8 septiembre, 2023 | Por Sophia
Delfina de Achával: «La autocompasión es el mejor antídoto contra el perfeccionismo»
Psicóloga, neurocientífica, instructora de Mindfulness, madre y doula. Delfina de Achával sostiene que el amor, la compasión y la empatía son herramientas tan necesarias y efectivas a la hora de sanar como el conocimiento médico. Conversamos sobre su recorrido y abordaje terapéutico.
Por Clementina Escalona Ronderos
Hace más de veinte años que Delfina de Achával comenzó su carrera académica como psicóloga y neurocientífica. A lo largo de este camino fue descubriendo algo que hoy constituye el núcleo de su trabajo: la indiscutible relación cuerpo-mente-alma.
Apasionada por el conocimiento profundo del ser humano, su propósito se basa en ayudar a los demás a mejorar sus vidas al comprender la conexión de nuestra salud física y emocional y nuestras emociones.
En esta entrevista con Sophia, hablamos de su proceso personal de transformación y cómo fue entretejiendo sus conocimientos académicos con la filosofía de Oriente, creando así un abordaje que adopta tanto para su vida personal como profesional.
—Has dicho que a lo largo de tu formación como instructora de Mindfulness y Doula, te conectaste con tus “fibras más sensibles y humanas”. ¿Qué es lo que descubriste en este sentido?
—El comienzo de mi carrera profesional como psicóloga y neurocientífica sucedió en un ámbito absolutamente académico y mental. Si bien eso me dio muchas herramientas y recursos, no se le daba importancia y valor a lo que le pasaba a una persona a nivel emocional y corporal, como si la mente hubiese estado muy sobrevalorada y desconectada del cuerpo y las emociones. En esos ámbitos tan académicos, muchas veces lo humano y lo sensible se malinterpretan como signos de debilidad. A partir de notar esto, se dio el quiebre de la segunda parte de mi carrera: al sentir síntomas en mi cuerpo asociados al estrés y la ansiedad, comencé a practicar mindfulness para mi vida personal y conectarme con mi lado más sensible y vulnerable. Empecé a mirar mis miedos y a pedir ayuda, lo cual me conectó con un lugar mucho más auténtico y fuerte. Algo similar me sucedió con la carrera de doula. Mi maternidad me llevó a lugares de mucha soledad y de mucho miedo y ansiedad, y el formarme y estar acompañada por otras mujeres referentes me permitió sumergirme en ese mundo de una forma mucho más humana.
—En tu abordaje y desarrollo como profesional de la salud, ¿qué herramientas tomaste de la filosofía oriental y cuáles de Occidente?
—De las formas occidentales no hay duda de que tomé la importancia de la rigurosidad científica en el ámbito de la salud mental. La responsabilidad de que aquello que transmitimos, tanto a los pacientes como en los cursos o talleres, siempre tenga una evidencia científica detrás que avale ese contenido, para no generar daño. También lo metódico: la importancia de ser pragmático, de confiar en los procesos y tener método para todo lo que hagamos en la vida, desde hábitos personales hasta cuestiones más profesionales.
De la filosofía oriental aprendí a soltar el perfeccionismo y la autoexigencia, y volverme mucho más amable conmigo misma. Trabajar primero en mi autocompasión. Mindfulness me enseñó a ser mucho más flexible, a tener una mente más abierta, a abrir posibilidades tanto profesional como personalmente.
—¿Por qué crees que ahora aparecen con cada vez más potencia las ideas de Mindfulness en Occidente? ¿Se debe a que el terreno psico-social está fértil para recibirlas, o surge como una alternativa urgente para combatir el malestar que se evidencia en los altos índices de estrés, ansiedad y depresión que se registran a nivel mundial en diversas poblaciones?
—Un poco de las dos cosas. Por un lado, creo que en la actualidad hay un terreno mucho más fértil para recibir aquellas técnicas mente-cuerpo que integran aspectos científicos de occidente con sabiduría oriental milenaria, y esto surge de una profunda necesidad y urgencia por tratar temas de salud mental que están a la orden del día, como los que mencionás: el estrés, la ansiedad y la depresión. Vivimos en un mundo VICA: volátil, incierto, complejo y ambiguo. Esta complejidad lleva a que, tal vez, las respuestas necesarias que se venían dando en salud mental hasta el momento no eran suficientes. Celebro que cada día haya más espacios avalados por la ciencia para trabajar esto, llevándolo hacia un lugar mucho más flexible, humano y accesible.
—Incluso con toda la información que hay acerca de las maneras de cuidarnos, y la creciente concientización sobre la salud integral cuerpo-mente-alma, muchas veces ignoramos o no dedicamos tiempo a nuestro bienestar y mantenemos hábitos nocivos o poco saludables. ¿Por qué sucede esto?
