Sophia - Despliega el Alma

16 junio, 2022 | Por

María Dueñas: “Tengo una vida sin grandes destellos”

La escritora española visitó nuestro país para presentar Sira, su nueva novela, secuela del éxito de El tiempo entre costuras, y tuvimos un rato a solas con ella para charlar sobre la vida, la escritura y la popularidad.


La escritora española recibió a Sophia para una charla íntima y distendida en la que habló de todo. Foto: Gentileza Planeta. 

Antes de convertirse en un suceso de ventas en las librerías y en una personalidad destacada de la literatura de habla hispana, María Dueñas tenía “una vida anterior”, como suele decir. Era filóloga, estaba casada, tenía dos hijos. Había pasado ya los cuarenta años y tenía un trabajo estable. Entonces, de pronto, tomó una decisión que lo cambiaría todo: convertirse en una escritora de tiempo completo. Quería animarse. ¿Por qué no? 

Así nació El tiempo entre costuras, su primer libro. Nunca imaginó que aquel intento acabaría convirtiéndose en un verdadero éxito editorial ni que luego, a través de la adaptación de la novela a un guión televisivo, también en una de las series más vistas de su país y más tarde de otras partes del mundo. Faltando apenas unas pocas horas para la presentación en nuestro país de Sira (Planeta) su nueva novela, secuela de ese primer trabajo, María recibe a Sophia para conversar sobre esa aventura que la trajo hasta aquí, en su sexta (o tal vez la séptima, según sus cálculos) visita a la Argentina. 

La charla transcurre durante una tarde de bruma y frío en el hotel Four Seasons. Sin embargo, para ella, que viene del verano europeo, el asunto del clima no es problema: “Nunca había visto Buenos Aires en invierno, así que fenomenal”, comparte. Se la ve a gusto, pero sin estridencias. De alguna manera, ella logra que lo excepcional, eso que reluce, parezca algo de lo más normal. Lo hace cada vez que habla de sus logros con sencillez. Como si las costuras de ese traje de escritora consagrada que lleva puesto, y tan bien le sienta, no fueran más que una serie de puntadas muy artesanales enhebradas en el sutil arte de saber diseñar el propio destino.  

—Cambiaste después de los cuarenta años. Es lindo pensar que todos podemos nacer a una nueva vida a cualquier edad…

Sí, a mis cuarenta y algunos empecé a escribir. Cuando saqué mi oposición (N. de la R.: Un concurso para convertirse en funcionaria de carrera) y conseguí mi plaza, fui a hacer una estancia como profesora visitante a una universidad de Estados Unidos. Fue allí cuando decidí que podía bajar un poquito el ritmo por primera vez y hacer algo distinto, si me apetecía. Pero pensé que iba a ser algo distinto, temporal, no que iba a sustituir una carrera por otra. Así es que empecé a escribir. Luego conseguí terminar el libro, y para sorpresa de todo el mundo empezó a ir muy bien, se me fue de las manos, y entonces tuve que decidir qué hacía con mi vida. Aguanté un año y vi que no podía llevar bien las dos cosas a la vez. Al final decidí que aquello no era vida, cerré esa puerta y abrí esta. 

—¿Por qué decidiste cerrar esa puerta y abrir la de la literatura?

Mira, me da muchísima libertad, que es lo que más disfruto, lo que más me gusta de todo. En la vida universitaria estás muy constreñida, eres la pieza de un engranaje muy, muy estructurado en el que no puedes fallar. Yo sabía de un año a otro qué clase iba a estar dando el miércoles dieciséis de enero. En cambio, ahora tengo una libertad enorme, puedo escribir de lo que quiera, cuando quiera, de la manera que quiera. El sistema editorial tiene sus normas, sus criterios, pero dentro de eso me puedo mover con una libertad absoluta. Y creo que eso es lo que más valoro de todo, saber que va a llegar el uno de enero y tengo todo el año por delante para organizarlo como yo quiera. Eso es una maravilla y me lo ha dado la escritura. Y luego muchas otras satisfacciones, por supuesto: las alegrías compartidas, que los libros vayan bien, los viajes, la gente. Pero sobre todo la libertad.

