11 marzo, 2016 | Por Sophia
EZINNE UKAGWU: «Si trabajamos unidas, permanecemos de pie»
Una mujer que vale la pena conocer: la economista nigeriana Ezinne Ukagwu cree en Dios y también en las mujeres. Premio Harambee por su labor al mando del Centro de Desarrollo Rural Iroto, África, hace un alto para hablar con Sophia y pide un minuto de atención para compartir su enorme tarea: trabajar juntas por un mundo mejor.
Ezinne Ukagwu, un ejemplo.
Un premio no cambia la vida de nadie, pero si algo tiene de bueno, es que hace visible el esfuerzo de los invisibles. ¿Qué sería del trabajo de la economista nigeriana Ezinne Ukagwu si no hubiera ganado el Harambee 2012? Probablemente lo esencial no hubiera cambiado y ella seguiría yendo cada mañana, sin que el mundo lo sepa, a trabajar al Centro de Desarrollo Rural Iroto, en Nigeria, África; donde desde hace treinta años apoya a las mujeres de zonas rurales para se eduquen y eduquen a sus hijos a su vez; para que aprendan oficios y sueñen con un futuro posible, lejos de la dura vida del campo y del sometimiento al patriarcado que impera en esas tierras. Para pasar en limpio el problema: el dinero que estas mujeres ganan produciendo, lo usan para pagarle a sus maridos una renta por esa tierra que trabajan y de la que ellas no tienen derecho a ser propietarias (ni aunque la hereden de sus propias familias).
En el centro fundado por Ezinne además funcionan una escuela de Hotelería y Turismo y una clínica donde han recibido atención médica más de 50.000 personas y que desde su creación, en 1996, logró reducir la mortalidad infantil de un 60 a un 25%. Ella, una convencida -adorable e igualmente obstinada- de que la educación es la herramienta que puede cambiar la realidad de todos, pero en particular de las mujeres, cree que la única manera de poner en marcha a ese amplio continente históricamente postergado. “El pilar del trabajo es dignificarla. El absoluto protagonismo de la mujer en el hogar y su dependencia respecto del hombre serán superados si universalizamos el derecho a la educación, de forma que los varones sean coprotagonistas”, sostiene con una sonrisa y en perfecto español, porque su lucha de siempre ha sido acceder al saber y fue por eso que aprendió distintos idiomas (inglés, francés, italiano y español), se graduó en ciencias económicas y en gestión de hotelería en Nigeria y convalidó sus estudios en Italia.
“Las mujeres africanas con las que trabajo saben que si luchan saldrán ganando, porque ellas sentarán las bases para una sociedad igualitaria y próspera -señaló al recibir el galardón por su labor en la Promoción e Igualdad de la Mujer de África, un reconocimiento otorgado por el Opus Dei-. Si una mujer recibe la formación profesional necesaria, tanto técnica como moral, puede cambiar no solo a su familia sino también a la sociedad en la que vive”.
En diálogo con Sophia, Ezinne comparte mucho más que su experiencia: abre de par en par las aulas por donde expande su vocación, como semillas.
—¿Cómo se hace para pensar a lo grande cuando los recursos no alcanzan?
—En Nigeria estamos acostumbrados a no tener y aprendimos a aprovechar lo poco que tenemos. Soy una convencida de que cada una puede sacar algo hasta de donde parece que no hay nada para seguir adelante. Pero para eso es muy importante educar a las mujeres y sus hijos en los valores y la ética, que son fundamentales para construir una sociedad mejor. Nigeria es un país bendecido con recursos y riquezas naturales, pero sobre todo con un enorme potencial humano. La mujer es el pilar de la familia y sus hijos el motivo principal de orgullo para ella.
—¿Cuál es hoy el mayor desafío para tu país?
—Nigeria obtuvo la independencia en 1960. En estos años, el país avanzó en distintas etapas de desarrollo y hoy nos queda clara necesidad de promover la educación y la salud. Sin embargo, enfrentamos al desafío de gestionar correctamente esos recursos, ya que la corrupción ha sido y es el obstáculo principal para el progreso de naciones en desarrollo. El abismo entre ricos y pobres es una de las consecuencias. En la actualidad el reto es promover y lograr la igualdad de la mujer. Para eso se necesita el compromiso ético de todos: varones y mujeres.
—¿Cuál es el punto flaco a la hora de alcanzar ese compromiso?
—El patrón cultural. En mi país, la gran mayoría de las familias no considera una prioridad educar a las mujeres y cuando surge la oportunidad de educar unos hijos y otros no, se le da preferencia a los varones. Los esfuerzos se concentran en ellos porque son quienes continúan el patrimonio familiar. Las mujeres, en cambio, se casan jóvenes y se van a formar patrimonio para otra familia. Se la cree el sexo débil y por lo tanto se la considera incapaz de ser independiente y capaz. El papel de la niña es ayudar a la madre en las tareas domésticas, cultivar y vender productos y no puede concebir la vida por fuera del mandato de ser educada para servir a su marido como él desee ser servido, aun cuando eso signifique realizar el trabajo de una esclava.
—¿Cómo actúan los varones una vez que se casan?
—Algunos maridos se quedan en casa mientras sus mujeres trabajan, generalmente cultivando la tierra. Otros sirven en el ejército o migran solos a la ciudad en busca de un empleo. El dominio del hombre sobre la mujer en la zona donde yo trabajo se ve claro en el hecho de que ellos son los propietarios de la tierra familiar y sus mujeres deben pagarle una renta para cultivar el alimento que todos comen en la casa. La mujer cultiva, traslada agua y combustible, y realiza un trabajo fundamental cuidando de los más débiles de su familia y de su comunidad, como son los niños y los ancianos. Silenciosamente, sin quejarse, realizan una tarea enorme y vital para todo el país, sin ningún reconocimiento social.
—¿Por qué elegiste este camino, Ezinne?
—Porque creo en Dios y en que las mujeres, si trabajamos unidas, permanecemos de pie. Por eso nuestra ONG busca que aprendan a valerse por sí mismas y a desarrollar todo el potencial, único y personal, que cada una de ellas tiene. Creo que hay que hacer eco de las palabras del Papa Juan Pablo II: “Dios concede al hombre y a la mujer igual dignidad personal, dotándoles de los derechos y responsabilidades propios del ser humano”.
—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
—Ver cómo le cambia la vida a tantas mujeres y niños. Las alumnas vienen de lejos, muchas de ellas caminan más de tres kilómetros todos los días y sin embargo llegan sonriendo. Están preparadas para empezar una carrera y buscar trabajo. Están dispuestas a afrontar los retos y ahora creen en sí mismas y quieren cuidar de sus hijos y criarlos fuertes y saludables, porque aprendieron cómo hacerlo. Eso es muy gratificante. La alegría de servir al otro y de transformarlo, te ayuda a conseguir fuerzas aun en los momentos más duros, porque significa que una sociedad más humana es posible. Mi madre siempre me decía: “Si quieres ser feliz en este mundo tienes que ayudar a la gente”. Y esas palabras resuenan por siempre en mi alma.
Por María Eugenia Sidoti
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