—Nuestra mente, a pesar de recibir mucha información sobre lo que tenemos que hacer para generar bienestar, muchas veces mantiene hábitos poco saludables porque está en piloto automático. No está mal en sí mismo, porque es lo que permite que se puedan efectivizar procesos complejos; si quiero aprender algo nuevo en mi vida, como meditar, necesito automatizarlo para que se convierta en hábito. Tenemos que generar nuevas vías cerebrales y fortalecerlas a través de la repetición y la recompensa, para que ese hábito permanezca. Pero es un proceso, y lo más fácil es seguir en piloto automático.
—Tenés una certificación en Mindfulness y Compasión en Psicoterapia: ¿qué entendés vos por compasión y cuál crees que es su relevancia a nivel social? También hablás mucho de autocompasión… ¿podrías contarnos de qué se trata?
—La compasión es activa, busca ayudar y sanar. Es entender el dolor del otro y ayudarlo a transformarlo. Es igualdad, es empatía y es respeto por la otra persona. No tiene nada que ver con la lástima, que en cambio nos pone en un lugar de superioridad y es un sentimiento pasivo, porque no proponemos nada para cambiarlo.
En cuanto a la autocompasión, es nuestro mejor antídoto frente al perfeccionismo. Se trata de entender que cuanto más amorosos seamos con nosotros mismos, más posibilidad tendremos de aceptar nuestras imperfecciones, y en ese proceso encontraremos el coraje, la compasión y la conexión. Una de las investigadoras más reconocidas en autocompasión es la Dra. Kristin Neff. Para ella, la compasión tiene tres componentes: amabilidad hacia uno mismo, humanidad compartida (reconocer que el sufrimiento y la sensación de incompetencia personal forman parte de la experiencia humana compartida) y consciencia, que tiene que ver con adoptar un enfoque equilibrado de las emociones negativas, de manera que los sentimientos no se supriman, ni se exageren.
Ser amorosos con nosotros mismos tiene que ver con nuestros diálogos internos. Esas charlas mentales que mantenemos y que suelen ser mucho más duras que cuando hablamos con otros. La invitación es a ser honestos, pero amables.
—¿Cómo podemos pensar en la incertidumbre y la vulnerabilidad como herramientas valiosas para nuestro crecimiento y no como “enemigos” a nuestra estabilidad?
—Me gusta mucho cómo aborda esto la investigadora Brené Brown. Ella dice que solo cuando estamos dispuestos a ser imperfectos y reales recibimos las cualidades de la vulnerabilidad, el coraje, la compasión y la conexión como herramientas para transformar nuestra vida y forma de amar.
Somos humanos, imperfectos y vulnerables, y eso muchas veces nos enoja y deseamos controlarlo todo. El problema es que la vulnerabilidad se confunde con debilidad. Muchas veces les cuento a mis pacientes que ser vulnerable es atreverse a tomar riesgos e involucrarnos en la vida, salir al mundo y dejar de lado las críticas y los juicios. Es tener la valentía de pedir ayuda, poder decir que no, animarte a lo desconocido, publicar algo que escribiste o exponer una obra de arte que creaste. Solo al tener el coraje de explorar nuestros lados más oscuros descubriremos el poder que tenemos dentro.
—Para terminar… Desde tu mirada personal y profesional, ¿qué podés decirnos acerca de la felicidad?
—Me llama mucho la atención aquellos estándares que tenemos sobre qué nos hará felices. Están fundados en lo que nuestra cultura y publicidad nos vende como necesario para ser felices.
En su libro La ciencia de la felicidad, Sonja Lyubomirsky habla de los mitos sobre este tema. Uno de ellos es que la felicidad se tiene que encontrar. Muchas veces la asociamos a un paraíso terrenal al que solo accederemos si sucede lo correcto. Esto nos hace pensar que no depende de nosotros ser felices. ¡Y no es así! Sonja explica que el 40% de nuestra felicidad depende de nuestra actividad deliberada, de cómo nos percibimos a nosotros mismos, de nuestro autodiálogo. Si generamos un estado mental positivo, podemos ser felices.
Otro mito es que la felicidad consiste en cambiar nuestras circunstancias. La vorágine de la vida y lo que consumimos en el universo digital nos lleva a pensar que algo en nuestro contexto tiene que cambiar para que seamos más felices. Pero la felicidad nace de adentro, no de afuera. Está comprobado que los cambios en nuestras circunstancias inciden muy poco en nuestro bienestar. Más bien, debemos hacer un cambio en nuestra actitud y conducta frente a las situaciones que se nos presentan en la vida.
Y por último, el mito de que la felicidad se tiene o no se tiene. A veces se cree que uno nace con mayor o menor nivel de felicidad, como si fuera algo genético. Pero tanto la ciencia como ciertas prácticas orientales, por ejemplo la meditación, demostraron que es una cualidad que se puede entrenar, que uno puede ser feliz más allá de su genética.
En definitiva, la felicidad se encuentra dentro nuestro.
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