—Te convertiste en escritora en una época que algunos llaman la crisis de la mitad de la vida. ¿A vos se te dio de esa manera?

No, no, para nada. Ni me dio tiempo a plantearme la crisis (se ríe). A mí me llegó en el descanso de la mitad de la vida. El curso de oposición para la vida académica es muy pesado, porque son muchos años nutriendo el currículum. Tienes que ir demostrando delante de tribunales todo lo que has hecho, todo lo que sabes, todo lo que has trabajado y se hace tan pesado que no tienes tiempo para plantearte otra cosa. En aquella época, además, yo tenía a mis hijos adolescentes. Y lo que conseguí, en vez de una crisis, fue un respiro. Estaba encantada de haber llegado a ese momento y poder relajarme un poco.

—¿Cómo es, en estos tiempos de redes sociales, trabajar en textos amplios, profundos, donde uno se pierde, se demora? Hoy pareciera que no hay espacio para eso…

No, no hay (se ríe). Yo trato de estructurar el calendario, vengo del mundo académico, hago mucha planificación. Intento estructurar los tiempos, porque necesito meterme dentro de la novela a fondo. Admiro a otros escritores que viajan con su portátil y escriben un rato en un tren, un rato en un hotel y otro rato en un aeropuerto. No sé si sería capaz si me viera en la obligación, pero ni lo intento. Necesito estar con mi inmersión, sola, en mi estudio, en mi casa, tranquilamente. Y lo que hago es eso: abrir ventanas o huecos en el calendario y, si voy a tener mucha actividad social, me dejo esas semanas y luego ya me blindo para hacer el tipo de novelas que requieren eso, una dedicación honda.

—Decís que nunca soñaste con ser una escritora y entonces aparece la asociación con la palabra don, en el sentido de regalo, de gift. ¿Hay algo de eso? 

Sí, claro, absolutamente. Es un regalo de la vida, lo digo a cada momento. Es verdad que luego, a ver, es un trabajo, al final es una responsabilidad profesional, tiene unas exigencias y no puedes hacer todo lo que te apetece en cada momento. Hay días que dices: “¿Yo qué hago aquí?”. Pero en general sí, es un regalo. 

—¿Uno tiene que estar dispuesto a encontrarlo o ese regalo siempre te encuentra? Hay mucha gente a la que le gusta escribir, pero siempre hay un poco de miedo de animarse.

Reconozco que lo mío no fue tan valiente, que no fue un salto sin red. Cuando me fui de la universidad pedí una excedencia y, si no me iba bien, podría volver. No soy temeraria de “me lanzo a la aventura y sabe Dios lo que saldrá de aquí”. Yo creo que al final es, por lo menos en mi caso, buscar un equilibrio entre lo que quieres hacer y saber cuáles son tus capacidades, hasta dónde puedes llegar y cuánto te la vas a jugar por el camino. Muchos dicen: “¡Me encantaría ser escritora! Lo que pasa es que no se me ocurre nada”. O también: “¡Tengo una idea genial, genial, genial! A ver si tengo tiempo y me pongo”. Bueno, tampoco. Es ver las cosas con realismo. Suena poco poético, pero es tener claro dónde estás y qué puedes aportar, y cuánto estás dispuesto a jugarte en cada intento de proyecto ilusionante.

María Dueñas visitó la Argentina para presentar Sira, su nueva novela, secuela de El tiempo entre costuras. Foto: Gentileza Planeta. 

Destino Argentina

María Dueñas vive en Cartagena, una ciudad española ubicada a unos cuatrocientos kilómetros de Madrid, que no hay que confundir con la localidad colombiana donde vivió durante un tiempo el escritor Gabriel García Márquez. Un océano las separa, lo mismo que de nuestro país, un lugar con el que, a pesar de la distancia, asegura tener una conexión muy especial. Eso se aprecia en algunos de sus libros, donde aparecen referencias muy locales, como las de las emblemáticas Academias Pitman, la visita de Eva Perón a Francisco Franco durante la dictadura española y la Agencia Télam en Jerusalén. 

