Sophia - Despliega el Alma

11 mayo, 2022 | Por

Florencia Luce: “Para mí Dios está en el mundo real”

Por estos días puede encontrarse en librerías El canto de las horas, un libro que esconde un mundo particularísimo: la autora escribió su novela a partir del recuerdo de los doce años que vivió en un monasterio contemplativo. Hoy está casada, tiene una hija y desde Morristown, Nueva Jersey, habló sobre ese recorrido con Sophia.


Por Agustina Rabaini. Fotos: Gentileza Florencia Luce y Libros del Zorzal.

“Era realmente una niña cuando decidí entrar al monasterio”, comienza diciendo Florencia Luce (Buenos Aires, 1961), en conversación con Sophia desde su casa en la primavera de Nueva Jersey, Estados Unidos. Pasados unos minutos, no tardará en decir que, en poco tiempo, en el mundo del convento dejó de serlo. “En la vida monástica ya no estaban permitidas las risas por cosas irrelevantes, se había acabado la diversión, el perder el tiempo…”

Hasta consagrarse a la vida religiosa, Florencia Luce vivió y se educó en Buenos Aires en un colegio laico– y llegó a iniciar sus estudios universitarios. Pero “el llamado divino hacia una vida de sacrificio y plegaria por un mundo más justo”, la condujo a la vida monástica y hasta hoy recuerda el momento en el que comunicó a sus familiares la decisión. Aquel día, tanto sus padres como sus hermanos y novio intentaron persuadirla o pusieron a prueba su determinación. Pero se mantuvo firme y abrazó el camino de la fe y la vida monástica a lo largo de doce años. 

La experiencia de introspección, la convivencia con los integrantes de la comunidad y el tiempo de reclusión le dejaron una marca profunda, y a partir de  esos recuerdos escribió un relato de ficción, enriquecido por la reflexión que traen los años.

Hoy Florencia está casada, tiene una hija de 23, estudió Literaturas Comparadas en la Universidad de Rutgers, incursionó en la escritura creativa de la mano de Hugo Correa Luna, y trabaja en el ámbito de la literatura, en traducción y enseñanza de idiomas.

Recordar para contar

Para escribir la novela volvió a ver, por ejemplo, la filmación de su propia ceremonia de votos, que había registrado un amigo de su hermano. La miró varias veces, y ahora esa escena es un pasaje clave de la novela. Durante los primeros años fuera del convento, se alejó del pasado, y con el tiempo necesitó reconectar, buscó comprender más y mejor.  

–¿Cómo nació, en primer lugar,  la idea de escribir El canto de las horas?

Cuando dejé la vida monástica, inevitablemente comencé un proceso de revisión sobre las decisiones que había tomado. Mi familia y mis amigos querían saber qué había pasado. Y al mismo tiempo, retomé mi interés por la literatura, los clásicos, los relatos de ficción. En esos momentos, volcar al papel algunos pensamientos relacionados a esa reflexión me ayudaba a entender, y fue de algún modo sanador.

–¿Por qué decidiste contar la historia muchos años después?

La decisión se dio sin pensar demasiado. Me gustaba escribir y me gustaba leer. Después de unos pocos años, me puse a estudiar Literaturas Comparadas y me anoté en un taller de escritura con un gran maestro, Hugo Correa Luna. Tenía una historia interesante para contar, pero no sabía bien cómo, y no quería escribir una autobiografía. Hugo me ayudó a encontrar mi voz escrita, y ahí comenzó el recorrido de la novela.

–El libro muestra el mundo del convento puertas adentro, con sus luces y zonas oscuras… ¿qué aprendiste de esos años y qué te gustaría que fuera diferente o cambie en el día a día de quienes se consagran a la vida religiosa?

Aprendí que la vocación religiosa, en particular la monástica, es para pocos. Puede ser una vida maravillosa para algunos, y un tormento para otros. Me gustaría que no ingresen siendo tan jóvenes, que los hagan esperar y les aconsejen trabajar, estudiar una carrera, antes de tomar la decisión. Y sería bueno que puedan hacer ejercicio físico todos los días. Dedicar un tiempo a cuidar el cuerpo, y no solo el espíritu. Muchas casas religiosas lo hacen, aunque muchas otras, no.

«Cuando dejé la vida monástica, inevitablemente comencé un proceso de revisión sobre las decisiones que había tomado. Mi familia y mis amigos querían saber qué había pasado. Y al mismo tiempo, retomé mi interés por la literatura, los clásicos, los relatos de ficción. En esos momentos, volcar al papel algunos pensamientos relacionados a esa reflexión me ayudaba a entender, y fue de algún modo sanador».

–¿Qué podés contarnos sobre tu primer libro publicado en 2016, Hasta hoy recuerdo cada verso?

Es una crónica novelada que cuenta una historia de inmigración, la de mi bisabuelo paterno, y que podría ser la historia de muchas otras familias argentinas. Él dejó su casa en el sur de Francia a los 17 años, y se instaló en Corrientes. Era poeta y nos dejó un diario donde iba relatando sus experiencias. En esta crónica basada en su manuscrito, y en otras investigaciones que hice, reconstruyo la historia y hago un entretejido entre su voz y la mía. La publiqué a través de Amazon con la finalidad de hacerlo llegar a toda la familia.

–¿Podrías compartirnos alguna de tus lecturas de estos días? ¿Alguna recomendación?

Me gusta leer más de un libro a la vez, y entre ellos siempre hay algún clásico. Cuando un libro me gusta mucho, lo vuelvo a leer tiempo después. Me encantaría recomendar dos novelas bellísimas de autores argentinos que releí hace poco: Los llanos, de Federico Falco, y Transradio, de Maru Leonhard.

–¿ Y cómo es vivir en Morristown, Nueva Jersey?

Morristown es un pueblo con mucha historia, en el noreste de Estados Unidos. Es famoso por su conexión con la guerra de la Independencia: el general George Washington y su ejército pasaron dos inviernos allí, ayudados y alimentados por los habitantes, para bloquear los avances de los ingleses que habían ocupado la ciudad de Nueva York. Es un pueblo chico con un teatro, biblioteca, y un muy buen colegio público. Hay bosques y colinas, y tiene una gran ventaja, un tren directo a Manhattan, que nos permite ir a menudo. Me gusta su gente y con mi familia y amigos disfrutamos de la naturaleza y de su riqueza cultural. Pero eso sí, le falta una cosa: una buena librería.

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