considero que el policial es el género que mejor transmite el aspecto social, es decir, el estado en que se encuentra una sociedad en un momento dado. Hay muchas teorías y ensayos sobre por qué la novela policial atrae tanto y uno de los motivos es que es la que mejor describe la realidad. Si querés contar lo que está sucediendo en un grupo de personas determinadas, es muy probable que el policial te dé buenas herramientas para contarlo. Hoy ya no alcanza con las pistas que quedaron en un cuarto cerrado para develar un crimen, salvo que al escribir, uno quiera volver al policial clásico… Al policial negro le siguió el policial social, que es lo que hace Henning Mankell, un autor al cual admiro mucho.

–¿Algún ejemplo de libro o historia concreta?

–Cuando Mankell, por ejemplo, cuenta una muerte en Asesinos sin rostro, la mujer antes de morir dice la palabra “extranjeros”, y al incluir esa palabra el autor no solo está contando un crimen determinado, sino que muestra la xenofobia que hay en su país frente a determinados extranjeros. A través del policial, cuenta un hecho social. Me parece que las sociedades se cuentan a partir de los crímenes que se cometen, y los crímenes necesitan contar cómo son las sociedades para entenderlos. Si yo cuento un policial en la Argentina, es probable que sea bastante inverosímil que un tipo agarre un arma, vaya a un campamento y mate a una cantidad de chicos, como sucedió en Noruega. O que un francotirador se pare en un edificio y mate a la gente que pasa por una universidad, como sucede en Estados Unidos. Pero eso no quiere decir que en la Argentina no tengamos crímenes. Si contamos los crímenes que se cometieron durante la última dictadura militar, en otros países les puede parecer extraño que haya desaparecido tanta gente o que se hayan apropiado de niños de otros. Ese tipo de crímenes, lamentablemente, nos cuentan como sociedad.

–¿Qué más cuentan los hechos policiales sobre nuestra sociedad y cómo analizás los asesinatos del narcotráfico, los femicidios, los linchamientos?

–Esos crímenes son comunes a muchas sociedades; el femicidio y las muertes vinculadas al narcotráfico ocurren en distintas modalidades y se extienden en muchos países. El linchamiento, que es también un delito, fue común en algunos países hace varios años, y en Latinoamérica aún subsiste, lamentablemente. Es seguro que aparecerá una literatura que dé cuenta de esto, y ya hay ejemplos de novelas que tratan la venganza por mano propia. En Betibú hay algo de eso, y el tema está muy bien tratado en La primera piedra, una novela que Adrián Argento publicó este año.

–Betibú volvió a poner el foco en el mundo del country. ¿Por qué esa decisión y por qué seguís eligiendo vivir aquí?

–Vine a vivir a esta casa hace veinte años y, en aquel momento, la Panamericana no era doble, la vida de country era diferente. Me había casado, tenía tres hijos y quisimos alejarnos un poco del centro; vivir más en contacto con el aire libre, la tranquilidad, el deporte. Luego vino todo el crecimiento de los countries con un sentido diferente. Se empezó a pedir seguridad y se tomaron medidas que no me interesan pero que me encontraron con la casa acá dentro. Aun así, decidimos quedarnos. Vivir en un lugar como este también tiene sus ventajas, como que los chicos puedan circular sin problemas. Supongo que en algún momento nos iremos a otro lugar porque también son etapas de la vida, ¿no?

–De todos modos, al contar la vida en el country, lo hiciste con una mirada filosa, crítica…

–Sí, pero creo que contaría con mirada crítica cualquier cosa. Si contara el mundo de los escritores, también lo haría, porque la gracia es tener una mirada particular e intentar reflejar lo que los demás no ven o no pueden contar en palabras con cierta precisión. Cuando escribí Las viudas de los jueves, quería escribir una novela sobre los noventa y me parecía que el lugar más paradigmático era un country. Con Betibú tenía dos alternativas; como había quedado muy asociada al mundo de los barrios cerrados, podía decir: “No escribo más sobre esto, así todo el mundo se olvida, o hacer una apuesta doble y volver a este ámbito desde otro lugar, desde otro punto de vista. La gran diferencia entre las dos novelas es que en Las viudas de los jueves el que cuenta está adentro y en Betibú es alguien que llega desde afuera.