«Ser escritora es un regalo de la vida, lo digo a cada momento. Es verdad que luego, a ver, es un trabajo, al final es una responsabilidad profesional, tiene unas exigencias y no puedes hacer todo lo que te apetece en cada momento. Hay días que dices: “¿Yo qué hago aquí?”. Pero en general sí, es un regalo».

—En tus libros hay varios guiños para el público argentino…

Le tengo mucho cariño a la Argentina. Además, fue el primer lugar donde se publicó El tiempo entre costuras fuera de España, de ahí tengo un agradecimiento infinito con este país. Y luego creo que somos muy afines, es un país extranjero pero no me siento rara, para nada. Vine en un vuelo de Iberia en el que éramos cinco españoles y cuatrocientos argentinos y para nada tenía la sensación de ir entre extraños. Yo creo que es tanto lo que nos acerca y nos une… Todas las referencias culturales son muy cercanas. Porque el tango es argentino, pues, pero para nosotros también es medio español, porque estaba ahí con nosotros desde siempre. Y lo mismo puede pasar aquí cuando viene Joan Manuel Serrat.

—Sabemos que creciste en una familia de ocho hermanos. ¿Qué recuerdos te trae tu infancia?

Me trae memorias entrañables de un tipo de familia que ya casi no existe, pero que nosotros, con mis hermanos, perpetuamos; seguimos siendo muy cercanos todos. Ya no están mis padres y murió uno de mis hermanos, pero dos de ellos acaban de comprar casas de verano pegadas a la mía, apenas separadas por un murito que hasta estamos pensando en tirar. Somos la clásica familia española de los años 60, 70, que supongo se parece a tantas familias argentinas de entonces. De un tiempo en el que en España todavía estaba la dictadura de Franco, pero eran años más de coletazos, no de esa presión con la que sí crecieron generaciones anteriores, de la posguerra, de “de eso no se habla”, “eso no se dice”, “eso no se hace”. Nosotros ya fuimos más libres en ese sentido, sin presiones, por suerte. Yo tenía como diez años cuando llegó la democracia a España y ya era otro mundo. Y éramos una familia muy convencional en todo sentido, un hermano detrás de otro, de otro, de otro.

—¿Qué hacían tus padres?

Mi padre era economista y mi madre maestra de niños pequeños. Ella empezó a trabajar cuando yo tenía, que sé yo, siete años; cuando llenaron la casa de niños y pensaron que otro sueldo vendría muy bien. Además somos muy cercanos en el tiempo, ocho hijos en doce años, con lo cual esas cosas de viajar todos metidos en el mismo coche, apretados, de comprarnos la misma tela y hacernos mi madre la misma ropa a todos. Esos son los recuerdos de mi infancia: tiempos sin carencias materiales, pero tampoco de grandes lujos. España tampoco era un país donde, como ahora, a los niños haya que regalarles un viaje a Disney a los diez años o comprarles de todo. Nosotros dormíamos apiñados, casi, no existían esas tonterías (se ríe). Y es una experiencia muy buena que yo creo que me ha servido para toda la vida, el relativizar todo, el no tener un apego y poder prescindir de muchas cosas. El de poder valorar tener a alguien cerca siempre y ser una gran familia. Mis padres eran estupendos, súper generosos, se fueron haciendo a nuestros cambios, fueron creciendo un poco con nosotros. No eran esos padres inmóviles que marcaban su ley y había que cumplirla, iban a la par. A mi padre, que fue el último en morir, hace cuatro años, lo adoptamos: acabó siendo amigo de nuestros amigos y salía a cenar con nosotros, se convirtió en uno más. 

—¿Qué te pasó cuando fuiste mamá y tuviste que ir a trabajar? 

