17 agosto, 2023 | Por Sophia
Romina Sosa: “El arte me rescató y me ayudó a sanar”
La bailarina, que nació y vive en La Cava, sufrió abuso de pequeña pero encontró en la danza su refugio, su lugar seguro. Hoy, a través de la Fundación Fuera de Foco, fomenta la cultura popular para el buen vivir.
Romina Sosa nació en Villa La Cava, es bailarina y ayuda a otros a transformar su realidad a través de la danza.
Por Karina Bianco
“De chica me gustaba ponerme la ropa de mi mamá y bailar, cantar, actuar… Era la forma que tenía de escapar de todo lo malo que estaba viviendo”, cuenta la bailarina Romina Sosa, que nació y se crió en Villa La Cava, donde luego decidió quedarse a vivir para trabajar en transformar la realidad de las chicas y chicos del lugar a través de la danza. Un barrio de casas de techo de chapa, sin cloacas, donde se convive con la marginalidad, ubicado en el partido de San Isidro, en la zona norte de Buenos Aires. Un lugar que muchos habitantes de San Isidro eligen no mirar, aunque detrás de los muros que los separan vivan más de 45.000 personas.
“Mi mamá trabajaba mucho para poder mantenernos a mi hermana y a mí. Mi padre nunca se hizo cargo de nada. Recién vino cuando éramos grandes y ya estábamos criadas –recuerda Romina de aquella infancia difícil en la que ser “villero” era mala palabra, aunque esa condición ofreciera momentos de comunidad y encuentro–. En los barrios siempre se hacen celebraciones compartidas. Un día, para el Día del Niño, hubo un festival y quedé flasheada, me enamoré de la gente que bailaba arriba del escenario. Tanto, que mi mamá les preguntó dónde podía llevarme a estudiar danza y de esa manera empezamos a ir al espacio Puertas al Arte, de la Fundación Crear Vale la pena”, cuenta esta bailarina que hoy, a sus 37, habla de la danza con la misma pasión que sintió de niña.
Fuera de foco brinda propuestas creativas para visibilizar problemáticas sociales y empoderar a quienes viven en los barrios del conurbano.
“Ese fue el primer lugar en el que empecé a relacionarme con otras personas y a desarrollar mi forma de ser artista”, comparte sobre aquella experiencia luminosa, que luego se volvió tan opaca: su padre abusaba de ella y no se animaba a contárselo a su mamá. “Con el tiempo se empezaron a dar cuenta de que algo no estaba bien en mi realidad: no quería volver a mi casa ni ir a la escuela. Pasaba todo el día ahí adentro y nadie preguntaba por mí”. Fue entonces que decidió contarle a su profesora de baile lo que estaba pasando en su casa. “Ese era mi lugar seguro y una vez que pude blanquear mi situación, me acompañaron y me escucharon. Logré decírselo a mi mamá y fue un caos familiar… pero el arte me rescató”.
Lo que siguió fue un proceso largo y complejo. “Yo no aceptaba mi envase, tal vez porque estaba lastimado y vulnerable. Superar los prejuicios de los cuerpos hechos mierda es complicado. La danza me enseñó a quererme, me ayudaba a descargar toda esa bronca y a sentirme mejor. Para mí el baile es sanador”, destaca. Su esfuerzo y dedicación la llevaron a conseguir, a los 13 años, una beca para estudiar en la Fundación de Julio Bocca. “Estuve ahí hasta los 17, aproximadamente. “Ese fue otro golpe de la realidad. Porque los que estaban allí nada tenían que ver con lo que me pasaba a mí. Para algunos, el arte está puesto en un lugar clasista. Pero para los que nos denominamos ‘artistas villeros’, el arte tiene que ver con la igualdad, con la equidad”.
