27 mayo, 2022 | Por Sophia
Nadia Guthmann: «El ser humano es parte de un sistema vivo, es parte del vivir del planeta»
Un encuentro con la escultora y bióloga argentina para conocer el hondo universo de su obra, donde la naturaleza y el sentido de la vida humana conviven y se nutren mutuamente.
Nadia Guthmann es artista y bióloga y a través de sus obras expresa su profunda reflexión sobre la naturaleza.
Por Luciana Tixi
Konrad Lorenz, uno de los primeros científicos en estudiar el comportamiento instintivo de los animales, decía que todo buen biólogo es llevado hacia su profesión por el placer interior que le provoca contemplar las bellezas de las criaturas vivas. Esto es demasiado cierto cuando hablamos con Nadia Guthmann que, además de escultora, es doctora en Biología. Sus obras —grandes animales aireados hechos con mallas metálicas que albergan otras criaturas en su interior— son el reflejo de una profunda reflexión sobre la naturaleza.
Nadia tiene una voz suave, habla despacio, pensando o construyendo cada oración como si fuera una escultura. Nació en Buenos Aires y hasta sus doce años vivió en un departamento en Capital Federal donde solía sentirse encerrada, disgustada. Porque lo que a ella la liberaba era estar en contacto con la naturaleza, mirar los animales, los insectos. Y dibujarlos, recrearlos con lápiz, alambres, cerámica, lo que estuviera en sus manos. A los doce se mudó con su mamá a Bariloche, donde sigue viviendo hasta el día de hoy con sus hijos y su compañero, rodeada de montañas, ríos, lagos y animales que observa sin apuro, con sus grandes ojos claros llenos de curiosidad.
—En tus obras resuenan conceptos muy actuales, como la ecología, los sistemas y su relación con la humanidad. ¿Cómo es que fueron confluyendo las dos disciplinas, el arte y la biología en tu vida?
—Para mí nacieron juntas. Desde chica me fascinaron los seres vivos. Me gustaba observarlos y dibujarlos. Mi mamá dice que a los cuatro años aparecí con un dibujo de un caballo y desde entonces no paré. Me interesaba el tema de la vida, de ir al origen de quiénes somos, me identificaba con los animales, con los mamíferos por sus emociones, por su comportamiento. Me asombraba ver cómo todos los organismos vivos estaban relacionados y me sentía incluida, parte de ese todo. De más grande empecé a leer mucho sobre biología, el interés por los animales se transformó en interés por la ecología, por el comportamiento animal. Cuando observaba insectos aprendía mucho sobre mí misma. También miraba documentales y todo ese conocimiento después lo transformaba en un dibujo, en una pequeña escultura.
—Eso habla de una relación especial con el arte ¿no?
—Sí, lo artístico siempre estuvo ligado a lo que vivía, es como una forma de elaborar lo que me sucede, una forma de pensar las preguntas que me iban surgiendo. Nunca viví el arte como algo separado de lo que vivía, sino en relación a la experiencia, a ese sentirme parte de un todo. Para mí siempre hubo más preguntas que respuestas y el arte es una forma de pensar más allá de las palabras, es una forma de pensar más amplia que lo racional, que permite darle lugar a otras lógicas, a otras formas de relacionar. Me permite plantear mi cosmovisión: así como vivimos en sociedad, también vivimos en un sistema con lo natural. Cuando el hombre se cree el centro, se vuelve peligroso. Con mis obras intento replantear esta lógica de sentirnos seres separados, porque eso nos conduce por un camino errado.
La escultora en plena creativa, montada sobre la estructura de una de sus obras.
«Así como vivimos en sociedad, también vivimos en un sistema con lo natural. Cuando el hombre se cree el centro, se vuelve peligroso. Con mis obras intento replantear esta lógica de sentirnos seres separados, porque eso nos conduce por un camino errado».
—¿Y por qué al momento de elegir qué estudiar te volcaste a la biología?