La culpa, maldita, siempre está ahí. Luego se pasa. Cuando tenía que salir de viaje estando en la universidad, porque iba a algún congreso, a cursos o a esas cosas, y los niños eran muy pequeños, primero les dejaba todo organizadito. También es verdad que la culpa desaparecía cuando me subía a un tren o a un avión o a un coche, ahí se me empezaba a olvidar. Cuando podía, se los dejaba un poco a mi madre, o a mi marido, a la chica, a quien fuera, y yo me quitaba un poco del medio, que es tan refrescante.

—Y sobrevivieron. 

¡Perfectamente!

—¿Qué te dirías a vos misma de ese entonces?

Que no me preocupe tanto. Tuve algunas épocas un poco obsesivas en las que les dejaba a los niños el planing de las comidas de la semana, la ropa ordenada por paquetito con el post it “lunes”, “martes, “miércoles”… Y cuando volvía habían hecho lo que les había dado la gana, nadie me había hecho ni caso, habían comido la carne del martes el jueves, en el medio se habían ido al Burguer King y la ropa, ¡pues se habían puesto cualquier cosa! Al final, decidí que “ojos que nos ven, corazón que no siente”, una teoría de lo más peregrina, pero de lo más real. Si tú no lo ves, no sufras. Ahora es peor, porque te mandan la foto por el móvil y te enteras de todo. Antes no te enterabas de nada, tú te ibas, y que sea lo que Dios quiera.

—Así como tus padres aprendieron de ustedes, ¿vos qué aprendiste de tus hijos?

Yo, de mis hijos, mucho. Con ellos tengo una relación buenísima, ya son grandes, trabajan, viven por su cuenta. Bárbara tiene 27, vive sola y trabaja en el sector audiovisual. Y Jaime tiene 24, vive con siete amigos en una especie de cueva y están ahí encantaos todos de la vida. A pesar de que se fueron de casa muy jóvenes a estudiar a Estados Unidos, tenemos una relación muy cercana. Estamos todo el día WhatsApp arriba, WhatsApp abajo; nos cuidan y nosotros los cuidamos. Hicimos el confinamiento todos juntos: me daba terror que se quedaran solos y aislados, y ya, los reclamé. Bárbara vino corriendo; a Jaime le costó un poco más, llegó con el último minuto. Fue muy entretenido, porque hacía muchísimo tiempo que solo estábamos juntos en las vacaciones, y pasar dos meses y pico en familia estuvo bien. Engordamos todos, pasábamos el día haciendo aperitivos.

María asegura que la une un estrecho lazo con el público argentino, que fue el primero en leer su primer libro fuera de España. 

—¿Te modificó en algo el confinamiento a la hora de escribir?

No, porque ya tenía la novela empezada y seguí. Sabe mal decir “me vino bien el confinamiento”, porque fue un horror, pero pude escribir de un tirón, dos meses seguidos, o tres. Escribir sin distracciones era para mí un lujo que no había conseguido antes. Y además me vino muy bien también, porque era un mundo alternativo, que me sacaba de estar todo el día con noticias espantosas, tenía como un refugio. Cuando me metía en mi ficción, no había pandemia: estábamos la historia y yo. 

—¿Qué es para vos un libro tuyo?

A mí me gusta conceptualizarlo como un proyecto dentro de mi vida. Es un libro, pero para escribir este libro ha intervenido gente que yo no conocía, he hecho unos amigos, he viajado, he conocido cosas que desconocía, entonces como un proyecto de vida queda unos tres años, lo cierro y ya viene otro distinto.

—¿Es más asible abordar un libro de esa manera?

Una periodista me dijo: “Tú escribes antes de escribir”. Sí, suena un poco absurdo, pero yo empiezo a escribir un libro mentalmente, con notas, con documentación. Hago mapas a mano, listas, y ahí estoy como tres o cuatro meses pensando, decidiendo, viajando, hablando con gente, a veces hay cosas que desconoces. En La templanza hablaba del vino, del jerez, entonces tuve que hablar con bodegueros, y tal.

—Hacés mucho trabajo de investigación.

Sí, hago mucho trabajo de investigación que a mí me encanta, lo disfruto muchísimo. A veces me preguntan si tengo un equipo que me ayude, ¡pero cómo me voy a perder ese privilegio! Es lo mejor de todo. Entonces luego ya llegó un día que escribo capítulo uno y empiezo a escribir, pero antes, en mi mente, ya tengo la novela más o menos compuesta. 

