Sophia - Despliega el Alma

28 octubre, 2020 | Por

Lucas Soares: Extraer sabiduría de las propias tragedias

El poeta y filósofo argentino nos asoma a la inminencia de esas pequeñas revelaciones que aparecen al resguardo de una tormenta, mientras habla de confiar en la propia voz, del arte como un mar abierto, de la ausencia de certezas, de la no erudición para comprender...


Por María Evangelina Vázquez

Termina la semana. Del cielo caen pequeñas gotas. La cita es en el café de un shopping al aire libre. Llego, como suelo hacer, unos minutos antes y espero. Me refugio debajo de un techito. Arrimo dos sillas. Llega Lucas Soares y acercamos entre los dos una mesa. Luego nos dicen que bajo ese techo no nos podemos sentar y nos mudamos a otro lugar donde hay una vitrina que exhibe pingüinos dorados.

Estaré toda la entrevista haciendo fuerza con mi mente para que no se desate la tormenta.

Hace tiempo que no lo veo, desde que era alumna suya en las clases de arte y filosofía del Centro Cultural Rojas. Luego nos cruzamos en algunos eventos literarios. Trae una camisa escocesa y sobre ella una campera finita, negra. También un barbijo negro. Me pregunto si no tendrá frío. Pide un scon y yo recuerdo los que hacía mi abuela. Ella los preparaba cuando iba con mis padres a tomar el té a su casa y los dejaba envueltos con un repasador para que no se enfriaran.

Lucas Soares es investigador del CONICET, profesor de Historia de la filosofía antigua en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y docente de Arte y filosofía e Introducción a la filosofía en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la UBA. Dirige La revuelta filosófica (Galerna), una colección de divulgación académica sobre grandes filósofos de la tradición que, en su momento, iban a contracorriente. Entre ellos se encuentran Eriúgena, Nietzsche, Kierkegaard y Wittgenstein (el libro más reciente).

En La médium, su último libro de poesía editado por Mansalva, Lucas realiza un ritual con su escritura: más que de evocación se trata de una invocación. Con su fuerza magnética imanta los pedazos de ese baúl de los recuerdos que es su memoria personal. Los fragmentos de cuerpos desmembrados se reconectan en nuevas formas y generan un gran cuerpo en movimiento. Pero requieren de la energía eléctrica para animarse. Quizás sea el alma del lector la que le brinde el espíritu a estos textos para que salgan de su tumba de papel y habiten el mundo. Pensar al escritor como médium y al lector como médium. Si ambos invocan los mismos espíritus, habrá un punto de encuentro posible, en una orilla, como la estela de la espuma del mar sobre la arena.

Esa estela de burbujas —colapsadas, disueltas— es la misma que nos baña cuando abrimos un libro del poeta.

“La médium muestra la visión de un chico que empieza a ver no tanto el derrumbe de su padre por el alcoholismo, sino más bien un derrumbamiento que tiene que ver con sus bloqueos de escritura, con la crisis que experimenta un escritor cuando no puede escribir –que es algo terrible–, como la que quizá sufre un pintor cuando no puede pintar. En este libro, a diferencia de mi primer libro El río ebrio (Paradiso), la apelación al alcoholismo es un coletazo de ese estar bloqueado; de ese no poder respirar en términos literarios. Porque para un escritor no poder escribir por mucho tiempo es un poco no poder respirar. Entonces el narrador, como niño y pre-adolescente, capta la crisis que ese bloqueo supone para el padre. Empieza a darse cuenta de que en parte esa dejadez, ese descenso en el alcoholismo en sentido fuerte, tiene que ver con ese bloqueo de escritura. Los textos son como fotos de ese derrumbe que el narrador empieza a rondar con las pocas palabras y herramientas que tiene un chico de 10, 11 años; de ahí también la brevedad. Yo traté de hablar sobre eso posicionándome en el lenguaje de esa edad«, describe.

Cuenta que alguna gente que leyó el libro le dice «Me quedé con ganas de más» y que eso, lejos de inquietarlo, le gusta. «Cuando escribo solo me interesa dar apenas un poco. Heidegger dice algo que me encanta respecto de la poesía: que es el apenas permitido revelar el misterio. Me gusta que el lector pueda armarse una película sobre la base de muy pocos elementos. Por eso mis libros son muy breves; siento que con eso basta”.

–¿Pensás que podemos extraer sabiduría de las propias tragedias?

Sí, siento que tirando del hilo de la escritura acerca de mi novela familiar, por ejemplo en el El río ebrio, Mudanza, Roña y La médium, extraigo cierto conocimiento respecto de mí mismo; un conocimiento que, por supuesto, me interesa solo en términos literarios. Un conocimiento que me permite volver a vincularme con episodios más o menos dolorosos, desde una simbolización literaria que en buena medida los despersonaliza. Quiero decir: no se trata de la poesía como catarsis, idea que nunca me interesó. A todos se nos murió o se nos morirá un padre, una madre; todos tenemos desamores… Para mí la poesía no es diván, tampoco tirar postas existenciales: es un trabajo de orfebrería con y sobre el lenguaje a partir de un núcleo de experiencia, donde se trata de que gracias a ese trabajo lingüístico se genere otra cosa, una nueva experiencia enriquecida por el lenguaje. Para que justamente el poema no se reduzca a ser un mero registro catártico de la vivencia “sufro de amor por equis”, “ha muerto mi madre”, etc., el poema lagrimita del que hablaba Lamborghini. La escritura como mero descargo vivencial es un recurso más propio de las redes sociales que de una obra literaria.

