La educadora, conferencista y mística Alex Warden, maestra en el Golden Sufi Center, comparte su experiencia de vida, su convicción acerca del rol reparador de la mujer en nuestra sociedad y su conocimiento sobre los sueños. Por Agustina Rabaini.
De qué hablamos cuando hablamos de misticismo? Según la particular visión de Alex Warden, el misticismo se refiere al ejercicio consciente y constante de apertura a lo sagrado. En sus palabras, mediante actos muy simples, se trata de poder ver a Dios en todas las cosas, en todo momento: “Lo más simple de la vida puede ser sagrado. Basta con encontrar su bendición a cada paso. Soy madre de dos hijos y tengo un marido, y cuando cocino, pongo la mesa o preparo una charla, dedico mis acciones a Dios. Hay quienes van a misa los domingos o meditan, como hago con mi maestro. Hay quienes estudian los sueños, otra de mis ocupaciones. Lo que me ocurrió es que entendí que esas actividades no me satisfacían como experiencia de vida. Necesitaba la espiritualidad en todo momento”.
Así explica Alex Warden, argentina radicada en California, Estados Unidos, su decisión de adentrarse más profundamente en los caminos del espíritu. Hoy, en seminarios y conferencias, comparte su experiencia como estudiosa y, según ella misma dice, como “una mística cuyo anhelo la llevó en un viaje interior al centro de su corazón”. Educada en un hogar cristiano, Alex ejerció la docencia como maestra Montessori y desde joven se sintió atraída por el estudio de varias líneas de espiritualidad.
LOS SUEÑOS COMO GUÍA
Desde el punto de vista del análisis de los sueños, estos son como un laberinto. Hay que andar paso a paso, con atención y cuidado, porque en el lugar menos esperado hallamos la joya oculta, el significado, la enseñanza, el mensaje revelador que andábamos buscando, a menudo, aun sin que lo supiésemos.
Alex Warden
En 1998, su búsqueda la llevó a conocer a su maestro sufí, el doctor en Psicología junguiana Llewellyn Vaughan-Lee, y en la actualidad se encarga de compartir sus enseñanzas en Sudamérica. Es maestra en el Golden Sufi Center, línea occidental de la tradición Naqshbandi, que de Medio Oriente pasó a la India y hoy integran personas de distintos credos religiosos: musulmanes, judíos, cristianos e hindúes.
A través del estudio de los sueños, la oración y la meditación, buscan promover la conciencia de unidad, el femenino sagrado, el sendero místico y lo que han dado en llamar “ecología espiritual”.
–¿Cuál sería la importancia del místico en nuestra sociedad y qué lo diferencia de un poeta, de otros líderes espirituales o de un intelectual?
–El místico es una persona que quiere vivir la realidad de Dios en sí mismo, poder ver a Dios en todo lo que existe, en las personas y en las acciones. Para muchos, el místico es un santo o es visto como alguien exótico, y en la Antigüedad era alguien que tenía que despertar a la comunidad del sueño en que vivía. Los místicos son personas que intentan vivir la espiritualidad de una forma activa y proactiva.
–¿Cómo iniciaste tu camino con el sufismo?
–Alguien me invitó a participar de un grupo donde hacían meditación del corazón: la meditación mística de absorción que practicaba Santa Teresa. Recuerdo que en aquel momento ellos leían ciertos libros de un autor cuyo nombre yo desconocía. Así, un buen día, descubrí el Golden Sufi Center y pude conocer a Llewellyn, mi maestro.
–¿Cuál es el mensaje que buscan transmitir en los seminarios?
–No somos una orden que esté tratando de contagiar a otros. Sé que hay grupos espirituales que tienen intención de transmitir algo o de conseguir adhesiones de la gente; nosotros solo buscamos compartir nuestra experiencia. Nuestro trabajo tiene dos aspectos: la meditación y el estudio de sueños.
–Usted cree en el poder reparador de las mujeres desde su sabiduría natural, instintiva, femenina, “de interconexión con todas las cosas”. ¿Cómo llegó a esto?
