Sophia - Despliega el Alma

27 septiembre, 2021 | Por

Javier Melloni: “No estamos ante el fin del mundo, sino ante el fin de un mundo”

Una charla con el sacerdote jesuita, teólogo, antropólogo y escritor Javier Melloni para conocer su profunda mirada sobre la espiritualidad y la vida en este tiempo tan especial para la humanidad.


El  jesuita y estudioso de los Ejercicios Espirituales Javier Melloni en plena meditación.

Por Virginia Bonard

Lo que cuesta vale, dice el saber popular. Descubrimiento, búsqueda, espera, encuentro, diálogo. Hermosa experiencia hacer puente con Javier Melloni. Sus perspectivas existenciales nos sorprenden con superaciones e inspiran para el camino de la vida. Es sacerdote jesuita, teólogo, antropólogo y escritor, miembro de Cristianismo y Justicia. Nació en Barcelona, en 1962, y actualmente vive en la cueva de San Ignacio en Manresa, Cataluña, España. Entre sus intereses más significativos aparecen el diálogo interreligioso y la mística comparada. No fue difícil llegar hondo junto a Melloni: hablamos de pandemia y aprendizajes, de alteridad e identidad, de infinito y mística; distinguiendo entre lo individual y lo personal; entre “los de afuera” y “los de adentro” de la fe. Y también hablamos de mucho más.

–Durante la pandemia nuestro mundo nos contó, con cruel contundencia, que compartimos destino como humanidad. ¿Cómo afrontó esta situación y qué sentimientos y emociones se dispararon con el trascurrir de los meses?

–He vivido la pandemia como una prueba iniciática personal y colectiva. Personal, porque he sido confrontado a mis propios miedos. Sobre todo, el de sentirme acorralado y falto de libertad de movimientos. Y como prueba colectiva, porque jamás se había dado en todo el planeta el que hayamos compartido una detención como la que hemos vivido, sobre todo durante los primeros meses. Las ciudades se convirtieron en santuarios. ¿Hasta qué punto hemos aprovechado esta oportunidad? Todavía es pronto para decirlo, pero si bien conseguimos adaptarnos a aquellas circunstancias, me temo que no hemos llegado a transformarnos.

Javier Melloni (Barcelona, 1962) es antropólogo, teólogo y fenomenólogo de la religión. Varias inmersiones en la India le permitieron poner en contacto elementos de la mística hindú con la cristiana. Jesuita y estudioso de los Ejercicios Espirituales, tiene al mismo tiempo un amplio conocimiento de los textos de las diversas religiones. En su tarea como acompañante espiritual integra elementos de diversas tradiciones. Es miembro de Cristianismo y Justicia y profesor en la Facultad de Teología de Catalunya y en el Instituto de Teología Fundamental de Sant Cugat.

–Hablemos de diálogo interreligioso. ¿Se puede lograr esa convivencia? ¿Nuestro mundo está apto para esa paz que se anhela al fomentar el diálogo entre distintos? ¿Qué implica ese diálogo? 

–Los seres humanos hemos de poder integrar dos polos irrenunciables y difíciles de conciliar: la identidad y la alteridad. El signo de la madurez humana, tanto psicológica como espiritual, es descubrir que nuestra identidad no está contrapuesta a la alteridad, sino que se siente enriquecida precisamente por la diferencia. El diálogo, en todos los niveles, es la alternativa a los monólogos. El gran reto es ir hacia el otro alterizándonos, en lugar de alternarnos. La alteración es una reacción de amenaza ante la existencia del otro como diferente, mientras que la alterización es la fecundidad del encuentro que nos hace crecer sin dejar de ser nosotros. Esto atañe a todos los órdenes y a todos los ámbitos de nuestras relaciones.

–La RAE implica a la mística con términos como «Dios», “espiritual”, “experiencia divina”, “misterio”, “contemplación”. Se lo define como un experto en mística comparada, ¿quisiera contarnos de qué se trata?