—Cuando terminé el secundario me planteé cuál iba a ser mi salida laboral. Mi familia, que siempre me había apoyado en mi desarrollo artístico, me decía que no me convenía, que vivir de artista era difícil. La biología parecía tener una salida laboral un poco más fácil. Incluso hice averiguaciones sobre cómo se sostenían los artistas: muchos vivían dar clases y yo era muy tímida. Pensé que no iba a poder vivir de ser artista. La carrera de biología también me apasionaba. Me gustaba mucho la idea de investigar, no en un laboratorio, sino de observar a los animales en su entorno. Pensaba que así podría hacer mis esculturas sin la presión de lo económico. Pero era difícil hacer las dos cosas. Sobre todo durante los años de doctorado, había épocas en las que abandonaba la escultura, pero después de unos meses me sentía tan mal que me di cuenta que tenía que organizarme, entonces me propuse dedicarle una tarde por semana. Asistía a un taller de cerámica que era como mi cable a tierra.
—Y sin embargo, a la larga, terminaste trabajando como artista…
—Sí, cuando egresé de la carrera de biología no resultaba tan fácil entrar en el CONICET para hacer investigación. Durante años trabajé en distintas cosas: como técnica, dando clases en secundarios. Tardé bastante en armarme como artista. Si bien mandaba obras a distintos salones y recibía reconocimientos, durante esos años el arte era algo que iba apareciendo mientras hacía otras cosas. El hecho de estar lejos de Buenos Aires, donde sucedía todo lo artístico, era una desventaja. Yo no participaba en muchos premios porque no tenía cómo llevar mis esculturas. Durante años busqué algún transporte que pudiera llevarlas por precios más accesibles, hasta que encontré una empresa a la que le interesó apoyarme y ahí sí logré alcanzar lugares nuevos. De la mano de esa expansión llegaron reconocimientos muy importantes, como el Gran Premio de Honor del Salón Nacional.
Su obra Teyu guyrá (2020), hecha en hierro desplegado, de 230 x 140 x 98 cm.
—Muchas de tus esculturas están hechas con mallas metálicas que requieren un trabajo especial, de soldar, cortar. ¿Por qué elegiste estos materiales que requieren poner todo el cuerpo en juego?
—Un día, por casualidad, descubrí tirado en el taller donde hacía cerámica un resto de malla metálica, de esas que se usan en la construcción, como contra yeso. Era fácil de manejar, era maleable con dos o tres herramientas. Y sobre todo era barato. De joven me habían criticado un poco por el infantilismo de hacer animales, pero este material me permitía darles una vuelta, hacer figuras grandes, jugar con las transparencias y con las sombras, ocupar el espacio interno con más animales. Me permitió desarrollar ideas más complejas, como la de sistema. En 2005 gané la beca de Fundación Trabucco para perfeccionamiento y elegí hacerla con Nicola Costantino en Buenos Aires. Con ella incursioné en el uso de la resina y del hierro desplegado, aprendí a soldar. La verdad es que no había muchas referencias de artistas que estuvieran usando estos materiales, entonces yo desarrollé mi propia forma de trabajarlos a medida que iba viendo cómo reaccionaban. Fue un camino de conocimiento personal del material.
Soberanía argentina (2012) se llama esta escultura de grandes dimensiones realizada en hierro desplegado y tela metálica.
«De joven me habían criticado un poco por el infantilismo de hacer animales, pero este material me permitía darles una vuelta, hacer figuras grandes, jugar con las transparencias y con las sombras, ocupar el espacio interno con más animales. Me permitió desarrollar ideas más complejas, como la de sistema».
—¿Cómo es un día de tu vida como artista? ¿Cómo se compatibiliza este trabajo con la familia?
—Cuando mis hijos eran chicos era difícil disponer de tiempo para dedicarme a las esculturas, pero por suerte con mi compañero, que es músico, siempre nos comprendimos y nos complementamos. Si yo tenía que salir a alguna muestra él se quedaba con los chicos, y lo mismo al revés. Desde hace algunos años tengo el taller al lado de mi casa, un espacio me llevó bastantes años armar. Vivo en la misma casa desde 2000, y al principio empecé trabajando en una pequeña cochera, pero me quedaba chica. Así que en 2013 me puse a armar el taller en el terreno de al lado, en un lugar más grande, pero incluso así hay obras que tengo que terminar afuera.
Cuando la entrevista concluye, las palabras de Nadia quedan resonando: “Cuando el hombre se cree el centro, se vuelve peligroso”. Saberse parte de un sistema mucho más grande y más complejo que uno mismo, eso gritan las obras de Nadia Guthmann como antídoto ante la depredación de la que a veces somos capaces los humanos.
Izquierda: Endangered (2014). Derecha: Marginación patagónica (2011), ambas realizadas con la misma técnica.
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