–El femenino es, más que nada, un modo de ser y actuar particular. Cuando la mujer, como me ocurrió a mí en el pasado, comienza a vivir de un modo como ella no es esencialmente, se desconecta de su naturaleza. Las circunstancias de la vida, mi trabajo, mi profesión me llevaron al mundo del poder patriarcal, a una edad y en una época en que una mujer con poder en el mundo era vista más como un hombre que como una mujer. Hay un mensaje relacionado con lo femenino que está degradado, y no solo por el patriarcado, sino también por las propias mujeres.
–Usted habla del poder sagrado de la mujer como transmisora de vida. ¿Qué lugar le otorga en esta sociedad y en este momento histórico particular?
–Hoy tenemos la gran oportunidad de dejar de conectarnos solo con el aspecto de la diosa, esta cosa arquetípica, para reconectarnos con nuestro femenino desde el punto de vista de reconocer nuestro valor y pureza esencial; respetar la vida que podamos traer, respetar la tierra y lo que nos rodea, porque todo es parte de la creación. Es importante, como mujeres, poder reconocer el aspecto sagrado en lo femenino, y que los hombres también puedan reconocer lo femenino que hay en ellos. El femenino que está apareciendo es parecido al de la época de la Gran Madre, interpretado como la diosa. Pero no es el que se necesita, porque es un femenino que vuelve a lo inconsciente, a lo totalmente físico y vago.
–¿Cuál sería ese otro “femenino” o creación nueva que menciona?
–Tenemos que buscar un femenino que sea capaz de contener la diferenciación, una creación nueva, un femenino en el que vuelve a valorarse la pureza esencial que tiene el femenino por su capacidad de contener el espíritu de vida. En el catolicismo lo vemos en el nacimiento de Jesús, que simboliza la luz del mundo. ¿Y en qué viene? En un vientre virgen. La mujer es pura porque es capaz de recibir algo tan sagrado como el espíritu. En este sentido nuestros hijos también son una creación sagrada.
–A la hora de hablar de esta nueva mujer que el mundo necesita, usted hace referencia a la conciencia relacional. ¿Podría desarrollarlo?
–La función de la mujer es establecer las relaciones, lo que tenemos en común y, por tanto, dejar las diferencias de lado. Cuando te enfocás conscientemente en lo femenino, podés volver a entretejer la vida y, de esta manera, devolverle el significado. A eso lo llamo “conciencia relacional” o “conciencia de unidad”. Debemos preguntarnos qué es lo que se separó cuando nos olvidamos de que la vida es sagrada y la transformamos únicamente en científica.
–Habla de integrar y plantea, como objetivo, restablecer el equilibrio…
–La función del místico es equilibrar. Históricamente, el místico se dedicó a equilibrar la sociedad y, para eso, a veces tenía que oponerse a los valores de su comunidad. Está el caso de San Francisco, que tomó distancia de la Iglesia a la que pertenecía, y se despojó para cambiar, para hacer su propia Iglesia. Dentro de su tradición, San Francisco supo crear un nuevo movimiento que iba más hacia la fuente, hacia el sentido. El lugar del místico es equilibrar lo que ocurre en lo colectivo.
–En su libro, El llamado de mi corazón, describe momentos casi de despersonalización; momentos transformadores, con mucho dolor y dificultad en el camino…
–El camino místico es difícil porque hay cuestiones que no se pueden explicar desde la mente racional. El místico no está drogado ni es un psicótico. Las experiencias místicas son experiencias que van más allá del ego cotidiano. Pero si no están integradas en una personalidad sana, te pueden desequilibrar totalmente. La meditación y la oración son algo muy sano, pero es necesario tener una personalidad equilibrada. Lo que hace el camino místico es cambiar la conciencia, y para eso tenés que rearmarte e integrar, porque el alma tiene una realidad diferente de la del ego. Cuando empezás a mirar desde allá, la realidad es irreconocible en muchos sentidos. Es la misma –se ven los mismos árboles, las mismas personas–, pero hay algo irreconocible.
–¿Cuál es la función de los sueños en este despertar a una conciencia espiritual y relacional?