–El Infinito está ante nosotros, pero no lo vemos ni percibimos porque nuestro punto de partida es finito. Las experiencias místicas son perforaciones en esa Inmensidad que cada religión comprende y codifica a su modo. Frente a la tentación de las religiones de absolutizar su interpretación del Absoluto, recurrir a las experiencias  y a personas místicas nos permite ponernos en contacto con la Fuente, con el Origen del que brotan todas las religiones. Es decir, a través de la mística podemos acercar a las religiones entre ellas y les ayudamos a superar o a soltar su pretensión de absoluto. Por ello las experiencias y personas místicas son incómodas en todas las religiones.

El teólogo y jesuita ítalo catalán Javier Melloni vive retirado, aunque brinda conferencias y escribe.

–La espiritualidad “venga de donde venga, nazca donde nazca”, ¿sería un buen puntapié para iniciar una profundización en lo que significa para el hombre del siglo XXI?

–La apertura es la condición de posibilidad para acoger sin prejuicios la irrupción de sed por lo espiritual que se está dando en una civilización que está llegando al límite de sí misma. Ahora bien, superar el prejuicio no nos exime del discernimiento, porque todo inicio y todo camino tiene que ser continuamente escrutado para confirmar si lleva a la cima o al abismo.

–¿Qué es “sophia” en nuestro tiempo para usted?

–Sophía es la conjunción de belleza, bondad y verdad que está en la latencia de cada situación y de cada persona. Pero la sabiduría no consiste solo en constatarla, sino en desplegarla, comunicarla, contagiarla.

–¿Dónde colocamos la aspiración a ser felices? ¿La felicidad llega o la construimos? ¿Es individual o comunitaria?

–La aspiración a la felicidad es innata no solo a los humanos, sino a todos los seres porque estamos llamados a participar de la plenitud del Ser de cuya plenitud brotamos. Esa felicidad, como también nuestra existencia, son don y tarea a la vez, y así como es personal y comunitaria simultáneamente. No es lo mismo “individual” que “personal”. Lo “individual” es una distorsión y enfermedad  de nuestra civilización, pensando que podemos ser sin los demás o al margen de los demás. Lo “personal”, en cambio, es algo nos atañe a cada uno y a cada una en nuestra más íntima irrepetibilidad, pero sin separarnos a los demás, al contrario: cuanto más personal es la experiencia, más relacional y comunitaria es al mismo tiempo, porque no existimos sin los demás. Los seres verdaderamente solitarios son solidarios; y los verdaderamente solidarios, son solitarios, porque su ser más hondo no se confunde con los demás, sino que lo van descubriendo en la misma medida que lo descubren a los demás.

«Sophía es la conjunción de belleza, bondad y verdad que está en la latencia de cada situación y de cada persona. Pero la sabiduría no consiste solo en constatarla, sino en desplegarla, comunicarla, contagiarla».

–Desde sus propias experiencias, ¿qué cosas, momentos, gestos, personas señala como luminosos? ¿Cuáles son esas “pequeñas cosas” que encienden la vida con luz nueva y nos brindan destellos de plenitud?

–Lo que más me cautiva de las personas –o de una situación- es su destello de inocencia. Entiendo por inocencia ser sin doblez, la transparencia de la mirada, de la palabra, del acto o del gesto que brota limpio, puro, generoso del manantial de esa persona sin que ella sea consciente de ello.

–Hace poco se definió como un “proyecto de ser humano”. En ese rango estaríamos todos, si entendemos como Dios a lo perfecto, lo completamente realizado. ¿Estamos en camino hacia ese Dios? ¿O, usando sus propias palabras, “nuestras identidades blindadas” obstruyen esa opción? ¿Tiene influencia algo de lo “líquido” de nuestras sociedades y relaciones a lo que refiere Zygmunt Bauman?

–El ser humano tiende connaturalmente a Dios tal como una planta busca la luz del sol. Pero lo bello e increíblemente asombroso y misterioso de eso es que Dios también tiende hacia nosotros. Somos inseparables. Dios se hace en nosotros tanto como nosotros nos hacemos en Dios. Este hacernos mutuo es esa “liquidez”, esa fluidez del Espíritu tomando forma en nosotros. Todo está en movimiento, todo está en proceso. No estamos ante el fin del mundo, sino ante el fin de un mundo. Aquellos que conocieron la solidez de este mundo que acaba se angustian ante esta liquidez, pero aquellos que miran hacia el mundo que comienza, se bañan y se entregan a esta fluidez. Tal vez habría que matizar o indagar más en la distinción entre una “liquidez” disolvente y destructiva, y una “fluidez” portadora de nuevas formas de vida. Creo que nos falta todavía perspectiva para distinguirlas sin marcarlas con nuestros prejuicios.