–Como escritora y como lectora, ¿qué temas nos reflejan como sociedad? Entre los autores nuevos, ¿hay temas que sobresalen?

–No me gusta pensar la literatura en cuanto a temas ni cerrarme a definiciones. Cuando estoy por publicar una novela, la editorial me trae la solapa para revisar y puedo acordar con lo que se escribe acerca de la sinopsis del libro, pero no pienso la historia de esa manera. Durante la construcción, pienso más en el lenguaje y en la música que va a tener el texto, y el tema aparece más como una revelación a posteriori. ¿Qué temas están abordando los escritores nuevos? No creo que haya muchos temas en común, pero sí veo que están más cercanos a la nouvelle –la novela corta– que a la novela, y que eso no es menor. A lo mejor, cuentan una anécdota pequeña y manejan ciertos recursos literarios que, en la novela, serían pesados. Pueden recurrir, por ejemplo, a la segunda persona, y de esta manera prueban cuestiones que la extensión de la novela clásica no les permitiría. Los escritores que me interesan, como Selva Almada, Hernán Ronsino o Carlos Busqued, no tienen grandes temas en común. Son textos de una potencia llamativa, donde hay una búsqueda del lenguaje o de la experimentación que va más por otro lado.

–¿Qué otros autores te interesan y cómo analizás este momento de la literatura local?

–La literatura argentina tiene una gran producción. Afortunadamente, después de la crisis de 2001, aparecieron editoriales independientes que apuestan a textos que se editan en tiradas pequeñas. Leo bastante, trato de estar más o menos al día con lo que va saliendo. A los autores que mencioné antes, me gustaría sumar a Samanta Schweblin, Leonardo Oyola, Mauro Libertella, Julián López y Débora Mundani, por mencionar solo algunos.

–¿Quiénes son tus autores preferidos entre los clásicos? ¿Sos muy lectora de policiales?

–Leo policiales, pero entre muchas otras cosas. Me interesan Raymond Chandler, Henning Mankell, Georges Simenon y, entre las mujeres, leo bastante a Muriel Spark y a Patricia Highsmith, que no es una escritora de género policial pero es sin duda la que mejor maneja el suspenso. De cualquier modo, no los leo porque sean escritores de policial sino porque son grandes autores. De otros géneros, y dejando de lado los clásicos, entre los autores contemporáneos los que más me atraen son David Coetzee y David Lodge, que son bien distintos. El primero  escribe una literatura densa, en el mejor sentido. Y el segundo maneja a la perfección, dentro de la novela inglesa, esa ironía que los ingleses saben manejar tan bien.

–También sos muy activa en las redes sociales, particularmente en Twitter. ¿Qué te entusiasma de ese mundo?

–El Twitter me divierte. En general, los escritores que nos enganchamos con Twitter tenemos que ver con el periodismo. Los escritores que nada tienen que ver con el periodismo no escriben tanto o lo usan solo como una herramienta para publicitar algo o contar la aparición de un nuevo libro. Hay otros, en cambio, que lo utilizan para replicar o contestar a otros, dentro de un vínculo más de intercambio o relación, como es el caso de Antonio Pérez Reverte, Sergio Olguín, Martín Caparrós o Diego Rojas, todos periodistas o gente relacionada con el tema. El Twitter es, además, una plataforma para encontrar un link a otra nota, a un blog, o el camino hacia lecturas e investigaciones nuevas. 

–Última pregunta: después de algunos años en este camino, ¿por qué escribís?

–La respuesta es fácil, porque para mí es ontológica. No puedo estar sin escribir; hago esto desde que me acuerdo. Escribiendo puedo expresar cosas que no podría comunicar de otra forma. Y cuando estoy trabajando en una novela, estoy más equilibrada que cuando no. Mis hijos por ahí me dicen: “Mamá, ponete a escribir”. Las horas con el teclado me ordenan un poco la vida. Hay escritores que cuentan por qué escriben y dicen cosas preciosísimas, pero para ser sincera, en mi caso esa reflexión llega después. Escribo porque no me queda más remedio. Escribo porque necesito escribir. 

ETIQUETAS literatura

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