«Con Lole y Hugata poníamos las sillas en una larga fila que iba desde el cuarto hasta el living, y las cubríamos con sábanas. Decíamos que eran nuestras grutas mentales. Cuando la abuela Irma volvía a casa y nos veía escondidos bajo las sábanas, preguntaba de manera cómplice: “¿dónde están los chicos?”. Otra vez, envolvimos las sillas con papel de diario, imitando a personas sentadas con la cabeza y el cuerpo rígidos. A ellas les decíamos todo lo que no nos animábamos a decirles a las personas que no eran de papel y silla». (Fragmento de La médium)

*

Retomando algunas ideas de sus clases de arte y filosofía, a las que asistí, terminamos hablando sobre “Par de botas”, la obra de Vincent Van Gogh analizada por Heidegger: “El cuadro de Van Gogh termina estando en función de una forma de leer el arte que es la Heidegger, o sea, en función de la idea de que en la obra de arte acontece la verdad como enigma, porque eso es la verdad para él. Ese es su proyecto poético de la verdad. Heidegger tiene una manera muy particular de “heideggerizar” los objetos (o autores) artísticos de los que se ocupa: Hölderlin, Rilke, Celan, Van Gogh, etc. Arma su canon de poetas y pintores, y les termina proyectando su decir inicial del ser como desocultamiento”.

–Esto que vos descubriste en las palabras de Christian Boltanski sobre el artista con un espejo en lugar de cara.

Tal cual, porque de alguna manera Van Gogh es el espejo en el que Heidegger se ve a sí mismo, o en el que encuentra su manera de leer la obra de arte. Desde la tradición nietzscheana, heideggeriana y gran parte de la filosofía francesa contemporánea que abreva en ella, el arte es ese mar abierto, ese horizonte despejado de fundamentos. El arte es justamente ese espacio de plasmación de la ausencia de fundamento, porque en él no late una voluntad conclusiva. Quiero decir: un buen poema, una buena fotografía, una buena pintura te instalan en un conflicto, una escena insegura, en algo desgajado, algo que no sabés de dónde viene ni hacia dónde va, porque solo leés o ves escorzos de una escena. Y todo es una suposición sin fundamento,  y es ahí cuando empieza la creación y recreación. Por eso no me gusta cuando el o la poeta, a través de sus textos, se muestra muy seguro de sí; o cuando exhibe mucho control sobre los elementos o sobre su tablero de juego. Me gusta cuando todo es movedizo, inseguro; cuando el poema es una especie de arena movediza. Esa es la idea: un poema como arena movediza, en el que te metés y nunca tocás fondo. Porque ¿qué es, en la arena movediza, el fundamento? Es estar cayendo constantemente.

«El arte es ese espacio de plasmación de la ausencia de fundamento, porque en él no late una voluntad conclusiva. Un buen poema, una buena fotografía, una buena pintura te instalan en un conflicto, una escena insegura, en algo desgajado, algo que no sabés de dónde viene ni hacia dónde va, porque solo leés o ves escorzos de una escena. Y en esa suposición sin fundamento es cuando empieza la creación y recreación».

De más joven Lucas era un lector compulsivo de poesía y eso de alguna manera –piensa hoy– le impedía encontrar su propia voz. “Me pasaba como a Funes en el cuento de Borges. Funes no puede pensar porque lo recuerda todo y para pensar hay que poder olvidar. Me volví un lector compulsivo de poesía, pero esas lecturas desenfrenadas de clásicos y contemporáneos no dejaba resquicios para que surgiera una escritura que yo sintiera como mía, mala o buena, pero mía. Esa lectura compulsiva en parte me contaminaba y me hacía escribir como tal o cual poeta. Me pasaba lo que dice Heráclito en un fragmento: ‘La erudición no enseña a comprender’”.

Dice que, por supuesto, son varias las voces que operan cuando uno escribe. «Claramente están también las voces de las influencias; pero en esa marea  revuelta de voces que hablan en uno, hay un momento en el que podemos sentir y decir: ‘estas palabras, combinadas de esta manera y no de otra, son mías’. Cuando comencé a escribir, a los 15, yo no confiaba en mis combinatorias de palabras. Y te diría que eso duró hasta los 30. Buscaba obsesivamente sinónimos de cada palabra, y no me terminaba jugando por ninguna. Lo peor de todo era que después de ese largo rodeo obsesivo siempre me convencía más la primera combinatoria. Creo que un poeta se hace poeta cuando confía en la forma en que sus palabras se combinan”.

Apago el grabador y le pongo la traba para que no se apriete ningún botón cuando lo guardo en mi cartera. No se ha largado la tormenta. Nos levantamos y nos despedimos. El guardia de seguridad le dice a él: “Señor, el barbijo” y nos cubrimos rápidamente las bocas. Intercambiamos unas palabras más, pero es difícil escucharlas a través de la tela.

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