–¿Dónde quedan los ateos en sus formulaciones? ¿Hay un patio posible para los gentiles? ¿Se trata solo de proyectos de patios o de patios reales?

–La palabra “ateo” es poco clarificadora. Mucha gente es atea de una determinada imagen o idea de Dios, de un Dios demasiado antropomórfico que nos infantiliza. De esa imagen de Dios yo también soy ateo. Cito con frecuencia una frase de Rilke: “A pesar nuestro, Dios madura”. Entiendo el ateísmo como una fase de maduración de la fe, para ir hacia un Dios mayor que todas las imágenes o ideas que podamos tener de él. Se trata de descubrir a un Dios más íntimo, porque Dios no solo está más allá de todo sino que está más acá de todo.  No creo que haya unos dentro del templo y otros fuera, sino que todos estamos dentro de este único Templo que es la realidad completa. Es más, los que se creen estar dentro tal vez son los que en verdad están fuera, y los que creen que están fuera en verdad están dentro. Las categorías fuera y dentro son muy insuficientes y son relativas a la perspectiva de quien las determina.

Algunos de los títulos publicados por Melloni, donde ahonda en la espiritualidad y el misterio de la vida. 

–En el camino de la vida, muchas veces nos enojamos con Dios, no encontramos explicaciones a los dolores, los abandonos, las injusticias del mundo, la misma muerte. ¿Cómo transita usted estos “desiertos” y qué le parece oportuno compartir con quienes atraviesan esas angustias?

–Nuestras imágenes de Dios todavía son muy inmaduras. Enojarse con Dios o esperar que nos salve es no creer todavía en lo que somos. Todavía nos asusta creer que somos Él bajo la forma de nosotros. Él no nos puede substituir porque para eso nos ha creado: para que seamos Él siendo nosotros. Creándonos nos ha hecho co-creadores. No se trata de que nos saque del desierto ni del dolor, sino de que convirtamos el desierto en vergel y el dolor en camino.

–Usted resalta la importancia de la escucha: escucharnos entre las personas, desde el corazón. ¿Cómo sería eso, individual, comunitario?

–Se trata de escucharlo todo de forma sagrada, y esto atañe a todos los órdenes de la vida: personal, comunitario, social, ecológico, religioso, artístico, científico, etc. La vida entera es escucha porque vivimos en una continua interacción entre lo exterior y lo interior. Escuchar es abrirse al exterior desde el interior para que la respuesta que demos sea la más adecuada para cada situación. Ello atañe tanto al tiempo de oración o meditación como a las relaciones interpersonales (con la pareja, con los hijos, con las amistades, intergeneracionales, etc.) como a las relaciones sociales (políticas, económicas, etc.).  Escuchar es dejarse fecundar por la realidad para que nuestra respuesta la fecunde a su vez. Se trata de una continua interrelación e interacción.

–¿Es posible actualizar el mensaje de los fundadores, por ejemplo, el de san Ignacio de Loyola? Usted vive en Manresa, el sitio de la gran transformación-conversión del santo fundador de la Compañía de Jesús.  ¿Puede imaginarlo transpolado a nuestro tiempo, dialogando con él sobre las luces, las sombras y la evolución humana en nuestro tiempo actual?

–Imagino a San Ignacio caminando en el peregrinaje que hemos de hacer hoy, no el que hizo él hace quinientos años. Confucio tiene una sentencia muy sabia que dice: “Es sabio aquel, aquella, que recorriendo el camino de los antiguos aprende a hacer el nuevo camino”. Tal es el reto: caminar hacia los santuarios del futuro, no del pasado. El peregrinaje de San Ignacio le llevó a Roma. Hoy nos lleva a otros lugares. El centro del mundo no está en la Plaza de San Pedro sino que todos los lugares son el centro del mundo. Lo importante es no dejar de ser peregrinos. El peregrino no es un nómada sino que es alguien que se encamina a un lugar sagrado. Hoy se nos da una mirada que nos permite reconocer todos los rincones del mundo como sagrados. Pero para que pueda darse este reconocimiento, hemos de caminar de forma sagrada, es decir, reverenciando cada lugar que pisamos para no dañarlo. Este modo de caminar de forma sagrada es otra forma de habla de la escucha sagrada que decía antes. En lenguaje ignaciano, se trata del discernimiento. Todo está abierto y a la vez, todo ha de realizarse de forma lo más concreta y precisa posible para que pueda llevarse a cabo, para que pueda historizarse, para que pueda transformar el mundo.