A los 16 años salió de gira por primera vez a Europa, experiencia que repitió luego en varias ocasiones. Y en 2014 creó el grupo de baile urbano Fuera de Foco, un colectivo de «agitadores comunitarios», como se autodefinen, que ponen la danza y la música al servicio de causas sociales, políticas y culturales, y está integrado por artistas provenientes de barrios del conurbano bonaerense, como La Cava, El Sauce y San Cayetano, que trabajan a través de la danza contemporánea y de los ritmos urbanos, como el hip hop, el dancehall y el breaking.
Los chicos y las chicas de Villa La Cava reciben apoyo y contención para contar con más y mejores herramientas para salir a la vida.
—¿Cuándo te diste cuenta que los chicos y jóvenes del barrio podían encontrar en el arte contención y hasta posibilidades de revertir su dura realidad?
—Claramente no elegimos vivir de esta manera, son las condiciones que nos tocan. Muchos pibes toman el arte como una herramienta de transformación que los ayuda a tener un proyecto de vida. Yo tuve la posibilidad de viajar, de formarme, y me esforcé el triple para lograrlo para sostener la idea de ser una artista… Por eso comencé a recorrer otros barrios, porque vivo en esta situación y entiendo lo que veo.
—De hecho tuviste la posibilidad de no volver a vivir en La Cava…
—Nunca me fui de acá. Lo pensé muchas veces, pero este es mi mejor escenario y lo voy a sostener hasta que logre ser ministra de cultura. Quiero hacer efectiva la política de gestión cultural, fomentar y sostener la cultura popular de todos los espacios villeros, defendiendo la igualdad. Fundamos un centro cultural que hoy es un centro juvenil, trabajamos mucho para que cada pibe o piba que viene al espacio entienda el arte como una herramienta de transformación. El arte es, ante todo, educación y potencia cualquier objetivo que tengas.
En la fundación las mujeres tienen un lugar de participación y conexión a través de distintos talleres.
—Después de haber viajado por Europa con tu compañía, cuándo regresaste ¿hubo prejuicios?
—Nunca lo sentí, siempre recibí apoyo. Soy la maestra de muchos chicos y chicas y hay mucho respeto por lo que uno construye con ellos. Estoy presente en cada lugar que me convocan porque por eso se fundó Fuera de Foco, para la valoración de todo. Los primeros meses de la pandemia los pibes estaban encerrados, pero después se empezaron a juntar en los pasillos del barrio. Salimos a las calles a dar clase de pintura, dibujo, baile…
—¿Cómo siguió esa apuesta?
—Cuando terminó el confinamiento los pibes ya nos conocían. Eso nos llevó a pensar en la necesidad de crear un lugar para que ellos pudieran tener un espacio acondicionado y reinsertarse en la escuela, más alfabetizados. Los chicos que van a la primaria están más acompañados, pero los de la secundaria andan más sueltos: los padres trabajan todo el día y no pueden estar encima de ellos. Por eso, nuestra tarea es el refuerzo.
—¿Reciben algún tipo de ayuda del municipio?
—Nunca recibimos ayuda del partido de San Isidro. Sí recibimos menciones de honor, el brillito; pero el subsidio nunca llega. Este año recién logramos tener un fondo mínimo del Ministerio de Desarrollo Social para un proyecto social del centro juvenil donde damos talleres de reinserción laboral, de lunes a viernes a la tarde. Acá las personas meriendan y cenan y los sábados tenemos jornadas completas; vienen muchas mujeres del barrio (porque también tenemos una defensoría para la mujer) a ayudar y les damos talleres. Ese día los chicos también almuerzan.
—¿Recibís algún tipo de remuneración por tu trabajo?
—Hace un par de años que coordino el equipo territorial en el Barrio 31, en la Secretaría de Integración Social de la Ciudad de Buenos Aires. Pero aclaro que soy monotributista.
—Tenés un hijo, Santino, de 12 años. ¿Él no te pide irse del barrio?
—Sí, pero él sabe que soy una militante de las artes y que trabajo en política pública. Me estoy preparando para llegar a un cargo, me gustaría ser ministra de cultura. Milito hace muchos años desde la artes y me ocupo en fomentar la cultura popular, que es clave para el buen vivir.
Más información: fueradefococrew.com.ar
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