—En Sira, por ejemplo, hay detalles de cruces de calles de Jerusalén, con nombres. ¿Son reales?

Todo lo cuento es real. Utilizo mucha documentación de planos, fotos, memorias de gente que vivió allí, prensa de la época, y todo lo que yo pueda mencionar de Jerusalén, Londres, Madrid, nombres de restaurantes, de tiendas, de instituciones, todo eso es real, lo he sacado de algún sitio. Qué comió Evita en el banquete del hotel Ritz el 21 de junio del año 1947. Todo está documentado, no me lo invento. Quiero tener ahí unos puntales muy claros, y luego muevo yo a mis personajes. 

“Lo que más valoro de la escritura es la libertad”, asegura la escritora, que comenzó a escribir en la segunda mitad de su vida. Foto: Facebook. 

—Recién hablabas de tu infancia y del desapego. ¿Cómo te impactó el éxito económico que llegó con el éxito de ventas del libro?  

Lo recibo con muchísima alegría, es un gusto, me puedo permitir caprichos que antes no, me ha venido muy bien para cosas muy cómodas y operativas. Vivo entre Madrid y Cartagena y tengo una casa en cada sitio, y puedo viajar y comprar lo que quiera dentro de un orden. Dicho lo cual, no he alterado para nada radicalmente mi forma de vivir. En mi casa comemos lo mismo de antes, quizás nos concedemos algún capricho más, pero tampoco hemos pasado de huevos revueltos a todos los días solomillo. Y yo he intentado además que mis hijos lo vean así, no hacer despiporres grandes ni tener caprichos absurdos o lujos innecesarios solamente porque tengo el dinero. Recuerdo que una vez fuimos de viaje y mi hijo Jaime, que tenía 12 o 13 años, dijo: “¿Siempre vamos a ir en business?“, a lo que respondí: “¡No! Una y no más. Pa´que lo estrenes y lo veas. Ahora, te vas a ir de turista toda la vida, que es donde tienes que ir, donde te corresponde”. Vale, ¿que cada vez que mi hijo viaje le podría comprar un billete en business? Pues a lo mejor. ¿Que se lo voy a comprar? No, por supuesto que no. Mi padre siempre me daba un consejo, simplísimo pero súper sabio: “Ten la cabeza fría y los pies en el suelo”. Hay que tener un poco de raciocinio y de sentido común. 

—Cuando mirás el camino recorrido, ¿qué cosas no cambiarías por nada del mundo? 

Fue un camino muy orgánico. Es verdad que quizás porque no me pilló con 20 años, lo haces de manera distinta. Pero ya con una edad y con una vida construida, he ido con paso relativamente cauto, no acelerada y precipitada. Yo escribo con relativo espacio, publico un libro cada tres años, más o menos. Creo que he llevado un buen ritmo de producción, pero a la vez me ha permitido llevar una vida muy normal, no he dejado que el personaje se coma a la persona. Por encima de todo, yo sigo siendo la de siempre. 

—¿Y cómo es tu vida de siempre?

Es una vida muy normal, también. No hago grandes cosas, no hago grandes excentricidades. Cuando estoy escribiendo salgo a caminar por las mañanas, escribo, estoy en casa, estoy mucho con amigos. Mis grandes lujos tampoco son tan grandes. Qué sé yo: algún viaje, una cena agradable, un buen jamón o un vino rico. Pero no mucho más. Muchas veces me apetece más una cosa pequeña a que me inviten a un gran estreno de algo, o a un premio de algo. ¡Qué rollo! Yo me quedaría en casa mirando una película en Netflix tan a gusto. Es una vida sin grandes destellos.

Además de ser un libro y una serie, la exitosa historia de El tiempo entre costuras también se convirtió en un musical. Foto: Facebook. 