–Hablando de actualizar, ¿dónde visualiza a los jóvenes cuando nos detenemos a reflexionar sobre Dios, fe y religiones?

–Los jóvenes necesitan tiempo para sedimentar lo que están viviendo. Hay un tiempo para cada cosa. Cuando se es joven hay que partir, explorar, transgredir incluso. De todas esas experiencias harán una síntesis más adelante. La juventud no es el tiempo de la síntesis, sino de la expansión y de la exploración. La síntesis la harán luego. Hay que confiar en ellos porque a través de ellos se expresa la Vida, la indomesticable y siempre sorprendente Vida que nos vive. No hay nada ni nadie que no proceda de Dios ni retorne a Dios. Cuantos más recodos en el camino, más rica es la experiencia. Cuanta más experiencia, más aprendizaje; cuanto más aprendizaje, más conciencia. No hay prisa alguna. Esto empezó hace 15.000 millones de años. ¿Por qué y para qué precipitarnos? Apenas estamos empezando a ser como especie humana.

«He vivido la pandemia como una prueba iniciática personal y colectiva. Personal, porque he sido confrontado a mis propios miedos. Sobre todo, el de sentirme acorralado y falto de libertad de movimientos. Y como prueba colectiva, porque jamás se había dado en todo el planeta el que hayamos compartido una detención como la que hemos vivido, sobre todo durante los primeros meses. Las ciudades se convirtieron en santuarios. ¿Hasta qué punto hemos aprovechado esta oportunidad? Todavía es pronto para decirlo, pero si bien conseguimos adaptarnos a aquellas circunstancias, me temo que no hemos llegado a transformarnos».

–Iglesia y clericalismo. ¿Cómo le suena ese dueto?

–Desgraciadamente están muy vinculados, pero no debería ser así. Para mí “Iglesia” significa comunidad universal en el tiempo y en el espacio. El clericalismo es la usurpación del espacio comunitario por parte de la jerarquía. Pero depende de cada cual someterse a ella o no. Ya estamos en mayoría de edad y cada cual debe ser maduro para saber lo que escucha, que es lo que significa obediencia (“ob audire”) y ser libre sin tener por qué romper con la comunidad.

–Usted está vinculado al periodismo religioso, tienen allí buen eco su voz y opiniones. ¿Cuál es su relación con la exposición pública de sus ideas, su vida, las ideas y vidas de otros? Y de las redes sociales: ¿tiene una opinión formada sobre ellas? Lo que en la virtualidad sucede, ¿es real?

–Me sorprende eso de que esté vinculado al periodismo religioso. Nunca lo habría pensado o expresado así. Pero es cierto que cada vez estoy más expuesto a ciertos medios de comunicación públicos. La pandemia ha supuesto para mí una conversión a los encuentros o eventos virtuales. He descubierto que en un encuentro virtual puede haber más calidad de presencia que en un encuentro físicamente presencializado. Que estemos presentes o ausentes no depende de nuestra presencialidad física, sino de la calidad de nuestra apertura, de nuestra atención, de nuestra entrega.

–¿Qué es “Cristianismo y Justicia”?

–Es una institución fundada por los jesuitas en Barcelona hace más de cuarenta años para analizar el mundo desde esa clave integradora que conlleva la “y”. Lo fácil son las “o”, las oposiciones, las incompatibilidades, las descalificaciones. Lo difícil son las integraciones. Vale la pena el esfuerzo. La fecundidad que se consigue cuando se mira con una perspectiva de cielo y tierra, de “Ya sí” pero “todavía no”, de anuncio y de denuncia, dan una mirada crítica y esperanzada a la vez. Hemos de ser capaces de rehuir los tópicos y abrazar las paradojas.

 

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