–En nuestros estudios se dice que el maestro externo apunta al maestro interno, el alma, y los sueños nos permiten conocernos mejor. Son una forma de guía interna, y en el núcleo de nuestros sueños, se halla el mensaje de nuestra alma, nuestro Yo superior, nuestro maestro interno. Desde el punto de vista
junguiano y transpersonal, a través de los sueños podemos desarrollar e integrar la conciencia de relacionamiento. Todos los elementos del sueño están relacionados entre sí, forman parte de una misma historia, son una totalidad. Por otro lado, aprendés a diferenciar, pues los sueños tienen un aspecto que es realmente simbólico, y la proyección es muy fácil. La diferenciación es el trabajo más difícil. Cuando se empieza a diferenciar es cuando realmente se comienza a crecer. Así como la parte integrativa es importante, la parte de diferenciación –qué es lo mío y qué es lo que proyecto en el otro– es la que te hace crecer.
–¿Qué sería eso que podemos aprender a diferenciar?
–Al intentar analizar los sueños, descubrí que aunque hay ciertos símbolos oníricos del inconsciente colectivo y temas que tratan los sueños que son comunes a muchos soñantes, hay una cantidad que no lo son. Somos individuos, una creación única, y la forma en que nuestra psique usa los símbolos muchas veces es particular. Después de largos años de trabajar en el tema, puedo decir que los sueños nos permiten aprender a reconocer la voz del ego, la voz del inconsciente colectivo, la voz del arquetipo y la voz del alma. De hecho, algunas voces son muy engañosas, intentan imitar a la voz del alma, y pueden llevar a interpretaciones erróneas que afecten nuestras vidas.
–En el sueño, ¿cómo se da cuenta de si el mensaje es del ego o del alma, o, para quienes son creyentes, de Dios?
–Hay un aspecto que nosotros, en el camino místico, trabajamos y lo hacemos tratando de escuchar la voz del alma, por lo cual desde el principio hay una tarea de discernimiento. Así aprendemos que el alma tiene mensajes muy simples, que van al corazón de la persona.
–Carl Jung, en El libro rojo, dice: “Quien mira desde el alma ve todo nuevo”. Volviendo al comienzo, ¿cómo vive usted lo sagrado en su vida de todos los días?
–Hacer sagrado lo cotidiano es devolverle el significado a nuestra vida, poder devolverle vida a la materia y dejar de hacer de la vida un objeto; es un modo de desarrollar esta nueva conciencia de unidad, de evolucionar y conectarse con el alma. En el sufismo se dice: “Donde gire, que vea la cara de Dios”. En mi experiencia puedo decir que hay místicos en las diferentes áreas de la vida. Mi trabajo es femenino, es encontrarnos en un círculo entre iguales y poder confiar en la propia experiencia. Lo único que nosotros podemos hacer por nosotros mismos es tener una experiencia propia y crecer a partir de ella.
–Nombró a Teresa de Ávila. ¿Qué lugar ocupa Ignacio de Loyola y el discernimiento?
–El discernimiento en relación con los sueños es fundamental, ya que cuando uno es tomado por un arquetipo, deja de discernir entre dónde está y dónde está el resto de la humanidad. Y se dedica a proclamar cosas. El discernimiento habla de un estado de conciencia. Cuando uno ve en el otro una expresión de lo divino, cuando ve un hermano, una persona igual a uno, uno no puede hacer mal porque lo ve como una creación de Dios. Si, en cambio, no lo veo desde ese lugar, lo único que puedo elegir es destruir.
–Viviendo en Estados Unidos, ¿cómo ve a la Argentina?
–Este país no elige desde hace mucho tiempo. Los argentinos podemos protestar, pero seguimos comiendo lo que nos sirven. Eso significa que no vivimos entre lo blanco y lo negro, sino entre grises: no existe ni el bien ni el mal puros en esta conciencia argentina. Lo único que existe es una aceptación del mal y la corrupción. Un relativismo, un gris. Y el relativismo hace que uno empiece a aceptar la inmoralidad, la indecencia, la falta de ética del alma, de la dignidad humana. En las últimas décadas se ha ido desgastando nuestra credibilidad en los líderes y en las instituciones, lo que genera en la gente la sensación de no poder confiar. Allí empieza la corrupción: primero se ve afuera, y luego adentro, porque uno copia a los líderes. Si no estás individualizado, los líderes son tu imagen paterna y materna.
–¿Ve alguna oportunidad en este desierto que plantea?
–Siempre hay una oportunidad. Tenemos, por ejemplo, un Papa buenísimo, con un gran mensaje para transmitir. Lo que yo quisiera es que se haga la voluntad de Dios en la Tierra. nn
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