«Cuando estoy escribiendo salgo a caminar por las mañanas, escribo, estoy en casa, estoy mucho con amigos. Mis grandes lujos tampoco son tan grandes. Qué sé yo: algún viaje, una cena agradable, un buen jamón o un vino rico. Pero no mucho más».

—Pero con grandes conquistas, como lo que logra Sira. Cosas que antes las mujeres no podían. ¿Cómo ves el camino que hemos hecho las mujeres?

—Yo lo veo muy bien. Hemos dado tales pasos adelante, que las chicas que ahora tienen veintitantos van pisando fuerte. Pero todavía nos quedan algunas cosas de fondo, otras conquistas, porque cada vez que oigo a las chicas decir “¡Me lo ha pedido!” y “¿El anillo pa´cuándo?”, me pongo de los nervios. ¿Qué te tiene que pedir qué, quién, a tí? Falta por cambiar unas cuantas cosas, pero creo que estamos en la buena senda. 

—A veces estamos un poco aguerridas, también…

Y hay que contener un poquito los desparrames exagerados, los feminismos super radicalizados contra el hombre. Pero vamos bien y todo lo que ha sucedido en los últimos años, como el movimiento Mee too, y todo eso, ha sido un empujón bestial y ha puesto muchas cosas en su sitio. Hay que seguir con la guardia en alto, no podemos despistarnos.

—¿Por qué pensás que tus libros llegan tanto a las mujeres?

Porque muchos de ellos tienen personajes femeninos como protagonistas o grandes personajes alrededor. Nuestra sensibilidad femenina está ahí, patente. Y eso quizás hace que ellas lleguen con más cercanía, aunque tengo muchísimo interés en que me lean los hombres. No siempre lo consigo, porque todavía hay mucho prejuicio, hay mucho varón que te llega y dice: ¿Y esta mujer, con nombre de mujer, con esta señorita aquí?” (dice señalando su firma en la tapa de Sira, ilustrado por una figura femenina). “Para mujeres, pum, no me interesa”. Radical. Espero que poco a poco eso se vaya superando. 

—¿Tenés alguna técnica para fomentar tu creatividad y la escritura?

No, además a veces las ideas surgen en los sitios más insospechados, leyendo el periodico, oyendo hablar a alguien, una historia que te cuentan, “esto lo voy a agarrar y lo voy a meter en mi novela”. No voy conscientemente a buscar, lo único que intento es tener las antenas puestas e ir captando lo que se mueve a mi alrededor que me pueda interesar. 

—¿Y libertad para fantasear?

Eso me lo doy siempre, no tengo problema.

—Hace un rato hablabas de una ética relacionada con el consumo. ¿Cuál es tu guía de vida?

Mi guía básica es que seamos personas razonables, entendiendo por razonable el sentido más estricto de la palabra: que seamos buena gente sin intentar más de lo que nosotros consideramos que queremos para nosotros mismos. Que seamos empáticos, solidarios y realistas, en la medida de lo posible. No digo que soy un beso suelto, yo tengo unos principios y unos valores muy claros, heredados de mi familia, seguramente, y luego hechos por mí misma a lo largo de la vida, pero son muy elementales también: intenta ser una buena persona, intenta ayudar a quien puedas, intenta hacer el menor mal posible, y con esos mimbres tan básicos y tan elementales, funcionar por el mundo y tener la cintura necesaria para irte adaptando a lo que la vida te pone por delante y cruzar así los dedos para que la suerte acompañe.

—Justo leímos una cita tuya en un diario argentino que decía: “El amor no es el motor”.

—¡Ah sí! Pero yo decía eso referido a mi personaje, no era una bandera para ir por la vida. Me preguntaron “¿Sira se enamora?”. Y dije que sí, que hace cosas por amor, pero también otras que son por responsabilidad o por lo que sea, y que el amor de pareja está ahí, pero no es lo único. En la vida hay muchas formas de amor e intento reflejarlos en la novela.

Sus libros son un suceso de ventas, algo que jamás imaginó. Pero eso no le impide tener los pies sobre la tierra. Fotos: Facebook. 

Por Carolina Cattaneo y María Eugenia Sidoti

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